jueves, 26 de octubre de 2017

El mejor negocio de tu vida es salvar tu alma


Lourdes, 18 de febrero de 1858, la santísima Virgen María se le aparece a una jovencita de 14 años, Bernardita Soubirous, en las afueras de Lourdes. Es una niña pobre y sencilla.  La Virgen entre otras cosas le confía:
“Yo te prometo que serás muy feliz, no en este mundo, sino en el otro”.
¿Qué significaban estas palabras tan sobrecogedoras? A menudo pienso en ellas.
Ante esta revelación ¿qué pensar?
Como sabes me encanta leer libros sobre las vidas de los santos. También disfruto mucho sus escritos porque me enseñan el camino que recorrieron para llegar a la santidad. Sus temores, inquietudes y el tipo de vida que llevaron.
Casi todos sin excepción tuvieron que pasar grandes y dolorosas pruebas, desde la incomprensión, la burla, hasta el dolor físico. Y sin embargo nunca perdieron la humildad ni la alegría de su espíritu. Es algo que siempre me ha llamado la atención.
También me intriga su confianza plena, absoluta en Dios. Se abandonaron en las manos de Dios aceptando en todo momento su santa voluntad.
Los mejores ejemplos los tenemos en la vida de grandes santos como el padre Pío y san Francisco de Asís.
¿Qué los impulsaba? ¿Cómo podían conservar  la alegría? ¿Por qué perseveraron en la fe?
Sabemos que eran personas de oración. Pasaban largas jornadas rezando, en la presencia de Dios. Pero había algo más… ¿Qué era?
Hoy que fui por la tarde a misa en la Iglesia de Lourdes, en Panamá. Iba pensando estas cosas, reflexionando, tratando de comprender.  Ya sabes lo testarudo que soy y a menudo entiendo muy poco.  Iba a iniciar la Eucaristía y de pronto me percaté que tenía frente a mí la solución a mi inquietud. Todo estaba tan claro y yo no lo veía. La respuesta la encontré en las palabras de la Virgen a santa Bernardita.
“Te prometo que serás feliz en el otro mundo”.
Y pensé:
“Nuestra patria es el cielo. La vida actual es un viaje largo y cansado.  Pero nos espera el Paraíso”.
Nos aferramos tanto a lo material, lo pasajero, que olvidamos alimentar nuestra alma, que es eterna.
Y justamente en la misa trataron este tema. Cómo pasamos nuestras vidas sufriendo por tener más, buscando una riqueza que al final no podremos llevar con nosotros. Job dijo algo que te hace pensar:
«Desnudo salí del seno de mi madre, desnudo allá volveré Yavé me lo dio, Yavé me lo ha quitado, ¡que su nombre sea bendito!” (Job, 1, 21)
¿Qué les daba esperanzas y alegría a estos santos? No se aferraron a las cosas materiales sino a las espirituales. Anhelaban en todo momento cumplir la santa voluntad de Dios. Y sobre todo…
Tenían la mirada puesta en el cielo.
Cuando se desanimaban por las grandes pruebas que debían pasar, para recuperar el buen ánimo les bastaba pensar en el Amor infinito de Dios y las maravillas que podrían encontrar en el Paraíso, viviendo eternamente en la dulce presencia del Padre.
Piénsalo: Todo en este mundo es pasajero. Todo pasará. Puedes ahorrar toda tu vida, hacer grandes negocios, y al final no te llevas nada contigo, salvo tus buenas obras.
“¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? (San Mateo 15, 26)
 No recuerdo dónde leí estas sabias palabras: “El mejor negocio de tu vida es salvar tu alma y ganar almas para Cristo”. Son muy ciertas. Y me mueven a reflexionar en mi vida y lo que estoy haciendo con ella. También me hacen recordar aquella hermosa canción que cantábamos de niños:
Nos hallamos aquí en este mundo,
este mundo que tu amor nos dio;
mas la meta no está en esta tierra:
es un cielo que está más allá.

SOMOS LOS PEREGRINOS,
QUE VAMOS HACIA EL CIELO,
LA FE NOS ILUMINA:
NUESTRO DESTINO NO SE HALLA AQUÍ.
LA META ESTÁ EN LO ETERNO,
NUESTRA PATRIA ES EL CIELO.

Jueves de la vigésima novena semana del tiempo ordinario


Carta de San Pablo a los Romanos 6,19-23. 

Voy a hablarles de una manera humana, teniendo en cuenta la debilidad natural de ustedes. Si antes entregaron sus miembros, haciéndolos esclavos de la impureza y del desorden hasta llegar a sus excesos, pónganlos ahora al servicio de la justicia para alcanzar la santidad.
Cuando eran esclavos del pecado, ustedes estaban libres con respecto de la justicia.
Pero, ¿Qué provecho sacaron entonces de las obras que ahora los avergüenzan? El resultado de esas obras es la muerte.
Ahora, en cambio, ustedes están libres del pecado y sometidos a Dios: el fruto de esto es la santidad y su resultado, la Vida eterna.
Porque el salario del pecado es la muerte, mientras que el don gratuito de Dios es la Vida eterna, en Cristo Jesús, nuestro Señor.

Salmo 1,1-2.3.4.6. 
¡Feliz el hombre
que no sigue el consejo de los malvados,
ni se detiene en el camino de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los impíos,
sino que se complace en la ley del Señor
y la medita de día y de noche!

El es como un árbol
plantado al borde de las aguas,
que produce fruto a su debido tiempo,
y cuyas hojas nunca se marchitan:
todo lo que haga le saldrá bien.

No sucede así con los malvados:
ellos son como paja que se lleva el viento.
Porque el Señor cuida el camino de los justos,
pero el camino de los malvados termina mal.



Evangelio según San Lucas 12,49-53. 
Jesús dijo a sus discípulos:
"Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo!
Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia siento hasta que esto se cumpla plenamente!
¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división.
De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres:
el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra".