domingo, 8 de mayo de 2016

Papa Francisco: Somos testigos de la alegría de Dios en la vida cotidiana Regina Coeli en la fiesta de la Ascensión del Señor


Angelus del Papa

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy, en Italia y en otros países, se celebra la Ascensión de Jesús al cielo, que tuvo lugar cuarenta días después de la Pascua. Contemplamos el misterio de Jesús que sale de nuestro espacio terrenal para entrar en la plenitud de la gloria de Dios, llevando consigo nuestra humanidad. El Evangelio de Lucas nos muestra la reacción de los discípulos ante el Señor que «se separó de ellos y fue llevado al cielo» (24,51). No hubo en ellos dolor y pérdida, sino «que se postraron delante de él, y volvieron a Jerusalén con gran alegría» (v. 52). Es el regreso de quien no teme más a la ciudad que rechazó al Maestro, que vio la traición de Judas y la negación de Pedro, la dispersión de los discípulos y la violencia de un poder que se sentía amenazado.
A partir de ese día, para los Apóstoles y para cada discípulo de Cristo, fue posible vivir en Jerusalén y en todas las ciudades del mundo, incluso en aquellas más atormentadas por la injusticia y la violencia, porque sobre cada ciudad, está el mismo cielo, y cada habitante puede elevar la mirada con esperanza. En este cielo habita aquel Dios que se reveló tan cercano de asumir el rostro de un hombre, Jesús de Nazaret. Él es por siempre el Dios-con-nosotros, y no nos deja solos. Podemos mirar hacia lo alto para reconocer ante nosotros nuestro futuro. En la Ascensión de Jesús, el Crucificado Resucitado, está la promesa de nuestra participación en la plenitud de la vida con Dios.
Antes de separarse de sus amigos, Jesús, refiriéndose al acontecimiento de su muerte y resurrección, les dijo: «Ustedes son testigos de todo esto» (v. 48). Y de hecho, después de ver a su Señor ascender al cielo, los discípulos volvieron a la ciudad como testigos que con alegría anuncian a todos la nueva vida que viene del Crucificado Resucitado, en cuyo nombre «debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados» (v. 47).
Éste es el testimonio – hecho no sólo con las palabras, sino también con la vida cotidiana – que cada domingo debería salir de nuestras iglesias para entrar durante la semana en los hogares, en las oficinas, en la escuela, en los lugares de encuentro y de diversión, en los hospitales, en las cárceles, en los hogares de ancianos, en los lugares atestados de los inmigrantes, en las periferias de la ciudad…
Jesús nos aseguró que en este anuncio y en este testimonio estaremos «revestidos con la fuerza que viene de lo alto» (v. 49), es decir, con la potencia del Espíritu Santo. Aquí reside el secreto de esta misión: la presencia entre nosotros del Señor resucitado, que con el don del Espíritu sigue abriendo nuestra mente y nuestro corazón, para proclamar su amor y su misericordia, también en los ambientes refractarios de nuestras ciudades.
El Espíritu Santo es el verdadero artífice del testimonio multiforme que la Iglesia y todos los bautizados restituyen en el mundo. Por lo tanto, no podemos descuidar nunca el recogimiento en la oración para alabar a Dios e invocar el don del Espíritu. En esta semana, que nos lleva a la fiesta de Pentecostés, permanezcamos espiritualmente en el Cenáculo, con la Virgen María, para recibir el Espíritu Santo. Lo hacemos incluso ahora, en comunión con los fieles reunidos en el Santuario de Pompeya para tradicional Súplica.

Valerón anuncia su retirada:“Se lo dedico a Dios, que da sentido a mi vida, él es el que me ha dado todo lo que tengo y gracias a Dios he podido tener una carrera deportiva increíble. Me retiro ante mi gente, agradecer a todos los clubes en los que he podido estar”.


ADIOS VALERON
Se va un mito del fútbol español. El jugador de Las Palmas Juan Carlos Valerón ha anunciado este sábado que se retirará a final de temporada, poniendo un cierre de "cuento de hadas", a sus 41 años, a más de dos décadas como profesional, en las que dejó grandes muestras de su calidad en cada equipo en el que militó, llegando incluso a formar parte de la selección española y disputando dos Eurocopas (2000 y 2004) y un Mundial (2002).
"Agradezco a mi familia por el cariño y todo el apoyo que me ha dado siempre. Este final es como un cuento de hadas, no se puede pedir más. Agradezco a la afición por todo su cariño", afirmó el centrocampista canario en rueda de prensa en la previa del enfrentamiento entre Las Palmas y el Athletic Club, que se disputará este domingo (17.00 horas).
El veterano futbolista se emocionó por el "honor" de poder decir adiós al fútbol profesional en su "casa", en referencia a Las Palmas, club en el que se formó y al que regresó tras un largo periplo por la liga española (Mallorca, Atlético de Madrid y Deportivo). "Para mí es una gran satisfacción y honor hacerlo aquí en mi casa", afirmó entre lagrimas.
Además, el internacional español quiso agradecer a sus compañeros, que le han ofrecido apoyo en los "tres mejores años" de su carrera, destacando especialmente a Aythami, apoyo fundamental para Valerón en este tramo final.
CARIÑOS Y HERENCIAS
"No me quiero olvidar de mis compañeros, que me han dado la ilusión de continuar y levantarme todos los días. Me han hecho pasar los tres mejores años de mi carrera y compartir con ellos ha sido un grandísimo honor. Especialmente a Aythami, que me ha apoyado mucho", declaró.
El de Arguineguín también elogió al nuevo mago canario, Jonathan Viera, del que reconoció que le haría "ilusión" que heredara su dorsal 21. "Me haría ilusión que Jonathan Viera heredara mi dorsal número 21. Viera es muy especial para mi", propuso.
Por último, Valerón no quiso olvidarse de sus profundas convicciones religiosas, dedicando sus palabras a "Dios" y dando las gracias a "todos los clubes" por los que pasó, como el Deportivo de la Coruña, que ya le rindió homenaje en la pasada jornada 32 en Riazor.
"Se lo dedico a Dios, que da sentido a mi vida, él es el que me ha dado todo lo que tengo y gracias a Dios he podido tener una carrera deportiva increíble. Me retiro ante mi gente, agradecer a todos los clubes en los que he podido estar", finalizó.

Jornada Mundial de la Comunicación Papa Francisco se dirige a los internautas publicando un mensaje a mano

quirógrafo del Papa


(RIIAL).- Este domingo 8 de mayo, fiesta de la Ascensión del Señor,  en el que la Iglesia celebra la 50ª Jornada Mundial de las Comunicaciones, Papa Francisco ha querido dirigirse a los internautas publicando en sus perfiles de Twitter e Instagram un mensaje escrito y firmando a mano (llamado quirógrafo), dirigiéndose a todas las personas de la comunidad digital que le piden oraciones y bendiciones.
El mensaje escrito en una pequeña tarjeta que lleva su escudo está escrito en italiano y fue traducido inmediatamente por la Radio Vaticana en 40 idiomas y la Secretaría de la Comunicación lo ha difundido además bajo la etiqueta #ComMisericordia50. La traducción española dice:
“A ti, que desde la gran comunidad digital, me pides bendiciones y oración quiero decirte:
tú serás el don precioso en mi oración al Padre.
Y tú no te olvides de rezar por mí y por mi ser siervo del Evangelio de la Misericordia”. 

Franciscus
Recordemos que el tema de esta 50ª Jornada Mundial de las Comunicaciones tiene como tema: “Comunicación y Misericordia: un encuentro fecundo”.

