viernes, 21 de abril de 2017

¿Por qué los católicos se hacen la señal de la cruz antes de rezar?


¿Es una especie de superstición medieval?

Cuando se reúne para rezar un grupo de cristianos de diferentes denominaciones, es sencillo averiguar quién es (o era) católico. En vez de meterse de lleno en la oración y dirigirse a Dios Padre, el católico utiliza su mano para dibujar una cruz sobre su cuerpo o sobre su frente.
Pero ¿por qué? ¿Es alguna especie de ritual supersticioso?
Empecemos indagando en la historia detrás de este gesto.
Según escritos que se remontan al siglo III, los cristianos llevan haciendo esta señal de la cruz sobre su cuerpo desde el principio. El apologista cristiano Tertuliano escribió por entonces que “nosotros los cristianos tenemos la frente gastada con la señal de la cruz”.
Luego añadió: “En todos nuestros viajes y movimientos, en todas nuestras salidas y llegadas, al ponernos nuestros zapatos, al tomar un baño, en la mesa, al prender nuestras velas, al acostarnos, al sentarnos, en cualquiera de las tareas en que nos ocupemos, marcamos nuestras frentes con el signo de la cruz.”
San Cirilo de Jerusalén, que vivió en el siglo IV, señaló en su Catequesis: “No nos avergoncemos, pues, de confesar al Crucificado. Sea la cruz nuestro sello, hecha con audacia con los dedos sobre nuestra frente y en todo; sobre el pan que comemos y las copas en que bebemos, en nuestras idas y venidas; antes de dormir, cuando nos acostamos y cuando nos despertamos; cuando estamos de viaje y cuando estamos en reposo”.
Se cree que esta tradición temprana de marcar en el cuerpo la señal de la cruz se inspiró en un pasaje del libro de Ezequiel, donde dice: “Y Yahveh le dijo: “Pasa por la ciudad, por Jerusalén, y marca una cruz en la frente de los hombres que gimen y lloran por todas las abominaciones que se cometen en medio de ella” (Ezequiel 9:4).
En algunas traducciones, el pasaje dice “marca con una T [o una Tau] en la frente”. La Tau es una letra del alfabeto griego que se escribe como una T, así que los primeros cristianos vieron en ella el signo de la cruz. Consideraban que la señal de la cruz les distinguía y les “marcaba” como un pueblo elegido perteneciente al único Dios verdadero.
La señal de la cruz que los católicos hacen antes de rezar o de hacer cualquier actividad no debiera ser un acto supersticioso, sino una manifestación externa de fe.
Según explica el Catecismo de Baltimore, “la señal de la cruz es una profesión de fe en los misterios principales de nuestra religión porque expresa los misterios de la Unidad y la Trinidad de Dios y de la Encarnación y la muerte de nuestro Señor (…); expresa el misterio de la Encarnación al recordarnos que el Hijo de Dios, tras convertirse en hombre, sufrió la muerte en la cruz”.
El Catecismo de la Iglesia Católica añade: “El cristiano comienza su jornada, sus oraciones y sus acciones con la señal de la cruz, ‘en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén’. El bautizado consagra la jornada a la gloria de Dios e invoca la gracia del Señor que le permite actuar en el Espíritu como hijo del Padre. La señal de la cruz nos fortalece en las tentaciones y en las dificultades” (2157).
La cruz está en el mismísimo centro de nuestra fe, por lo que santiguarnos se supone ha de ser un recordatorio constante del precio que Jesús pagó por nuestros pecados. Es tanto una manifestación de fe como una sencilla oración de grandísimo poder.
Según san Juan Crisóstomo, los demonios huyen de allí donde vieran la señal de la cruz y la temen “como un bastón con el que están siendo abatidos”.
En resumidas cuentas, la señal de la cruz es un gesto sencillo con raíces antiguas y bíblicas. Aunque pudiera parecer que algunos católicos se santiguan con superstición, la intención de santiguarse nunca fue supersticiosa. Es un recordatorio del profundo sacrificio de Jesús hace dos mil años y es un llamamiento activo a Su intervención para ayudarnos en nuestra necesidad.

Catequesis del Papa Francisco sobre la Resurrección de Jesús

El Papa en la Audiencia General. Foto: Lucía Ballester / ACI Prensa

La Resurrección de Jesús fue el tema de la catequesis del Papa Francisco para la primera Audiencia General después de Semana Santa. En ella el Papa pidió mirar a Cristo para darse cuenta de lo que significa el cristianismo: el encuentro con el Resucitado.
“No es una ideología, no es un sistema filosófico, sino es un camino de fe que parte de un advenimiento, testimoniado por los primeros discípulos de Jesús”, afirmó.
A continuación, el texto completo de la catequesis:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Nos encontramos hoy, en la luz de la Pascua, que hemos celebrado y continuamos celebrándola en la Liturgia. Por esto, en nuestro itinerario de catequesis sobre la esperanza cristiana, hoy deseo hablarles de Cristo Resucitado, nuestra esperanza, así como lo presenta San Pablo en la Primera Carta a los Corintios (Cfr. cap. 15).
El apóstol quiere resolver una problemática que seguramente en la comunidad de Corinto estaba al centro de las discusiones. La resurrección es el último argumento afrontado en la Carta, pero probablemente, en orden de importancia, es el primero: de hecho todo se apoya en este presupuesto.
Hablando a los cristianos, Pablo parte de un dato indudable, que no es el éxito de una reflexión de algún hombre sabio, sino un hecho, un simple hecho que ha intervenido en la vida de algunas personas. El cristianismo nace de aquí. No es una ideología, no es un sistema filosófico, sino es un camino de fe que parte de un advenimiento, testimoniado por los primeros discípulos de Jesús. Pablo lo resume de este modo: Jesús murió por nuestros pecados, fue sepultado, resucitó al tercer día y se apareció a Pedro y a los Doce (Cfr. 1 Cor 15,3-5). Este es el hecho. Ha muerto, fue sepultado, ha resucitado, se ha aparecido. Es decir: Jesús está vivo. Este es el núcleo del mensaje cristiano.
Anunciando este advenimiento, que es el núcleo central de la fe, Pablo insiste sobre todo en el último elemento del misterio pascual, es decir, en el hecho de que Jesús ha resucitado. Si de hecho, todo hubiese terminado con la muerte, en Él tendríamos un ejemplo de entrega suprema, pero esto no podría generar nuestra fe. Ha sido un héroe. ¡No! Ha muerto, pero ha resucitado. Porque la fe nace de la resurrección. Aceptar que Cristo ha muerto, y ha muerto crucificado, no es un acto de fe, es un hecho histórico. En cambio, creer que ha resucitado sí. Nuestra fe nace en la mañana de Pascua. Pablo hace una lista de las personas a las cuales Jesús resucitado se les aparece (Cfr. vv. 5-7). Tenemos aquí una pequeña síntesis de todas las narraciones pascuales y de todas las personas que han entrado en contacto con el Resucitado. Al inicio de la lista están Cefas, es decir, Pedro, y el grupo de los Doce, luego “quinientos hermanos” muchos de los cuales podían dar todavía sus testimonios, luego es citado Santiago. El último de la lista – como el menos digno de todos – es él mismo, Pablo dice de sí mismo: “como un aborto” (Cfr. v. 8).
Pablo usa esta expresión porque su historia personal es dramática: pero él no era un monaguillo, ¿eh? Él era un perseguidor de la Iglesia, orgulloso de sus propias convicciones; se sentía un hombre realizado, con una idea muy clara de cómo es la vida con sus deberes. Pero, en este cuadro perfecto – todo era perfecto en Pablo, sabía todo – en este cuadro perfecto de vida, un día sucedió lo que era absolutamente imprevisible: el encuentro con Jesús Resucitado, en el camino a Damasco. Allí no había sólo un hombre que cayó en la tierra: había una persona atrapada por un advenimiento que le habría cambiado el sentido de la vida. Y el perseguidor se convierte en apóstol, ¿Por qué? ¡Porque yo he visto a Jesús vivo! ¡Yo he visto a Jesús resucitado! Este es el fundamento de la fe de Pablo, como de la fe de los demás apóstoles, como de la fe de la Iglesia, como de nuestra fe.
¡Qué bello es pensar que el cristianismo, esencialmente, es esto! No es tanto nuestra búsqueda en relación a Dios – una búsqueda, en verdad, casi incierta – sino mejor dicho la búsqueda de Dios en relación con nosotros. Jesús nos ha tomado, nos ha atrapado, nos ha conquistado para no dejarnos más. El cristianismo es gracia, es sorpresa, y por este motivo presupone un corazón capaz de maravillarse. Un corazón cerrado, un corazón racionalista es incapaz de la maravilla, y no puede entender que cosa es el cristianismo. Porque el cristianismo es gracia, y la gracia solamente se percibe, más: se encuentra en la maravilla del encuentro.
Y entonces, también si somos pecadores – pero todos lo somos – si nuestros propósitos de bien se han quedado en el papel, o quizás sí, mirando nuestra vida, nos damos cuenta de haber sumado tantos fracasos. En la mañana de Pascua podemos hacer como aquellas personas de las cuales nos habla el Evangelio: ir al sepulcro de Cristo, ver la gran piedra removida y pensar que Dios está realizando para mí, para todos nosotros, un futuro inesperado. Ir a nuestro sepulcro: todos tenemos un poco dentro. Ir ahí, y ver como Dios es capaz de resucitar de ahí. Aquí hay felicidad, aquí hay alegría, vida, donde todos pensaban que había sólo tristeza, derrota y tinieblas. Dios hace crecer sus flores más bellas en medio a las piedras más áridas.
Ser cristianos significa no partir de la muerte, sino del amor de Dios por nosotros, que ha derrotado a nuestra acérrima enemiga. Dios es más grande de la nada, y basta sólo una luz encendida para vencer la más oscura de las noches. Pablo grita, evocando a los profetas: «¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón?» (v. 55). En estos días de Pascua, llevemos este grito en el corazón. Y si nos dirán del porqué de nuestra sonrisa donada y de nuestro paciente compartir, entonces podremos responder que Jesús está todavía aquí, que continúa estando vivo entre nosotros, que Jesús está aquí, en la Plaza, con nosotros: vivo y resucitado.

