lunes, 2 de abril de 2018

¿Dios nos ama a todos por igual?

¿Te has imaginado alguna vez que Dios te desea?

Muchas veces se escucha que “Dios nos ama a todos por igual” y con esta expresión se transmite que Dios nos ama como si fuéramos todos iguales y su amor una realidad difusa que ama “en general” a la humanidad, pero a nadie en particular.
Lo cierto es que según lo que Dios mismo ha revelado en Jesucristo, no nos ama a todos por igual.
Afirmar esto puede hacer pensar que Dios está discriminando gente o que prefiere a unos más que a otros, o que sería injusto, o algo irracional. Es cierto, ¡la locura de su amor rompe todos nuestros esquemas!
Anunciar el amor salvador de Dios ¿qué significa? ¿qué experiencia de amor tienen las personas? ¿qué entienden por amor incondicional y gratuito? ¿tienen alguna experiencia de un amor así como para imaginarlo?
Muchos problemas se plantean en la vida espiritual para comprender un amor como el cristiano, revelado en Jesucristo. ¿Por dónde comenzar para comprender algo de este Misterio?

Un amor exclusivo, pero no excluyente

Todo lo que se pudiera decir nunca agotará el misterio de un amor que supera todo cuanto se pueda pensar o imaginar, conocer o experimentar, tal como lo describe san Pablo (Efesios 3,18-19).
Cuanto más grande es un amor, tanto más personal y exclusivo se manifiesta.
Desde pequeños le preguntamos  a los demás “¿A quién quieres más?”, como buscando a tientas un amor que nos prefiera más, que nos quiera de modo original y no se repita con otros. Tenemos sed de un amor profundamente exclusivo.
La buena noticia es que fuimos hechos para un amor así, y ese amor existe: el amor de Dios es el más exclusivo de los amores.
Pero ¿qué significa esto?, ¿excluye a otros? No. Sencillamente que cuanto más grande y verdadero es un amor, se hace singular, irrepetible, único e insustituible.
Y aunque hablamos análogamente de Dios desde nuestras experiencias del amor humano, porque no podríamos expresarlo de otro modo; no podemos olvidar que Dios ha hablado de su amor a través de imágenes profundamente humanas y comprensibles.
La imagen bíblica del amor de Dios por cada uno ha sido expresada en el más personal e insustituible: el amor de noviazgo y matrimonio, como aparece en el Cantar de los Cantares y en los profetas.
Y plenamente ha manifestado su amor en el rostro humano de Jesús, con un amor que lo ha dado todo sin reservarse nada, hasta el escándalo de la cruz.
“El amor esponsal es un amor de deseo y elección. Por ello ¡si es verdad que el hombre desea a Dios, es verdad también, misteriosamente, lo contrario, es decir, que Dios desea al hombre, que quiere y estima su amor, que se alegra por él como se alegra el esposo por la esposa (Is 62,5)!”
¿Te has imaginado alguna vez que eres deseado/a por Dios? ¡Y es verdad! Como nos ama más a nosotros que nosotros a Él, nos desea mucho más de lo que nosotros lo deseamos.
Karl Rahner escribió al respecto: “Cuando el ser que ama es Dios, y cuando este amor divino, don sobrenatural que Dios hace de sí mismo, alcanza la medida absoluta, por encima de todas las supervaloraciones posibles… el amor no podría ser más singular, único en cada caso… Dios ha de amar a cada uno con un amor único, con un amor cuya singularidad es fundamentalmente original“.
Podríamos decir que si tú no existieras, a nadie amaría Dios como te ama a ti.
Dios no se da de modo global “a la humanidad” en general, sino que hace su entrega total y gratuita de sí mismo a cada ser humano en singular.
Y continúa Rahner: “El acto por el que Dios se da a sí mismo en herencia a cada hombre singular, es la maravilla que toma cada vez vías nuevas e imprevisibles y que tiene un carácter siempre y constantemente único, el de un amor sobre-personal, de una esencia radical y única que es propia de Dios…, entonces el que es objeto de tal amor es, por el mero hecho de este amor, con toda verdad, un ser absolutamente único. Es pues, muy cierto que Dios ha llamado a cada uno por su nombre“.
Ama a cada ser humano al 100%, como si no existiera nadie más a quién amar. ¡Así deberíamos imaginarlo! Y al mismo tiempo, al mirar al prójimo, de solo pensar cuánto le ama Dios, seguro amaríamos mucho más a los demás.

