martes, 17 de marzo de 2020

¿Cómo pudo vivir José junto a María sin tener relaciones sexuales?



Su amor a María era tan grande que no echaba en falta manifestaciones sexuales

Puede llegar a ser muy difícil de entender, en la sociedad sexualizada en que vivimos, la castidad del esposo de la Virgen María, José de Nazaret.
¿Puede vivir un hombre joven, casado con una chica de buen ver, su amor a Dios y a su esposa dentro de la castidad que le pidió Dios?
Esas dudas también aparecían la sociedad primitiva, hasta el punto que pintaron a José de Nazaret como un anciano que había perdido el vigor sexual en su cuerpo, porque querían resaltar la virginidad de María.
Sin embargo, leyendo despacio, el Evangelio, especialmente el de Mateo, nos da unos rasgos de José de Nazaret suficientes para entender su castidad y el respeto que tuvo para con la Virgen María
María, la Madre de Jesús, fue siempre Virgen, antes, durante y después del parto. La Iglesia afirma este dogma desde el Credo compuesto por los Apóstoles.
“El concilio de Calcedonia (451), en su profesión de fe, redactada esmeradamente y con contenido definido de modo infalible, afirma que Cristo “en lo últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, (fue) engendrado de María Virgen, Madre de Dios, en cuanto a la humanidad” (DS 301).
Del mismo modo, el tercer concilio de Constantinopla (681) proclama que Jesucristo “nació del Espíritu Santo y de María Virgen, que es propiamente y según verdad madre de Dios, según la humanidad” (DS 555).
Otros concilios ecuménicos (Constantinopolitano II, Lateranense IV y Lugdunense II) declaran a María “siempre virgen”, subrayando su virginidad perpetua (cf. DS 423, 801 y 852).
El Concilio Vaticano II ha recogido esas afirmaciones, destacando el hecho de que María, “por su fe y su obediencia, engendró en la tierra al Hijo mismo del Padre, ciertamente sin conocer varón, cubierta con la sombra del Espíritu Santo” (Lumen gentium, 63)”. (Catequesis de san Juan Pablo II, el 10 de julio de 1996)
La Iglesia ha considerado siempre como “verdad de fe” la virginidad de María, y en consecuencia también la castidad total de su esposo, José.
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¿Cómo pudo vivir José al lado de su esposa sin consumar el matrimonio?

La explicación la encontramos en el mismo momento en que José abrazó su vocación de acoger a su esposa y mantenerla virgen, porque “lo que en Ella había era obra del Espíritu Santo”, como le anunció el ángel en sueños (Mt, 1, 18-25).
Dice Mateo que José era un “hombre justo”, es decir, según el significado de la época, era un hombre santo. Por eso, al conocer que estaba María encinta “no quería difamarla” (Mt, 1, 19).
Según la Ley (Dt 22, 20-29), José podía repudiar a su mujer, pero como sabía que era una joven santa, decidió dejarla en secreto (Mt. 1, 19). La ley de Moisés (Ibidem) condenaba a la lapidación a la mujer virgen que había roto su compromiso como esposa.
Mucho debió sufrir José al no entender por qué y cómo estaba su mujer encinta sin haber convivido antes.
Y también la Virgen María sufrió, porque nada podía decir a su esposo, pues el arcángel Gabriel no se lo había autorizado (solo le autorizó a hablar con su prima Isabel).
Ella esperaría que José tuviera una revelación del Señor, pues “para Dios no hay nada imposible” (Mt, 19, 26).
Por esta razón, y mientras tenía estas cavilaciones (Mt, 1, 20-23), se le apareció un ángel del Señor y le comunicó: “No temas recibir a María tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo”.
Y se acordó José de la profecía que decía: “He aquí que la Virgen concebirá y dará a luz a un hijo y le pondrán por nombre Emmanuel, que significa Dios con nosotros”.
Nadie puede dudar de la fidelidad de José a su vocación, hacia María y hacia Jesús. Él aceptó lo que le pidió Dios a través del ángel, con todas sus consecuencias: “José hizo lo que el ángel del Señor le había ordenado” (Mat 1, 24).
Y tras este sueño, José vio la luz, entendió que Dios le pedía que conviviera con María, respetando su virginidad y ayudando nada menos que al crecimiento de Jesús, el Hijo de Dios.
Tuvo que trabajar duro para sacar adelante a su familia, en Belén, en Egipto y en Nazaret. Y se santificó trabajando.