Papa Francisco expresa su deseo de una Iglesia despojada de mundanidad

Asís (Imagen referencial) / Flickr Roberto Ferrari (CC BY-SA 2.0)

En una carta escrita con motivo de la inauguración de un nuevo Santuario en Asís, Italia, el Papa Francisco recuerda a la Iglesia su deber de despojarse de la mundanidad y de revestirse de los valores del Evangelio.
En la carta, dirigida al Obispo de Asís-Nocera Umbra-Gualdo Tadino, Mons. Domenico Sorrentino, el Pontífice bendijo el nuevo Santuario de la Expoliación, que se abrirá a los fieles el próximo 20 de mayo, y valoró el testimonio de San Francisco de Asís como un ejemplo para la Iglesia y el mundo de hoy.
El nuevo Santuario de la Expoliación, en iglesia de Santa María Mayor, pretende recordar el gesto de un joven San Francisco que se despojó de todos sus bienes mundanos para entregarse por entero a Dios y a los demás.
El Papa recuerda en la carta que el ejemplo de San Francisco fue lo que le inspiró a la hora de tomar su nombre en el comienzo de su Pontificado. “Recuerdo bien la emoción de mi primera visita a Asís –señala en referencia al viaje pastoral que realizó en 2013–. Habiendo elegido, como inspiración ideal de mi Pontificado, el nombre de Francisco, la Sala de la Expoliación me hacía revivir con particular intensidad aquel momento de la vida del Santo”.
Además, el Santo Padre reflexionó sobre el significado que aquella Sala, ahora convertida en Santuario, tiene para el mundo de hoy. “En esa habitación resultaba elocuente el testimonio de la escandalosa realidad de un mundo todavía marcado por las diferencias existentes entre un interminable número de pobres, a menudo desprovistos de lo estrictamente necesario, y la minúscula porción de propietarios que poseían la mayor parte de las riquezas y pretendían determinar los destinos de la humanidad”.
“Por desgracia, dos mil años después del anuncio del Evangelio, y después de ocho siglos del testimonio de Francisco, estamos ante un fenómeno de ‘desigualdad global’ y de ‘economía que mata’”.
El Obispo de Roma destacó la gran importancia que el nuevo Santuario tendrá para el conjunto de los creyentes: “El nuevo Santuario de Asís nace como una profecía de una sociedad más justa y solidaria, mientras recuerda a la Iglesia su deber de vivir, como la norma de Francisco, despojándose de la mundanidad y revistiéndose de los valores del Evangelio”. Y recordó las palabras que pronunció durante su visita a Asís en 2013: “Todos estamos llamados a ser pobres, a despojarnos de nosotros mismos”.
En este sentido, destacó la importancia del testimonio en la Nueva Evangelización: “Si en tantas regiones del mundo, tradicionalmente cristianas, se comprueba un alejamiento de la fe, y estamos, por lo tanto, llamados a una nueva evangelización, el secreto de nuestra predicación no podrá radicar tanto en la fuerza de nuestras palabras como en la fascinación por nuestro testimonio sostenido por la gracia”.
El Papa concluye la carta impartiendo su bendición al nuevo Santuario y a los peregrinos que lo visiten.