Un amor de aceptación

Es importante amar a Dios. Pero mucho más importante es que Dios nos ama a nosotros. Lo realmente difícil es aceptar -creer- este amor para mí, porque es reconocer que soy aceptado totalmente así como soy y que ese amor por mí no va a cambiar, ni va a desaparecer, ni a retroceder, ni me abandonará.
En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó primero” (1 Jn. 4,10). Este es el cimiento de la fe cristiana y la certeza más profunda del Evangelio.
“En el amor nosotros estamos divididos y esto nos dificulta comprender el amor de Dios. Nosotros o queremos mucho una persona, o lo normal, o muy poco. Si pensamos que Dios es una persona que puede dividir su amor, no estamos pensando en Dios, sino en nosotros mismos. Dios es perfectamente uno y no divide su amor.
Nosotros sentimos amor, pero Dios es amor. Su amor no es una actividad. Es su ser completo. Si al menos captáramos una mínima noción de lo que esto significa, comprenderíamos que Dios no podría dar el 100% de su amor a su Hijo y luego el 70% a nosotros. Si pudiera hacerlo no sería Dios.
Al leer los diálogos de santa Catalina de Siena, da la impresión de que Dios no tiene nada más que hacer excepto ocupar su tiempo con ella. Y es así. Toda la atención de Dios está en Catalina y en cada uno de nosotros”.

¿Por qué nos ama Dios?

Porque le dio la gana amarnos, porque sí. No nos ama porque seamos buenos o por ninguna razón o mérito de nuestra parte. Si el amor de Dios dependiera de algo que hay en  mí, ya no sería incondicional. Solo depende de él, porque Dios es el fundamento de su amor por mí.
Su amor por ti, no depende de ti. Aceptar que somos amados incondicionalmente es un acto de fe. Si Dios me ama y me acepta tal como soy, también yo debo amarme y aceptarme a mí mismo. Yo no puedo ser más exigente que Dios, ¿no es verdad?

Un problema de fe

¡Nosotros hemos creído en el amor que Dios nos tiene!” (1 Jn 4,16). Esta es la fe que nos hace felices. Quien se sabe amado siempre y sin condiciones no puede no ser feliz.
Cuando le creemos a alguien que nos ama, nos cambia la vida. ¿Por qué no cambia cuando decimos que creemos en el amor de Dios? Si nos lo creyéramos, en seguida la vida, nosotros mismos, nuestros sufrimientos, todo se transfiguraría ante nuestros ojos.
El pecado es esencialmente blindarse contra el amor de Dios, no creerle, no darle lugar. La conversión no es otra cosa que decidir creer en este amor y dejarse amar por él.
Como lo expresó el apóstol Pablo: “Tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni ángeles ni principados, ni presente ni futuro, ni los poderes espirituales, ni altura ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rm. 8,37-39).
Quien ha creído en el amor de Dios, no tiene asegurada una vida mejor ni menos sufrimientos, sino que puede vivir con gozo en medio del dolor, porque su fuerza y su refugio es el amor incondicional del Señor.
Su corazón no tiembla aunque tiemble la tierra, porque su certeza es inamovible: “Dios me ama y nada ni nadie puede evitarlo, ni siquiera yo mismo”.

Un cambio radical

En Jesús, Dios no nos ha dado algo, sino que se ha dado él mismo. Así nos ama, con un amor que lo da todo sin pedir nada a cambio.
Por eso los grandes santos, hombres y mujeres de todos los tiempos, hicieron grandes sacrificios y vivieron con radicalidad la fe. No por obligación o para ganarse el cielo por sus obras, sino como respuesta a un amor incondicional y gratuito.
Porque habían descubierto que el cielo se les había regalado sin haberlo merecido. Cuando se conoce este amor, cambia radicalmente la forma de entender el amor al prójimo: “Ámense como yo los amé a ustedes”.
La fe permite creer realmente en su amor y así vivir desde ahora en la vida eterna, que no es otra cosa que estar con Él, ahora y más allá de la muerte, amados desde siempre y para siempre.

