martes, 16 de mayo de 2017

Jim Caviezel: La Virgen María y Juan Pablo II fueron claves en “La Pasión de Cristo”

Jim Caviezel, el actor que interpretó a Jesús en “La Pasión de Cristo”, el famoso filme producido y dirigido por Mel Gibson, reveló en una reciente entrevista que la Virgen María y San Juan Pablo II fueron claves para interpretar el papel que le cambió la vida y ayudó a aumentar su fe.
La devoción a la Virgen María “es la esencia de mi fe. Mi relación con Jesús es gracias a María. Nos trajo a Jesús”, reveló el actor en una entrevista realizada en Polonia por el periodista y crítico de cine Lukasz Adamski.
Sobre la interpretación de Jesús en la “La Pasión de Cristo”, contó que tuvo que enfrentar “muchas críticas y, a menudo, la burla”, pero no se dio por vencido.
“Tenía que seguir adelante de alguna manera. No habría Jim Caviezel como Jesús si no fuera por San Juan Pablo II. Mirando su vida y el poder de su evangelización, me dije a mí mismo: ¿por qué te preocupas por esa tontería (de los críticos)?”, explicó.
El actor dijo que San Juan Pablo II es “odiado por el demonio”, aunque este último “ya ha perdido”.
Jesús y María ya lo han aplastado. Un solo hombre polaco aplastó el comunismo. ¿Cómo logró esto Juan Pablo II? Con amor”, añadió.
Caviezel reconoció que para interpretar a Jesús tuvo que “orar mucho” y pedir a Dios que le mostrara “cómo podía actuar de la manera más precisa” para inspirar a los espectadores.
“Ha sido mi viaje interno que todavía no ha terminado. Mientras trabajaba en ‘La Pasión de Cristo’, Mel (Gibson) se reservó el derecho de dejar de filmar en cualquier momento. Necesitaba estar 100% listo en un sentido espiritual. Esta historia solo se podía contar involucrándose por completo. Totus Tuus. Yo no habría podido terminar este proyecto tampoco si no fuera por la Virgen María. Estoy absolutamente dedicado a ella”, aseguró.
Totus Tuus, que significa Todo Tuyo, era el lema episcopal de San Juan Pablo II, con el que consagró su pontificado a la Santísima Virgen María.
La vida de fe y testimonio
Caviezel aseguró que personas de Hollywood le siguen preguntando por qué no logra separar su carrera actoral del catolicismo, a lo que respondió: “en realidad mi fe me ayuda”.
“Soy consciente del hecho de que soy perezoso, pero esa es la razón por la que trabajo tan duro para superar mi debilidad. Mi fe me ayuda a tomar las decisiones correctas, aunque muchas personas que me inspiraron no tenían fe. Mel Gibson lucha con su fe también. Pero él invirtió su propio dinero en hacer ‘La Pasión de Cristo’”, añadió.
Sobre la Eucaristía, el actor aseguró que es en la Misa donde encuentra “una fuente constante de empoderamiento”.
“Ahí es donde puedo encontrarme con Jesús. Y no se trata simplemente recibir una hostia. Se trata de una transformación real. ¿Pan y vino? No, es el cuerpo y la sangre de Cristo. Por eso vale la pena morir. Cada día rezo para morir con Jesús en mi corazón, para no abandonarlo nunca”, enfatizó.
En la vida diaria, Caviezel adoptó junto a su esposa tres niños que fueron abandonados y no deseados: “Dos de ellos tenían cáncer de cerebro. El tercero tenía sarcoma (un tumor maligno). Mi esposa dijo que no importa si los niños son queridos o no. Son personas, igual que nosotros”.
Finalmente, dijo que, nunca podría haber adoptado sin el soporte de su esposa porque ella “representa la belleza y la bondad”.
“Ella ora para que no deje el camino correcto. Jesús dijo que todo lo que hacemos el menor de nosotros, le hacemos a Él. Quiere estar en nosotros, en todas las acciones más simples”, concluyó.