Jugando “a la Semana Santa”



Nada como observar el juego de un niño para saber en qué fase están su cabeza y su corazón.
Hasta ahora nuestra benjamina ha vivido la Semana Santa muy al margen de las celebraciones y el plan de los mayores. Pero este año hemos decidido plantearla en clave más familiar, para que todos podamos participar de las celebraciones propias de estos días y entender -adaptando el mensaje a la edad de cada uno-, lo que estamos viviendo.
Han quedado descartadas parroquias urbanas y hemos decidido arrimarnos al calor de una comunidad rural, donde “mi adolescente favorito” ha descubierto que tener trece años es compatible con llevar la cruz o leer las reflexiones correspondientes con las estaciones del Viacrucis. Irene, que está a punto de tomar la Primera Comunión y con las catequesis sobre la Semana Santa recientes, se ha dado cuenta de la cantidad de cosas que entiende y que otros años no entendía.
De Sara no necesito explicaros nada. La foto habla por si sola. El Víacrucis particular de su muñeca “Sweet” es la prueba de que la Semana Santa ha entrado en sus juegos con fuerza.
Estoy segura de que la Vigilia Pascual también será una enorme fuente de inspiración.

Viernes de la Octava de Pascua


Libro de los Hechos de los Apóstoles 4,1-12. 

Mientras los Apóstoles hablaban al pueblo, se presentaron ante ellos los sacerdotes, el jefe de los guardias del Templo y los saduceos,
irritados de que predicaran y anunciaran al pueblo la resurrección de los muertos cumplida en la persona de Jesús.
Estos detuvieron a los Apóstoles y los encarcelaron hasta el día siguiente, porque ya era tarde.
Muchos de los que habían escuchado la Palabra abrazaron la fe, y así el número de creyentes, contando sólo los hombres, se elevó a unos cinco mil.
Al día siguiente, se reunieron en Jerusalén los jefes de los judíos, los ancianos y los escribas,
con Anás, el Sumo Sacerdote, Caifás, Juan, Alejandro y todos los miembros de las familias de los sumos sacerdotes.
Hicieron comparecer a los Apóstoles y los interrogaron: "¿Con qué poder o en nombre de quién ustedes hicieron eso?".
Pedro, lleno del Espíritu Santo, dijo: "Jefes del pueblo y ancianos,
ya que hoy se nos pide cuenta del bien que hicimos a un enfermo y de cómo fue curado,
sepan ustedes y todo el pueblo de Israel: este hombre está aquí sano delante de ustedes por el nombre de nuestro Señor Jesucristo de Nazaret, al que ustedes crucificaron y Dios resucitó de entre los muertos.
El es la piedra que ustedes, los constructores, han rechazado, y ha llegado a ser la piedra angular.
Porque no existe bajo el cielo otro Nombre dado a los hombres, por el cual podamos salvarnos".

Salmo 118(117),1-2.4.22-24.25-27a. 
¡Den gracias al Señor, porque es bueno,
porque es eterno su amor!
Que lo diga el pueblo de Israel:
¡es eterno su amor!

Que lo digan los que temen al Señor:
¡es eterno su amor!
La piedra que desecharon los constructores
es ahora la piedra angular.

Esto ha sido hecho por el Señor
y es admirable a nuestros ojos.
Este es el día que hizo el Señor:
alegrémonos y regocijémonos en él.

Sálvanos, Señor, asegúranos la prosperidad.
¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
Nosotros los bendecimos desde la Casa del Señor:
el Señor es Dios, y él nos ilumina».


Evangelio según San Juan 21,1-14. 
Jesús se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así:
estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos.
Simón Pedro les dijo: "Voy a pescar". Ellos le respondieron: "Vamos también nosotros". Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada.
Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él.
Jesús les dijo: "Muchachos, ¿tienen algo para comer?". Ellos respondieron: "No".
El les dijo: "Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán". Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla.
El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: "¡Es el Señor!". Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua.
Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla.
Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan.
Jesús les dijo: "Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar".
Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió.
Jesús les dijo: "Vengan a comer". Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: "¿Quién eres", porque sabían que era el Señor.
Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado.
Esta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos.