domingo, 28 de mayo de 2017

Entrega símbolos de la MISIÓN La Palma

Recuerda que el día 10 de junio, en nuestra isla de La Palma, ENCUENTRO DE ENTREGA DE SÍMBOLOS DE LA MISIÓN.
A las 17 horas en el Salón Cultural, Casa de la Cultura "Braulio Martín", obra de teatro. A continuación en la Parroquia de Nuestra Señora de Bonanza, Eucaristía y entrega de los símbolos.



Líderes protestantes conmovidos tras audiencia con el Papa

El diálogo ayuda a superar viejos prejuicios. Este fue el objetivo del encuentro ecuménico organizado por el Movimiento de los Focolares.

Participaron cristianos de más de 300 iglesias y comunidades eclesiales y el punto álgido de esta atípica reunión fue participar en la catequesis semanal del Papa.

FRANCISCO
"Saludo a los participantes de la Semana Ecuménica promovida por el Movimiento de los Focolares”.

MARK STRANGE
Iglesia escocesa episcopaliana (Comunión Anglicana)
"Realmente increíble. Sabía que íbamos a venir aquí pero no me esperé que fuera así. Llegamos a la audiencia, nos guiaron hasta las primeras filas... creo que no basta decir que fue increíble”.

COROMOTO JIMÉNEZ
Iglesia Anglicana Episcopal (Venezuela)
"Es una experiencia que todo el mundo debe vivir. Porque este es un ambiente de esperanza”.

Dicen que en San Pedro vivieron una fuerte experiencia de comunión. Se dejaron empapar del ambiente que les anima a seguir trabajando por construir la unidad, artesanalmente, día a día, superando prejuicios y dialogando. 

CALLAN SLIPPER
Iglesia de Inglaterra (Comunión Anglicana) 
"Creo que el cómo hacerlo es fácil decirlo: crecer en el amor, en la verdadera amistad con el otro, porque así nos vamos comprendiendo. Creo que para ser verdadera Iglesia, a mí me parece que falta cercanía, querer entendernos de verdad. No todos los católicos lo hacen, pero a veces se nos ve como una Iglesia de segunda categoría”.

El Concilio Vaticano II dio un gran impulso al ecumenismo. Acabó con una etapa de recelos mutuos e hizo posible un nuevo modo de diálogo con los demás cristianos.

Desde entonces los Papas han tenido encuentros importantes. Los últimos fueron la oración en la Iglesia copta de El Cairo con coptos y ortodoxos, el viaje a Suecia para recordar los 500 años de la Reforma protestante o su encuentro en octubre con el arzobispo de Canterbury.