Oración de sanación y liberación en el matrimonio


Debe rezarse en un ambiente que sea propicio y preferentemente sin interrupciones

“Si alguien no tiene cuidado de los suyos, principalmente de sus familiares, ha renegado de la fe y es peor que un infiel” (1Tm 5,8)
Orando por la sanación y liberación de nuestro matrimonio…
Esta oración debe hacerse en un ambiente que sea propicio y preferentemente sin interrupciones.
En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo,
Amén.
Señor Jesús, en este momento quiero ponerme delante de tu presencia, y pedirte que envíes a tus ángeles para que estén conmigo y se unan a mi oración en favor de mi familia.
Hemos pasado por momentos difíciles, momentos dolorosos, situaciones que le han quitado la paz y la tranquilidad a toda nuestra familia. Situaciones que han generado angustia en nosotros, miedos, incertidumbres, desconfianzas; y, por ende, desunión.
Ya no sabemos a quién recurrir, no sabemos ya a quién pedir ayuda, pero somos conscientes de que necesitamos tu intervención…
Por eso, por el poder de tu nombre, pido para que se rompa cualquier situación de interferencia de los patrones negativos de matrimonios y relaciones que mis antepasados tuvieron, hasta nuestros días. Patrones de infelicidad en la vida matrimonial, patrones de desconfianza entre los cónyuges, hábitos compulsivos de pecados que se han ido arrastrando de generación en generación; entre todas las familias, como una maldición. Que se rompan ahora por el poder del nombre y la sangre de nuestro Señor Jesucristo.
No importa, Jesús, dónde comenzó todo, cuáles fueron las causas; quiero, por la autoridad de tu nombre, clamar que tu sangre sea derramada sobre todas las generaciones pasadas, para que toda la sanación y liberación que es necesaria, los alcance a todos ahora, por el poder de tu sangre redentora.
Rompe, Señor Jesús, cualquier expresión de desamor que se pueda estar viviendo en mi familia, situaciones de odio, rencor, envidia, rabia, deseos de venganza, deseos de terminar la relación; de seguir solo en mi vida; que todo eso se derrumbe Jesús, y que gane tu presencia en medio de nosotros.
En el poder de tu sangre, Jesús, pongo fin a todo el comportamiento de indiferencia dentro de mi casa, pues ha matado nuestro amor. Renuncio al orgullo de pedir perdón, orgullo de reconocer mis errores; renuncio a las palabras malditas que le dije a mi cónyuge, palabras de maldición, palabras de humillación, palabras que lo hieren, lastiman y dejan marcas negativas en su corazón. Palabras malditas que lo disminuyen, verdaderas maldiciones proclamadas en mi casa; clamo y ruego a tu sangre redentora sobre todo eso, Jesús. Cúranos y libéranos de las consecuencias que hoy se reflejan en nuestras vidas debido a esas realidades.
Renuncio a las palabras malditas que proferí sobre la casa donde vivo, por la insatisfacción de vivir en esta casa, de no sentirme feliz en esta casa, renuncio a todo lo que yo pueda haber dicho negativamente dentro de mi casa.
Renuncio a las palabras de insatisfacción que dije sobre nuestra realidad económica, pues a pesar de que recibimos poco, a pesar de que el salario mensual es muy justito, nada nos ha faltado, Jesús…
Por eso también te pido perdón. Perdón por la ingratitud, por no lograr ver en mi familia a la familia adecuada para mí…
Perdón Jesús, porque sé que he actuado equivocadamente muchas veces, y quiero a partir de hoy recomenzar.
Jesús, perdona también a mis familiares por todas las veces que alguno de ellos deshonraron el sacramento del matrimonio, míralos con misericordia, y restablece la paz en sus corazones…
Quiero pedirte, Señor, que derrames el Espíritu Santo sobre nosotros, sobre cada miembro de mi familia… Que el Espíritu Santo pueda con tu fuerza y tu luz, bendecir a todas mis generaciones pasadas, presentes y futuras.
Que a partir de hoy pueda surgir en mi matrimonio y en el matrimonio de mis familiares, un linaje de familias comprometidas contigo y con tu Evangelio, que surja un linaje de matrimonios profundamente comprometidos con la sacralidad del matrimonio, llenos de amor, fidelidad, paciencia, bondad y respeto.
Gracias, Jesús, porque oyes mi oración, y te inclinas para oír mi clamor, muchas gracias.
Me consagro y consagro a toda mi familia al corazón Inmaculado de la Virgen María, para que ella nos bendiga y nos libre de cualquier ataque del Enemigo.
Amén.

Lunes de la Octava de Pascua

Lunes de la Octava de Pascua

Libro de los Hechos de los Apóstoles 2,14.22-33. 
El día de Pentecostés, Pedro poniéndose de pie con los Once, levantó la voz y dijo: "Hombres de Judea y todos los que habitan en Jerusalén, presten atención, porque voy a explicarles lo que ha sucedido.
Israelitas, escuchen: A Jesús de Nazaret, el hombre que Dios acreditó ante ustedes realizando por su intermedio los milagros, prodigios y signos que todos conocen,
a ese hombre que había sido entregado conforme al plan y a la previsión de Dios, ustedes lo hicieron morir, clavándolo en la cruz por medio de los infieles.
Pero Dios lo resucitó, librándolo de las angustias de la muerte, porque no era posible que ella tuviera dominio sobre él.
En efecto, refiriéndose a él, dijo David: Veía sin cesar al Señor delante de mí, porque él está a mi derecha para que yo no vacile.
Por eso se alegra mi corazón y mi lengua canta llena de gozo. También mi cuerpo descansará en la esperanza,
porque tú no entregarás mi alma al Abismo, ni dejarás que tu servidor sufra la corrupción.
Tú me has hecho conocer los caminos de la vida y me llenarás de gozo en tu presencia.
Hermanos, permítanme decirles con toda franqueza que el patriarca David murió y fue sepultado, y su tumba se conserva entre nosotros hasta el día de hoy.
Pero como él era profeta, sabía que Dios le había jurado que un descendiente suyo se sentaría en su trono.
Por eso previó y anunció la resurrección del Mesías, cuando dijo que no fue entregado al Abismo ni su cuerpo sufrió la corrupción.
A este Jesús, Dios lo resucitó, y todos nosotros somos testigos.
Exaltado por el poder de Dios, él recibió del Padre el Espíritu Santo prometido, y lo ha comunicado como ustedes ven y oyen."

Salmo 16(15),1-2a.5.7-8.9-10.11. 
Protégeme, Dios mío,
porque me refugio en ti.
Yo digo al Señor:
El Señor es la parte de mi herencia y mi cáliz,

¡tú decides mi suerte!
Bendeciré al Señor que me aconseja,
¡hasta de noche me instruye mi conciencia!
Tengo siempre presente al Señor:

él está a mi lado, nunca vacilaré.
Por eso mi corazón se alegra,
se regocijan mis entrañas
y todo mi ser descansa seguro:

porque no me entregarás a la Muerte
ni dejarás que tu amigo vea el sepulcro.
Me harás conocer el camino de la vida,
saciándome de gozo en tu presencia,

de felicidad eterna a tu derecha.



Evangelio según San Mateo 28,8-15. 
Las mujeres, atemorizadas pero llenas de alegría, se alejaron rápidamente del sepulcro y fueron a dar la noticia a los discípulos.
De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: "Alégrense". Ellas se acercaron y, abrazándole los pies, se postraron delante de él.
Y Jesús les dijo: "No teman; avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán".
Mientras ellas se alejaban, algunos guardias fueron a la ciudad para contar a los sumos sacerdotes todo lo que había sucedido.
Estos se reunieron con los ancianos y, de común acuerdo, dieron a los soldados una gran cantidad de dinero,
con esta consigna: "Digan así: 'Sus discípulos vinieron durante la noche y robaron su cuerpo, mientras dormíamos'.
Si el asunto llega a oídos del gobernador, nosotros nos encargaremos de apaciguarlo y de evitarles a ustedes cualquier contratiempo".
Ellos recibieron el dinero y cumplieron la consigna. Esta versión se ha difundido entre los judíos hasta el día de hoy.