domingo, 20 de marzo de 2016

¿Es pesada tu Cruz?

Dicen que no hay cristiano sin cruz.  La mía me pesa mucho. Y no me agrada, pero he aprendido a aceptarla. Es la cruz que Él eligió para mí.
Esta experiencia que estoy viviendo, con las dificultades que enfrento,  es difícil y  maravillosa a la vez.
La veo como un regalo del cielo, una caricia de Dios, mi padre.
Me permite a ver las cosas desde otra perspectiva y  valorar más cada instante de vida.
He comprendido algo importante, a pesar de la adversidad que enfrentamos… ¡Cuánto bien podemos hacer! 
Por lo pronto me he alejado del mundo para dedicarme a mi familia,  a la búsqueda de Dios y la oración.
Entre tanto escribo, anoto mis experiencias con la esperanza que te ayuden a ti y  a otros, para que puedan salir adelante en medio de  los conflictos que enfrentan.
Sé que saldré de este torbellino, no lo dudo. Dios me ayudará, me mostrará el camino. Y cuando ocurra lo compartiré contigo. Te mostraré cómo lo hice.
¿Qué te sugiero ahora? Ofrece, reza y confía.
En el diario de sor Faustina leí estas palabras de Jesús: “Las gracias de mi misericordia se toman con un solo recipiente y éste es la confianza. Cuanto más confíe un alma, tanto más recibirá”.
Es maravilloso, como si Jesús te dijera: “Confía, del resto me encargo yo”.
Sabiendo esto, dependerá de ti lo que hagas, el camino que elijas.
  Hay un secreto que aprendí de los santos:
“ACUDIR A LA VIRGEN MARÍA”.
No pierdas la capacidad de soñar y creer en la bondad de las personas.
Nunca pierdas esa esperanza. 
Dios te ve desde el cielo, y su sueño, su mayor ilusión, eres tú.
Me gusta pensar en estas palabras que una vez leí de Chiara Lubich la fundadora del Movimiento de los Focolares: “Sé el primero en dar el paso del amor”.
Si me preguntaras qué hacer, cómo salir de esta angustia que te corroe por dentro, ese dolor que te llega al alma, te respondería sin dudarlo:
“Ama de primero”.
El que es capaz de amar se desprende de sí mismo, olvida sus problemas y se dedica a consolar.
 El que ama es capaz de transformar el mundo.
……………………………
Empieza la Semana Santa y nos quejamos de lo pesada que es nuestra cruz.
Lo he pensado mucho y he llegado a esta conclusión:
“No es un sufrimiento lo que vives, es un encuentro con Dios… “.
…………..


Te recomendamos esta hermosa reflexión sobre la cruz


También nos gustaría sugerirte algunos libros de espiritualidad para estos días santos.
“Nada hace tanto bien al alma con la lectura de un buen libro”.



SEMANA SANTA 2016 VATICANO

SEMANA SANTA EN ROMA, SANTO PADRE, Pincha el enace y podrás tener el horario de las celebraciones.

El Papa en el Domingo de Ramos: ‘El crucifijo es la cátedra de Dios’ En su homilía, el Santo Padre recordó que solo Jesús nos salva de los lazos del pecado, de la muerte, del miedo y de la tristeza. Texto completo

