domingo, 23 de abril de 2017

¿Cómo surgió la Coronilla de la Divina Misericordia?


Por su dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero”

La Divina Misericordia fue uno de las grandes consuelos del beato Juan Pablo II, de cuya muerte se cumplen hoy nueve años, precisamente en la víspera de la fiesta de la Divina Misericordia, que él mismo había instituido, del año 2005.
Jesús enseñó a santa Faustina el Tercio de la Misericordia y pidió que lo propagase por el mundo; gracias a Dios, se propagó; es una fuente de gracia y de misericordia, especialmente para los moribundos.
Según el Diario de Santa Faustina, a partir de una visión el 13 de septiembre de 1935, la hermana Faustina escribió: “Yo vi un ángel, un ejecutor de cólera de Dios (…) a punto de alcanzar la tierra (…). Comencé a rezar intensamente a Dios por el mundo, con palabras que oía internamente. En la medida en que rezaba así, vi que el ángel quedaba desamparado, y no podía ejecutar el justo castigo”.
Al día siguiente, una voz interior le enseñó esta oración con las cuentas del Rosario: “Primero reza un ‘Padre Nuestro’, un ‘Ave María’, y el ‘Credo’. Luego, en las cuentas mayores di las siguientes palabras:
“Padre Eterno, te ofrezco el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de tu amadísimo Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, como propiciación de nuestros pecados y de los del mundo entero”.
En las cuentas menores, di las siguientes palabras: “Por su dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero”.
Concluye diciendo estas palabras tres veces: “Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros y del mundo entero”.
Más tarde, Jesús le dijo a la hermana Faustina: “Por la oración de este Tercio me agrada dar todo lo que me pidan. Cuando lo recen los pecadores empedernidos, llenaré sus almas de paz, y la hora de su muerte será feliz.
Escribe esto para las almas atribuladas. Cuando el alma ve y reconoce la gravedad de sus pecados, cuando se desvela frente a sus ojos todo el abismo de miseria en que se sumergió, que no desespere, sino que se lance con confianza en los brazos de mi Misericordia, como un niño en los brazos de su querida madre. Estas almas tienen sobre mi Corazón misericordioso un derecho de precedencia. Dijo que ninguna alma que ha recurrido a mi Misericordia se decepcionó ni experimentó vergüenza”.
“Cuando recen este Tercio junto a los agonizantes, Yo me pondré entre el Padre y el alma agonizante, no como justo Juez, sino como Salvador Misericordioso”.
 
Más oraciones a la Divina Misericordia, aquí.

La Divina Misericordia nos compromete a ser instrumentos de paz y hace visible a Jesús Resucitado, dijo el Papa en el rezo del Regina Coeli


















