domingo, 11 de marzo de 2018

¿Por qué hay santos?



Necesitamos ejemplos e intercesores

Desde los primeros siglos, en la Iglesia se comenzó a venerar a los mártires, que habían dado su vida por Dios, con ese doble aspecto: ejemplos a seguir, e intercesores en el cielo. Más tarde, se reconoció la santidad en otras personas que la habían demostrado de modo distinto al martirio; o sea, con una vida santa.
Lo cierto es que necesitamos las dos cosas. Ejemplos, que a ser posible sean de todos los pueblos y culturas, de toda clase y condición, de todas las épocas. Nos dicen con su vida que la santidad, a la que estamos llamados todos los cristianos, es posible, no queda fuera de nuestro alcance.
En el número 828 del Catecismo de la Iglesia Católica leemos lo siguiente: “Al canonizar a ciertos fieles, es decir, al proclamar solemnemente que estos fieles han practicado heroicamente las virtudes y han vivido en la fidelidad a la gracia de Dios, la Iglesia reconoce el poder del espíritu de santidad, que está en ella, y sostiene la esperanza de los fieles proponiendo a los santos como modelos e intercesores”.
También resulta muy conveniente tener intercesores. El número 956 del Catecismo de la Iglesia Católica –que recoge un texto del concilio Vaticano II- explica los motivos: “Por el hecho de que los del cielo están más íntimamente unidos con Cristo, consolidan más firmemente a toda la Iglesia en la santidad… no dejan de interceder por nosotros ante el Padre. Presentan por medio del único Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, los méritos que adquirieron en la tierra… Su solicitud fraterna ayuda, pues, mucho a nuestra debilidad”.
Existen algunas referencias bíblicas al respecto:
En cuanto a la ejemplaridad, es algo bastante generalizado: presenta –sobre todo el Antiguo Testamento- modelos de fidelidad a Dios que recomienda seguir (Abraham, Moisés, Samuel, etc.).
De ellos, dos –Moisés y Elías- aparecen glorificados en la Transfiguración del Señor, junto a él en el monte Tabor.
Sobre su intercesión, tenemos esta cita del Apocalipsis: “Cuando recibió el libro, los cuatro seres vivos y los veinticuatro ancianos se postraron ante el Cordero, con una cítara cada uno y con copas de oro llenas de perfumes, que son las oraciones de los santos” (5, 8).
Por otra parte, hay una lógica en esto: si verdaderamente la Iglesia es un cuerpo –y cuerpo de Cristo-, y a ella pertenecen los que ya están en el cielo, es muy comprensible que contribuyan a la vida del cuerpo en su situación, lo que se realiza mediante su intercesión por quienes seguimos en este mundo.

6 prácticas que pueden ayudarnos a alcanzar la santidad

El Arzobispo de Los Ángeles, Mons. José Gomez ha hecho una recopilación, basándose en la vida de los santos y maestros de la vida espiritual, de seis prácticas que pueden ayudar a alcanzar la santidad.
En una carta pastoral, titulada “Hemos sido hechos para grandes cosas”, el Prelado indicó que para ser semejantes a Cristo “se necesita un plan de vida” y tener "un propósito".
“Nuestras vidas deben ser conducidas por un deseo alegre de trabajar con la gracia de Dios para ser más como Cristo día tras día, año tras año”, señaló.
Para alcanzar ese objetivo, Mons. Gomez recomendó trabajar "los buenos hábitos" y presentó estas seis prácticas recomendadas por los santos y maestros de la vida espiritual. Aseguró que “han dado frutos en mi propia vida espiritual”.
1.- Ser conscientes de la presencia de Dios 
El Prelado indicó que es necesario tener contacto con Dios a través de una sencilla oración al comenzar y terminar el día. En la mañana se le ofrece el día al Señor y en la tarde se reflexiona sobre lo que se hizo en la jornada.
“A lo largo del día, traten de estar conscientes del ‘sacramento del momento presente’. Nuestro objetivo es tener la certeza de que nosotros estamos vivos bajo la mirada amorosa de Dios y que con su gracia es posible hacer todo por amor a Él”, señaló.
2.- Darse un tiempo todos los días para orar
Mons. Gomez recomendó que a lo largo el día es bueno hacer una pausa de las labores cotidianas para rezar. Explicó que el propósito de la oración es llevar al hombre a la presencia del Dios vivo en una actitud de humildad, de amor y alabanza.
El Prelado aconsejó hablar con Dios de forma honesta y simple. “Dile a tu Padre qué te mantiene ansioso, qué quieres hacer por Él. Háblale sobre las áreas de tu vida que quieres mejorar. Dile que lo amas y que quieres amarlo más. Dile que quieres hacer su voluntad, como lo hizo María, nuestra madre”.
También señaló que “la única oración que necesitamos” es repetir el nombre de Jesús durante el día. “Es una hermosa y poderosa oración”.
3.- Leer todos los días un pasaje del Evangelio
Otra práctica que propone Mons. Gomez es realizar la lectio divina. Esta consiste en leer un pasaje de los Evangelios y meditarlo en oración preguntando: “¿Dios, qué me dices en este pasaje? ¿Qué me estás pidiendo hacer?”.
El Prelado aseguró que sólo se puede conocer a Jesús a través de sus enseñanzas y de su vida que están reflejadas en el Evangelio.
“Mientras más recemos con los Evangelios, tendremos más ‘mente de Cristo’. Sus pensamientos y sentimientos, viendo la realidad a través de sus ojos”, afirmó.
4.- Asistir con frecuencia a la Eucaristía
El Arzobispo de Los Ángeles recomendó buscar todas las oportunidades para encontrarse con Cristo y adorarlo en la Misa y el Santísimo Sacramento.
Según Mons. Gomez, lo ideal es frecuentar la Eucaristía durante los días de semana, además del domingo. Recordó que cuando él comenzó a hacerlo tomó más conciencia de la presencia de Dios. Su relación personal con Él fue creciendo cada vez más y se transformó en una profunda amistad.
5.- Hacer un examen de conciencia diario y confesarse con frecuencia
El Prelado afirmó que la confesión frecuente brinda “una sensación de liberación y paz” en el alma cuando los pecados son perdonados.
Mons. Gomez comentó que a lo largo de su ministerio pastoral se ha sorprendido de cómo “actúa la gracia de Dios en la vida de la gente” a través de ese sacramento.
“Participar del sacramento sanador de Cristo es una gracia. Poder pronunciar su palabra de perdón, poder perdonar los pecados en su nombre. No hay mayor privilegio que pueda imaginar, ni algo más hermoso sobre la tierra”, subrayó.
6.- Realizar obras espirituales y materiales de misericordia
“Amar es la forma de imitar a Cristo. Necesitamos amar a los otros como Jesús los ama, comenzando por la gente que está más cerca. Empezar por nuestras familias y luego salir”, destacó el Arzobispo de Los Ángeles.
Por ello, recomendó servir a Dios a través de los pobres, los abandonados y los vulnerables.