Fátima: La otra gran columnata de la arquitectura católica


Como la basílica de San Pedro el santuario de Fátima recibe con un “abrazo” de mármol a sus visitantes

Una columnata es una secuencia de columnas, pero con la particularidad de que todas las columnas están unidas por un arquitrabe común. De todas las columnatas, quizás la más famosa sea la que recibe, como un cálido abrazo abierto, a los fieles que visitan la basílica de San Pedro mientras rodea la plaza homónima.
Esta columnata, diseñada por el famoso artista renacentista Gian Lorenzo Bernini, de hecho es un elemento prácticamente independiente que fue añadido a la basílica de San Pedro durante una de sus sucesivas remodelaciones. La columnata crea un espacio al mismo tiempo cerrado y abierto, dependiendo de dónde se sitúe el visitante: mientras se camina por la plaza, el imponente grosor de las columnas crea la ilusión de ser un espacio cerrado, ya que las columnas parecen superponerse. Sin embargo, si un visitante se acerca a cualquiera de las fuentes en la plaza, las columnas parecen separadas y permiten ver el resto de la plaza y los alrededores.
Ahora bien, la columnata del Vaticano no es la única que recibe peregrinos en un gran santuario católico. De hecho, en el santuario de Nuestra Señora del Rosario de Fátima, una columnata de 200 columnas une la basílica principal con los edificios anexos al recinto. Es un conjunto diseñado por el arquitecto António Lino, que incluye 14 altares entre los 200 pilares de la columnata. En cada uno de estos altares hay una imagen del Via Crucis, que normalmente culmina en una decimoquinta estación representando la Resurrección de Cristo.
Otras doscientas estatuas se alzan desde lo alto de la columnata de San Pedro. En Fátima encontramos solo diecisiete estatuas. Cuatro de ellas representan a los cuatro grandes santos portugueses, cada estatua con más de tres metros de altura: san Juan de Dios, san Antonio de Lisboa, san Juan de Brito y beato Nuno de Santa María. Las otras estatuas, más pequeñas, representan a otros santos, casi todos ellos fundadores de órdenes religiosas, desde santa Teresa de Jesús e Ignacio de Loyola a san Simón Stock y san Marcelino Champagnat. Aunque es considerablemente más pequeña que la de San Pedro, la columnata de Fátima sigue siendo el destino preferido de unos 4 millones de peregrinos cada año.

La profecía de Sor Lucía: “El enfrentamiento final entre Dios y Satanás es sobre familia y vida”


La vidente de Fátima lo escribió al cardenal Carlo Caffarra. “La Virgen ya le ha aplastado la cabeza”

Dios contra Satanás: la última batalla, “el enfrentamiento final”, será sobre la familia y sobre la vida. La profecía es de sor Lucía dos Santos, la vidente de Fátima de la que el pasado 13 de febrero empezó el proceso de beatificación.
 
La carta a Lucía
 
Lo cuenta el cardenal Carlo Caffarra en una entrevista concedida a La Voce di Padre Pio (marzo 2015). El purpurado tuvo el encargo de Juan Pablo II de idear y fundar el Instituto Pontificio para los Estudios sobre el Matrimonio y la Familia, del que es hoy profesor emérito.
 
“Al inicio de este trabajo – explica Caffarra – escribí a sor Lucía de Fátima, a través del obispo, porque directamente no se podía hacer. Inexplicablemente, aunque no esperaba una respuesta, porque le pedía sólo oraciones, me llegó a los pocos días una larguísima carta autógrafa – ahora en los archivos del Instituto”.
 
En esa carta de Sor Lucía está escrito que el enfrentamiento final entre el Señor y el reino de Satanás será sobre la familia y sobre el matrimonio. “No tenga miedo, añadía, porque quien trabaje por la santidad del matrimonio y de la familia será siempre combatido y odiado de todas formas, porque este es el punto decisivo”.
 
La columna que sostiene la Creación
 
La monja de Fátima sostenía que la Virgen ya ha “aplastado” la cabeza a Satanás. “Se advertía – prosigue el purpurado – también hablando con Juan Pablo II, que este era el nudo, porque se tocaba la columna que sostiene la Creación, la verdad sobre la relación entre el hombre y la mujer y entre las generaciones. Si se toca la columna central cae todo el edificio, y esto ahora lo vemos, porque estamos en este momento y lo sabemos”.