A ti que te vas a confirmar... un camino sin atajos

Mamerto Menapace, en uno de sus libros nos cuenta una historia; a un joven que quería seguir a Jesús, le dicen que está en un bosque. Entonces se pone a buscarlo. Cuando lo encuentra, Jesús le pregunta que si quiere seguirlo. El muchacho dice que sí, y entonces Jesús, que estaba cortando cruces para sus seguidores, le da una de esas cruces y le dice que siga sus huellas, y se despide alegando que él  tiene que adelantarse. El muchacho coge la cruz, que tiene muchos nudos, y puntas de ramas que se le clavan. Entonces, aconsejado por el demonio, también coge el hacha, y después de caminar muchos días con la cruz incómoda, empieza a tallarla, quitándole todo lo que estorba, hasta que la convierte en una cruz llevadera y bonita. Cuando llega al Reino de Dios, Jesús le espera al otro lado de la muralla, y le dice que entre. El muchacho no sabe cómo traspasar la muralla, y Jesús le indica que usando su cruz a modo de escalera podrá subir. El muchacho le confiesa  lo que de tanto tallarla, la cruz se ha convertido en un colgante. Entonces Jesús le pide que vuelva sobre sus pasos y ayude a otro a traer su cruz, y así los dos  podrán entrar en el Reino. 
Durante su camino el joven siente soledad, va solo, y la cruz es pesada; sin embargo él sigue caminando. El camino que comienzas ahora con la confirmación en ocasiones va a ser muy solitario, en ocasiones te cansará, y otras veces pensarás que es mejor evitar las dificultades y quitarles las esquinas para que sea más fácil caminar. Sin embargo, es un camino precioso y de una felicidad inmensa, si sabes caminarlo a la manera de Jesús. 
Es un camino de entrega a los demás, en el que nos damos cuenta de que cada minuto que vivimos o cada acto que hacemos por los demás nos da una felicidad que es difícil de explicar y que llena el corazón de alegría. Es un camino de compartir, no sólo las cosas materiales sino sobre todo nuestro tiempo, compartir tiempo con nuestros padres, con los amigos, un tiempo profundo, un tiempo de confidencias que hará de nuestras relaciones, unas relaciones profundas y para siempre.  Es un camino de impotencias, muchas veces nos vamos a encontrar con injusticias, en las que pensamos que poco podemos hacer, sin embargo estar en esas injusticias y ponernos del lado de los más débiles es el modo de caminar de Jesús.  Es un camino de confianza, confianza en Dios Padre, confiar en que Él está siempre ahí con nosotros, y no nos abandona, ni siquiera en los momentos más duros en los que seguramente nos lleve en sus brazos. Es un camino que merece la pena, por las personas que te encuentras en él, por las alegrías que te da, y también por las cruces que van saliendo, las cuales muchas veces serán duras y se clavarán en todos los costados de nuestro cuerpo, y aún así serán cruces con las cuales seremos capaces de caminar juntos construyendo el Reino. 

12 reglas de oro para portarse bien durante la Misa

Para poder aprovechar al máximo los grandes frutos espirituales que se recibe en la Misa se debe participar en ella con reverencia.
Aquí 12 reglas de oro o consejos prácticos que servirán para aprovechar la Misa al máximo y participar, activa y reverentemente, en la Eucaristía.
1. No usar el celular: No lo necesitas para hablar con Dios
Los teléfonos celulares nunca deben utilizarse en Misa para hacer llamadas o enviar mensajes de texto. Es posible contestar una llamada de emergencia, pero fuera del templo. Por otro lado, sí es posible usar el teléfono para lecturas espirituales u oraciones, aunque se debe ser discreto.
2. Ayunar antes de la celebración eucarística 
Consiste en abstenerse de tomar cualquier alimento o bebida, al menos desde una hora antes de la Sagrada Comunión, a excepción del agua y de las medicinas.
Los enfermos pueden comulgar aunque hayan tomado algo en la hora inmediatamente anterior. El propósito es ayudar a la preparación para recibir a Jesús en la Eucaristía.
3. No comer ni beber en la iglesia
Las excepciones serían: alguna bebida para niños pequeños o leche para los bebés, agua para el sacerdote o para los miembros del coro (con discreción) y para los enfermos.
Llevar un bocadillo a la iglesia no es apropiado, porque el templo es un lugar de oración y reflexión.
4. No mascar chicle
Al hacer esto se rompe con el ayuno, ocurre una distracción, se es descortés en un entorno formal, y no ayuda en la oración.
5. No usar sombrero
Es descortés usar un sombrero dentro de una iglesia. Si bien esta es una norma cultural, debe cumplirse. Así como nos sacamos el sombrero cuando se hace un juramento, igual debe hacer en la iglesia como un signo de respeto.
6. Santiguarse con agua bendita al entrar y salir del templo
Este es un recordatorio del Bautismo, sacramento por el que renacemos a la vida divina y somos hechos hijos de Dios y miembros de la Iglesia. Es necesario estar plenamente consciente de lo que sucede al santiguarse, y debe hacerse diciendo alguna oración.
7. Vestir con modestia
A los católicos se les invita a asistir vestidos adecuadamente ya que, si es algo que se suele hacer comúnmente para una fiesta o algún otro tipo de compromiso, no hay razón para no hacer lo mismo al asistir a Misa.
8. Llegar algunos minutos antes del inicio de la Misa
Si por alguna razón no se puede llegar a tiempo, es recomendable sentarse en la parte de atrás para no molestar a las demás personas. Llegar a la Misa temprano permite orar y prepararse mejor para recibir a Cristo.
9. Arrodillarse hacia el Sagrario al entrar y salir del templo
Al permitir que nuestra rodilla toque el piso, se reconoce que Cristo es Dios. Si alguien es físicamente incapaz de hacer la genuflexión, entonces un gesto de reverencia es suficiente. Durante la Misa, si se pasa delante del altar o del tabernáculo, se debe inclinar la cabeza con reverencia.
10. Permanecer en silencio durante la celebración
Al ingresar al templo se debe guardar silencio. Si se tiene que hablar, hágalo de forma silenciosa y breve. Recuerde que mantener una conversación puede molestar a alguien que está orando.
Si tiene un niño o un bebé, puede sentarse cerca de alguna salida ante cualquier contratiempo.
Recuerde que no hay razón para sentir vergüenza por tener que calmar o controlar a su hijo, dentro o fuera de la iglesia. Enséñeles a comportarse, especialmente con su propio ejemplo.
11. Inclinarse al recibir la comunión
Si es Dios, entonces se puede mostrar respeto inclinando cabeza como reverencia. Si lo desea puede hacer una genuflexión. Esta es una práctica antigua que ha continuado hasta el día de hoy.
12. Espere a que la Misa termine 
Debemos permanecer en la Misa hasta la bendición final. Recuerde que uno de los mandamientos de la Iglesia es oír Misa entera los domingos y fiestas de guardar.
Es una buena costumbre, aunque no requerida, ofrecer una oración de acción de gracias después de la celebración.
Finalmente, la salida debe ser en silencio a fin de no molestar a otras personas que deseen permanecer en el templo rezando.