El Papa Francisco recordó la «bella intuición» - «inspirada por el Espíritu Santo» - de San Juan Pablo II, que, en el Jubileo del Año 2000, instituyó que la Iglesia universal dedicara el Segundo Domingo de Pascua a la Divina Misericordia.
Introduciendo el rezo del Regina Coeli, el Obispo de Roma hizo hincapié en que «Jesús Resucitado ha transmitido a su Iglesia, como primera tarea, su misma misión de llevar a todos el anuncio concreto del perdón. Este signo visible de su misericordia lleva consigo la paz del corazón y la alegría del encuentro renovado con el Señor».
«La misericordia en la luz de la Pascua, se deja percibir como una verdadera forma de conocimiento del misterio que vivimos» 
Destacando la importancia de experimentar la misericordia, que «abre la puerta de la mente,  para comprender mejor el misterio de Dios y de nuestra existencia personal», el Papa señaló que «hace comprender que la violencia, el rencor, la venganza no tienen sentido alguno y que la primera víctima es la que vive con estos sentimientos, porque se priva de su propia dignidad».
En este contexto, el Santo Padre subrayó que «la misericordia abre también la puerta del corazón y permite expresar cercanía, sobre todo a cuantos están solos y marginados, porque los hace sentir hermanos e hijos de un solo Padre».
«La misericordia, en resumen, nos compromete a todos a ser instrumentos de justicia, de reconciliación y de paz», reiteró el Papa invitando a no olvidar nunca que «la misericordia es la clave en la vida de fe y la forma concreta con la que damos visibilidad a la resurrección de Jesús».
Para luego invocar a María, Madre de la Misericordia, para que «nos ayude a creer y a vivir con alegría todo esto»
«Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
Sabemos que cada domingo hacemos memoria de la resurrección del Señor Jesús, pero en este periodo después de la Pascua, el domingo se reviste de un significado aún más iluminante. En la tradición de la Iglesia, este domingo, el primero después de la Pascua, se denominaba ‘in albis’. ¿Qué significa esto? Esta expresión se proponía evocar el rito que cumplían cuantos habían recibido el bautismo en la Vigilia de Pascua. A cada uno de ellos se les entregaba una túnica blanca – ‘alba’ –  ‘blanca’, para indicar la nueva dignidad de los hijos de Dios. Aún hoy se sigue haciendo, a los recién nacidos se les ofrece una pequeña túnica simbólica, al tiempo que los adultos visten una verdadera, como vimos en la Vigilia Pascual. Y aquella túnica blanca, en el pasado, se llevaba puesta durante una semana, hasta este domingo y de ello deriva el nombre ‘in albis deponendis’,  que significa el domingo en el que se quita la túnica blanca. Y así,  cuando se quitaban la túnica blanca, los neófitos comenzaban una vida nueva en Cristo y en la Iglesia.
Hay otra cosa. En el Jubileo del año 2000, San Juan Pablo II estableció que este domingo se dedicara a la Divina Misericordia. ¡Es verdad, fue una bella intuición: fue el Espíritu Santo el que lo inspiró en esto! Desde hace pocos meses hemos concluido el Jubileo extraordinario de la Misericordia y este domingo nos invita a retomar con fuerza la gracia que proviene de la misericordia de Dios. El Evangelio de hoy es la narración de la aparición de Cristo resucitado a los discípulos reunidos en el cenáculo (cfr Jn 20, 19-31). Escribe San Juan que Jesús, después de haber saludado a sus discípulos, les dijo: «Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes». Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió «Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen» ( 21- 23). He aquí el sentido de la misericordia que se presenta justo el día de la resurrección de Jesús como perdón de los pecados. Jesús Resucitado ha transmitido a su Iglesia, como primera tarea, su misma misión de llevar a todos el anuncio concreto del perdón. Ésta es la primera tarea: anunciar el perdón. Este signo visible de su misericordia lleva consigo la paz del corazón y la alegría del encuentro renovado con el Señor.
La misericordia en la luz de la Pascua se deja percibir como una verdadera forma de conocimiento. Y esto es importante: la misericordia es una verdadera forma de conocimiento. Sabemos que se conoce a través de tantas formas. Se conoce a través de los sentidos, se conoce a través de la intuición, la razón y otras más. Pues bien, ¡se puede conocer también a través de la experiencia de la misericordia.  Porque la misericordia abre la puerta de la mentepara comprender mejor el misterio de Dios y de nuestra existencia personal. La misericordia nos hace comprender que la violencia, el rencor, la venganza no tienen sentido alguno y que la primera víctima es la que vive con estos sentimientos, porque se priva de su propia dignidad. La misericordia abre también la puerta del corazón y permite expresar cercanía, sobre todo a cuantos están solos y marginados, porque los hace sentir hermanos e hijos de un solo Padre. Ella favorece el reconocimiento de cuantos tienen necesidad de consolación y hace encontrar palabras adecuadas para dar conforto.
Hermanos y hermanas, la misericordia calienta el corazón y lo vuelve sensible a las necesidades de los hermanos con el compartir y la participación. La misericordia, en resumen, nos compromete a todos a ser instrumentos de justicia, de reconciliación y de paz. Nunca olvidemos que la misericordia es la clave en la vida de fe y la forma concreta con la que damos visibilidad a la resurrección de Jesús.
Que María, Madre de la Misericordia, nos ayude a creer y a vivir con alegría todo esto»

El Santo Sepulcro: La arqueología da la razón a los evangelistas


Abrieron la losa de mármol y... ¡sorpresas!