El Papa Francisco agradece por su viaje a Fátima en Santa María la Mayor

El Papa Francisco reza en Santa María Mayor / Foto: L'Osservatore Romano

Como suele ser habitual en el inicio y regreso de sus viajes apostólicos, el Papa Francisco acudió a primera hora de la mañana de este domingo a rezar ante el icono mariano de la Salus Populi Romani, en la Basílica de Santa María Mayor, en Roma.
De esta manera, quiso dar las gracias por su peregrinación al Santuario de Nuestra Señora de Fátima, del que regresó en la noche del sábado.
Según informó la Sala de Prensa de la Santa Sede por medio de un comunicado, el Santo Padre rezó en silencio durante más de veinte minutos y luego ofreció a la Virgen una corona de rosas blancas.
El Pontífice tiene como costumbre rezar ante la imagen de la Salus Populi Romani (Protectora del Pueblo Romano) antes de iniciar y después de concluir sus viajes internacionales.
El Obispo de Roma acudió a Fátima el 12 y 13 de mayo para conmemorar los 100 años de las apariciones de la Virgen a los pastorcitos videntes Francisco, Jacinta y Lucía. Durante la Misa del sábado, el Papa canonizó a Santa Jacinta y a San Francisco Marto.

¿Se puede ser tan puro que ya no se tengan tentaciones?


La condición humana en este mundo incluye la debilidad

La respuesta debe ser en cualquier caso que no. Rotundamente, no. La condición humana en este mundo incluye esa debilidad que le hace estar sujeto a tentaciones. La tentación no es un mal en sí misma, sino tan solo la incitación al mal, y por eso mismo Jesucristo, que quiso asumir nuestra naturaleza mortal, estuvo sujeto a tentaciones al comienzo de su vida pública, como narran los evangelios. Y era, no lo olvidemos, perfecto hombre además de ser Dios. Evidentemente, se puede añadir que en el cielo la cosa cambia, pero creo que la cuestión planteada se refiere a esta vida.
Para entrar un poco más en detalle haría falta precisar el significado de “puro”. Si por “pureza” se entiende castidades posible encontrarse en situaciones en las que no haya tentaciones, pero eso se debe a motivaciones fisiológicas –o psicofisiológicas- como la edad u otras circunstancias, y no a una superior perfección espiritual.
Si se da al término “pureza” un significado más amplio, que vendría a ser un estado de perfección del espíritu que haya superado todo mal moral, la respuesta es que una pretensión de ese tipo es falsa. Hay tantos tipos de tentaciones como pecados puede haber, que son muchísimos.
Eso no quiere decir que a cada persona le afecte cualquier tentación por igual. Todos tenemos, dependiendo de nuestro modo de ser, antecedentes, y otras circunstancias, nuestros talones de Aquiles, de forma que cada persona puede sufrir muchas tentaciones en unos terrenos, y pocas –o incluso ninguna- en otros. Pero siempre habrá, mientras estemos aquí, alguna.
Si hemos señalado que esa pretensión es falsa, podemos añadir que además es engañosa. Procede de ver solo una parte de la realidad. Suele fijarse en los pecados referidos a los bienes materiales y sensibles, acompañada de una ceguera para los pecados más exclusivos del espíritu, como la soberbia o la envidia.
De ahí que pueda acabar como, en el siglo XVII, el obispo francés Fenelon describió a las monjas del monasterio de Port Royal: “las he encontrado –decía- puras como ángeles, y soberbias como demonios”.
La tentación no hay que buscarla, pero hay que considerarla como una indeseada compañera de nuestra vida. Aunque sea una incitación al mal, y recemos en el Padrenuestro que Dios no nos deje caer en ella (fijémonos bien: la petición no es que deje de haber tentaciones), tiene su lado bueno. Nos pone en nuestro lugar, evitando la pretensión de una autosuficiencia que nos alejaría de Dios en vez de acercarnos a Él; dicho de otra manera, contribuye a que seamos humildes.
Y, además, hace posible ese deporte del espíritu que es la lucha por la virtud. Por eso Dios no la impide. Lo único que impide es que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas: fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas; antes bien, con la tentación, os dará también el modo de poder soportarla con éxito (I Corintios, 10, 13).

Oración de liberación de nuestra casa



Para hacerla dentro de casa, con la familia reunida

Después de hacerla, reza un Padrenuestro y rocía con agua bendita todas las habitaciones.

Inicio de la oración

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Padre de infinita bondad, te consagro mi casa, este lugar en que vivo con mi familia.
Muchas casas se vuelven lugares de pleitos, de disputas por herencias, de deudas económicas, lamentos y sufrimientos. Algunas son escenario de adulterio, otras se transforman en lugar de odio, venganza, prostitución, pornografía, libertinaje, robo, tráfico de drogas, falta de respeto, enfermedades graves, enfermedades psicológicas, agresividad, muertes y abortos.
A veces, mientras se construye la casa, alguien por los más variados motivos, maldice a los dueños o los materiales de construcción usados. Eso no es bueno para el lugar en que vivimos. Por eso yo te pido, Señor, que quites todo eso de nuestro hogar.
Si el terreno en el que está la casa fue motivo de disputas judiciales y herencias mal resueltas que pudieron haber generado muertes, accidentes, violencia y agresividad, te pido, Señor, que nos bendigas y alejes de nosotros todo ese mal.
Yo sé que el enemigo se aprovecha de esas situaciones para instalar su cuartel general, pero también sé que Tú tienes el poder de expulsar de aquí todo mal. Por eso, te pido que el demonio vaya directo a tus pies y nunca más regrese a esta casa.
Hoy tomé la decisión de consagrar esta casa a Ti. Pido que, así como fuiste a la casa de los novios de Caná de Galilea y ahí hiciste tu primer milagro, vengas hoy a mi casa y expulses todo el mal que pueda estar enraizado y las posibles maldiciones que se encuentran impregnadas en ella.
Por favor, Cristo Señor, expulsa ahora, con tu poder, todo mal, toda falsa enfermedad, el espíritu de separación, el adulterio, los problemas económicos, los espíritus malignos de agresividad, de desobediencia, de bloqueos afectivos y familiares, toda y cualquier consagración, hechizos o evocación a los muertos, uso de cristales, energización, todo tipo de figuras y ruidos (cita otras incomodidades que no están aquí enlistadas y que te molestan).
Que esos males sean expulsados, ahora, de este lugar, en nombre de Jesús, y no vuelvan nunca más, pues esta casa ahora pertenece a Dios y a Él está consagrada.
Señor, te pido, expulsa de aquí toda la agresividad entre hermanos, toda pelea, la falta de respeto y la violencia entre padres e hijos, entre la pareja que vive aquí, entre los habitantes de esta casa y los vecinos.
Que los ángeles de Dios vengan a vivir con nosotros. Que cada cuarto, sala, baño, cocina, corredor y área externa sean ahora habitados por ellos. Que nuestra casa sea una fortaleza habitada y protegida por los ángeles del Señor, para que toda nuestra familia permanezca en oración, en la fidelidad del amor a Dios, y que en ella habiten la paz y la plena concordia.
Muchas gracias Señor, por atender mis plegarias. Que cada día podamos servirte y que tengamos siempre la gracia de tu bendición. Que sepas, Señor, que esta casa te pertenece. Quédate con nosotros, Señor, amén.

Por el padre Vagner Baia.



El matrimonio, un compromiso con la eternidad


Cuidar del otro, amar al marido sin salud, amar a la esposa en el dolor, es la expresión cotidiana de nuestro compromiso con la eternidad

A la memoria de Aglae Castañón Albo, viuda de Martín-Ballestero
Desde que el triunfo de la posmodernidad selló con su escepticismo la fuerza de los valores y el vigor de las tradiciones; desde que la frivolidad del último fin de siglo puso ironía en nuestra mirada y redujo a juicio estético lo que era antes apreciación moral; desde que la compasión y el amor al otro fueron cancelados por el egoísmo del individuo, desde que Occidente empezó a despreciar los principios que lo identificaban…, hemos sufrido una catástrofe social, política y nacional que en los últimos diez años ha devastado nuestra cultura.
Podíamos habernos enfrentado a cualquier desafío económico, al más severo de los ciclos depresivos de nuestro sistema. Lo hemos hecho antes, y hemos sabido vencer incluso a quienes trataron de empujarnos a abismos insondables de deshumanización a través de pesadillas totalitarias.
Pero es mucho más difícil recuperarnos ahora, en un estado de desorden ético y de abandono de la preocupación por el bien común.
Lo que nos hace libres no es el cautiverio de las pasiones egoístas, sino la entrega a los demás. El amor, no solo la verdad, nos hace libres. Además, el amor nos humaniza y nos hace tomar conciencia de formar parte del diseño de la Creación.
En las manos que tendemos hacia el mundo que sufre, late el tacto de Dios. En la fuerza que brindamos a la debilidad del que padece, palpita el corazón de Dios.
Por el contrario, una existencia ausente de compromiso, ajena a toda caridad, es vivir como “una herida por donde Dios se escapa” a la que se refirió dolorosamente el poeta José Luis Hidalgo en sus meses de agonía última.

Lo que nos justifica es el amor

Nuestros años han sido atroces en su rechazo al humanismo trascendental que modeló nuestra idea de civilización, nuestra herencia de Jesús.
La corrupción roba recursos necesarios a muchos en tiempos de miseria. El aborto destruye, en nombre de una enloquecida noción de la libertad, un nacimiento considerado inadecuado en un siniestro balance de ventajas e inconvenientes. La falta de compasión provoca el enriquecimiento y el despilfarro de unos, mientras en los otros arraiga la desesperanza y el rencor.
Por ello, el suceso amargo de una muerte nos ofrece a veces el testimonio de la vida ejemplar como consuelo y meditación, como tristeza transitoria sobre la que alzará el vuelo la plenitud de nuestra alegría. Lo que nos justifica es el amor. Y el amor es compromiso.
Hay parejas que se establecen con un contrato a tiempo parcial y la desidia de un acuerdo para hacerse el menor daño posible. Hay matrimonios que enlazan dos existencias, con palabras que habrían de significar lo que dicen al juntarse las manos de los esposos, pero que se desmoronan bajo el peso de su propia falsedad.
Un tiempo que entiende la libertad como la búsqueda del placer instantáneo y confunde el proyecto personal con la voracidad del propio interés, difícilmente comprenderá lo que es vivir a fondo el compromiso matrimonial convertido en sacramento.
Vivir junto a la persona que se ha elegido es optar por la felicidad.No por la diversión, la comodidad o la circunstancia de un encuentro revocable.
Elegimos y somos elegidos en un acto de amor que implica un serio compromiso con nosotros mismos. Queremos pasar toda nuestra vida con quien comienza a darnos sentido, con quien recoge el sentido que nosotros le damos.
Esta decisión es un acto fundacional, no la firma de un contrato. Carece de cláusulas de cancelación, porque entregar nuestra vida a quien amamos no puede hacerse guardando las distancias. Pero incluye exigencias que nos hacen más libres aún de lo que somos a solas.
Nos manda gozar de nuestra pasión dichosa, dignificar nuestro deseo limpio y sincero. Nos obliga a compartir nuestra edad creciente, nuestra experiencia compleja, hecha de bonanza y pesadumbre. Nos hace misericordiosos al comprender las flaquezas del otro. Nos hace humildes al confiar en que el otro nos comprenda.
Nos permite adivinar la bondad infinita de Dios en la bondad con que vivimos nuestra existencia mutua. Nos deja asomarnos a la plenitud de Dios al ver en la mirada del cónyuge la posibilidad de nuestra plenitud.
Cuidar del otro en tiempos de enfermedad o en condiciones de tragedia no es servidumbre en vano, sino la aceptación del orden superior en que se mueve nuestra vida, no creada para la soledad ni el egoísmo, pero tampoco para el desamparo y el sufrimiento inútil.
Cuidar del otro, amar al marido sin salud, amar a la esposa en el dolor, es un modo de preservar la esperanza profunda que fue confiada a una vida en común. Es un sacrificio que vela por nuestra integridad, que lucha contra la pérdida de la fe de cualquiera de los dos ante los hechos adversos. Es una renovación diaria de nuestra lealtad santificada por la presencia de Dios en la decisión de vivir juntos hasta el final. Es la expresión cotidiana de nuestro compromiso con la eternidad.


Artículo de Fernando García de Cortázar, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Deusto, publicado originalmente enAlfa y Omega

La vida es un camino ¡no olvides contemplar!


Cada cosa que vivo es parte del futuro que sueño, y cada cosa pasada es fuego de mis pasos presentes

Me gusta la imagen del camino. Tiene que ver con la vida. Estoy en camino. A veces creo que he llegado y de nuevo me pongo en camino. Dejo un punto de partida. Marco un punto de llegada. Pienso en lo que tengo por delante. Miro hacia atrás con nostalgia.
Muchas veces en el camino no llevo todo lo que necesito. Y me vuelvo mendigo, menesteroso, pobre. Suplico ayuda. Necesito a los otros. A veces me creo tan autosuficiente y no lo soy. No puedo caminar solo. Al menos necesito a alguien a mi lado para no perderme.
Y necesito pedir ayuda. ¡Cuánto bien me hace! Y también yo ayudo a otros a caminar. Les ayudo a llevar sus pesos. Pero no les evito las cargas.
El otro día leía: Si queremos de verdad a alguien, debemos provocarle más emociones agradables que desagradables, enseñándole a reconducir las desagradables. Sin eliminarlas. Sin evitárselas. La vida tiene sus propias dificultades, que son ineludibles y flaco favor haríamos a quien queremos, si en lugar de ayudarle a superar los obstáculos, nos limitamos a potenciar su incapacidad de superarlos”[1].
El camino tiene sus cruces. No puedo vivir eludiendo los problemas, los contratiempos, escondiéndome en mi miedo a sufrir. Con la incapacidad de mirar a la cara la vida con sus dificultades.
En el camino nunca estoy solo. Algunos acompañan mis pasos un tiempo. Otros vuelven una y otra vez. Algunos se mantienen siempre.
Me gusta pensar que no lo sé todo del camino que recorro. Siempre es distinto. Cada día trae una novedad. No me acostumbro al cambio de paisaje. Y a veces llevo una carga excesiva. Tengo que vaciar mi maleta. Demasiado peso. Hay cosas que me sobran.
Me acostumbro a sufrir en el camino. A veces falta el agua. Demasiado sol. Tal vez el frío. En ocasiones tengo que aprender a vivir con la soledad, mi constante compañera de viaje. El silencio de mis pasos. La paz que guardo en el alma.
Me gusta caminar por el desierto soñando mares inmensos. Y navegar en medio de la tormenta guardando en el alma la paz de la orilla. Porque cada cosa que vivo es parte del futuro que sueño. Y cada cosa pasada es fuego de mis pasos presentes. 
No quiero tener claro siempre la dirección que sigo. Pero le pido a Dios que me quite los miedos. Aconseja la sicóloga Mirta Medici “que te expongas a lo que temes, porque es la única manera de vencer el miedo”.
En el camino me expongo a perderlo todo. Y acojo en mis manos mi miedo. Me asusta la noche. Temo no tener lo que ahora poseo. No sé si me faltarán fuerzas más adelante para seguir caminando.
Aprendí que nunca tengo que decidir dejar el camino cuando llego cansado cada noche. Porque con la luz del amanecer las cosas se ven de otra forma.
Y el cansancio me turba el espíritu. No sé si este camino es totalmente el correcto. O si mi forma de recorrerlo es la adecuada. A veces dudo. Tal vez cuando me comparo con otros peregrinos. Me da miedo ir muy despacio. O estar haciéndolo de la forma equivocada.
Tal vez no haya una más correcta que otra. Pero tengo miedo. Y me asusta pensar que la dirección no es la correcta. Por eso necesito que alguien en mitad de mi caminar me confirme mis pasos. En el camino de Santiago son las fechas amarillas las que me reconducen y me recuerdan que no voy mal. Que no me he perdido.
En el camino espero lo que aún no poseo. Y esa esperanza me habla de algo que todavía no llega y forma parte de una promesa.
Benedicto XVI decía en Spe Salvi“Ya están presentes en nosotros las realidades que se esperan: el todo, la vida verdadera. Y precisamente porque la realidad misma ya está presente, esta presencia de lo que vendrá genera también certeza: esta realidad que ha de venir no es visible aún en el mundo externo, pero la llevamos dentro de nosotros”.
Espero la meta. Y vivo por anticipado lo que sueño. Esa forma de caminar me da esperanza. Me gusta ver a Jesús caminando a mi lado. Sosteniendo mi esperanza. Dándome ánimos en medio de mis luchas.
Me gusta alegrarme con la paz de los niños. Caminar despacio y de vez en cuando ir más rápido. Tengo la inquietud de los niños que ya atisban la meta. Y se detienen cautivos en un recodo del camino.
No tengo prisa por alcanzar el final. Aunque de vez en cuando me puedan las prisas. Quiero aprender a contemplar más lo que veo. Con tiempo, con pausa. Si contemplo vivo con más calma. “En la contemplación no necesitamos lograr nada. Estamos liberados de la presión de ser eficaces”[2].
No quiero ser eficaz siempre, en todo momento. Quiero ver la vida que rodea mis pasos. Alegrarme con cada paisaje, con cada momento que Dios me regala.
Una persona escribía: Siempre en el camino de Santiago experimento esa fuerza que me impulsa a seguir caminando. Un paso más. Y sigo. Y las cuestas parecen llanas. Y no temo la tormenta. La lluvia que me empapa. Ni ese frío que me hiela. Nada importa. Lo que importa es vivir abrazado a tu presente. A la fuerza de tus alas. Al fuego de tu espíritu”.
El camino se vive en presente. Contemplo mi vida en la fuerza de cada paso. Quiero vivir siempre así, con calma.