¿Qué significa que el Espíritu Santo es el Paráclito?


Cuando Jesús dejó a los discípulos, dejó a alguien en su lugar...

Después de que Jesús anunció a sus discípulos que los dejaría pronto, les dio una declaración de gran aliento: “Y yo pediré al Padre, y Él os dará otro Consejero para estar con vosotros para siempre: el Espíritu de Verdad “(Juan 14, 16-17).
La palabra griega traducida “Consolador” o “Consejero” (como se encuentra en Juan 14,16, 26; 15,26 y 16, 7) es parakletos. Esta forma de la palabra es incuestionablemente pasiva y correctamente significa “uno llamado al lado de otro”; en otros términos defensor.
La palabra lleva una noción secundaria con respecto al propósito de la convocatoria: asesorar o apoyar a quien lo necesita. Este Consejero, o Paráclito, es Dios el Espíritu Santo, la tercera Persona de la Trinidad que ha sido “llamada a nuestro lado”. Él es un ser personal, y Él habita en cada creyente.
Durante Su ministerio terrenal, Jesús había guiado, guardado y enseñado a Sus discípulos. Pero ahora, en Juan 14-16, se está preparando para dejarlos. Él promete que el Espíritu de Dios vendría a los discípulos y moraría en ellos, tomando el lugar de la presencia física de su Maestro. Jesús llamó al Espíritu “otro Consolador“, otro de la misma clase. El Espíritu de Dios no es diferente del Hijo de Dios en esencia, porque ambos son Dios.
Durante la era del Antiguo Testamento, el Espíritu de Dios vendría sobre la gente y luego los dejaría. El Espíritu de Dios se apartó del rey Saúl (1 Samuel 16,14; 18,12). David, al confesar su pecado, pidió que el Espíritu no le quitara (Salmo 51,11). Pero cuando el Espíritu fue dado en Pentecostés, Él vino al pueblo de Dios para permanecer con ellos para siempre.
Podemos afligir al Espíritu Santo, pero Él no nos dejará. Como Jesús dijo en Mateo 28,20: “Yo estoy con ustedes siempre, hasta el fin del mundo”. ¿Cómo está Él con nosotros cuando está en el cielo, sentado a la diestra del Padre? Él está con nosotros por Su Espíritu (el Ayudante- el Parakletos).
Tener al Espíritu Santo como nuestro Paráclito es tener a Dios mismo habitándonos como creyentes. El Espíritu nos enseña la Palabra que nos guía hacia la verdad completa. Él nos recuerda lo que Jesús ha enseñado para que podamos depender de Su Palabra en los tiempos difíciles de la vida.
El Espíritu obra en nosotros para darnos su paz (Juan 14,27), Su amor (Juan 15, 9-10), y Su gozo (Juan 15,11). Él consuela nuestros corazones y mentes en un mundo turbulento. El poder del Paráclito que nos habita nos da la capacidad de vivir por el Espíritu y “no satisfacer los deseos de la carne pecaminosa” (Gálatas 5,16). El Espíritu puede entonces producir Su fruto en nuestras vidas (Gálatas 5, 22-23) para la gloria de Dios el Padre.
¡Qué bendición es tener el Espíritu Santo en nuestras vidas como nuestro Paráclito: nuestro Consolador, nuestro Defensor , nuestro Consejero, y nuestro Abogado!