El 20 de octubre del 2016 se produjo un acontecimiento único en los últimos siglos: la apertura de la losa de mármol que se venera en el lugar donde la tradición sitúa el sepulcro de Jesús, dentro de la basílica del Santo Sepulcro en Jerusalén.
Bajo aquella losa se descubrió una segunda losa, también de mármol gris, que contiene una hendidura en toda su longitud y que lleva esculpida una cruz de Lorena. Muy probablemente, esta es de la época de las cruzadas, de comienzos del siglo XII.
Sacada la segunda losa, empezaron las sorpresas, según explica el diario La Vanguardia. Inmediatamente bajo esta losa, y a 35 centímetros de la actual tierra del edículo de la basílica, apareció la que es la pieza fundamental del conjunto: un banco de piedra ordinaria excavado en la roca que está en conexión directa con la pared vertical, también excavada en la roca, que hay detrás de él.
Las crónicas de los viajeros medievales, como Fèlix Faber (1480), que vieron el edículo sin los mármoles de recubrimiento actuales, testifican que banco y pared forman un todo de piedra. Este todo corresponde a la pared norte de la pequeña habitación donde está el lugar venerado como sepulcro de Jesús. 
La segunda sorpresa saltó cuando se vio que la pared sur de esta habitación correspondía a una segunda pared vertical, también de roca ordinaria, de unos dos metros de alto.
Por lo tanto, el edículo de la basílica del Santo Sepulcro contiene un conjunto formado por dos paredes de piedra (norte y sur) y un banco (al lado norte) –todo excavado en la roca–. Este conjunto corresponde a un sepulcro del tipo “cámara sepulcral” al que se accedía bajando, pues quedaba por debajo del nivel del terreno exterior.
De este sepulcro han desaparecido los lados este y oeste, así como el techo, que había sido cortado en la roca como el resto de la tumba, y un probable arco sóleo situado encima del banco de piedra.
En resumen, sólo ha quedado la parte de la tumba relativa al banco de piedra; de hecho, la longitud del actual edículo es la misma que la del banco, mientras que su anchura corresponde al espacio entre las dos paredes de piedra. El suelo de piedra original del sepulcro, aún por descubrir, ha de hallarse bajo el actual pavimento de mármol.
El elemento arqueológico que hemos descrito concuerda con los datos documentales de los evangelios –a continuación ponemos entre comillas los textos que se encuentran en Mateo 27, Marcos 15-16, Lucas 24 y Juan 19-20. Por eso es legítimo suponer que nos encontramos ante la tumba de Jesús.
En efecto, Jesús murió crucificado en la colina de la Calavera o Gólgota, lugar de las ejecuciones, un muñón de roca de 13 m de alto situado fuera de ciudad a 80 o 90 m de una de las puertas de Jerusalén. “Cerca”, en una zona de sepulcros que aprovechaban el berrocal de una antigua pedrera, había el “huerto” de José de Arimatea con un sepulcro “nuevo”, por estrenar. Este sepulcro se cerraba con “una piedra… muy grande” que se hacía “rodar”. La piedra indica que el sepulcro de Jesús era del tipo de cámara sepulcral y que “había sido tallado en la roca”. Se entraba bajando ligeramente hasta el “ lugar” donde se “depositaba” el cadáver, es decir, el citado banco de piedra.
Este banco estaba situado “a la derecha” de la entrada –igual que en el sepulcro del edículo de Jerusalén. La bajada tenía que ser suave ya que una persona como María Magdalena “se agachó para mirar dentro del sepulcro”.
La existencia del banco se confirma por una información doble de Marcos y Juan. En Marcos 16,5 se dice que las mujeres entraron en el sepulcro y encontraron “a un joven sentado que llevaba un vestido blanco” –evidentemente, sólo se podía sentar en el banco en cuestión–, mientras que en Juan 20,12 se habla de “dos ángeles vestidos de blanco, sentados en el sitio (el banco) donde había sido puesto el cuerpo de Jesús”.
Claro está, pues, que cuando dieron sepultura a Jesús el viernes día 7 de abril del año 30 d.C. mientras el sol se ponía, no lo pusieron dentro de un nicho sino que lo depositaron sobre el banco de piedra –el “ sitio” del que hablan los evangelios. La razón de esta decisión es que Jesús había muerto tras una considerable agresión física y su cuerpo estaba en un estado lamentable.
Tal como era costumbre entre los judíos de la época y, aún hoy en muchas culturas, un cadáver tiene que ser lavado y ungido con “aceites aromáticos” antes de enterrarlo. Pero como Jesús tuvo que ser enterrado a toda prisa porque empezaba el “reposo del sábado”, su cuerpo fue dejado sobre el banco de piedra. El cuerpo quedó cubierto con “la sábana de amortajar” y su cabeza, sujeta por “un pañuelo”, “atado” por debajo de la mandíbula para evitar la caída.
“El domingo de buena mañana”, el 9 de abril del año 30 d.C., cuando las mujeres vuelven al sepulcro para lavar y ungir el cuerpo de Jesús, se encuentran con que no está encima del banco de piedra excavado en la roca donde lo habían depositado.
María Magdalena piensa primero que “se lo han llevado fuera del sepulcro”. Después, emerge en las mujeres una hipótesis que rompe todas las barreras y expectativas y cambia la historia: “Jesús, el crucificado, ha resucitado. Mirad el lugar [¡el banco!] donde lo habían puesto”.
Las mujeres fueron en busca de los discípulos varones, que se mostraron del todo escépticos: “Algunas mujeres de nuestro grupo… han ido de buena mañana al sepulcro, no han encontrado el cuerpo de Jesús y han vuelto diciendo que hasta habían tenido una visión de ángeles, a los cuales aseguraban que él vive”.
El escepticismo es la reacción del que no quiere hacerse demasiadas preguntas, ni complicarse ni implicarse en algo que podría romper los esquemas.
Al otro lado del escepticismo está la apuesta fuerte, a todo o nada. El escéptico es temeroso. El que apuesta es audaz. La vida no es una ecuación ni una deducción, sino una decisión que da respeto pero que puede acabarse con un triunfo, el de la misma vida sobre la muerte.
La fe en la resurrección de Jesús no es una evidencia de tipo lógico pero tampoco un salto al vacío a-racional. La investigación histórica muestra un acuerdo entre los datos arqueológicos y los de los evangelios. El dato arqueológico no demuestra aquello que la fe cree, pero le da verosimilitud y estimula la razonabilidad.
Los evangelios canónicos no son ninguna invención, sino documentos del siglo I donde la fe de sus autores y la historia que narran se mezclan y complementan. Por eso tienen que leerse como cualquier otro documento antiguo, al tiempo que son el fundamento de la fe cristiana. De ellos sale una revolución: la que empezó en un banco excavado en la roca, dentro de un sepulcro de Jerusalén hace dos mil años.