Santo Rosario: Arma eficaz contra la tristeza y la desgana Recemos por nuestras familias, los jóvenes ganados por las adicciones, la gente sin trabajo, los niños abandonados...


rosary-1211064_1920
Myriams-Fotos




Una invitación a difundir el rezo del Santo Rosario en las familias es la que ha hecho el Padre Dante De Sanzzi, director de las Obras Misionales Pontificas (OMP) de Argentina, con ocasión del mes de dedicado a la Madre de Dios.
A través de un mensaje dado a conocer desde el sitio web de las OMP del país austral, el sacerdote reflexionó sobre la intensión misionera por la que el Pontífice ha pedido se ore de manera especial durante el mes de mayo.
“En este nuevo mes, el Santo Padre pide a las familias, comunidades y grupos ‘la práctica de rezar el Sato Rosario por la evangelización y la paz’. Sin dudas que el Papa Francisco pone en medio de la escena la figura maternal de María. Pidiendo el rezo del Rosario en todos los ambientes, automáticamente se coloca a la Virgen misionera como centro de la evangelización”, escribe el sacerdote.
El Padre De Sanzzi también llama a poner la mirada en María, quien anima al anuncio del Evangelio: “Sentir la presencia de la mujer que llevó en su seno al Salvador, nos debe animar en la tarea de anunciar la Nueva Noticia a los que están desanimados o alejados”.
Una labor que a su vez convoca a dar a conocer la devoción del Santo Rosario: oración mariana por excelencia. “Difundir la devoción del Rosario es nuestra consigna. Muchas veces escuchamos que se deja de lado esta devoción por ‘aburrimiento’ o ‘falta de tiempo’; es no dejar la posibilidad que actúe la gracia de Dios, de la misma manera que actuó en María”, subraya el director de las OMP Argentina.
“Pidamos a tan gran intercesora, la Madre de Dios, que nos guíe en el camino diario. Un camino arduo y sinuoso. Recemos por nuestras familias, los jóvenes ganados por las adicciones, la gente sin trabajo, los niños abandonados (…) Dejemos que nos toque el corazón y que el Rosario sea el arma eficaz contra la tristeza y el desgano”, concluye el sacerdote.
Rosario Misionero
El Rosario Misionero es una de las maneras de orar para pedir por las necesidades e intenciones del mundo entero. Así lo pidió San Juan Pablo II en la Carta Encíclica ‘Redemptoris Missio’, sobre la permanencia y validez del mandato misionero: “Entre las formas de participación, el primer lugar corresponde a la cooperación espiritual: oración, sacrificios, testimonio de vida cristiana. La oración debe acompañar el camino de los misioneros, para que el anuncio de la Palabra resulte eficaz por medio de la gracia divina”.
Esta forma de orar, con la mediación de la Virgen María, se hace de la manera tradicional rezando el Rosario, pero ofreciendo cada uno de los cinco misterios por las necesidades e intenciones de los cinco continentes.
El Rosario Misionero fue ideado por Mons. Fulton Sheen a mediados del siglo pasado. El obispo norteamericano presentó una guía práctica para orar por los misioneros y las misiones alrededor del mundo.
Con información de las OMP Argentina.
Artículo publicado por Gaudium Press

"Es la hora de los laicos" pero pareciera que el reloj se ha parado, advierte el Papa

Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa


VATICANO, 26 Abr. 16 / 08:50 am (ACI).- El Papa Francisco dirigió una carta al Cardenal Marc Ouellet, Presidente de la Pontificia Comisión para América Latina, sobre la participación pública de los laicos en la vida de los pueblos.
En su reflexión, pidió a los pastores "mirar continuamente al Pueblo de Dios" para evitar "ciertos nominalismos declaracionistas (slogans) que son bellas frases pero no logran sostener la vida de nuestras comunidades. Por ejemplo, recuerdo ahora la famosa expresión: "es la hora de los laicos pero pareciera que el reloj se ha parado".
Este es el texto completo de la carta del Papa Francisco al Cardenal Ouellet:
Eminencia:
Al finalizar el encuentro de la Comisión para América Latina y el Caribe tuve la oportunidad de encontrarme con todos los participantes de la asamblea donde se intercambiaron ideas e impresiones sobre la participación pública del laicado en la vida de nuestros pueblos.
Quisiera recoger lo compartido en esa instancia y continuar por este medio la reflexión vivida en esos días para que el espíritu de discernimiento y reflexión "no caiga en saco roto"; nos ayude y siga estimulando a servir mejor al Santo Pueblo fiel de Dios.
Precisamente es desde esta imagen, desde donde me gustaría partir para nuestra reflexión sobre la actividad pública de los laicos en nuestro contexto latinoamericano. Evocar al Santo Pueblo fiel de Dios, es evocar el horizonte al que estamos invitados a mirar y desde donde reflexionar. El Santo Pueblo fiel de Dios es al que como pastores estamos continuamente invitados a mirar, proteger, acompañar, sostener y servir. Un padre no se entiende a sí mismo sin sus hijos. Puede ser un muy buen trabajador, profesional, esposo, amigo pero lo que lo hace padre tiene rostro: son sus hijos. Lo mismo sucede con nosotros, somos pastores. Un pastor no se concibe sin un rebaño al que está llamado a servir. El pastor, es pastor de un pueblo, y al pueblo se lo sirve desde dentro. Muchas veces se va adelante marcando el camino, otras detrás para que ninguno quede rezagado, y no pocas veces se está en el medio para sentir bien el palpitar de la gente.
Mirar al Santo Pueblo fiel de Dios y sentirnos parte integrante del mismo nos posiciona en la vida y, por lo tanto, en los temas que tratamos de una manera diferente. Esto nos ayuda a no caer en reflexiones que pueden, en sí mismas, ser muy buenas pero que terminan funcionalizando la vida de nuestra gente, o teorizando tanto que la especulación termina matando la acción. Mirar continuamente al Pueblo de Dios nos salva de ciertos nominalismos declaracionistas (slogans) que son bellas frases pero no logran sostener la vida de nuestras comunidades. Por ejemplo, recuerdo ahora la famosa expresión: "es la hora de los laicos" pero pareciera que el reloj se ha parado.
Mirar al Pueblo de Dios, es recordar que todos ingresamos a la Iglesiacomo laicos. El primer sacramento, el que sella para siempre nuestra identidad y del que tendríamos que estar siempre orgullosos es el del bautismo. Por él y con la unción del Espíritu Santo, (los fieles) quedan consagradas como casa espiritual y sacerdocio santo (LG 10) Nuestra primera y fundamental consagración hunde sus raíces en nuestro bautismo. A nadie han bautizado cura, ni obispo. Nos han bautizados laicos y es el signo indeleble que nunca nadie podrá eliminar. Nos hace bien recordar que la Iglesia no es una elite de los sacerdotes, de los consagrados, de los obispos, sino que todos formamos el Santo Pueblo fiel de Dios. Olvidarnos de esto acarrea varios riesgos y/o deformaciones en nuestra propia vivencia personal como comunitaria del ministerio que la Iglesia nos ha confiado. Somos, como bien lo señala el Concilio Vaticano II, el Pueblo de Dios, cuya identidad es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios, en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo (LG 9). El Santo Pueblo fiel de Dios está ungido con la gracia del Espíritu Santo, por tanto, a la hora de reflexionar, pensar, evaluar, discernir, debemos estar muy atentos a esta unción.
A su vez, debo sumar otro elemento que considero fruto de una mala vivencia de la eclesiología planteada por el Vaticano II. No podemos reflexionar el tema del laicado ignorando una de las deformaciones más fuertes que América Latina tiene que enfrentar - y a las que les pido una especial atención - el clericalismo. Esta actitud no sólo anula la personalidad de los cristianos, sino que tiene una tendencia a disminuir y desvalorizar la gracia bautismal que el Espíritu Santo puso en el corazón de nuestra gente. El clericalismo lleva a la funcionalización del laicado; tratándolo como "mandaderos", coarta las distintas iniciativas, esfuerzos y hasta me animo a decir, osadías necesarios para poder llevar la Buena Nueva del Evangelio a todos los ámbitos del quehacer social y especialmente político. El clericalismo lejos de impulsar los distintos aportes, propuestas, poco a poco va apagando el fuego profético que la Iglesia toda está llamada a testimoniar en el corazón de sus pueblos. El clericalismo se olvida que la visibilidad y la sacramentalidad de la Iglesia pertenece a todo el Pueblo de Dios (cfr. LG 9-14) Y no solo a unos pocos elegidos e iluminados.
Hay un fenómeno muy interesante que se ha producido en nuestra América Latina y me animo a decir, creo que es de los pocos espacios donde el pueblo de Dios fue soberano de la influencia del clericalismo: me refiero a la pastoral popular. Ha sido de los pocos espacios donde el pueblo (incluyendo a sus pastores) y el Espíritu Santo se han podido encontrar sin el clericalismo que busca controlar y frenar la unción de Dios sobre los suyos. Sabemos que la pastoral popular como bien lo ha escrito Pablo VI en la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, tiene ciertamente sus límites. Está expuesta frecuentemente a muchas deformaciones de la religión, pero prosigue, cuando está bien orientada, sobre todo mediante una pedagogía de evangelización, contiene muchos valores. Refleja una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer. Hace capaz de generosidad y sacrificio hasta el heroísmo, cuando se trata de manifestar la fe. Comporta un hondo sentido de los atributos profundos de Dios: la paternidad, la providencia, la presencia amorosa y constante. Engendra actitudes interiores que raramente pueden observarse en el mismo grado en quienes no poseen esa religiosidad: paciencia, sentido de la cruz en la vida cotidiana, desapego, aceptación de los demás, devoción. Teniendo en cuenta esos aspectos, la llamamos gustosamente "piedad popular", es decir, religión del pueblo, más bien que religiosidad ... Bien orientada, esta religiosidad popular puede ser cada vez más, para nuestras masas populares, un verdadero encuentro con Dios en Jesucristo. (EN 48) El Papa Pablo usa una expresión que considero es clave, la fe de nuestro pueblo, sus orientaciones, búsquedas, deseo, anhelos, cuando se logran escuchar y orientar nos terminan manifestando una genuina presencia del Espíritu. Confiemos en nuestro Pueblo, en su memoria y en su "olfato", confiemos que el Espíritu Santo actúa en y con ellos, y que este Espíritu no es solo "propiedad" de la jerarquía eclesial.
He tomado este ejemplo de la pastoral popular como clave hermenéutica que nos puede ayudar a comprender mejor la acción que se genera cuando el Santo Pueblo fiel de Dios reza y actúa. Una acción que no queda ligada a la esfera íntima de la persona sino por el contrario se transforma en cultura; una cultura popular evangelizada contiene valores de fe y de solidaridad que pueden provocar el desarrollo de una sociedad más justa y creyente, y posee una sabiduría peculiar que hay que saber reconocer con una mirada agradecida. (EG 68)
Entonces desde aquí podemos preguntarnos, ¿qué significa que los laicos estén trabajando en la vida pública?
Hoy en día muchas de nuestras ciudades se han convertidos en verdaderos lugares de supervivencia. Lugares donde la cultura del descarte parece haberse instalado y deja poco espacio para una aparente esperanza. Ahí encontramos a nuestros hermanos, inmersos en esas luchas, con sus familias, intentando no solo sobrevivir, sino que en medio de las contradicciones e injusticias, buscan al Señor y quieren testimoniar lo. ¿Qué significa para nosotros pastores que los laicos estén trabajando en la vida pública? Significa buscar la manera de poder alentar, acompañar y estimular todo los intentos, esfuerzos que ya hoy se hacen por mantener viva la esperanza y la fe en un mundo lleno de contradicciones especialmente para los más pobres, especialmente con los más pobres. Significa como pastores comprometernos en medio de nuestro pueblo y, con nuestro pueblo sostener la fe y su esperanza. Abriendo puertas, trabajando con ellos, soñando con ellos, reflexionando y especialmente rezando con ellos. Necesitamos reconocer la ciudad –y por lo tanto todos los espacios donde se desarrolla la vida de nuestra gente– desde una mirada contemplativa, una mirada de fe que descubra al Dios que habita en sus hogares, en sus calles, en sus plazas... Él vive entre los ciudadanos promoviendo la caridad, la fraternidad, el deseo del bien, de verdad, de justicia. Esa presencia no debe ser fabricada sino descubierta, develada. Dios no se oculta a aquellos que lo buscan con un corazón sincero. (EG 71) No es nunca el pastor el que le dice al laico lo que tiene que hacer o decir, ellos lo saben tanto o mejor que nosotros. No es el pastor el que tiene que determinar lo que tienen que decir en los distintos ámbitos los fieles. Como pastores, unidos a nuestro pueblo, nos hace bien preguntamos cómo estamos estimulando y promoviendo la caridad y la fraternidad, el deseo del bien, de la verdad y la justicia. Cómo hacemos para que la corrupción no anide en nuestros corazones.
Muchas veces hemos caído en la tentación de pensar que el laico comprometido es aquel que trabaja en las obras de la Iglesia y/o en las cosas de la parroquia o de la diócesis y poco hemos reflexionado como acompañar a un bautizado en su vida pública y cotidiana; cómo él, en su quehacer cotidiano, con las responsabilidades que tiene se compromete como cristiano en la vida pública. Sin darnos cuenta, hemos generado una elite laical creyendo que son laicos comprometidos solo aquellos que trabajan en cosas "de los curas" y hemos olvidado, descuidado al creyente que muchas veces quema su esperanza en la lucha cotidiana por vivir la fe. Estas son las situaciones que el clericalismo no puede ver, ya que está muy preocupado por dominar espacios más que por generar procesos. Por eso, debemos reconocer que el laico por su propia realidad, por su propia identidad, por estar inmerso en el corazón de la vida social, pública y política, por estar en medio de nuevas formas culturales que se gestan continuamente tiene exigencias de nuevas formas de organización y de celebración de la fe. ¡Los ritmos actuales son tan distintos (no digo mejor o peor) a los que se vivían 30 años atrás! Esto requiere imaginar espacios de oración y de comunión con características novedosas, más atractivas y significativas –especialmente–para los habitantes urbanos. (EG 73) Es obvio, y hasta imposible, pensar que nosotros como pastores tendríamos que tener el monopolio de las soluciones para los múltiples desafíos que la vida contemporánea nos presenta. Al contrario, tenemos que estar al lado de nuestra gente, acompañándolos en sus búsquedas y estimulando esta imaginación capaz de responder a la problemática actual. Y esto discerniendo con nuestra gente y nunca por nuestra gente o sin nuestra gente. Como diría San Ignacio, "según los lugares, tiempos y personas". Es decir, no uniformizando. No se pueden dar directivas generales para una organización del pueblo de Dios al interno de su vida pública. La inculturación es un proceso que los pastores estamos llamados a estimular alentado a la gente a vivir su fe en donde está y con quién está. La inculturación es aprender a descubrir cómo una determinada porción del pueblo de hoy, en el aquí y ahora de la historia, vive, celebra y anuncia su fe. Con la idiosincrasia particular y de acuerdo a los problemas que tiene que enfrentar, así como todos los motivos que tiene para celebrar. La inculturación es un trabajo de artesanos y no una fábrica de producción en serie de procesos que se dedicarían a "fabricar mundos o espacios cristianos".
Dos memorias se nos pide cuidar en nuestro pueblo. La memoria de Jesucristo y la memoria de nuestros antepasados. La fe, la hemos recibido, ha sido un regalo que nos ha llegado en muchos casos de las manos de nuestras madres, de nuestras abuelas. Ellas han sido, la memoria viva de Jesucristo en el seno de nuestros hogares. Fue en el silencio de la vida familiar, donde la mayoría de nosotros aprendió a rezar, a amar, a vivir la fe. Fue al in terno de una vida familiar, que después tomó forma de parroquia, colegio, comunidades que la fe fue llegando a nuestra vida y haciéndose carne. Ha sido también esa fe sencilla la que muchas veces nos ha acompañado en los distintos avatares del camino. Perder la memoria es desarraigarnos de donde venimos y por lo tanto, nos sabremos tampoco a donde vamos. Esto es clave, cuando desarraigamos a un laico de su fe, de la de sus orígenes; cuando lo desarraigamos del Santo Pueblo fiel de Dios, lo desarraigamos de su identidad bautismal y así le privamos la gracia del Espíritu Santo. Lo mismo nos pasa a nosotros, cuando nos desarraigamos como pastores de nuestro pueblo, nos perdemos.
Nuestro rol, nuestra alegría, la alegría del pastor está precisamente en ayudar y estimular, al igual que hicieron muchos antes que nosotros, sean las madres, las abuelas, los padres los verdaderos protagonistas de la historia. No por una concesión nuestra de buena voluntad, sino por propio derecho y estatuto. Los laicos son parte del Santo Pueblo fiel de Dios y por lo tanto, los protagonistas de la Iglesia y del mundo; a los que nosotros estamos llamados a servir y no de los cuales tenemos que servirnos.
En mi reciente viaje a la tierra de México tuve la oportunidad de estar a solas con la Madre, dejándome mirar por ella. En ese espacio de oración pude presentarle también mi corazón de hijo. En ese momento estuvieron también ustedes con sus comunidades. En ese momento de oración, le pedí a María que no dejara de sostener, como lo hizo con la primera comunidad, la fe de nuestro pueblo. Que la Virgen Santa interceda por ustedes, los cuide y acompañe siempre,
Vaticano, 19 de marzo de 2016
+Francisco
Texto difundido por Radio Vaticano

Francisco: “Ser guardias suizos es una ocasión para crecer en la Fe” El Santo Padre recibió hoy en audiencia al cuerpo especial que se ocupa de su defensa, junto a los reclutas que juraron ayer


El Santo Padre saluda al comandante Graf

(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco recibió este sábado por la mañana al Cuerpo de la Guardia Suiza Pontificia, con motivo de la juramento de los reclutas, acompañados por sus familiares.
Ayer viernes, 23 reclutas hicieron en el Vaticano el juramento de servir al Papa y a la Iglesia, pasando así a ser guardias suizos a pleno título. Hoy el Santo Padre les ha recibido en audiencia agradeciendoles el servicio que desarrollan, por su disponibilidad y fidelidad a la Santa Sede.
“Es hermoso ver a los jóvenes, como ustedes, que dedican algunos años de su vida a la Iglesia, junto al sucesor de Pedro. Es una ocasión única para crecer en la fe, sentir la universalidad de la Iglesia y para hacer una experiencia de fraternidad”.
Y les hizo tres recomendaciones, primero “crecer en la fe”, viviendo el propio trabajo como una misión que les ha confiado el Señor. Por ello deseó que el tiempo que pasen en Roma en el corazón de la cristiandad, sea “una oportunidad para profundizar la amistad con Jesús y caminar hacia meta de cada vida verdaderamente cristiana: la santidad”.
Por ello el Santo Padre les invitó a alimentar el “espíritu de oración”, en particular participando en la santa misa, cultivando una “filial devoción hacia la Virgen María”, trabajando cada día “acriter et fideliter”, con “coraje y libertad”.
El segundo objetivo, les indicó el Papa es “sentir la universalidad de la Iglesia”, visitando la tumba de los apóstoles y la sede del obispo de Roma. “Tendrán así la posibilidad de tocar con la mano la maternidad de la Iglesia que recibe en sí, en la propia unidad, la diversidad de tantos pueblos”. Y así podrán, dijo, “encontrar personas de diversos idiomas, tradiciones y culturas, pero que se sienten hermanos porque están unidos por la fe en Jesucristo”.
La tercera exhortación dirigida a los guardias se refirió a “hacer experiencia de fraternidad” o sea “estar atentos los unos a los otros”, para apoyarse recíprocamente en el trabajo cotidiano, recordando que “da más alegría dar que recibir”.
El Santo Padre ha también deseado que se valorice la vida comunitaria, “que se compartan los momentos felices y los difíciles, atendiendo a quien entre se encuentra de en dificultad y a veces necesite una sonrisa, un gesto que le dé ánimo y amistad”. Transmitiendo a todos “gentileza y espíritu de acogida, altruismo y humanidad”.
Y concluyó encomendando los Guardias, sus familiares y amigos en este mes de Mayo, a María Santísima.

Sobra paciencia de la mala. Por Carmelo J. Pérez Hernández

No me llevo bien con la paciencia. Digamos que nunca la he entendido correctamente, o que no han sabido explicármela. Quienes me conocen suelen pensar de mí que no soy paciente. Y yo estoy de acuerdo con ellos; al menos, si por paciencia entendemos el ruinoso consejo de sentarse a esperar a que la vida pase y nos entregue lo que ansiamos. O no; y entonces, callar.
Pues en ese sentido, soy yo poco de esperar. Y para rizar aún más el rizo: lo contrario a la paciencia no es la precipitación, sino el desánimo. Así es como yo lo veo.
“Aguarden a que se cumpla la promesa”. “Esperen en la ciudad”. Son dos de las instrucciones que el Resucitado da a sus discípulos en aquellos primeros días en los que comenzó todo. Aguardar, esperar. Y yo defiendo que ambos mandatos nada tienen que ver con la paciencia. No creo que Jesús les esté animando a que dejen de buscar, a que ya no piensen más en todo lo que han vivido a su lado. No me parece que el Señor les esté invitando a sentarse a verlas venir bajo el sol de Jerusalén.
Creo, por el contrario, que la paciencia que les pide Jesús tiene que ver con que alimenten sus dudas, con que busquen debajo de las piedras si hace falta una explicación al misterio del crucificado, que es el resucitado. Creo que la paciencia según Dios significa ponerse en marcha, complicare la existencia, escalar montañas y bajar a simas insondables de la personalidad.
La paciencia, según Dios, es buscar. Es vivir en la esperanza de lo que está por venir o por descubrir. Job, el santo Job, al que muchos consideran “ejemplo de paciencia”, lo es todo menos paciente. No puede llamarse así a quien se enfrenta a Dios y le pide explicaciones por su terrible situación. Él, justo y amante de Yahvé, no merece tanta enfermedad y tamañas afrentas. Y se rebela contra Dios y le pide cuentas. Y luego, calla. Y espera. Con esperanza.
Yo creo que de eso se trata. Cuando Jesús, a quien hoy confesamos como el Señor de todo lo que existe en la Tierra y sobre ella, cuando Cristo pide a los discípulos que esperen todavía un poco más, les está provocando para que ahonden en el pozo de sus deseos, de sus carencias. Les está azuzando para que se miren por dentro, para que experimenten la fragilidad, el miedo, el sinsentido y, desde esa experiencia, aprendan a esperar. Comiencen a vivir de la esperanza, que no es otra cosa que la confianza en que Dios vela por nosotros, en que él está, siempre está.
Menos paciencia mal entendida, de la mala, y más vivir desde la esperanza. Nos iría mejor, seríamos más fieles a lo que Dios espera, estaríamos más abiertos a descubrir su rostro. El mundo sería mejor. Nosotros, los creyentes, lo haríamos un lugar más justo para todos. Sin vacíos consuelos, sin aberrantes miedos, sin innecesarias precauciones.

ESTE DOMINGO, JORNADA DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES

Desde hace cincuenta años en la solemnidad de la Ascensión se celebra la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales.  Un día para profundizar en este tema tan importante, el de ser una Iglesia que comunique la buena noticia de Jesucristo. El papa Francisco invita, en su mensaje, a ver juntas la comunicación y la misericordia, sabiendo que su encuentro es fecundo. 
Cada uno de nosotros somos comunicadores, porque la fe implica “ser sus testigos”; los testigos del Señor Jesús. Como  dice también el papa Francisco, “si nuestro corazón y nuestros gestos están animados por la caridad, por el amor divino, nuestra comunicación será portadora de la fuerza de Dios”.
La Comisión Episcopal de Medios de Comunicación Social ha preparado los materiales para la L Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. Además, para saber más sobre este evento, pueden ir a esta página web: http://www.intermirifica.net/instructions/en/ Allí encontrarán, en diversos idiomas, el mensaje del papa Francisco para esta Jornada, vídeos y material para descargar que han compartido diócesis de diversos países.

Día de la madre: una oración para las mamás que partieron al cielo

Imagen referencial / Foto: pixabay.com (Dominio Público)


REDACCIÓN CENTRAL, 08 May. 16  (ACI).- Muchos países del mundo celebran hoy, segundo domingo de mayo, el día de la madre; sin embargo, son muchos quienes ya no la tienen a su lado, pues ya partieron a la Casa del Padre. Para ellas, las mamás que se encuentran en el cielo gozando de la Gloria de Dios, les compartimos la siguiente oración:

Continuamente te rezamos, Señor, por nuestra madre.
La recordamos con paz y con amor ante Ti,
seguros de que ella vive,
como estamos seguros de que vives Tú
y de que tu amor dura para siempre.
La recordamos cuando estaba entre nosotros...
A veces, nos parece sentir el calor y el sosiego
de su presencia protectora
como cuando vivía aquí,
mucho más para nosotros que para sí misma.
Dale, Señor, tu amor, dale tu vida. Dale tu paz.
Tenla muy cerca de Ti.
Sea feliz y ruegue ante Ti por nosotros.
Ayúdanos a vivir lo que ella nos enseño,
más con amor que con palabras.
A rezarte como ella, a quererte como ella,
a hacer de Ti y de los demás, igual que ella,
el sentido de nuestra vida.
Y si por descuido o por debilidad en algo te faltó,
perdónala, Tú que sabes lo que es ser Padre y Madre
y conoces como nadie el amor y el perdón
sin medida ni límites...
Perdónale sus faltas por lo mucho que amó a todos.
Gracias, Señor, por esta oración que nos llena de paz
en el recuerdo de nuestra madre.
Amén.

