miércoles, 30 de noviembre de 2016

¿Qué dice la investigación histórica sobre el diaconado femenino? ¿Quiénes eran las diaconisas y qué hacían? Una reflexión importante para comprender el debate actual

¿Qué dice la investigación histórica sobre el diaconado femenino?

El diaconado femenino tiene precedentes históricos, según dice el documento de la Comisión Teológica Internacional “El diaconado: evolución y perspectivas” (2003). Cómo eran esas diaconisas, es el debate que mantiene hoy la Iglesia católica para decidir si ese perfil puede ser restaurado en la comunidad católica actual.
En época apostólica, varias formas de asistencia diaconal a los apóstoles y a las comunidades ejercidas por mujeres parecía que estaban institucionalizadas. Así, Pablo recomienda a la comunidad de Roma a “Febe, nuestra hermana, diaconisa (he diakonos) de la Iglesia de Cencre” (cfr Rm 16,1-4). Parece claro que Febe ejerció un servicio en la comunidad de Cencre, reconocido y subordinado al ministerio del Apóstol.
Los exegetas están divididos sobre 1 Tm 3,11. La mención de las “mujeres” después de los diáconos puede hacer pensar en mujeres-diáconos (la misma presentación con “de igual modo”), o en las esposas de los diáconos de los que se hablaba antes. En esta Carta no se describen las funciones del diácono, sino solamente las condiciones para ser admitidos. Se dice que las mujeres no deben enseñar ni dirigir a los hombres (1 Tm 2,8-15). Pero es que las funciones de dirección y enseñanza tampoco las podían ejercer los diáconos hombres, sino sólo el obispo (1 Tm 3,5) y los presbíteros (1 Tm 5,17).
A principios del siglo II, una Carta de Plinio el Joven, gobernador de Bitinia, menciona a dos mujeres, designadas por los cristianos como ministrae, equivalente probable del griego diakonoi (X 96-97). Solamente en el siglo III aparecen los términos específicamente cristianos de diaconisa o diácona.
De hecho, a partir del siglo III, en algunas regiones de la Iglesia – no en todas – existe un ministerio eclesial específico atribuido a las mujeres llamadas diaconisas. Se trata de Siria oriental y de Constantinopla. Hacia el año 240 aparece una compilación canónico-litúrgica singular, la Didascalía de los Apóstoles (DA), que no tiene carácter oficial. El obispo tiene los rasgos de un patriarca bíblico omnipotente (cfr DA 2,33-35,3). Preside una pequeña comunidad, que dirige sobre todo con la ayuda de diáconos y diaconisas. Estas últimas aparecen así por primera vez en un documento eclesiástico.
La Didascalía pone el acento en el papel caritativo del diacono y de la diaconisa. El ministerio de la diaconía debe parecer como “una sola alma en dos cuerpos”. Tiene como modelo la diaconía de Cristo, que lavó los pies a sus discípulos (DA 3, 13, 1-7).
Sin embargo, diáconos y diaconisas no tenían las mismas funciones. Los diáconos los elegía el obispo para “ocuparse de muchas cosas necesarias”, y las diaconisas solamente “para el servicio de las mujeres” (DA 3, 12, 1). La diaconisa debía hacer la unción corporal de las mujeres en el bautismo, instruir a las recién bautizadas, visitar a las enfermas. No podía ni administrar el bautismo ni tener un papel en la consagración eucarística (DA 3, 12, 1-4).
Esta es la oración que el obispo hacía sobre la diaconisa: “Dios, eterno, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, creador del hombre y de la mujer, tu que llenaste del espíritu a Miriam, Débora, Anna y Ulda, que no juzgaste indigno que tu Hijo, el Unigénito, naciese de una mujer, tu que en tu tienda del testimonio y en el templo instituiste guardianes para tus puertas santas, tu mismo mira ahora a tu sierva aquí presente, propuesta para el diaconado, dale el Espíritu Santo y purifícala de toda impureza de la carne y del espíritu para que cumpla dignamente el oficio que le ha sido confiado, para tu gloria y alabanza de tu Cristo, a ti gloria y adoración en el Espíritu Santo por los siglos. Amen” [66].
Las diaconisas son nombradas antes que el subiscono, las vírgenes y las viudas no podían ser “ordenadas”, no tienen funciones litúrgicas pero tienen funciones comunitarias y son intermediarias entre las mujeres y el obispo. Un testimonio de esto encontramos en Epifanio de Salamina en elPanarion (escrito hacia el 375): “Existe en la Iglesia el orden de las diaconisas, pero no sirve para ejercer las funciones sacerdotales”. Una ley de Teodosio del 21 de junio del 390, revocada un año después, fijaba en 60 años la edad de admisión a las mujeres que querían ser diáconos. El Concilio de Calcedonia (can. 15) lo ponía en 40 años, pero no se podían casar después de la ordenación.
En el siglo IV, la forma de vida de las diaconisas se parecía a la de las monjas. La responsable de una comunidad monástica de mujeres era llamada diaconisa, según Gregorio de Nissa. Hasta el siglo VI, asistían a las mujeres que se bautizaban, y distribuían la comunión a las enfermas. Cuando la práctica de la unción corporal se abandonó, se pasó a considerarlas simples vírgenes consagradas con voto de castidad, que vivían en monasterios o en sus propias casas.