Es uno de los santos más venerados pero ¿existió?


"La espada y la serpiente", una novela sobre la leyenda de san Jorge y el dragón

Aunque no lo recordemos, el 23 de abril se celebra la fiesta -puede que eclipsada por los fallecimientos de don Miguel de Cervantes y William Shakespeare- de san Jorge, por lo que normalmente se conoce este día como el Día del Libro.
Y lo cierto es que san Jorge es uno de los santos más venerados de toda la cristiandad, y así lo demuestra el hecho de que su efigie (caballero montado clavando la lanza a un dragón) sea una de las más utilizadas por la heráldica cristiana, como puede verse en escudos como el de Rusia, y su cruz (roja sobre fondo blanco) la más significativa de cuantas se usan.
Al mismo tiempo es uno de los santos venerados desde la antigüedad, remontándose hasta el siglo IV dicha veneración, aunque su canonización fuera más tardía, a finales del siglo V.
Pero la leyenda de san Jorge fue adquiriendo a lo largo de la historia un bagaje mítico asombrosamente rico, debido mayormente a las tradiciones culturales de cada lugar.
El papa Gelasio I, al canonizarlo en 496, afirmó que pese a no conocerse su historia con exactitud, la piedad popular y la presencia de su nombre en las listas martiriales era más que suficiente para que fuera canonizado, y así se convirtió en san Jorge de Capadocia.
Hay que decir que muchos dudan de la existencia de Jorge de Capadocia, afirmando los más imaginativos que no es más que el reflejo o la interpretación cristiana del eterno mito presente en todas las culturas y religiones: el héroe, Dios que libera a la humanidad de un terrible monstruo.
Se le ha puesto en paralelo con Horus y Perseo por ello, aunque de manera poco afortunada. En efecto, la imagen de san Jorge y el dragón es muy tardía, y es recogida primero por un palimsesto griego del siglo X, y más tarde, a mediados del s. XIII, por La Leyenda Dorada del fraile dominico Jacobo de la Vorágine.
Pero si prescindimos del gran número de añadidos posteriores y nos atenemos a los escasos vestigios de su vida que nos quedan, puede hacerse un esbozo de la realidad del santo capadocio.
Lo único que se sabe a ciencia cierta de san Jorge es que procedía de Asia Menor, concretamente de Capadocia, en el interior de la actual Turquía, que era cristiano y soldado, y que murió en la gran persecución de Diocleciano, en torno al año 303, ajusticiado a causa de las leyes decretadas contra los cristianos.
Estos datos no sólo son los únicos sobre san Jorge, sino que además son los más coherentes y veraces, ya que responden a la realidad de su época.
Hechos como el de que el cristianismo se había extendido por toda la parte oriental del Imperio romano, o que Capadocia era una de las zonas, junto con Panonia, de las que más soldados obtenían las legiones, o que la gran persecución de Diocleciano purgó muy duramente tanto Asia Menor como el ejército romano de seguidores de Cristo son realidades autentificadas por los datos históricos. Y es en este contexto precisamente es en el que Taylor R. Marshall ambienta su novela sobre la vida de san Jorge.
Pero con los escasos datos existentes sobre el santo capadocio, ¿se puede escribir una novela? Taylor R. Marshall, doctor en Filosofía y presidente del Nuevo Instituto Santo Tomás, ha demostrado que sí con esta singular obra. Haciendo gala de un extenso conocimiento de la historia del Bajo Imperio de época del emperador Diocleciano, Marshall cuenta una historia ficticia que, aunque irreal, no deja de ser sumamente realista, teniendo en cuenta todos y cada uno de los factores que pudieron influir en la vida del san Jorge auténtico.
Por otra parte, cabe señalar la genialidad de la trama, digna de un santo, en cuyo núcleo se encuentra la búsqueda propia del cristiano, la fortaleza que recibe de Dios y la fuerza de la confianza en Cristo para realizar auténticas proezas.
Al ser una novela no desvelaremos nada, pero sí diremos que la historia es sumamente adictiva, está muy bien construida y tiene la capacidad de enganchar tanto a jóvenes como a mayores.
Como reza la frase de la contraportada del libro, “los santos no nacen. Se forjan”. Pues he aquí una exquisita novela sobre la forja de uno de los santos más grandes de la tradición cristiana, y que todavía hoy sigue despertando la devoción de millones de personas: san Jorge de Capadocia.
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¿Por qué pasaron tres días entre la muerte y la resurrección?