Hoy celebramos la Solemnidad de la Ascensión del Señor

Hoy celebramos la Solemnidad de la Ascensión del Señor

REDACCIÓN CENTRAL, 08 May. 16 / 12:13 am (ACI).- Hoy la IglesiaUniversal celebra la Solemnidad de la Ascensión del Señor al cielo, a los cuarenta días de su resurrección.
San Juan Pablo II al meditar esta Solemnidad, en su homilía del 24 de mayo de 2001, señaló que “la contemplación cristiana no nos aleja del compromiso histórico. El ‘cielo’ al que Jesús ascendió no es lejanía, sino ocultamiento y custodia de una presencia que no nos abandona jamás, hasta que él vuelva en la gloria”.
“Mientras tanto -continúa el Santo-  es la hora exigente del testimonio, para que en el nombre de Cristo ‘se predique la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos’”.
Uno de los pasajes bíblicos que narra este episodio de la vida del Señor está en el Evangelio de San Marcos 16,15-20:
“Conclusión del santo evangelio según san Marcos: En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: ‘Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos’. Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban”.

Europa se rinde al papa latinoamericano Francisco: Sueño una Europa donde casarse y tener hijos sea una gran alegría


Pope Francis (l), recives in his hands from the the Lord Mayor of Aachen, Marcel Philipp (CDU),  the International Charlemagne Prize of Aachen
during the ceremony for the award of the International Charlemagne Prize of Aachen inside the Apostolic Palace in the Vatican in Rome, Italy, 06 May 2016. Photo: Oliver Berg/dpa
OLIVER BERG / DPA




“Sueño una Europa donde casarse y tener hijos sea una responsabilidad y una gran alegría”, dijo el papa Francisco al recibir en el Vaticano el premio Carlo Magno este viernes 6 de mayo. Una excepción para Jorge Mario Bergoglio, que durante su vida siempre ha rechazado este tipo de premios o condecoraciones.
La excepción la hizo para ayudar a “soñar” una Europa más humana para que deje de estar “cansada y envejecida, no fértil ni vital”, alejada de las “grandes ideas” que inspiraron el proyecto iniciado por los padres fundadores después de la segunda guerra mundial. 
Así, la invitó a ser una “Europa que, lejos de proteger espacios, se convierta en madre generadora de procesos”. Procesos de “inclusión y trasformación”.
El Premio Internacional Carlomagno de Aquisgrán se concede por los trabajos realizados en favor de la unificación europea.
Un reconocimiento justificado en el compromiso de papa Francisco en la construcción de una Europa de paz, basada en los valores comunes y abierta a otros pueblos y continentes, justificaron los organizadores.
La ceremonia comenzó con un discurso pronunciado por el presidente del Parlamento Europeo, Martin Schulz, por el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, y por el presidente del Consejo, Donald Tusk.
Los líderes europeos destacaron la estatura moral, humana e internacional del Pontífice. Una voz del sur. “El Papa argentino, latinoamericano, que mira al mundo con humildad”, destacó el presidente Schulz del Parlamento Europeo.
Ayudar a 12 refugiados y hospedarlos en el Vaticano, considerando la pequeñez de su territorio es un ejemplo de valor y solidaridad para Europa, evidenció Jean-Claude Juncker, Presidente de la Comisión Europea.
Y destacó la imagen de “lavar los pies a los refugiados”, además de su llamado concreto a “proteger el medio ambiente” y la “familia”.
Una Iglesia que en vez de “condenar” inspira “sentimientos positivos” y “nunca más el miedo, el desprecio o la ira”. “Esta es la Iglesia de la que todos tenemos necesidad”, dijo, Donald Tusk, Presidente del Consejo Europeo.
El Sueño del Papa para Europa y los pueblos 
El premio fue una ocasión para pedir “un impulso nuevo y valiente para este amado continente”.
A continuación, el “sueño” de un nuevo humanismo europeo del papa Francisco:
Sueño una Europa joven, capaz de ser todavía madre: una madre que tenga vida, porque respeta la vida y ofrece esperanza de vida.
Sueño una Europa que se hace cargo del niño, que como un hermano socorre al pobre y a los que vienen en busca de acogida, porque ya no tienen nada y piden refugio.
Sueño una Europa que escucha y valora a los enfermos y a los ancianos, para que no sean reducidos a objetos improductivos de descarte.
Sueño una Europa donde ser emigrante no sea un delito, sino una invitación a un mayor compromiso con la dignidad de todo ser humano.
Sueño una Europa donde los jóvenes respiren el aire limpio de la honestidad, amen la belleza de la cultura y de una vida sencilla, no contaminada por las infinitas necesidades del consumismo;
Sueño una Europa donde casarse y tener hijos sea una responsabilidad y una gran alegría, y no un problema debido a la falta de un trabajo suficientemente estable.
Sueño una Europa de las familias, con políticas realmente eficaces, centradas en los rostros más que en los números, en el nacimiento de hijos más que en el aumento de los bienes.
Sueño una Europa que promueva y proteja los derechos de cada uno, sin olvidar los deberes para con todos.
Sueño una Europa de la cual no se pueda decir que su compromiso por los derechos humanosha sido su última utopía.

El premio debe su nombre a Carlomagno, rey de los francos, considerado el “padre de Europa” por sus contemporáneos. El presidente Schulz fue el galardonado con el premio el pasado año.  Juan Pablo II recibió este premio en 2004. 

Papa Francisco responde a teólogo Hans Küng sobre la infalibilidad ABC sobre la infalibilidad del Pontífice definida por el Concilio Vaticano I

El 9 de marzo en la prensa internacional se publicó una carta del teólogo suizo Hans Küng en la cual invitaba al papa Francisco a abrir un debate sobre el dogma de la infalibilidad del Sucesor de Pedro.
Sin embargo, ¿qué significa que el Romano Pontífice no se equivoca y que lo que dice es irreformable, a no ser que sea voluntad de Dios?
“Me ha respondido con una carta fraternal, no ha puesto límites a la discusión sobre el dogma”, reveló Küng. La carta que tiene fecha del 20 de marzo llegó a manos del teólogo a través de la nunciatura apostólica de Berlín después de Pascua.
El teólogo también elogió la reciente exhortación, Amoris laetitia, que declara en la introducción: “no todos los debates doctrinales, morales o pastorales deben ser resueltos con intervenciones magisteriales”.
Entretanto, subrayó el gesto del Papa y “el carácter fraternal de su carta -en español- mediante el uso del encabezamiento en cursiva y en alemán “lieber Mitbruder” (“querido hermano”)”.
En el comunicado enviado a varios medios, entre otros El País, explica que la exhortación se posiciona contra “una fría moral de gabinete”.
Küng rechazó publicar la carta completa solicitada por el periódico National Catholic Reporter debido a una “prudencia” que le debe al Papa.
El también profesor emérito de teología ecuménica en la Universidad de Tübingen, en Alemania, ha dado ha conocer los puntos más importantes del intercambio:
“Que el papa Francisco me respondiera y que no me dejara con mi llamamiento, por decirlo de alguna manera, suspendido en el vacío”, constató.
“Que fuera él mismo quien respondiera, y no su secretario privado o el cardenal secretario de Estado”.
Asimismo, “que haya leído con atención mi llamamiento, cuya traducción española le adjuntaba”.
“Que –prosiguió- valorara altamente las reflexiones que me habían conducido a publicar el volumen 5 [de mis obras completas], dedicado a la infalibilidad, en el que propongo debatir teológicamente las diferentes cuestiones en torno a este dogma a la luz de la sagrada Escritura y de la Tradición”.
Küng considera que la Iglesia del siglo XXI, semper reformanda, puede profundizar “en un diálogo constructivo con la ecúmene y la sociedad postmoderna”.
“Estoy convencido de que, por fin, también el dogma de la infalibilidad, una cuestión fundamental y decisiva de la Iglesia católica, se podrá debatir con espíritu libre, abierto y alejado de todo prejuicio”.
ABC sobre qué es la infalibilidad del Papa
A continuación, presentamos algunas claves de lectura sobre la infalibilidad.
La cuestión principal: ¿Qué significa que el Romano Pontífice no se equivoca y que lo que dice es irreformable, a no ser que sea voluntad de Dios?, como reza la doctrina católica.
La infalibilidad del Papa no es una garantía de algún poder temporal, sino una garantía de dogma. De acuerdo con la enseñanza de la Iglesia.
La posición de la Iglesia
El Papa Benedicto XVI saluda
Papa Benedicto XVI. La infalibilidad no se aplica cuando el Papa expresa una opinión personal 
La infalibilidad del Papa es una garantía de dogma, es decir la doctrina de Dios revelada por Jesucristo a los hombres y testificada por la Iglesia. De acuerdo con la promesa de Jesús a san Pedro, el Vicario de Cristo en la tierra no se equivoca en la fe y la moral.
¿Cómo se define la infalibilidad?
El Papa es infalible cuando define como maestro y pastor (ex cathedra) los principios de la fe y las costumbres de la Iglesia. Ex cathedra significa que el Papa como Sucesor de Pedro tiene la potestad de enseñar a la Iglesia.
Los concilios ecuménicos han marcado la historia del catolicismo 
pio_ix
Papa Pio IX. El Concilio Vaticano I, en 1870 proclamó que el Papa era infalible. Sin embargo, las enseñanzas normales del Papa no se consideran infalibles. 
La infalibilidad se ejerce sobre todo cuando el Papa y los obispos se reúnen en el concilio ecuménico, lo cual ha marcado algunas distancias con los ortodoxos.
De hecho, la organización de la doctrina de la Iglesia ha sido un proceso intenso, riguroso y en tiempos determinados. Desde el primer siglo hasta hoy, la Iglesia ha convocado 22 concilios ecuménicos.
El Concilio Vaticano I definió la infalibilidad papal
En este sentido, el Concilio Vaticano I define el dogma de la infalibilidad pontificia en la Constitución Dogmática sobre la Iglesia de Cristo, Pastor Aeternus(Cuarta sesión del Concilio, 18 de julio de 1870).
El Concilio Vaticano II pone de relieve la colegialidad de los obispos 
Sucesivamente, el Concilio Vaticano II (1962-1965) pone de relieve su complemento: la colegialidad de los obispos.
Pope Francis Sitting - Chiar - Thinking
La infalibilidad no es una garantía de algún poder temporal, sino una garantía de dogma. 
La Iglesia sostiene que en un contexto de apertura explícita hacia el mundo y en la búsqueda de profundizar la teología eclesial inspirada en las raíces de la fe, suscribe la Constitución dogmáticaLumen Gentium (21 de noviembre de 1964).
En esa Constitución, la Iglesia reitera las definiciones del Concilio Vaticano I sobre el poder del Papa y las complementa con la colegialidad de los obispos.
La Iglesia, la infalibilidad y los fieles…
Por ello, la posición de la Iglesia es que los católicos, asimismo, reconocen con reverencia el magisterio del Papa y respetan con sentido religioso su parecer como “cabeza visible” de la Iglesia de Cristo, aun “cuando no habla ex cathedra”.
Para concluir, el dogma de la infalibilidad sustenta además que desde san Pedro hasta Benedicto XVI y Francisco, la continuidad apostólica ha sido plenamente salvaguardada en la Iglesia.
Al mismo tiempo desde una visión histórica y pragmática, el papado es la más antigua institución global.
La infalibilidad aclarada por Benedicto XVI 
La infalibilidad está lejos de la idea de un papa soberano cuyo pensamiento y voluntad son la ley. “Eso es erróneo”, había explicado el papa Benedicto XVI en el libro entrevista, Luz del Mundo (2010).
“En determinadas circunstancias”, el papa puede tomar decisiones vinculantes…por las cuales queda claro cuál es la fe de la Iglesia y cuál no lo es”.
Pero aclara el papa emérito: “Lo que no significa que el papa pueda producir permanentemente afirmaciones “infalibles”.
De hecho, confirma: “Sólo cuando se dan determinadas condiciones, cuando la tradición ha sido aclarada y sabe que no actúa de forma arbitraria puede el papa decir: ésta es la fe de la Iglesia, y una negativa al respecto no es la fe de la Iglesia”.

Más recursos:

  1. Documentos del Concilio Vaticano II 
  2. Juan Pablo II, La asistencia divina en el magisterio del sucesor de Pedro,       Audiencia General (Miércoles 17 de marzo de 1993).
  3. Pablo VI, Constitución Dogmática sobre la Iglesia, Lumen Gentium. Roma, en San Pedro, 21 de noviembre de 1964.

El cristiano ante la muerte. Algunas claves para entender el final de la vida


WEB-MOURNING-SAD-FRIENDS-HUG-COUPLE-Shutterstock_285296222-Antonio Guillem-AI



Vivimos normalmente un determinado número de años, habiendo sufrido, como todo mundo, algunas enfermedades pasajeras. Pero un buen día, descubrimos con pena que tenemos cáncer y ese cuerpo tan fiel, tan duradero, tan útil, se nos empieza a desmoronar irremediablemente. Y después de muchos o pocos cuidados, en un plazo más o menos corto, morimos.
O bien puede suceder que estando perfectamente sanos, caemos fulminados por un paro cardíaco o perecemos víctimas de un accidente fatal.
Al final, de una manera u otra, TODOS MORIREMOS. Nadie absolutamente escapará de la muerte. Es la realidad más irrefutable del mundo. Desde que somos concebidos en el vientre de nuestra madre, somos por definición, mortales.
La muerte es el trance definitivo de la vida. Ante ella cobra todo su realismo la debilidad e impotencia del hombre. Es un momento sin trampa. Cuando alguien ha muerto, queda el despojo de un difunto: un cadáver.
Esta situación provoca en los familiares y la comunidad cristiana un clima muy complejo. El cuerpo del muerto genera preguntas, cuestiones insoportables. Nos enfrenta ante el sentido de la vida y de todo, causa un dolor agudo ante la separación y el aniquilamiento. Todo el que haya contemplado la dramática inmovilidad de un cadáver no necesita definiciones de diccionario para constatar que la muerte es algo terrible.
Ese ser querido, del que tantos recuerdos tenemos, que entrelazó su vida con la nuestra, es ahora un objeto, una cosa que hay que quitar de en medio, porque a la muerte sigue la descomposición. Hay que enterrarlo. Y después del funeral, al retirarnos de la tumba, vamos pensando con Becquer: ¡Qué solos y tristes se quedan los muertos!”.
¿Qué es la muerte?
La definición dada por un diccionario muy en boga es:”La cesación definitiva de la vida”. Y define la vida como “el resultado del juego de los órganos, que concurre al desarrollo y conservación del sujeto”.
Habrá que reconocer que estas u otras definiciones tanto de la vida como de la muerte, no expresan toda la belleza de la primera y todo el horror de la segunda.
La muerte es trágica. El hombre, que es un ser viviente, se topa con la muerte, que es la contradicción de todo lo que un ser humano anhela: proyectos, futuro, esperanzas, ilusiones, perspectivas y magníficas realidades.
Actitud instintiva ante la muerte
No es de extrañar, pues, el horror a la muerte. Y no tan solo al misterioso momento de la “cesación de la vida”, sino tal vez más, al proceso doloroso que nos lleve a la muerte.
Tenemos el maravilloso instinto de conservación que nos hace defender y luchar por la vida. Sabemos que la vida es un don formidable y la humanidad ama la vida, propaga la vida, defiende la vida, prolonga la vida y odia la muerte. En muchos casos luchamos por la vida aunque ésta sea un verdadero infierno.
Si hay personas que en el colmo de la desesperanza recurren al suicidio, lo normal es que no queremos morir y estamos dispuestos a pasar por todos los sufrimientos y a gastar toda nuestra fortuna para curar a un enfermo. Le peleamos a la muerte un ser querido a costa de lo que sea, de vez en cuando hasta en contra de la voluntad del interesado. ¡La vida es la vida!
Gracias a los progresos de la ciencia y la tecnología, podemos ahora recurrir a métodos sensacionales en la lucha contra la muerte.
Ejemplo formidable de ello es el trasplante de órganos, incluido el corazón. Por desgracia, en algunas ocasiones, esa lucha no es en realidad prolongación de la vida, sino de una dolorosa agonía sin sentido. Nos sentimos obligados a sacar del cuerpo del enfermo agonizante, hasta el último latido de un corazón que por sí solo se detendría, totalmente agotado.
Triste espectáculo el ver a nuestros ser querido lleno de tubos por todos lados y rodeado de sofisticados aparatos en una sala de terapia intensiva. No nos resignamos a dejarlo morir.
La muerte digna
Se plantea ahora la cuestión del derecho a una “muerte digna”. Debemos entender por esto el derecho que tiene la persona a decidir por sí misma el tratamiento a su enfermedad. Cuando el cuerpo ya ha cumplido su ciclo normal de vida, no hay obligación de recurrir “a métodos extraordinarios” para prolongar la vida, según lo define la Iglesia. El enfermo tiene derecho de pedir que lo dejen morir en paz.
Puede llegar el momento en que no sea justo mantener artificialmente viva a una persona, a costa de la misma persona. Los sufrimientos de una agonía prolongada por una idea equivocada de lo que es la vida o lo que es la muerte, no tienen sentido.
Pero una cosa es prescindir de aquellos métodos extraordinarios y otra es la de provocar la muerte positivamente, crimen que es llamado eutanasia. Tampoco podemos llamar “muerte digna” al suicidio. Ni estamos obligados a posponer dolorosamente el momento de la muerte, ni podemos provocarla.
¿Sabemos algo del mas allá?
Desde que el hombre es hombre, ha tenido la intuición de que la vida, de alguna manera, no termina con la muerte. Los más antiguos testimonios arqueológicos de la humanidad son precisamente las tumbas, en las cuales podemos descubrir la idea que las diferentes culturas tenían del más allá.
Del mismo modo, el hombre siempre ha intentado de mil maneras, entrar en contacto con los difuntos. Diversas clases de espiritismo, apariciones, fantasmas, ánimas en pena, han sido un vano y supersticioso intento de trasponer los dinteles de la muerte y saber algo del más allá.
¡Cuántas teorías ha inventado el hombre! ¡Cuántos experimentos ha hecho! Proliferan libros, novelas y revistas desde las más inocentes hasta las más terroríficas, pasando por la ciencia-ficción que aparentando solidez científica, no hace sino descubrir su falsedad.
La realidad es que nuestros esfuerzos por investigar lo que sucede después de la muerte son por demás frustrantes. Podemos decir que todo queda en especulaciones, algunas totalmente equivocadas o fraudulentas, que no explican nada ni consuelan a nadie. No sabemos prácticamente nada.
Una luz en las tinieblas
Sin embargo nuestro Creador, profundo conocedor de nuestra naturaleza humana, no podía habernos dejado en completas tinieblas acerca de un asunto tan inquietante e importante como es la muerte y lo que sucede en el más allá.
En su inmenso amor por la humanidad, nos envió a Su Hijo Unigénito, su Segunda Persona Divina, como Luz del Mundo.
En Jesucristo Nuestro Señor todas las tinieblas quedan disipadas. Su infinita sabiduría nos ilumina hasta donde Él quiso que viéramos: “Yo soy la Luz del Mundo. Quien me sigue no andará en tinieblas”.
Somos inmortales
Toda la Sagrada Escritura nos enseña, pero especialmente el Nuevo Testamento nos descubre el sentido de la vida y de la muerte y nos hace atisbar lo que Dios tiene preparado para nosotros en la eternidad.
Lo primero que debería asombrarnos es que Dios, el eterno por antonomasia haya querido compartir nuestra naturaleza humana hasta el grado de sufrir El también la muerte.
Jesucristo no vino a suprimir la muerte sino a morir por nosotros. “Se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz” (Fil.2:8). El misterio de la Cruz nos enseña hasta qué punto el pecado es enemigo de la humanidad ya que se ensañó hasta en la humanidad santísima del Verbo Encarnado.
En su vida pública, el Señor Jesús se refirió de muchas maneras al momento de la muerte y su tremenda importancia.
En aquella ocasión en que los Saduceos, que ni creían en la otra vida, le preguntaron maliciosamente de quién sería una mujer que había tenido siete maridos cuando ésta muriera, Jesús les contestó: “En este mundo los hombres y las mujeres se casan, Pero los que sean juzgados dignos de entrar al otro mundo y de resucitar de entre los muertos, ya no se casarán. Sepan además que no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles. Y son hijos de Dios, pues El los ha resucitado” (Lc,20:34-36)
Cuando murió su amigo Lázaro, ante la profesión de fe de Marta, el Señor dijo: “Yo soy la Resurrección. El que cree en Mí, aunque muera vivirá. El que vive por la fe en M í, no morirá para siempre” (Jn. l1:25)
Hay que tener en cuenta que cuando Jesucristo habla de la vida, en ocasiones se refiere explícitamente a la vida del cuerpo, que promete será restituida con la resurrección de la carne: “No se asombren de esto: llega la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán mi voz. Los que hicieron el bien, resucitarán para la vida; pero los que obraron el mal, resucitarán para la condenación” (Jn.5:29).
En otras ocasiones, en cambio, se está refiriendo a la Vida de la Gracia o sea a la participación de su propia Vida Divina que nos comunica por amor.
Ejemplo de esto es el sublime discurso del “Pan de Vida “que San Juan nos transcribe en su capítulo sexto: “yo soy el Pan vivo bajado del Cielo; el que coma de este Pan, vivirá para siempre” (Jn.6:51). Y más adelante, en el versículo 54 nos hace esta maravillosa promesa: “El que come mi carne y bebe mi sangre, vive de la vida eterna y yo lo resucitaré en el último día”.
Muerte y Resurrección
Así, el cristiano sabe que la muerte no solamente no es el fin, sino que por el contrario es el principio de la verdadera vida, la vida eterna.
En cierta manera, desde que por los Sacramentos gozamos de la Vida Divina en esta tierra, estamos viviendo ya la vida eterna. Nuestro cuerpo tendrá que rendir su tributo a la madre tierra, de la cual salimos, por causa del pecado, pero la Vida Divina de la que ya gozamos, es por definición eterna como eterno es Dios.
Llevamos en nuestro cuerpo la sentencia de muerte debida al pecado, pero nuestra alma ya está en la eternidad y al final, hasta este cuerpo de pecado resucitará para la eternidad. San Pablo (Rom.8:11) lo expresa magníficamente:
“Mas ustedes no son de la carne, sino del Espíritu, pues el Espíritu de Dios habita en ustedes. El que no tuviera el Espíritu de Cristo, no sería de Cristo. En cambio, si Cristo está en ustedes, aunque el cuerpo vaya a la muerte a consecuencia del pecado, el espíritu vive por estar en Gracia de Dios. Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos está en ustedes, el que resucitó a Jesús de entre los muertos dará también vida a sus cuerpos mortales; lo hará por medio de su Espíritu, que ya habita en ustedes”.
El cristiano iluminado por la fe, ve pues la muerte con ojos muy distintos de los del mundo. Si sabemos lo que nos espera una vez transpuesto el umbral de la muerte, puede ésta llegar a hacerse deseable.