Papa Francisco. Homilía del Domingo de Ramos 2016
Francisco Durante La Homilía Del Domingo De Ramos
(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- Durante la tradicional celebración del Domingo de Ramos en la plaza de San Pedro, y mientras leía su homilía sobre la pasión del Señor, el papa Francisco improvisó unas palabras para llamar la atención sobre la situación de los migrantes y refugiados.
Tras referirse a “la infamia y la condena inicua” que recibió Jesús por parte “de las autoridades, religiosas y políticas”, el Santo Padre recordó que también sufrió “la indiferencia, pues nadie quiso asumir la responsabilidad de su destino”. En este punto, el Pontífice afirmó sin mirar a los papeles: “Pienso en tanta gente, en tantos marginados, en tantos prófugos, en tantos refugiados… a los que les digo que muchos no quieren asumir la responsabilidad de su destino”.
El Papa llegó a la plaza a pie, con una mitra dorada y una capa pluvial roja, y se acercó hasta el obelisco central para bendecir las palmas y los ramos de olivo. Posteriormente, fue en procesión hasta el altar ubicado ante la fachada de la basílica de San Pedro, donde presidió la celebración eucarística.
Ante más de sesenta mil personas venidas de todo el mundo, en su mayoría jóvenes, Francisco relató cómo cuando Jesús de Nazaret entró a Jerusalén la muchedumbre lo acogió con “entusiasmo, agitando las palmas y los ramos de olivo” y al grito de “¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”. Pero a su entrada triunfal le siguió una humillación que “parece no tener fondo” y que fue la que experimentó durante la Pasión, a la que continuó la Muerte y la Resurrección, explicó.
“La humillación que sufre Jesús llega al extremo en la Pasión: es vendido por treinta monedas y traicionado por un beso de un discípulo que él había elegido y llamado amigo. Casi todos los otros huyen y lo abandonan; Pedro lo niega tres veces en el patio del templo”, prosiguió el Santo Padre, al tiempo que señaló que el Señor no solo cargó con esta traición, sino que sufrió “en el cuerpo violencias atroces, los golpes, los latigazos y la corona de espinas” desfiguraron “su aspecto haciéndolo irreconocible”, y Poncio Pilato lo envió “posteriormente a Herodes”, quien lo devolvió al gobernador romano, mientras le fue “negada toda justicia”.
“Llega de este modo a la muerte en cruz, dolorosa e infamante, reservada a los traidores, a los esclavos y a los peores criminales”, lamentó el Pontífice. Así, destacó, “Jesús nos salva de los lazos del pecado, de la muerte, del miedo y de la tristeza”.
Al término de sus palabras, el papa Francisco exhortó a los presentes a mirar el crucifijo, que es la “cátedra de Dios”. El ejemplo de Cristo –concluyó– debe servir para “elegir su camino: el camino del servicio, de la donación, del olvido de uno mismo” y “aprender el amor humilde, que salva y da la vida, para renunciar al egoísmo, a la búsqueda del poder y de la fama”.
Publicamos a continuación el texto completo:
«¡Bendito el que viene en nombre del Señor!» (Cf. Lc 19,38), gritaba la muchedumbre de Jerusalén acogiendo a Jesús. Hemos hecho nuestro aquel entusiasmo, agitando las palmas y los ramos de olivo hemos expresado la alabanza y el gozo, el deseo de recibir a Jesús que viene a nosotros. Del mismo modo que entró en Jerusalén, desea también entrar en nuestras ciudades y en nuestras vidas. Así como lo ha hecho en el Evangelio, cabalgando sobre un simple pollino, viene a nosotros humildemente, pero viene «en el nombre del Señor»: con el poder de su amor divino perdona nuestros pecados y nos reconcilia con el Padre y con nosotros mismos. Jesús está contento de la manifestación popular de afecto de la gente, y ante la protesta de los fariseos para que haga callar a quien lo aclama, responde: «si estos callan, gritarán las piedras» (Lc 19,40). Nada pudo detener el entusiasmo por la entrada de Jesús; que nada nos impida encontrar en él la fuente de nuestra alegría, de la alegría auténtica, que permanece y da paz; porque sólo Jesús nos salva de los lazos del pecado, de la muerte, del miedo y de la tristeza.