¿La expresión está unida a una concreta referencia temporal?

En el Evangelio se lee que Jesucristo resucitó al tercer día después de morir. También está escrito así en el Credo “apostólico” y en el “niceno constantinopolitano” que rezamos en las misas festivas. ¿Cuál es la interpretación teológica de este lapso de tiempo entre los dos eventos, muerte y resurrección?
Responde el padre Filippo Belli, profesor de Teología Bíblica de la Facultad Teológica de Italia Central.
El Nuevo Testamento varias veces hace referencia a la resurrección de Jesús de entre los muertos al “tercer día”. La expresión se ha vuelto una normativa para indicar no sólo el tiempo cronológico, sino también la unicidad del evento en la plenitud de su significado.
Existen diversos niveles en que la expresión puede ser comprendida, sin que se excluyan.
El primero, el más natural, es el cronológico. De hecho las narraciones de los evangelios nos indican el tercer día después de la muerte como el momento en que los discípulos (primero las mujeres) recibieron el anuncio de la resurrección inmediatamente después de acontecer y como comprobación de la aparición del mismo resucitado.
La afirmación de la resurrección de entre los muertos al tercer día tiene el valor, en primer lugar, de testimonio del hecho real, de modo que se puede indicar con precisión el momento en que se ha constatado dicho hecho. La memoria cristiana está firmemente anclada en este hecho, hasta el punto de establecer el primer día después del sábado (el tercer día, de hecho) como el día del Señor, el dies Domini, el domingo.
Un segundo nivel de comprensión está unido al que podríamos llamar la proverbialidad de la expresión que indica un breve lapso de tiempo, un momento pasajero.
Hay varios episodios bíblicos en que los tres días indican el tiempo en que se realiza algo importante pero también pasajero. Un ejemplo son los tres días (de peste), tiempo propuesto por Dios a David como una de las pruebas a escoger tras su pecado por haber querido hacer un censo del pueblo (2 S 24,10-17).
De este género de textos (cf Jn 40,12; 2 R 20,5.8; Jn 2,1) nace la concepción según la cual Dios no permite al justo sufrir más allá del tercer día. El mismo Jesús usa esa expresión de esta manera en sus anuncios de la pasión y resurrección a los discípulos, indicando en los “tres días” el momento del paso de la muerte a la resurrección.
Existen otros textos bíblicos interesantes al respecto, porque indican el tercer día como el momento de una intervención decisiva por parte de Dios en la historia de su pueblo. En particular es necesario recordar la manifestación del Señor en el Monte Sinaí durante el camino del pueblo en el desierto (Ex 19). De manera similar es el tercer día en que Abraham llega al lugar donde debe sacrificar a Isaac (Gn 22).
Finalmente, no se pueden ignorar algunas profecías que ven en el tercer día el momento de resurgimiento a partir de una situación dolorosa. Los tres días en el vientre del pez de la profecía de Jonás, que Jesús utiliza expresamente (Mt 12,40), son el momento oscuro y misterioso desde donde vuelve a empezar la vida.
También la profecía de Os 6,2 que justamente los Padres de la Iglesia han aplicado a la Pascua de Cristo. Ésta afirma que el Señor “en dos días nos redará la vida y al tercer día nos repondrá en pie y estaremos en su presencia”. Si en Oseas esta indicación era un deseo para incitar al pueblo a convertirse, en Jesús se realizó plena y concretamente.
En Él realmente el Señor nos ha puesto nuevamente en pie el tercer día resucitándolo de entre los muertos e inaugurando una nueva era en que nosotros estamos en su presencia.
Una tradición rabínica bien demostrada consideraba que la corrupción de la muerte comenzaba a ser efectiva en los cadáveres después del tercer día. El Señor no ha permitido, como dice el salmo, que Jesús viera la corrupción (Sal 16,9-11) por ser el principio de una vida nueva en la que la muerte (con su poder corrosivo y destructivo) no tiene más poder.
El tercer día entonces marca el momento histórico en que Dios, más allá de la aparente inevitabilidad de la muerte, inició esa vida nueva resurgiendo Jesús de entre los muertos.

Para nosotros es la llamada a una esperanza mayor cristiana a través de todas la vicisitudes malas de la vida. Siempre hay un tercer día, Dios nos lo asegura en Jesús muerto y resucitado, una esperanza cierta.

¿Qué es el culto de la Divina Misericordia?


¿Es verdad que Jesús mismo lo reveló a sor Faustina Kowalska?

El culto de la Divina Misericordia consiste en dar testimonio en la propia vida del espíritu de confianza en Dios y de misericordia hacia el prójimo. Y este es, de hecho, el punto fundamental del ejemplo que nos dejó sor Faustina Kowalska, la religiosa polaca que dio el empuje decisivo a esta devoción.
 
1. En el origen del culto de la Divina Misericordia está la monja polaca Faustina Kowalska
 
Sor Faustina, tercera de diez hijos, nació el 25 de agosto de 1905 en una religiosísima familia de agricultores de Glogowiec (Polonia). Fue bautizada con el nombre de Elena y desde su infancia aspiró a la vida religiosa. A los 16 años dejó la casa paterna para ir a trabajar como doméstica, pero tras una visión volvió a casa para pedir el permiso de entrar en el convento. Los padres eran muy religiosos, pero no querían perder a su mejor hija, y le negaron permiso por tanto alegando falta de dinero para la dote. Elena volvió al trabajo, pero después en otra visión le preguntó a Jesús qué debía hacer, y él le dijo que fuese a Varsovia, donde entraría en un convento.
 
Antes de entrar en la Congregación de las Hermanas de la Beata Virgen María de la Misericordia trabajó otro año para conseguir una pequeña dote, y el 1 de agosto de 1925 atravesó la puerta de la clausura. A continuación se dirigió a la casa de la Congregación en Cracovia para realizar el noviciado. Durante la ceremonia de la investidura recibió el nombre de sor María Faustina. Hizo la profesión perpetua el 1 de mayo de 1933.
 
Exteriormente nada traicionaba la extraordinaria riqueza de la vida mística de sor Faustina, que resaltaba por la total e ilimitada dedicación a Dios y el amor activo hacia el prójimo, a imitación del modelo supremo, Cristo. Solo el Diario de la religiosa ha revelado la profundidad de su vida espiritual, revelada a los confesores y en parte a sus superioras. En la base de su espiritualidad está el misterio de la Misericordia Divina, que meditaba en la palabra de Dios y contemplaba en la cotidianeidad. Jesús la honró con gracias extraordinarias como visiones, revelaciones, estigmas ocultos, unión mística con Dios, y con el don del discernimiento de los corazones y de la profecía.
 
La austeridad de la vida y los ayunos extenuantes a los que se sometía aún antes de entrar en la Congregación debilitaron su organismo, y en los últimos años de su vida se intensificaron los sufrimientos interiores de la “noche pasiva del espíritu” y los físicos. Murió el 5 de octubre de 1938 a los 33 años, tras 13 de vida religiosa.
 