El fin del diaconado femenino

En el siglo X, cuando el bautismo de adultos ya no se practicaba, su papel dejó de ser relevante. el Patriarca Miguel de Antioquía (1166-99), comentaba en su Pontifical que el canon 15 de Calcedonia “había caído en desuso”. Las mujeres consagradas vivían en los monasterios y ya no hacían servicios en la comunidad.
Existieron diaconisas en Roma con seguridad hasta finales del siglo VIII. El sacramentario Hadrianum, enviado por el Papa a Carlomagno contiene una oración para las diaconisas. Pero desde entonces, en los rituales y documentos posteriores, ya no se habla de las diaconisas como tales, sino de consagración de vírgenes y de abadesas.

Tiempos actuales

El texto del documento de la Comisión Teológica Internacional (CTI) sobre El diaconado: evolución y perspectivas, dedica la última sección del capítulo 2 a decir que “ciertamente existió un ministerio de las diaconisas que se desarrolló de manera desigual en varias partes de la Iglesia”, y que “no era simplemente equivalente al diaconado masculino”, y que se instituía “por imposición de las manos”.
De igual manera que el papel del diácono permanente, como una figura distinta y singular, ha sido ampliamente recuperado después del Concilio Vaticano II, ¿podría pensarse en “restaurar” el papel de las diaconisas? Es una decisión que compete al Magisterio de la Iglesia, discernir si en los tiempos actuales esa figura es conveniente para ayudar a la vida de la comunidad cristiana.

Jesús explica al Padre Pío cuál es el verdadero “inmenso poder” en la Iglesia "Miren la Hostia, me verán humillado por ustedes"


Jesús explica al Padre Pío cuál es el verdadero “inmenso poder” en la Iglesia




“En uno de los cuadernos del diario obtenido durante la primera persecución sufrida a manos de hombres de Iglesia, entre el final de los años 20 y el inicio de los años 30, Jesús le explica al fraile de Pietrelcina qué es la misa. Una página publicada por Francobaldo Chiocci y Luciano Cirri en Padre Pío, historia de una víctima sobre la que deberían reflexionar los reformadores y sus tristes epígonos:
“Piensen que el sacerdote que me llama tiene entre sus manos un poder que ni siquiera he concedido a mi madre; reflexionen que si, en lugar de un sacristán, sirvieran al sacerdote los más excelsos serafines, no serían suficiente dignos de estar cerca de él. (…) ¿Es digno entonces estar en la misa pensando en otra cosa que no sea yo?
(…) Consideren el altar no por lo que hicieron los hombres, sino por aquello que vale, dada mi presencia mística, pero real. (…) Miren la Hostia, me verán humillado por ustedes; miren el Cáliz en el que mi sangre devuelve a la tierra en toda clase de bendiciones. Ofrecerme, ofrecerme al Padre, por eso Yo vuelvo a ustedes. (…) Si les dicen: ‘Vamos a Palestina a conocer los lugares santos donde Jesús ha vivido y ha muerto’, vuestro corazón susurraría, ¿es verdad?
Y, sin embargo, el altar sobre el cual desciendo ahora es más que Palestina, porque de ella me fui hace veinte siglos y en el altar vuelvo cada día vivo, verdadero, real, aunque escondido, pero soy Yo, precisamente Yo que palpito entre las manos de mi ministro, Yo vuelvo a ustedes, no simbólicamente, no, sino verdaderamente; se lo digo ahora; verdaderamente (…). ¡Getsemaní, Calvario, Altar! Tres lugares de los cuales el último, el Altar, es la suma del primero y el segundo; son tres lugares, pero uno sólo es Aquel que encontrarán.
(…) Traigan sus corazones al corporal santo que sostiene mi cuerpo; sumérjanse en ese Cáliz divino que contiene sangre. Es ahí que el Amor abrazará al Creador, al Redentor, su víctima a sus espíritus; es ahí que celebrarán mi gloria en la humillación infinita de mí mismo. Venir al Altar, mírenme, piensen intensamente en mí (…)”.

Fiesta de san Andrés, apóstol


Carta de San Pablo a los Romanos 10,9-18. 

Hermanos:
Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvado.
Con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con la boca se confiesa para obtener la salvación.
Así lo afirma la Escritura: El que cree en él, no quedará confundido.
Porque no hay distinción entre judíos y los que no lo son: todos tienen el mismo Señor, que colma de bienes a quienes lo invocan.
Ya que todo el que invoque el nombre del Señor se salvará.
Pero, ¿cómo invocarlo sin creer en él? ¿Y cómo creer, sin haber oído hablar de él? ¿Y cómo oír hablar de él, si nadie lo predica?
¿Y quiénes predicarán, si no se los envía? Como dice la Escritura: ¡Qué hermosos son los pasos de los que anuncian buenas noticias!
Pero no todos aceptan la Buena Noticia. Así lo dice Isaías: Señor, ¿quién creyó en nuestra predicación?
La fe, por lo tanto, nace de la predicación y la predicación se realiza en virtud de la Palabra de Cristo.
Yo me pregunto: ¿Acaso no la han oído? Sí, por supuesto: Por toda la tierra se extiende su voz y sus palabras llegan hasta los confines del mundo.

Salmo 19(18),2-3.4-5. 
El cielo proclama la gloria de Dios
y el firmamento anuncia la obra de sus manos;
un día transmite al otro este mensaje

y las noches se van dando la noticia.
Sin hablar, sin pronunciar palabras,
sin que se escuche su voz,

resuena su eco por toda la tierra
y su lenguaje, hasta los confines del mundo.
Allí puso una carpa para el sol


Evangelio según San Mateo 4,18-22. 
Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar porque eran pescadores.
Entonces les dijo: "Síganme, y yo los haré pescadores de hombres".
Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron.
Continuando su camino, vio a otros dos hermanos: a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca con Zebedeo, su padre, arreglando las redes; y Jesús los llamó.
Inmediatamente, ellos dejaron la barca y a su padre, y lo siguieron.