[1] Fernando Alberca de Castro, Todo lo que sucede importa, 163
[2] Franz Jalics, Ejercicios de contemplación, 31

Martes de la quinta semana de Pascua

Libro de los Hechos de los Apóstoles 14,19-28. 
Vinieron de Antioquía y de Iconio algunos judíos que lograron convencer a la multitud. Entonces apedrearon a Pablo y, creyéndolo muerto, lo arrastraron fuera de la ciudad.
Pero él se levantó y, rodeado de sus discípulos, regresó a la ciudad. Al día siguiente, partió con Bernabé rumbo a Derbe.
Después de haber evangelizado esta ciudad y haber hecho numerosos discípulos, volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquía de Pisidia.
Confortaron a sus discípulos y los exhortaron a perseverar en la fe, recordándoles que es necesario pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios.
En cada comunidad establecieron presbíteros, y con oración y ayuno, los encomendaron al Señor en el que habían creído.
Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia.
Luego anunciaron la Palabra en Perge y descendieron a Atalía.
Allí se embarcaron para Antioquía, donde habían sido encomendados a la gracia de Dios para realizar la misión que acababan de cumplir.
A su llegada, convocaron a los miembros de la Iglesia y les contaron todo lo que Dios había hecho con ellos y cómo había abierto la puerta de la fe a los paganos.
Después permanecieron largo tiempo con los discípulos.

Salmo 145(144),10-11.12-13ab.21. 
Que todas tus obras te den gracias, Señor,
y tus fieles te bendigan;
que anuncien la gloria de tu reino
y proclamen tu poder.

Así manifestarán a los hombres tu fuerza
y el glorioso esplendor de tu reino:
tu reino es un reino eterno,
y tu dominio permanece para siempre.

Mi boca proclamará la alabanza del Señor:
que todos los vivientes bendigan su santo Nombre,
desde ahora y para siempre.



Evangelio según San Juan 14,27-31a. 
Jesús dijo a sus discípulos:
«Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡ No se inquieten ni teman !
Me han oído decir: 'Me voy y volveré a ustedes'. Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo.
Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean.
Ya no hablaré mucho más con ustedes, porque está por llegar el Príncipe de este mundo: él nada puede hacer contra mí,
pero es necesario que el mundo sepa que yo amo al Padre y obro como él me ha ordenado.»