Tras la revelación del ángel, y por la gracia especial que recibió de Dios, como ocurre con toda vocación divina, se abrazó a lo que Dios le pidió.
La castidad de José expresa que la “pureza nace del amor”. Dice san Josemaría Escrivá: “Quien no sea capaz de entender un amor así, sabe muy poco de lo que es el verdadero amor, y desconoce por entero el sentido cristiano de la castidad” (Homilía “En el taller de José”, Es Cristo que pasa, n.40).
Es normal que José abrazara esta vocación que era el final de una fuerte pesadilla: por fin conoció qué quería Dios de él. Y con todo su cariño, su amor y su alegría, se entregó a esa vocación divina.
Su amor a María era tan grande que no echaba en falta manifestaciones sexuales para este amor de esposo fundado en el amor a Dios y a su Hijo Jesucristo.

En aquella época no estaba muy bien visto que la mujer permaneciera virgen, pues lo más importante era ser madre y cumplir el mandato divino de “creced y multiplicaos” (Gen. 1, 28).
Tanto es así, que Isabel, la prima de María, le dijo que al esperar un hijo “el Señor se dignó a borrar mi oprobio entre los hombres” (Lc, 1, 25). ¡Era un oprobio, una humillación no tener hijos!
Por todo ello, y por muchas cosas más, san José es patrono de las vocaciones, de las vocaciones especialmente sacerdotales. Es un gran intercesor para las vocaciones, en un momento en que estas son tan importantes para extender el Reino de Dios.
Y es el patrono de las familias, de toda la Iglesia universal, el patrono también de muchas órdenes y congregaciones religiosas, y de muchas instituciones laicales.
El papa Francisco es muy devoto de san José y por eso inició su pontificado -tras su elección el 13 de marzo de hace tres años- el día de san José, el 19 del mismo mes.
Y en la fiesta de san José de 2016, firmó el documento sobre la familia, surgido de los debates de los dos sínodos episcopales del 2014 y del 2015, acordándose también del patrono de las familias, san José.

Lecturas del Martes de la 3ª semana de Cuaresma

Primera lectura

Lectura de la profecia de Daniel (3,25.34-43):

EN aquellos días, Azarías, puesto en pie, oró de esta forma; alzó la voz en medio del fuego y dijo:
«Por el honor de tu nombre,
no nos desampares para siempre,
no rompas tu alianza,
no apartes de nosotros tu misericordia.
Por Abrahán, tu amigo; por Isaac, tu siervo;
por Israel, tu consagrado;
a quienes prometiste multiplicar su descendencia
como las estrellas del cielo,
como la arena de las playas marinas.
Pero ahora, Señor, somos el más pequeño
de todos los pueblos;
hoy estamos humillados por toda la tierra
a causa de nuestros pecados.
En este momento no tenemos príncipes,
ni profetas, ni jefes;
ni holocausto, ni sacrificios,
ni ofrendas, ni incienso;
ni un sitio donde ofrecerte primicias,
para alcanzar misericordia.
Por eso, acepta nuestro corazón contrito
y nuestro espíritu humilde,
como un holocausto de carneros y toros
o una multitud de corderos cebados.
Que este sea hoy nuestro sacrificio,
y que sea agradable en tu presencia:
porque los que en ti confían
no quedan defraudados.
Ahora te seguimos de todo corazón,
te respetamos, y buscamos tu rostro;
no nos defraudes, Señor;
trátanos según tu piedad,
según tu gran misericordia.
Líbranos con tu poder maravilloso
y da gloria a tu nombre, Señor».

Palabra de Dios

Salmo

Sal 24,4-5ab.6.7bc.8-9

R/. Recuerda, Señor, tu ternura

V/. Señor, enséñame tus caminos,
instrúyeme en tus sendas:
haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador. R/.

V/. Recuerda, Señor, que tu ternura
y tu misericordia son eternas;
acuérdate de mí con misericordia,
por tu bondad, Señor. R/.

V/. El Señor es bueno y es recto,
y enseña el camino a los pecadores;
hace caminar a los humildes con rectitud,
enseña su camino a los humildes. R/.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Mateo (18,21-35):

EN aquel tiempo, acercándose Pedro a Jesús le preguntó:
«Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?».
Jesús le contesta:
«No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
Por esto, se parece el reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus criados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El criado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo:
“Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”.
Se compadeció el señor de aquel criado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero al salir, el criado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba diciendo:
“Págame lo que me debes”.
El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo:
“Ten paciencia conmigo y te lo pagaré”.
Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo:
“¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo rogaste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?”.
Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.
Lo mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si cada cual no perdona de corazón a su hermano».

Palabra del Señor