Sin embargo, la Liturgia de hoy nos enseña que el Señor no nos ha salvado con una entrada triunfal o mediante milagros poderosos. El apóstol Pablo, en la segunda lectura, sintetiza con dos verbos el recorrido de la redención: «se despojó» y «se humilló» a sí mismo (Fil 2,7.8). Estos dos verbos nos dicen hasta qué extremo ha llegado el amor de Dios por nosotros. Jesús se despojó de sí mismo: renunció a la gloria de Hijo de Dios y se convirtió en Hijo del hombre, para ser en todo solidario con nosotros pecadores, él que no conoce el pecado. Pero no solamente esto: ha vivido entre nosotros en una «condición de esclavo» (v. 7): no de rey, ni de príncipe, sino de esclavo. Se humilló y el abismo de su humillación, que la Semana Santa nos muestra, parece no tener fondo.
El primer gesto de este amor «hasta el extremo» (Jn 13,1) es el lavatorio de los pies. «El Maestro y el Señor» (Jn 13,14) se abaja hasta los pies de los discípulos, como solamente hacían lo siervos. Nos ha enseñado con el ejemplo que nosotros tenemos necesidad de ser alcanzados por su amor, que se vuelca sobre nosotros; no puede ser de otra manera, no podemos amar sin dejarnos amar antes por él, sin experimentar su sorprendente ternura y sin aceptar que el amor verdadero consiste en el servicio concreto.
Pero esto es solamente el inicio. La humillación que sufre Jesús llega al extremo en la Pasión: es vendido por treinta monedas y traicionado por un beso de un discípulo que él había elegido y llamado amigo. Casi todos los otros huyen y lo abandonan; Pedro lo niega tres veces en el patio del templo. Humillado en el espíritu con burlas, insultos y salivazos; sufre en el cuerpo violencias atroces, los golpes, los latigazos y la corona de espinas desfiguran su aspecto haciéndolo irreconocible. Sufre también la infamia y la condena inicua de las autoridades, religiosas y políticas: es hecho pecado y reconocido injusto. Pilato lo envía posteriormente a Herodes, y este lo devuelve al gobernador romano; mientras le es negada toda justicia, Jesús experimenta en su propia piel también la indiferencia, pues nadie quiere asumir la responsabilidad de su destino. Y pienso en mucha gente, en muchos marginados, en muchos prófugos, en muchos refugiados… a los que les digo que muchos no quieren asumir la responsabilidad de su destino. El gentío que apenas unos días antes lo aclamaba, transforma las alabanzas en un grito de acusación, prefiriendo incluso que en lugar de él sea liberado un homicida. Llega de este modo a la muerte en cruz, dolorosa e infamante, reservada a los traidores, a los esclavos y a los peores criminales. La soledad, la difamación y el dolor no son todavía el culmen de su anonadamiento. Para ser en todo solidario con nosotros, experimenta también en la cruz el misterioso abandono del Padre. Sin embargo, en el abandono, ora y confía: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46).
Suspendido en el patíbulo, además del escarnio, afronta también la última tentación: la provocación a bajar de la cruz, a vencer el mal con la fuerza, y a mostrar el rostro de un Dios potente e invencible. Jesús en cambio, precisamente aquí, en el culmen del anonadamiento, revela el rostro auténtico de Dios, que es misericordia. Perdona a sus verdugos, abre las puertas del paraíso al ladrón arrepentido y toca el corazón del centurión. Si el misterio del mal es abismal, infinita es la realidad del Amor que lo ha atravesado, llegando hasta el sepulcro y los infiernos, asumiendo todo nuestro dolor para redimirlo, llevando luz donde hay tinieblas, vida donde hay muerte, amor donde hay odio.
Nos puede parecer muy lejano a nosotros el modo de actuar de Dios, que se ha anonadado por nosotros, mientras a nosotros nos parece difícil olvidarnos un poco de nosotros mismos. Él viene a salvarnos, estamos llamados a elegir su camino: el camino del servicio, de la donación, del olvido de uno mismo. Podemos emprender este camino deteniéndonos en estos días a mirar el Crucifijo, es la “cátedra de Dios”. Os invito en esta semana a mirar a menudo a esta “cátedra de Dios”, para aprender el amor humilde, que salva y da la vida, para renunciar al egoísmo, a la búsqueda del poder y de la fama. Con su humillación, Jesús nos invita a caminar por su camino. Volvamos a él la mirada, pidamos la gracia de entender algo de este misterio de su anonadamiento por nosotros; y así, en silencio, contemplemos el misterio de esta Semana.
© Copyright – Libreria Editrice Vaticana

Domingo de Ramos: ¿Una fiesta al inicio de una muerte? Lo aclaman y alaban pero Jesús ve más allá, sólo un salto mortal en los brazos de Dios nos podrá salvar

Los ramos visten de luz el camino este domingo. De luz y de alegría. Jesús entra montado en un pollino: “Se lo llevaron a Jesús, lo aparejaron con sus mantos. Según iba avanzando, la gente alfombraba el camino con los mantos. Y, cuando se acercaba ya la bajada del monte de los Olivos. La masa de los discípulos, entusiasmados, se pusieron a alabar a Dios a gritos, por todos los milagros que habían visto, diciendo: – ¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en lo alto”. 
Me cuesta entender esta escena. Jesús acaba de hacer algunos milagros. Se acerca a Jerusalén. Quiere entrar subido en un pollino. La gente lo ve y le aclama con ramos y con sus mantos. La Semana Santa empieza siempre con esta entrada festiva.Todos nos alegramos con los ramos en las manos.
Esta fue su última Pascua. Fue la última vez y quiso entrar de una forma diferente. La gente se alegra hoy al ver a Jesús, su rey, montado en un pollino. Se cumple lo que decía Zacarías 9,9: “Regocíjate hija de Sion. He aquí, tu rey viene a ti, justo y dotado de salvación, humilde, montado en un asno, en un pollino, hijo de asna”.
La profecía se hace realidad en su carne. Con su entrada triunfal parece que viene a devolver la libertad a un pueblo cautivo. Como si se tratara de un nuevo emperador que llegara con sus tropas a conquistar la nueva tierra vencida.
Me impresiona este momento de fiesta al comienzo de su muerte. Este instante de alegría desbordante, de pasión ante la vida de un hombre que está a punto de morir. ¿Qué habría en el corazón de Jesús ese mismo día? ¿Qué sentimientos? ¿Qué miedos?
Me gustaría asomarme a su alma a las puertas de Jerusalén. Caminar a su lado, colocando mi manto a sus pies. Me gustaría escuchar sus silencios y notar el latido de su corazón expectante. ¿Cuál era el querer de Dios ese día en que tantos lo aclamaban?
¿Qué pensarían sus discípulos felices de verlo caminar aclamado por las masas y cumpliendo las Escrituras? Tal vez en ese momento estarían vencidos sus miedos. Se animarían al pensar que todos lo seguían, lo querían y nadie se atrevería a hacerle daño.
¿Por qué había que temer? Jesús iba a imponer su reino de verdad y justicia, de libertad y de amor. Nadie podría detener sus pasosEra tanta la alegría que los miedos quedaban ocultos.
Jesús hoy se deja hacer“Le ayudaron a montar”.Lo montan en un pollino. Jesús es llevado hoy de la misma forma como luego será llevado a la cruz. En el éxito y en el fracaso. En la vida y en la muerte. En la luz y en la oscuridad.
Miro el corazón de Jesús este día. ¿Qué sentiría al comenzar esta Semana Santa? Llega a Jerusalén. Ha sido un largo camino. Un camino lleno de incertidumbres. Entra. ¡Cuántos recuerdos se agolparían en su mente al recorrer en el pollino las calles de Jerusalén!
Lo guían. Él no marca el camino. Como cuando iba al templo llevado por sus padres. Lo mismo que después cuando atraviese la ciudad rumbo al Calvario. No decide ahora Él. Se deja llevar. 
Pienso en cuánto me cuesta a mí que otros decidan por mí, que marquen mi camino, que me lleven donde no he decidido ir. Es fuerte el orgullo.
Jesús se humilla de nuevo subido en un pollino y guiado por esas calles de Jerusalén. Me impresiona la humildad de Jesús. Jesús atraviesa la puerta de su ciudad. Se llama puerta dorada. No es precisamente la puerta de la misericordia.
Pero pienso que al pasar hoy por ella, al obedecer y dejarse llevar, al ser dócil a su destino, está entrando hondo en la puerta del corazón de su Padre, que lo abraza y lo sostiene. Se deja hacer, y Dios, su Padre, hace. Cava hondo. Lo abraza. Lo cuida. Lo moldea.
¡Cuánto nos duele obedecer y dejar que nos lleven donde no queremos ir! Jesús llevado en un pollino. Jesús llevado con la cruz en el Calvario.
En la humildad de su obediencia me siento muy cerca de Jesús. Tal vez su fracaso humano me recuerda que yo también estoy hecho de barro y caigo. Su fracaso me acerca a Él y a todos los momentos de desaliento de mi vida, a todos mis proyectos frustrados.
Cuando no sale todo como yo quería y sólo me queda obedecer. Cuando no decido yo. Cuando no soy yo el que lleva las riendas de mi vida. Jesús se deja llevar en ese fracaso que Él no había deseado.
Ha entregado la vida. Ha servido con amor a todos. Se ha entregado hasta el final. Pero no le han comprendido ni han tomado sus palabras en sus vidas. No han acogido tanto amor. No han comprendido que su vida era una ofrenda de amor del Padre.
Lo han rechazado porque su vida era molesta. La vida del justo incomoda al injusto. La vida del que ama incomoda al que odia. Su fracaso es el fracaso del amor rechazado. Se deja guiar. Ahora se deja conducir donde no quiere ir.
Lo aclaman y alaban pero Jesús ve más allá, ve más hondo. Sabe lo que está ocurriendo. Tiene la certeza de su fracaso. Pienso en lo que a mí me costaría sentir que todo aquello a lo que he dedicado mi vida no da el fruto que yo esperaba. Cuando no me acogen.
Es verdad que el fruto de una entrega se mide en el eco silencioso que ha tenido en el corazón de personas, y no en números. Y es verdad que su amor había quedado impreso a fuego en muchos corazones.
Había intentado sanar a muchos. ¡Cuántas veces habría orado por los suyos, a los que amaba! ¡Cuántas personas habría curado con sus manos, con sus palabras! Quedan muchas personas a las que curar, muchos a los que salvar.
Hay muchas heridas todavía que consolar y aliviar. ¿Por qué se deja llevar ahora? ¿Por qué no toma su vida en sus manos y decide y actúa?
Me gustaría gritarle a Jesús que hoy se volviera, que no entrara, que no se dejara llevar. Que detuviera la fiesta.
Sé que Jesús no busca la muerte, no la quiere, pero siente en su corazón que esa Pascua tiene que pasarla en Jerusalén, con los suyos. No quiere dejar de hacer nada de lo que hacía siempre esos días de fiesta. Obedece. Se deja hacer. Confía. Cree contra toda esperanza. Se abandona en los brazos de su Padre.
Decía el padre José Kentenich: “El heroísmo de la infancia espiritual o bien, la genialidad de la ingenuidad. Necesitamos una extraordinaria genialidad para madurar interiormente y sortear las dificultades que se nos presenten. Sólo un salto mortal en los brazos de Dios nos podrá salvar[1].
Igual que hizo toda su vida desde que nació en Belén, vuelve a confiar. Siempre se dejó hacer. El hijo obediente hasta la cruz. Me impresiona su docilidad y su heroísmo. Un salto mortal en brazos de Dios.
[1] J. Kentenich, Pedagogía de los ideales

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor

Libro de Isaías 50,4-7. 
El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento. Cada mañana, él despierta mi oído para que yo escuche como un discípulo.
El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás.
Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían.
Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso, endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado.



Salmo 22(21),8-9.17-18a.19-20.23-24. 
Los que me ven, se burlan de mí,
hacen una mueca y mueven la cabeza, diciendo:
«Confió en el Señor, que Él lo libre;
que lo salve, si lo quiere tanto.»

Me rodea una jauría de perros,
me asalta una banda de malhechores;
taladran mis manos y mis pies.
Yo puedo contar todos mis huesos.

Se reparten entre sí mi ropa
y sortean mi túnica.
Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
tú que eres mi fuerza, ven pronto a socorrerme.

Yo anunciaré tu Nombre a mis hermanos,
te alabaré en medio de la asamblea:
«Alábenlo, los que temen al Señor;
glorifíquenlo, descendientes de Jacob;
témanlo, descendientes de Israel.»





Carta de San Pablo a los Filipenses 2,6-11. 
Jesucristo, que era de condición divina,
no consideró esta igualdad con Dios
como algo que debía guardar celosamente:
al contrario, se anonadó a sí mismo,
tomando la condición de servidor
y haciéndose semejante a los hombres.
Y presentándose con aspecto humano,
se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte
y muerte de cruz.
Por eso, Dios lo exaltó
y le dio el Nombre que está sobre todo nombre,
para que al nombre de Jesús,
se doble toda rodilla
en el cielo, en la tierra y en los abismos,
y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre:
"Jesucristo es el Señor".