¿Cuándo volverá Jesús?


La Iglesia es muy clara sobre la segunda venida de Jesús y cómo deberíamos prepararnos para ella

Como católicos, creemos firmemente en la segunda venida de Jesús y así lo profesamos cada domingo durante el Credo niceno: Creo en un solo Dios Padre Todopoderoso (…). Subió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios Padre. Y vendrá otra vez con gloria a juzgar a los vivos y a los muertos; y su reino no tendrá fin.
Es una creencia expresada con sencillez, pero que a menudo puede provocar controversia y confusión. Para muchos es fácil caer en la atracción de las teorías siempre cambiantes presentadas por diversos individuos y grupos (cristianos o de otra índole) que aseguran saber el momento y día exactos en que Jesús regresará.
¿Qué enseña la Iglesia sobre la segunda venida de Jesús? ¿Cuándo vendrá de nuevo?
El Catecismo presenta una sección entera dedicada a este tema y resume la doctrina oficial de la Iglesia. Comienza explicando: “Desde la Ascensión, el designio de Dios ha entrado en su consumación. Estamos ya en la ‘última hora’ (…). Según el Señor, es el tiempo del Espíritu y del testimonio, pero es también un tiempo marcado todavía por la ‘tribulación’ y la prueba del mal que afecta también a la Iglesia e inaugura los combates de los últimos días. Es un tiempo de espera y de vigilia” (CIC 670, 672).
Los apóstoles conocían bien esta verdad y creían firmemente que Jesús volvería otra vez sin demora, posiblemente a lo largo de su propia vida. El Catecismo afirma esta doctrina del regreso inminente de Cristo explicando: “Desde la Ascensión, el advenimiento de Cristo en la gloria es inminente (…). Este acontecimiento escatológico se puede cumplir en cualquier momento, aunque tal acontecimiento y la prueba final que le ha de preceder estén ‘retenidos’ en las manos de Dios” (CIC 673).
Jesús volverá de nuevo en la gloria y nosotros, como católicos, creemos que podría venir cualquier día. Por esta razón Jesús dejó claro a sus discípulos que debían estar preparados, siempre listos para su próxima llegada.
En cuanto a ese día y a la hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, nadie sino el Padre. Tengan cuidado y estén prevenidos porque no saben cuándo llegará el momento. Será como un hombre que se va de viaje, deja su casa al cuidado de sus servidores, asigna a cada uno su tarea, y recomienda al portero que permanezca en vela. Estén prevenidos, entonces, porque no saben cuándo llegará el dueño de casa, si al atardecer, a medianoche, al canto del gallo o por la mañana. No sea que llegue de improviso y los encuentre dormidos. Y esto que les digo a ustedes, lo digo a todos: ‘¡Estén prevenidos!’ (Marcos 13, 32-37)
Además, la Escritura señala que antes de la venida de Jesús se producirá una “prueba” final que habrá de padecer la Iglesia y también una persecución de creyentes.
Teniendo en cuenta que los cristianos siempre han sido ferozmente perseguidos desde los días de Jesús, es difícil discernir cuándo ocurrirá esta última tribulación (si es que no está sucediendo ya).
El Catecismo explica: “Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes. La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra desvelará el ‘misterio de iniquidad’ bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad”. Se cree que el autor de esta deserción en masa, denominado bíblicamente el “Anticristo”, será derrotado y poco después llegará Cristo en gloria.
Santo Tomás de Aquino añade que, “aunque los hombres estén aterrados ante los signos que aparezcan sobre el día del juicio, antes de que empiecen a aparecer las señales del juicio, los impíos se creerán en paz y en seguridad, a saber, después de la muerte del Anticristo y antes de la venida de Cristo, porque no verán acabarse el mundo, como lo habían estimado hasta entonces”.
No obstante, como católicos, se nos pide que simplemente preparemos nuestros corazones todos los días con la creencia de que hoy podría ser el último día. Podría ser nuestro propio “día del juicio” personal, cuando conozcamos a Jesús en el final de nuestras vidas, o podría ser el Día del Juicio, cuando Cristo regrese en gloria.
En cualquier caso, debemos permanecer alerta y no seguir ninguna profecía o predicción, sino vivir en paz con el hecho de que si vivimos según el plan de Dios, el Último Día será un día de regocijo. 
Por eso los cristianos siempre hemos esperado con alegría la segunda venida de Jesús, porque sabemos que el fin del mundo es algo bueno, cuando nuestras lágrimas serán secadas y nuestra dura labor en la tierra por fin habrá terminado.