Domingo de la cuarta semana de Cuaresma


Segundo Libro de Crónicas 36,14-16.19-23. 
Todos los jefes de Judá, los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades, imitando todas las abominaciones de los paganos, y contaminaron el Templo que el Señor se había consagrado en Jerusalén.
El Señor, el Dios de sus padres, les llamó la atención constantemente por medio de sus mensajeros, porque tenía compasión de su pueblo y de su Morada.
Pero ellos escarnecían a los mensajeros de Dios, despreciaban sus palabras y ponían en ridículo a sus profetas, hasta que la ira del Señor contra su pueblo subió a tal punto, que ya no hubo más remedio.
Ellos quemaron la Casa de Dios, demolieron las murallas de Jerusalén, prendieron fuego a todos sus palacios y destruyeron todos sus objetos preciosos.
Nabucodonosor deportó a Babilonia a los que habían escapado de la espada y estos se convirtieron en esclavos del rey y de sus hijos hasta el advenimiento del reino persa.
Así se cumplió la palabra del Señor, pronunciada por Jeremías: "La tierra descansó durante todo el tiempo de la desolación, hasta pagar la deuda de todos sus sábados, hasta que se cumplieron setenta años".
En el primer año del reinado de Ciro, rey de Persia, para se cumpliera la palabra del Señor pronunciada por Jeremías, el Señor despertó el espíritu de Ciro, el rey de Persia, y este mandó proclamar de viva voz y por escrito en todo su reino:
"Así habla Ciro, rey de Persia: El Señor, el Dios del cielo, me ha dado todos los reinos de la tierra y él me ha encargado que le edifique una Casa en Jerusalén, de Judá. Si alguno de ustedes pertenece a ese pueblo, ¡que el Señor, su Dios, lo acompañe y que suba...!"

Salmo 137(136),1-2.3.4-5.6. 
Junto a los ríos de Babilonia,
nos sentábamos a llorar,
acordándonos de Sión.
En los sauces de las orillas

teníamos colgadas nuestras cítaras.
Allí nuestros carceleros
nos pedían cantos,
y nuestros opresores, alegría:

«¡Canten para nosotros un canto de Sión!»
¿Cómo podíamos cantar un canto del Señor
en tierra extranjera?
Si me olvidara de ti, Jerusalén,

que se paralice mi mano derecha.
Que la lengua se me pegue al paladar
si no me acordara de ti,
si no pusiera a Jerusalén

por encima de todas mis alegrías.



Carta de San Pablo a los Efesios 2,4-10. 
Hermanos:
Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó,
precisamente cuando estábamos muertos a causa de nuestros pecados, nos hizo revivir con Cristo -¡ustedes han sido salvados gratuitamente!-
y con Cristo Jesús nos resucitó y nos hizo reinar con él en el cielo.
Así, Dios ha querido demostrar a los tiempos futuros la inmensa riqueza de su gracia por el amor que nos tiene en Cristo Jesús.
Porque ustedes han sido salvados por su gracia, mediante la fe. Esto no proviene de ustedes, sino que es un don de Dios;
y no es el resultado de las obras, para que nadie se gloríe.
Nosotros somos creación suya: fuimos creados en Cristo Jesús, a fin de realizar aquellas buenas obras, que Dios preparó de antemano para que las practicáramos.

Evangelio según San Juan 3,14-21. 
Dijo Jesús:
De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto,
para que todos los que creen en él tengan Vida eterna.
Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.»
El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas.
Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas.
En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios.