sábado, 18 de noviembre de 2017

Para este curso: cuidar la oración

Estoy impresionado. Hace poco alguien me decía que para poder conseguir una meta te tienes que preparar. Evidente, ¿no? Por ejemplo, si quieres correr la maratón que hay en navidades en muchas ciudades, con mucho tiempo tienes que salir a correr cada día. Empezar con poquito, para poco a poco, ir aumentando el ritmo. Esto cada vez está más de moda y más gente se pone a ello. Y yo me pregunto, ¿por qué nos cuesta tanto cuidar la oración cada día si queremos conseguir la meta de disfrutar lo de Dios? 
San Ignacio tiene una sugerencia en sus Ejercicios Espirituales que me hace pensar mucho. Solo podemos seguir aquello que amamos. Y solo amamos lo que conocemos. Pues bien, no hay que dudar. Si queremos seguir a Jesús y dar un espacio importante en nuestra vida a la fe, hay que cuidar la oración. Es el mejor método que conozco para conocer y amar a Jesús, el de Nazaret. Estar un rato al día con Él, dando espacio al silencio, al diálogo con la Palabra, a Dios.
Hay que cuidar los propósitos. No pueden ser muy elevados. Y mucho menos en esto de la oración. Cuando hablamos de cuidar la oración, estamos tratando de poner en juego: deseos, atención, agilidad, amor… en la ejecución del encuentro. No hay que complicarse la vida con grandes teorías sobre la oración. No es algo irrealizable y complejo. Es algo sencillo. Se trata de un encuentro, no como si uno se mirara a un espejo y solo viera su propio rostro. La oración es situarte delante de un amigo. ¿Y qué haces? Conversas comunicando tus cosas, lo de cada día, y como queriendo consejo en ellas, te dejas tocar por la Palabra que puede llegarte en una imagen, en un texto bíblico o en el simple silencio habitado por Dios.
No podemos desfallecer en esto. Tenemos que dar a la oración a lo largo del curso su propio espacio y su propio tiempo. Empezar poco a poco, para cada vez más, ir alcanzando el encuentro con Dios que queremos. No hay que poner el acento en el mucho o poco. Sino en el disfrutar y alegrarnos con Dios en nuestra oración personal. ¡Ánimo, tú puedes!

El ministerio de la conyugalidad (lo que significa ser esposos)


¿Qué significa la sacramentalidad del matrimonio?

“Por eso deja el hombre a su padre y a su madre, se une a su mujer y se hacen una sola carne…”
En esta verdad se encierra todo el misterio de la esponsalidad. Este carácter de ser esposos, y que va mucho más allá de ser simplemente pareja, es lo que identifica realmente el modo como un hombre y una mujer son ante el mundo y delante de Dios.
Pensemos: cada sacramento otorga una gracia pero además exige un ministerio. Dicho ministerio, que es un  servicio que se deriva del mismo sacramento, exige a cada uno vivir acorde a lo que ha recibido. Ser bautizados, por ejemplo, no nos hace solamente ser hijos de Dios y miembros de la Iglesia, sino que además nos pide portarnos como sacerdotes, profetas y reyes-esto es lo que llamamos ministerio-un modo de ser y de actuar ante el mundo en nombre de Dios.
Así mismo, el matrimonio, otorga un ministerio a los esposos, que podríamos llamar el “ministerio de la esponsalidad” que no es otra cosa que vivir de una manera particular, siendo uno solo los dos, en su forma de ser ante Dios y ante el mundo santificando la familia y dando testimonio a las otras familias de lo que significa semejante don del Señor. La debilidad que se presenta en la recepción de los sacramentos está en que lo fieles reciben la Gracia pero no ejercitan su ministerio haciendo que dicha Gracia quede expuesta para ser hurtada por el maligno. Es decir, al ser casados sacramentalmente , se debe vivir como casados sacramentales, lo que implica una oración hecha como una sola carne-los dos-, una vida de culto a Dios como una sola carne-los dos-, un apostolado eclesial como una sola carne-los dos, una vida sacramental como una sola carne-los dos-, puesto que ya son una sola realidad.
Desconocer este don de Dios y esta exigencia sacramental conlleva a la pérdida de identidad de lo que se es, testigos de Cristo y del Evangelio,  y por lo tanto  un empobrecimiento de la vida de la Iglesia y de la propia familia.
Al entender que se es esposo (a), y no simplemente una pareja que se une por instinto de conservación o de emociones,  los cónyuges comprenden su unión sacramental como una vocación a la santificación mutua para la alabanza del Señor. Creo que para ser pareja no se necesita aprender mucho pues la naturaleza misma de la relación hace que ambos vayan dando lo que su propio modo de ser masculino o femenino les impulsa. Por el contrario, ser esposos, es algo que solamente Cristo puede enseñar y que él  enseña por medio de la Iglesia. Es por eso que la Iglesia ha establecido su formación para la conyugalidad puesto que ha recibido de Jesús este mandato para ayudar a triunfar en la vida matrimonial.

Sábado de la trigésima segunda semana del tiempo ordinario


Libro de la Sabiduría 18,14-16.19,6-9. 

Cuando un silencio apacible envolvía todas las cosas, y la noche había llegado a la mitad de su rápida carrera,
tu Palabra omnipotente se lanzó desde el cielo, desde el trono real, como un guerrero implacable, en medio del país condenado al exterminio. Empuñando como una espada afilada tu decreto irrevocable,
se detuvo y sembró la muerte por todas partes: a la vez que tocaba el cielo, avanzaba sobre la tierra.
Porque la creación entera, obedeciendo a tus órdenes, adquiría nuevas formas en su propia naturaleza, para que tus hijos fueran preservados incólumes.
Se vio a la nube cubrir el campamento con su sombra y emerger la tierra seca de lo que antes era agua; apareció en el Mar Rojo un camino despejado y una verde llanura, entre las olas impetuosas:
por allí paso todo un pueblo, protegido por tu mano, contemplando prodigios admirables.
Eran como caballos en un pastizal y retozaban como corderos, alabándote a ti, Señor, su liberador.

Salmo 105(104),2-3.36-37.42-43. 
Canten al Señor con instrumentos musicales,
pregonen todas sus maravillas!
¡Gloríense en su santo Nombre,
alégrense los que buscan al Señor!

Hirió de muerte a los primogénitos de aquel país,
a las primicias de todo ser viviente;
sacó a su pueblo cargado de oro y plata,
y nadie desfalleció entre sus tribus:

Él se acordó de la palabra sagrada,
que había dado a Abraham, su servidor,
e hizo salir a su pueblo con alegría,
a sus elegidos, entre cantos de triunfo


Evangelio según San Lucas 18,1-8. 
Jesús enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse:
"En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres;
y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: 'Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario'.
Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: 'Yo no temo a Dios ni me importan los hombres,
pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme'".
Y el Señor dijo: "Oigan lo que dijo este juez injusto.
Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar?
Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?".