“Rezad el Rosario todos los días…” La petición URGENTE de la Virgen en Fátima a la Humanidad



En estos días he recordado a mi abuelita en Costa Rica. La llamábamos “Mamita”. Era muy especial conmigo, como suelen ser las abuelitas con sus nietos. Me compraba deliciosos dulces, leche fresca embotellada y me llevaba a comer helados al Mercado de san José.
Todas las tardes, puntualmente, como a las tres se recostaba en su cama, sacaba un rosario y se quedaba rezando con una voz dulce y tenue:
“Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo…”
Interrumpía a ratos para poner orden:
“Mijito pórtese bien”. (Eso era conmigo)
Y seguía rezando el santo Rosario, con profunda devoción. Ahora que estoy por cumplir 60 años y lo pienso, me doy cuenta que sólo yo la interrumpía; y comprendo el mensaje maravilloso que me estaba transmitiendo con su ejemplo.
La Virgen en sus apariciones de Fátima lo pidió insistentemente y quiso remarcar la importancia del rosario:
“Penitencia, oración, reconciliación”.
El mundo y las almas, están está necesitados de nuestra oración. Mira a tu alrededor: Siria, Venezuela…
Hay un detalle importante, por lo cual debemos rezar el Rosario. Lee estas palabras de la Virgen:
“Rezad el Rosario todos los días para alcanzar la paz del mundo y el fin de la guerra”.
También solicitó:
“Cuando recéis el Rosario, decid después de cada misterio: ‘Jesús mío, perdónanos, líbranos del fuego del infierno, lleva todas las almas al cielo, especialmente las más necesitadas’”.
Si lees cuidadosamente te percatas por qué del rezo diario del santo Rosario.
He tomado la costumbre de rezar el santo Rosario, donde me encuentre, sobre todo si estoy en la fila del banco, en un congestionamiento vehicular, esperando en una oficina pública, caminando en un parque con mi esposa Vida, o en mis visitas a Jesús en los sagrarios. 
Rezarlo me brinda momentos de Paz y serenidad.
Cuánto extraño esos momentos de la infancia, tan puros y sencillos y maravillosos con mi abuelita.
Sabes, me encanta piropear a la Virgen con jaculatorias. Es mi Madre, ¿cómo no hacerlo?
Deseo terminar este escrito con uno que me parece bellísimo, y es un gesto de amor de quien no ha sabido ser el mejor de sus hijos:
¡Oh Madre mía!, ¡Oh esperanza mía!

Prepárate para la llegada del Espíritu Santo


Cuántos milagros sencillos ha obrado en tantos corazones...

Es la Pascua el tiempo en que me preparo para la llegada del Espíritu. Veo los signos de vida que Dios realiza a mi alrededor y me asombro siempre de nuevo, como los apóstoles: “El gentío escuchaba con aprobación lo que decía Felipe, porque habían oído hablar de los signos que hacía, y los estaban viendo: de muchos poseídos salían los espíritus inmundos lanzando gritos, y muchos paralíticos y lisiados se curaban. La ciudad se llenó de alegría”.
Me llena de alegría ver lo que Dios hace a mi alrededor. Las conversiones, los cambios de vida. La santidad oculta de tantos. Me asombra también lo que hace en mí. Lo que ha hecho a lo largo de tantos años. Me ha cambiado. Me conmueve. Soy testigo también de los milagros sencillos que obra en tantos corazones. 
Es la Pascua el tiempo de esa Iglesia primera que va recorriendo los caminos con un corazón puro e inocente. Una Iglesia que vive en la fuerza del Espíritu. ¡Cuánta libertad para dejar actuar a Dios! ¡Cuánta docilidad! Me falta tantas veces… Me gustaría tener un corazón más libre. Quiero recibir el Espíritu que me libere de mis ataduras. 
Viene en Jesús y a través de aquellos que imponen las manos. “Enviaron a Pedro y a Juan; ellos bajaron hasta allí y oraron por los fieles, para que recibieran el Espíritu Santo”. 
Es el Espíritu que me libera, que me hace dócil. Ese Espíritu que entrego en mis propias manos como agua que calma la sed. Es el Espíritu que despierta mi carne dormida, llena de luz mi oscuridad, viste de esperanza mi amargura. 
Queda poco para celebrar Pentecostés y ya anhelo ese día de fuego. Desde ahora mismo quiero preparar el corazón para vivir en mi cenáculo, esperando, aguardando. Me siento tan humano, tan del mundo y deseo anclarme más en Dios para vivir mi vida con un sentido. El Espíritu puede venir sobre mí y cambiar mi corazón si yo le dejo. Se lo pido. 
Que estos días me ayuden a vivir en el cenáculo de mi vida. Esperando. De la mano de María que me ayuda a perseverar en mi oración. El Espíritu lima las asperezas de mi alma. Y despierta vida en mi interior. Y me hace apóstol, testigo de una nueva esperanza. 
Hoy escucho: “Glorificad en vuestros corazones a Cristo Señor y estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere; pero con mansedumbre y respeto”. Doy razones de mi esperanza. Y lo hago desde la humildad. Quiero ser manso.
El Espíritu levanta mi corazón y me hace creer en lo que no veo posible. Tantas veces pierdo la esperanza cuando veo mucho dolor en mi camino. Este tiempo del Espíritu me ayuda a creer en lo que no veo, en lo que me parece imposible. Alegra mi corazón y lo ensancha para que puedan caber en Él más personas. 
Añoro un tiempo del Espíritu para poder dejar de lado mis tristezas y mis agobios. Miro a María y quiero rezar como lo hacía una persona: “Madre, necesito vincularme a ti, tenerte más presente. Depender y darme cuenta de esa dependencia que aunque no temo que se pierda, sí que descuido muchas veces”. Con María soy capaz de  perseverar y mantenerme fiel. 
Imploro la venida del Espíritu Santo que cambie mi corazón para siempre. No quiero volver a tener un corazón de piedra. Pero es verdad que a veces me cueste creer en todo su poder. 
Desconfío de lo que mis manos pueden hacer cuando bendigo. Y no valoro el poder que tienen mis palabras. Y no sé calcular la fuerza del amor de Dios en mí. Cuando dejo que Él ame por los dos. 
Me asombro de nuevo al ver el poder de Dios en mi alma. Suplico que venga sobre mí y venza tantas resistencias que pongo que no me dejan experimentar su amor.