domingo, 3 de abril de 2016

¿Qué es el culto de la Divina Misericordia? ¿Es verdad que Jesús mismo lo reveló a sor Faustina Kowalska?




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El culto de la Divina Misericordia consiste en dar testimonio en la propia vida del espíritu de confianza en Dios y de misericordia hacia el prójimo. Y este es, de hecho, el punto fundamental del ejemplo que nos dejó sor Faustina Kowalska, la religiosa polaca que dio el empuje decisivo a esta devoción.
 
1. En el origen del culto de la Divina Misericordia está la monja polaca Faustina Kowalska
 
Sor Faustina, tercera de diez hijos, nació el 25 de agosto de 1905 en una religiosísima familia de agricultores de Glogowiec (Polonia). Fue bautizada con el nombre de Elena y desde su infancia aspiró a la vida religiosa. A los 16 años dejó la casa paterna para ir a trabajar como doméstica, pero tras una visión volvió a casa para pedir el permiso de entrar en el convento. Los padres eran muy religiosos, pero no querían perder a su mejor hija, y le negaron permiso por tanto alegando falta de dinero para la dote. Elena volvió al trabajo, pero después en otra visión le preguntó a Jesús qué debía hacer, y él le dijo que fuese a Varsovia, donde entraría en un convento.
 
Antes de entrar en la Congregación de las Hermanas de la Beata Virgen María de la Misericordia trabajó otro año para conseguir una pequeña dote, y el 1 de agosto de 1925 atravesó la puerta de la clausura. A continuación se dirigió a la casa de la Congregación en Cracovia para realizar el noviciado. Durante la ceremonia de la investidura recibió el nombre de sor María Faustina. Hizo la profesión perpetua el 1 de mayo de 1933.
 
Exteriormente nada traicionaba la extraordinaria riqueza de la vida mística de sor Faustina, que resaltaba por la total e ilimitada dedicación a Dios y el amor activo hacia el prójimo, a imitación del modelo supremo, Cristo. Solo el Diario de la religiosa ha revelado la profundidad de su vida espiritual, revelada a los confesores y en parte a sus superioras. En la base de su espiritualidad está el misterio de la Misericordia Divina, que meditaba en la palabra de Dios y contemplaba en la cotidianeidad. Jesús la honró con gracias extraordinarias como visiones, revelaciones, estigmas ocultos, unión mística con Dios, y con el don del discernimiento de los corazones y de la profecía.
 
La austeridad de la vida y los ayunos extenuantes a los que se sometía aún antes de entrar en la Congregación debilitaron su organismo, y en los últimos años de su vida se intensificaron los sufrimientos interiores de la “noche pasiva del espíritu” y los físicos. Murió el 5 de octubre de 1938 a los 33 años, tras 13 de vida religiosa.
 
La devoción a la Misericordia Divina se difundió rápidamente en el mundo durante la II Guerra Mundial. Sor Faustina, por lo demás, había escrito en su Diario: “Advierto bien que mi misión no acabará con mi muerte, sino que comenzará”. Su cuerpo reposa en el Santuario de la Misericordia Divina de Lagiewniki, junto a Cracovia. El Papa Juan Pablo II la beatificó en 1993 y la canonizó en el 2000.
  
2. El modelo del culto de la Divina Misericordia lo explicó el propio Jesús a sor Faustina
 

El modelo del culto de la Divina Misericordia se lo mostró Jesús mismo en la visión que santa Faustina tuvo el 22 de febrero de 1931 en la celda del convento de Płock. “Por la noche, estando en mi celda, vi al Señor Jesús vestido con una túnica blanda – escribió en su Diario –: una mano alzada para bendecir mientras la otra tocaba sobre el pecho la túnica, que ligeramente abierta dejaba salir dos grandes rayos, uno rojo y uno pálido. (…) Tras un instante Jesús me dijo: ‘Pinta una imagen según el modelo que ves, con escrito abajo: ¡Jesús, confío en Ti!’”.
 
El primer cuadro de la Divina Misericordia fue pintado en Vilna en 1934 por el pintor Eugenio Kazimirowski, quien recibió indicaciones proporcionadas personalmente por sor Faustina. Pero el que es famoso en todo el mundo es el cuadro de Lagiewniki, en Cracovia, pintado por Adolf Hyla. 

El significado del cuadro está estrechamente ligado a la liturgia del domingo después de Pascua, en que la Iglesia lee el Evangelio de san Juan que describe la aparición de Jesús resucitado en el Cenáculo y la institución del sacramento de la penitencia (Jn 20, 19-29). La imagen representa por tanto al Salvador resucitado que lleva a los hombres la paz con la remisión de sus pecados a precio de su Pasión y muerte en cruz. Los rayos de la sangre y del agua que brotan del corazón de Jesús atravesado por la lanza y las cicatrices de las heridas de la crucifixión recuerdan los acontecimientos del Viernes Santo.
 
Jesús definió con mucha claridad tres promesas ligadas a la veneración de la imagen: la salvación eterna, la victoria sobre los enemigos de la salvación y grandes progresos en el camino de la perfección cristiana, la gracia de una muerte feliz.
 
La imagen de Jesús Misericordioso es llamada a menudo imagen de la Divina Misericordia, porque en el misterio pascual de Cristo se reveló más claramente el amor de Dios por el hombre. La imagen, dijo Jesús, “debe recordar las exigencias de mi Misericordia, pues incluso la fe más fuerte no sirve de nada sin las obras”.
 
3. La fiesta de la Divina Misericordia, la más importante de todas las formas de devoción
 
Jesús habló por primera vez del deseo de instituir esta fiesta a sor Faustina en 1931: “Deseo que haya una fiesta de la Misericordia. Quiero que la imagen, que pintarás con el pincel, sea bendecida en el primero domingo después de Pascua; este domingo debe ser la fiesta de la Misericordia”, “el más grande atributo de Dios”. En base a los estudios de I. Rozycki, en los años siguientes Jesús volvió a hacer esta precisión en 14 apariciones, definiendo con precisión el día de la fiesta en el calendario litúrgico de la Iglesia, la causa y el fin de su institución, el modo de prepararla y celebrarla y las gracias vinculadas a ella.
 
La elección del primer domingo después de Pascua tiene un profundo sentido teológico, indicando el estrecho vínculo entre el misterio pascual de la Redención y la fiesta de la Misericordia. La propia sor Faustina, por lo demás, escribió: “Ahora veo que la obra de la Redención está unida a la obra de la Misericordia pedida por el Señor”.
 
Jesús explicó la razón por la que pidió la institución de la fiesta, diciendo: “Las almas perecen, a pesar de Mi dolorosa Pasión (…). Si no adoran Mi misericordia, perecerán para siempre”. Para preparar la fiesta debe haber una novena, es decir, la recitación, comenzando desde el Viernes Santo, de la coronilla a la Divina Misericordia. En el día de la fiesta, dijo Jesús, “quien se acerque a la fuente de la vida conseguirá la remisión total de las culpas y de las penas”. Como subrayó Rozycki, se trata de “algo decididamente más grande que la indulgencia plenaria”, que consiste solo en el perdón de las penas temporales merecidas por los pecados cometidos.
 
Por las páginas de su Diario, sabemos que sor Faustina fue la primera en celebrar individualmente esta fiesta, con el permiso de su confesor. El cardenal Franciszek Macharski introdujo la fiesta en Cracovia con la Carta Pastoral para la Cuaresma de 1985, y el ejemplo fue seguido en los años sucesivos por los obispos de otras diócesis polacas. El culto de la Divina Misericordia en el primer domingo después de Pascua en el santuario de Cracovia – Lagiewniki estaba ya presente en 1944.
 
4. Juan Pablo II, el gran promotor del culto a la Divina Misericordia
 
En la homilía de canonización de sor Faustina, el 30 de abril de 2000, Juan Pablo II declaró que desde ese momento el segundo Domingo de Pascua sería llamado en toda la Iglesia “Domingo de la Divina Misericordia”.
 
El papa polaco fue el gran apoyo de este culto, que entre 1938 y 1959 conoció un gran desarrollo, pero a pesar del favor de los pontífices, e interés de muchos pastores de la Iglesia y las peticiones por parte de los obispos y las curias encontró también resistencias, sobre todo por parte del Santo Oficio, que en 1959 emanó incluso una notificación negativa.
 
El culto a la Misericordia de Dios se afirmó plenamente con el papa Wojtyła, quien en la encíclica “Dives in Misericordia” de 1980 exaltó la Misericordia de Dios y el 7 de junio de 1997 afirmó: “Doy gracias a la Divina Providencia porque me ha permitido contribuir personalmente al cumplimiento de la voluntad de Cristo mediante la institución de la Fiesta de la Divina Misericordia”. El 1 de septiembre de 1994, la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos aprobó el texto de la Misa votiva “De Dei Misericordia”, que por voluntad de Juan Pablo II concedía el uso a la Iglesia universal y hoy entra obligatoriamente en todos los misales
 

Octava de Pascua, domingo Quasimodo, semana “in albis”, ¿qué son? Entre el domingo de la resurrección de Cristo y el domingo siguiente, ¡cada día es día de Pascua!

Entre el domingo de la resurrección de Cristo y el domingo siguiente, ¡cada día es día de Pascua! Estos ocho días son llamados tradicionalmente “Octava de Pascua”.
Este periodo se vive en la Iglesia como un tiempo propicio para meditar y entrar más intensamente en el poder y la alegría de la resurrección del Señor.
Pero ¿cómo explicar la institución de esta octava de Pascua, puesto que el tiempo pascual era originariamente una solemnidad ininterrumpida que abarcaba todo el misterio redentor y representándole en su conjunto, sin distinguir sus etapas sucesivas?
¿Qué ha sucedido para que en esta solemnidad pascual de una duración de cincuenta días, se haya venido a insertar una octava que prolonga una semana la celebración de la resurrección del Salvador?
La respuesta es muy sencilla. La octava de Pascua no fue universalmente admitida, en occidente como en oriente, sino a finales del siglo IV, es decir, en una época en que la significación primitiva de la “cincuentena” pascual había sido ya modificada sensiblemente. 
No era ya tanto la representación y el símbolo del único misterio divino y eterno de la redención, como “la conmemoración histórica, réplica fiel de los acontecimientos de la redención en su orden cronológico: muerte, resurrección, ascensión, misión del Espíritu Santo.
Entonces se comprende que el ciclo antiguo de siete semanas se haya podido desdoblar en un nuevo ciclo de ocho días, definido tan sólo por el día de Pascua, por la resurrección, por uno de los actos redentores, y que el nuevo ciclo haya recibido sorprendentemente un carácter festivo y bautismal”.
Por otra parte, la Iglesia tenía sumo interés en prolongar durante una semana entera la solemnidad del día de Pascua, única fiesta bautismal del año, para permitir a los neófitos saborear, en su original frescura, la alegría de su bautismo y dar gracias a Dios por el insigne beneficio que acababan de recibir.
Prolongar una semana la fiesta de Pascua era además seguir el ejemplo de los judíos, para quienes la solemnidad pascual duraba por lo menos siete días 16.
Nuestra fiesta de Pascua está actualmente dotada de una verdadera octava que termina con el domingo Quasimodo. 
Sin embargo, tenemos fuertes razones para creer que, desde el principio, la celebración de la fiesta no se prolongaba más de siete días, los dies baptismales, y que se terminaba no como hoy, en el domingo Quasimodo, sino el sábado precedente, el sábado in albis, cuya importancia litúrgica era superior a la del octavo día, como se advierte aún por diversas peculiaridades.
La liturgia de la semana de Pascua no interesaba solamente a los neófitos que acababan de recibir el bautismo durante la noche pascual.
Brindaba además, preferentemente, a todos los que habían tenido la dicha de nacer a la vida de Cristo resucitado, la ocasión de renovarse en la gracia de su bautismo y de expresar a Dios su agradecimiento cada vez más profundo.
Además, los cristianos habían tenido mayor facilidad para unirse a los neófitos y tomar parte en las asambleas litúrgicas, durante la semana de Pascua, puesto que se habían suspendido los negocios seculares, cerrado los tribunales y prohibido los intercambios comerciales.
Se ha dicho que “para todos los fieles, la semana in albis mantiene el recuerdo de la noche luminosa de Pascua, el santo orgullo de haber sido bautizados, la frescura de la infancia espiritual”.
Siendo el lunes de Pascua la única feria privilegiada de la octava, la Iglesia no puede, como antiguamente, pedir a todos los bautizados, antiguos o recientes, participar en la misa estacional que, en principio, debería celebrarse solemnemente cada uno de los días de la semana pascual.
No obstante, no sería pedir demasiado a los cristianos que asistieran, en lo posible, todos los días de la octava, y con verdadero espíritu de acción de gracias, al sacrificio eucarístico.
En la Iglesia romana, el domingo de Pascua y los días siguientes, la celebración de las vísperas pascuales exigía una procesión al baptisterio y al oratorio de la cruz donde había tenido lugar la confirmación.


Con información de Mercaba