El mismo San Pablo, enamorado del Señor, se queja “del cuerpo de pecado” pidiendo ser liberado ya de él. “Para mí la vida es Cristo y la muerte ganancia” (Fip.1:21) “Cuando se manifieste el que es nuestra vida, Cristo, ustedes también estarán en gloria y vendrán a la luz con El” (Col.3,4).
El cielo
Por desgracia somos tan carnales, tan terrenales, que nos aferramos a esta vida. Después de todo, es lo único que conocemos, lo único que hemos experimentado.
A partir del uso de la razón, aprendemos a discernir entre las cosas buenas de la vida y las malas, entre lo bello y lo feo, entre lo placentero y lo desagradable. Y trabajamos arduamente para obtener de la vida lo mejor para nosotros. Todos los afanes del hombre están motivados para acomodarnos en la tierra lo mejor que podamos.
No podernos negar que la vida puede ofrecernos cosas preciosas. Gozar de la belleza del mundo prodigioso, abrir los sentidos al cosmos entero, la inteligencia a los secretos que la materia encierra, aprender a amar y ser amados, crear obras de arte, terminar bien un trabajo, ver el fruto de nuestros afanes, tener lo que llamamos “satisfactores” por que precisamente satisfacen nuestros gustos, conocer otras culturas, leer un buen libro, etc…
No es fácil relativizar todo ello o restarle importancia. Nuestros parientes y amigos, nuestras posesiones, nuestros proyectos, son todo lo que tenemos y por lo que hemos trabajado toda la vida. Nos hemos gastado en ello, invirtiendo todas nuestras fuerzas.
Y por ello, ni pensamos en la otra vida. Ni en el Cielo ni el Infierno. Ni el Cielo nos atrae, ni el Infierno nos asusta. Vivimos inmersos en el tiempo, como si fueramos inmortales. Hablar de Cielo o de Infierno hasta puede parecer ridículo. ¡Y sin embargo es, una cosa u otra, nuestro destino ineludible!
No es el objeto de este Folleto hablar del Infierno, que hemos tratado en el Folleto EVC No. 58 sino de abrir los corazones, pero no podemos dejar de recomendar el No.272 “El Cielo”, en que la EVC reproduce una magistral conferencia dictada por el Padre Monsabré.
Podemos decir que todos los goces o todas las penas de esta vida temporal, no tienen tanta importancia, no son para tanto. San Pablo, que fue arrebatado en éxtasis para tener un atisbo de los que nos espera, no puede describir con palabras humanas su experiencia: “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre lo que Dios tiene preparado para los que le aman” (1 Cor.2:9). Y en 11 Cor. 12:4, nos confía que arrebatado al paraíso, donde oyó palabras que no se pueden decir; son cosas que el hombre no sabría expresar”.
Ante lo efímero de los goces o sufrimientos de esta vida, el mismo Apóstol nos recomienda en la carta a los Colosenses :
3:1-4, “Busquen las cosas de arriba, donde se encuentra Cristo; piensen en las cosas de arriba, no en las de la tierra”
El camino y la meta
Esta manera de pensar puede ser comparada con un viaje: por encantador que sea el paisaje del camino eso no es lo importante, sino el llegar al lugar de destino. Sería una torpeza desear que el camino nunca terminara y olvidar que al fin de éste, nos esperan por ejemplo, unas vacaciones deliciosas a la orilla del mar.
Podría existir la posibilidad de que cambiáramos de opinión y decidiéramos detenernos en un lugar más hermoso que el mismo fin planeado anteriormente. Pero en la vida esto no puede suceder: vamos a la muerte indefectiblemente; no podemos detener el tiempo, no podemos “cambiar los planes”. Y si avanzamos fatalmente al fin del viaje, es de sabios fijar nuestra vista en lo que nos puede esperar.
Podría alguien decir que pensar “en las cosas de arriba” como nos aconseja el Apóstol, va en detrimento del progreso de la humanidad y del desarrollo de todas las posibilidades del ser humano. Por eso dijo Marx que la religión era el opio de los pueblos. Y no le faltaba razón al estudiar ciertas religiones, sobre todo orientales, en las que parece que todo el esfuerzo humano radica en fugarse de la realidad cotidiana.
El cristianismo no cae en esa posición. La historia lo demuestra ampliamente al comprobar cómo ha sido precisamente en los países cristianos en donde se han dado los más grandes pasos en el bienestar del ser humano.
El peligro no radica tanto en ’fugarse” sino por el contrario en aferrarse en lo temporal, perdiendo de vista lo eterno. El auténtico seguidor de Jesucristo, al mismo tiempo que trabaja por hacer este mundo más habitable, no pierde de vista sin embargo, que esto no es sino el camino a la felicidad eterna y sin límites que Dios nos promete.
Vivimos con los pies bien asentados en la tierra, pero con el anhelo de obtener al fin de nuestros días, la corona de gloria eterna.
Envejecer es maravilloso
El instinto de conservación y la falta de fe, nos hacen tener horror al envejecimiento irremediable. Hemos hecho de la juventud un mito. “Juventud, divino tesoro” dijo el poeta, y perder la juventud lo consideramos un drama.
Da pena ver a personas maduras y post-maduras, intentar defenderse de la calvicie, de las canas, de las arrugas… No logran, por supuesto, engañar a nadie y menos detener el tiempo.
Todas las operaciones de cirugía plástica que sufren, ni preservan la belleza juvenil, ni restan un sólo día a su avanzada edad. Todos esos intentos vanos por beber en la fuente de la eterna juventud, no hacen sino evidenciar que hemos perdido el sentido de la vida y de la muerte.
La edad no solamente nos hace poner en su justa medida las cosas temporales (cosa que los jóvenes no han aprendido todavía) sino que nos acercan más y más a Dios, nuestro último fin. Los ancianos llevan ventaja a los muchachos. Ya van llegando a su realización plena, van llegando a la meta.
El gran San Pablo nos escribe: “Por eso no nos desanimamos. Al contrario, mientras nuestro exterior se va destruyendo, nuestro hombre interior se va renovando día a día. La prueba ligera y que pronto pasa, nos prepara para la eternidad una riqueza de gloria tan grande que no se puede comparar. Nosotros, pues, no nos fijamos en lo que se ve, sino en lo invisible, ya que las cosas visibles duran un momento y las invisibles son para siempre.” (II Cor.4:16-18)
Y no es que nos resignemos mansamente a lo inevitable. Es por el contrario la conciencia jubilosa de que estamos siendo llamados por Dios.
Las canas y arrugas son los signos de este gozoso llamado. Y las enfermedades y achaques nos dicen lo mismo: la meta está ya cerca. Pronto verás a Dios.
El gran San Ignacio de Antioquía, anciano y camino al martirio, avanza gozoso al encuentro con Dios y escribe a los romanos: “Mi amor está crucificado y ya no queda en mí el fuego de los deseos terrenos; únicamente siento en mi interior la voz de una agua viva que me habla y me dice:\\’ Ven al Padre. No encuentro ya deleite en el alimento material ni en los placeres de este mundo”.
¡Qué maravilla llegar a comprender que la muerte es el inicio de la verdadera vida y que todo esto no ha sido sino un ensayo, un camino, una invitación!
La liturgia de los difuntos
La reforma litúrgica implementada a raíz del Concilio Vaticano II, ha puesto empeño en hacer resaltar los aspectos positivos del trance de la muerte. Lo primero que nos llama la atención es el abandono de los ornamentos color negro en las Misas de Difuntos, por ser el negro signo de duelo sin asomo de consuelo ni esperanza.
Sin ignorar el aspecto trágico de la muerte, lo que sería una falacia, el Ritual de Sacramentos en la introducción a las Exequias acentúa la esperanza del creyente. “A pesar de todo, la comunidad celebra la muerte con esperanza. El creyente, contra toda evidencia, muere confiado: “En tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc.23:26)
En medio del enigma y la realidad tremenda de la muerte, se celebra la fe en el Dios que salva”.
“En el corazón de la muerte, la iglesia proclama su esperanza en la resurrección. Mientras toda imaginación fracasa, ante la muerte, la iglesia afirma que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz. La muerte corporal será vencida.”
“En la celebración de la muerte, la iglesia festeja “el misterio pascual” con el que el difunto ha vivido identificado, afirmando así la esperanza de la vida recibida en el Bautismo, de la comunión plena con Dios y con los hombres honrados y justos y, en consecuencia, la posesión de la bienaventuranza”
En un equilibrio notable entre las realidades temporales como son el pecado y la muerte, en la Oración Colecta de la Misa de Difuntos, asegura la acción salvadora de Jesucristo: “Dios, Padre Todopoderoso, apoyados en nuestra fe, que proclama la muerte y resurrección de tu Hijo, te pedimos que concedas a nuestro hermano N. que así como ha participado ya de la muerte de Cristo, llegue también a participar de la alegría de su gloriosa resurrección”.
Al mismo tiempo que se ora por el difunto, pidiendo al Señor se digne perdonar sus culpas, hay un grito de esperanza en la misericordia infinita del Salvador.
En la oración sobre las Ofrendas, queda expresado perfectamente este sentimiento: “Te ofrecemos, Señor, este sacrificio de reconciliación por nuestro hermano N. para que pueda encontrar como juez misericordioso a tu hijo Jesucristo, a quien por medio de la fe reconoció siempre como su Salvador”.
“La muerte, es por tanto, un momento santo: el del amor perfecto, el de la entrega total, en el cual, con Cristo y en Cristo, podemos plenamente realizar la inocencia bautismal y volver a encontrar, más allá de los siglos, la vida del Paraíso” (Romano Guardini)
La mejor y más completa respuesta al problema de la muerte la encontramos en los escritos de San Pablo. Recordemos la, magnífica frase: “Al fin de los tiempos, la muerte quedará destruida para siempre, absorbida en la victoria” (I Cor.15:26).
Con el realismo que caracteriza a la Iglesia Católica, toda la liturgia de Difuntos, ofrece a Dios sufragios por los muertos, sabiendo que todos, en mayor o menor grado, hemos ofendido a Dios, pero con la plena confianza en la infinita misericordia divina, que garantiza al final el goce de la bienaventuranza. Por ello el libro del Apocalipsis nos enseña: “Bienaventurados los que mueren en el Señor” (Ap.21:4).
Repetimos una y otra vez al orar por los nuestros: “Dale Señor el descanso eterno y brille para él la Luz Perpetua”. Descanso de las luchas y fatigas de esta vida; luz para siempre, sin sombras de muerte, sin tinieblas de angustias, dudas o ignorancias. La luz total de contemplar la gloria de Dios en todo su esplendor, en la consumación del amor perfecto y eterno.
“La Muerte es la compañera del amor, la que abre la puerta y nos permite llegar a Aquel que amamos”.
San Agustín
“La Vida se nos ha dado para buscar a Dios, la muerte para encontrarlo, la eternidad para poseerlo”.
FI. Novet
Artículo originalmente publicado por encuentra.com