La devoción a la Misericordia Divina se difundió rápidamente en el mundo durante la II Guerra Mundial. Sor Faustina, por lo demás, había escrito en su Diario: “Advierto bien que mi misión no acabará con mi muerte, sino que comenzará”. Su cuerpo reposa en el Santuario de la Misericordia Divina de Lagiewniki, junto a Cracovia. El Papa Juan Pablo II la beatificó en 1993 y la canonizó en el 2000.
  
2. El modelo del culto de la Divina Misericordia lo explicó el propio Jesús a sor Faustina
 
El modelo del culto de la Divina Misericordia se lo mostró Jesús mismo en la visión que santa Faustina tuvo el 22 de febrero de 1931 en la celda del convento de Płock. “Por la noche, estando en mi celda, vi al Señor Jesús vestido con una túnica blanda – escribió en su Diario –: una mano alzada para bendecir mientras la otra tocaba sobre el pecho la túnica, que ligeramente abierta dejaba salir dos grandes rayos, uno rojo y uno pálido. (…) Tras un instante Jesús me dijo: ‘Pinta una imagen según el modelo que ves, con escrito abajo: ¡Jesús, confío en Ti!’”.
 
El primer cuadro de la Divina Misericordia fue pintado en Vilna en 1934 por el pintor Eugenio Kazimirowski, quien recibió indicaciones proporcionadas personalmente por sor Faustina. Pero el que es famoso en todo el mundo es el cuadro de Lagiewniki, en Cracovia, pintado por Adolf Hyla.

El significado del cuadro está estrechamente ligado a la liturgia del domingo después de Pascua, en que la Iglesia lee el Evangelio de san Juan que describe la aparición de Jesús resucitado en el Cenáculo y la institución del sacramento de la penitencia (Jn 20, 19-29). La imagen representa por tanto al Salvador resucitado que lleva a los hombres la paz con la remisión de sus pecados a precio de su Pasión y muerte en cruz. Los rayos de la sangre y del agua que brotan del corazón de Jesús atravesado por la lanza y las cicatrices de las heridas de la crucifixión recuerdan los acontecimientos del Viernes Santo.
 
Jesús definió con mucha claridad tres promesas ligadas a la veneración de la imagen: la salvación eterna, la victoria sobre los enemigos de la salvación y grandes progresos en el camino de la perfección cristiana, la gracia de una muerte feliz.
 
La imagen de Jesús Misericordioso es llamada a menudo imagen de la Divina Misericordia, porque en el misterio pascual de Cristo se reveló más claramente el amor de Dios por el hombre. La imagen, dijo Jesús, “debe recordar las exigencias de mi Misericordia, pues incluso la fe más fuerte no sirve de nada sin las obras”.
 
3. La fiesta de la Divina Misericordia, la más importante de todas las formas de devoción
 
Jesús habló por primera vez del deseo de instituir esta fiesta a sor Faustina en 1931: “Deseo que haya una fiesta de la Misericordia. Quiero que la imagen, que pintarás con el pincel, sea bendecida en el primero domingo después de Pascua; este domingo debe ser la fiesta de la Misericordia”, “el más grande atributo de Dios”. En base a los estudios de I. Rozycki, en los años siguientes Jesús volvió a hacer esta precisión en 14 apariciones, definiendo con precisión el día de la fiesta en el calendario litúrgico de la Iglesia, la causa y el fin de su institución, el modo de prepararla y celebrarla y las gracias vinculadas a ella.
 
La elección del primer domingo después de Pascua tiene un profundo sentido teológico, indicando el estrecho vínculo entre el misterio pascual de la Redención y la fiesta de la Misericordia. La propia sor Faustina, por lo demás, escribió: “Ahora veo que la obra de la Redención está unida a la obra de la Misericordia pedida por el Señor”.
 
Jesús explicó la razón por la que pidió la institución de la fiesta, diciendo: “Las almas perecen, a pesar de Mi dolorosa Pasión (…). Si no adoran Mi misericordia, perecerán para siempre”. Para preparar la fiesta debe haber una novena, es decir, la recitación, comenzando desde el Viernes Santo, de la coronilla a la Divina Misericordia. En el día de la fiesta, dijo Jesús, “quien se acerque a la fuente de la vida conseguirá la remisión total de las culpas y de las penas”. Como subrayó Rozycki, se trata de “algo decididamente más grande que la indulgencia plenaria”, que consiste solo en el perdón de las penas temporales merecidas por los pecados cometidos.
 
