lunes, 4 de septiembre de 2017

¿Hay que arrodillarse ante el sagrario?


El sentido de la genuflexión 

Con motivo de las Navidades fui a la iglesia acompañado de una persona que no es creyente, o al menos eso dice. Me había dicho que no había pisado una iglesia desde la Primera Comunión. En la conversación comentaba que la Iglesia tiene cada vez menos seguidores y solo hace falta ver que la gente que va a misa es cada vez más vieja.
“¿Tú crees realmente eso?”, le pregunté. “¡Es evidente!”, me respondió. “No entiendo de qué “evidencia” me hablas, pues me has dicho que llevas casi 40 años sin pisar una iglesia”. “Bueno… -se excusó- es lo que me han dicho”.
Le invité a asistir a una misa un domingo a las doce. La iglesia estaba bastante llena y, lógicamente había gente de todas las edades, sin faltar jóvenes y niños con padres jóvenes que suelen colocarse al final del templo por si lloran o berrean o gritan.
Aquello desmentía a quienes habían informado (“me lo han dicho”) a este amigo: gentes de todas las edades. Había un confesor que estaba muy solicitado, también por fieles de todas las edades. Le indiqué este hecho. “La gente se confiesa porque necesita del perdón, del perdón de Dios y una palabra de aliento de la inmensa misericordia divina”.
Me hizo notar un dato en el que yo no había caído. “Mira lo que hace la gente al pasar por delante del sagrario: unos –pocos—hacen una genuflexión, hincan la rodilla derecha hasta el suelo, otros hincan la rodilla izquierda, otros unos centímetros la rodilla, otros –los más—pasan por delante del Sagrario como por delante de un árbol o de una piedra, y otros inclinan la cabeza. ¡Ya no es lo de antes!”.
Me sorprendió este análisis meticuloso de mi amigo sobre un tema que no es central en la vida de la Iglesia ni en la liturgia. Me documenté y le expliqué qué pasa con la genuflexión de los fieles.
Lo más importante, dije, es la fe en Jesucristo, centro y cabeza de la Iglesia. Los fieles van a misa porque aman a Jesucristo y van los domingos porque quieren cumplir con un precepto muy importante de la Iglesia: participar en el sacrificio de la cruz de nuestro redentor. Gracias al sacrificio somos Hijos de Dios en Él y podemos participar en la vida de la gracia que se nos da en los sacramentos.
Por consiguiente, quien va a misa los domingos o los días de labor, es porque ama a Jesucristo y lo quiere hacer el centro de su vida. Este amor se manifiesta externamente en la Iglesia cuando uno pasa por delante del Sagrario en que está el Sacramento de la Eucaristía guardado.
Y por respeto y cariño hacia este gran sacramento, en el que Jesús se nos dio para siempre, los fieles hacen un acto externo (y también interno) de adoración -como hace el sacerdote después de la elevación del Cuerpo y Sangre de Cristo— y también es como un saludo a quien preside dentro del templo, Jesucristo.
En consecuencia, la genuflexión es la manifestación del afecto y sumisión hacia el Redentor que está presente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de modo sacramental en la Sagrada Hostia. Los que pasan por delante del sagrario como su fuese una piedra demuestran escaso amor y respeto para Dios allí presente.
Genuflexión viene del latín “genu” (rodilla) y “flexio” (flexión), que desde la Edad Media se utiliza en Occidente para venerar al Santísimo Sacramento. Es un acto de sumisión, pues no es una casualidad que la genuflexión al principio era usada por los vasallos ante sus reyes para mostrarles su sumisión.
Después se aceptó en la liturgia cristiana con la diferencia de que ante los reyes se hincaba la rodilla izquierda y ante el Santísimo Sacramento la rodilla derecha hasta tocar el suelo, con el cuerpo erguido.
Hoy nadie hinca la rodilla ante reyes o autoridades humanas, y la genuflexión (con la derecha o con la izquierda) ha quedado reservada en Occidente solo a Dios presente en la Eucaristía.
En Oriente, el rito habitual de saludo, cariño, reverencia y sumisión es la inclinación profunda del cuerpo, ya que no existe la práctica de la genuflexión ante nadie, ni ante las deidades antiguas. También se hace inclinación profunda en Occidente cuando una persona tiene problemas en la rodilla, ya sea por edad o por lesión o enfermedad.
La liturgia prevé también la adoración de la Eucaristía, en actos solemnes, hincando las dos rodillas al suelo y haciendo una reverencia con la cabeza, si esta es la tradición y siempre que no haya impedimentos físicos.
En resumen, le dije a mi amigo, en la Iglesia no somos un ejército que desfila disciplinadamente en los templos. Cada uno venera y adora a Dios en la Eucaristía según el cariño, el afecto y el amor que le sale de dentro ante Jesús Sacramentado. Se puede hincar la rodilla derecha, la izquierda o inclinar el cuerpo. Todo es válido si hay amor a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Spot Diócesis Nivariense "En Salida Misionera" PDP 15-20

Spot promocional diseñado para la difusión y promoción del nuevo Plan Diocesano de Pastoral de la Diócesis Nivariense para el quinquenio 2015-20. Bajo el lema En Salida Misionera el spot, al hilo del objeto y líneas de acción del Plan pretende poner en clima de salida misionera nuestras parroquias.

Lunes de la vigésima segunda semana del tiempo ordinario


Primera Carta de San Pablo a los Tesalonicenses 4,13-18. 

No queremos, hermanos, que vivan en la ignorancia acerca de los que ya han muerto, para que no estén tristes como los otros, que no tienen esperanza.
Porque nosotros creemos que Jesús murió y resucitó: de la misma manera, Dios llevará con Jesús a los que murieron con él.
Queremos decirles algo, fundados en la Palabra del Señor: los que vivamos, los que quedemos cuando venga el Señor, no precederemos a los que hayan muerto.
Porque a la señal dada por la voz del Arcángel y al toque de la trompeta de Dios, el mismo Señor descenderá del cielo. Entonces, primero resucitarán los que murieron en Cristo.
Después nosotros, los que aún vivamos, los que quedemos, seremos llevados con ellos al cielo, sobre las nubes, al encuentro de Cristo, y así permaneceremos con el Señor para siempre.
Consuélense mutuamente con estos pensamientos.

Salmo 96(95),1.3.4-5.11-12.13. 
Canten al Señor un canto nuevo,
cante al Señor toda la tierra;
Anuncien su gloria entre las naciones,
y sus maravillas entre los pueblos.
Porque el Señor es grande
y muy digno de alabanza,

más temible que todos los dioses.
Los dioses de los pueblos
no son más que apariencia,
pero el Señor hizo el cielo.
Alégrese el cielo y exulte la tierra,
resuene el mar y todo lo que hay en él;

regocíjese el campo con todos sus frutos,
griten de gozo los árboles del bosque.
Griten de gozo delante del Señor,
porque él viene a gobernar la tierra:
Él gobernará al mundo con justicia,
y a los pueblos con su verdad.


Evangelio según San Lucas 4,16-30. 
Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura.
Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. El me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos
y proclamar un año de gracia del Señor.
Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él.
Entonces comenzó a decirles: "Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír".
Todos daban testimonio a favor de él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: "¿No es este el hijo de José?".
Pero él les respondió: "Sin duda ustedes me citarán el refrán: 'Médico, cúrate a ti mismo'. Realiza también aquí, en tu patria, todo lo que hemos oído que sucedió en Cafarnaún".
Después agregó: "Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra.
Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país.
Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón.
También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio".
Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron
y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo.
Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.