Por las páginas de su Diario, sabemos que sor Faustina fue la primera en celebrar individualmente esta fiesta, con el permiso de su confesor. El cardenal Franciszek Macharski introdujo la fiesta en Cracovia con la Carta Pastoral para la Cuaresma de 1985, y el ejemplo fue seguido en los años sucesivos por los obispos de otras diócesis polacas. El culto de la Divina Misericordia en el primer domingo después de Pascua en el santuario de Cracovia – Lagiewniki estaba ya presente en 1944.
 
4. Juan Pablo II, el gran promotor del culto a la Divina Misericordia
 
En la homilía de canonización de sor Faustina, el 30 de abril de 2000, Juan Pablo II declaró que desde ese momento el segundo Domingo de Pascua sería llamado en toda la Iglesia “Domingo de la Divina Misericordia”.
 
El papa polaco fue el gran apoyo de este culto, que entre 1938 y 1959 conoció un gran desarrollo, pero a pesar del favor de los pontífices, e interés de muchos pastores de la Iglesia y las peticiones por parte de los obispos y las curias encontró también resistencias, sobre todo por parte del Santo Oficio, que en 1959 emanó incluso una notificación negativa.
 
El culto a la Misericordia de Dios se afirmó plenamente con el papa Wojtyła, quien en la encíclica “Dives in Misericordia” de 1980 exaltó la Misericordia de Dios y el 7 de junio de 1997 afirmó: “Doy gracias a la Divina Providencia porque me ha permitido contribuir personalmente al cumplimiento de la voluntad de Cristo mediante la institución de la Fiesta de la Divina Misericordia”. El 1 de septiembre de 1994, la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos aprobó el texto de la Misa votiva “De Dei Misericordia”, que por voluntad de Juan Pablo II concedía el uso a la Iglesia universal y hoy entra obligatoriamente en todos los misales.

23 de abril: Fiesta de San Jorge, el santo del Papa Francisco

23 de abril: Fiesta de San Jorge, el santo del Papa Francisco

Cada 23 de abril la Iglesia celebra la Fiesta de San Jorge, el santo del Papa Francisco, Jorge Mario Bergoglio, que es también Patrono de Armas de Caballería del Ejército de Argentina, país natal del Santo Padre.
San Jorge vivió en los primeros siglos de la Cristiandad. Nació en Lydda, Palestina, la tierra de Jesús, hijo de un agricultor muy estimado. Ingresó al ejército y fue capitán.
Cuando el santo llegó a una ciudad de Oriente se encontró con un terrible caimán (o dragón o tiburón) que devoraba a la gente y nadie se atrevía a enfrentarlo. San Jorge lo hizo y lo venció.
Llenos de admiración y de emoción por lo sucedido, los lugareños escucharon atentamente cuando el santo les habló de Jesucristo y muchos de ellos se convirtieron al cristianismo.
En ese entonces, el emperador Diocleciano mandó a que todos adoraran ídolos o dioses falsos y prohibió adorar a Jesucristo. El santo declaró que él nunca dejaría de adorar a Cristo y que jamás adoraría ídolos.
Ese rechazo hizo que el emperador lo condenara a muerte. En el momento del martirio lo llevaron al templo de los ídolos para ver si los adoraba, pero ante su presencia varias estatuas de los falsos dioses cayeron al suelo y se despedazaron.
El santo fue martirizado y mientras lo azotaban, se acordaba de los azotes que le dieron a Jesús, y no abría la boca. Sufrió los castigos en silencio.
Las personas al verlo decían que era valiente y que "en verdad vale la pena ser seguidor de Cristo". Al momento de morir el santo dijo: "Señor, en tus manos encomiendo mi alma".
Cuando escuchó que le cortarían la cabeza se alegró porque tenía muchos deseos de ir al cielo y estar junto al Señor. El santo siempre estaba en oración.
Es además Patrono de Inglaterra y de los Boys Scouts.
A San Jorge se le representa generalmente a caballo, con traje militar de la época medieval, con una palma, lanza y escudo que lleva una bandera blanca con una cruz roja cuyos brazos llegan hasta los extremos.
Este escudo se puede ver en cuadros y otras representaciones, y la adaptación del mismo plasmado en la bandera de Inglaterra, la de Georgia, entre otras. etc.
El santo es protector de los agricultores, arqueros, escultistas, herreros, prisioneros, entre los circenses, montañeros, soldados, entre otros. También se le reconoce como el protector de los animales domésticos.
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