sábado, 23 de diciembre de 2017

No dejemos solos a nuestros sacerdotes en Navidad.




Se aproximan los días que más disfruto del año. El nacimiento del pequeño Jesús, quien a lo largo de mi vida ha resultado ser un gran amigo.
Recién cumplí 60 años. Nunca imaginé lo rápido que pasaría el tiempo. Apenas ayer tenía 18. Y ya ves.
Un conocido me ha dicho: “Nos ponemos viejos Claudio”.
Sonreí agradecido y respondí: “Es genial. Significa que hemos vivido”.
Me preguntas por la Navidad. La vida siempre te da opciones y tú debes elegir. Para esta Navidad puedes estar triste y añorar el pasado, sentirte sola. O puedes festejar el amor, la esperanza que nos viene de Dios.
Yo elijo vivir a plenitud la Navidad…
“Porque una criatura nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Estará el señorío sobre su hombro, y se llamará su nombre «Maravilla de Consejero», «Dios Fuerte», «Siempre Padre», «Príncipe de Paz»” (Isaías 9, 5)
Qué grande y maravillosa es la Navidad.
El gozo es interior. Tú y Dios.
Si sientes la necesidad de darte a los demás y compartir, ve a tu parroquia, apúntate de voluntaria para alguna actividad, que de seguro habrá muchas para los días previos y posteriores a la Navidad.
Estos son días de alegría interior.  No permitas que nada te perturbe o te quite ese regalo del cielo, tu paz interior.
¿Y tu párroco? ¿Cómo pasará la Navidad? ¿Lo invitarás a tu casa?
Un amigo me contó de este buen sacerdote que, al salir de visitar enfermos en un hospital la noche de Navidad, cenaba en una estación de servicio. Comía un emparedado y un refresco, porque no tuvo quien le invitara a su casa.
No dejemos solos a nuestros sacerdotes en Navidad. Les debemos mucho. Demasiado.
Cuando acudo al confesionario siempre encuentro una acogida fraternal, una amable sonrisa y los mejores consejos.
¿Sabes su nombre? Cuando encuentro al párroco de mi parroquia siempre me saluda por mi nombre: “Claudio, ¿cómo va la vida?”
Cuando tengo una dificultad, sé que cuento con él para un consejo o al menos tener quien me escuche.
Me han enseñado el valor de amar al prójimo.
Créeme, si amas comprenderás muchas cosas. El amor es como un filtro que no deja pasar los malos pensamientos, o los perjuicios. Te ayuda a perdonar y ser feliz, a acoger al necesitado y abrazarlo. Te muestra el mundo desde una perspectiva diferente.
Por tanto, no dejes solo al sacerdote de tu parroquia para Navidad. Que sepa que ustedes son su familia, que alguien le agradece tantos sacrificios. Que somos agradecidos.
Te dejo con estos bellos cantos Navideños.
¡Dios te bendiga!




Mamá, ¿por qué papá no viene a misa con nosotros?


Cómo responder de una manera que los niños entiendan y, al mismo tiempo, respeten

Esta pregunta surgía casi todos los domingo de mañana, cuando intentaba llevar a mis hijos a misa y mi marido se quedaba confortablemente sentado en el sofá. “¿Por qué él se puede quedar en casa?”, se quejaba mi hija Paige.
¿Cómo explicarles que papá no sigue nuestra religión? ¿Que él no tiene religión?
Yo me esforcé mucho por pensar en la mejor manera de hablar sobre eso. “Papá no fue criado en el catolicismo. Él no fue criado yendo a la iglesia como nosotros”, les respondí a las niñas, una de 7 y la otra de 10 años. “¿Pero él se irá al infierno?”, preguntó una vez la mayor. Así que la cosa se empezó a complicar.
Cuando comenzamos el noviazgo, me di cuenta que Rich no era religioso. Él había sido bautizado en el protestantismo, pero la familia de él nunca frecuentó la iglesia. Él considera que la ciencia no es compatible con la religiosidad. Sólo que mi fe siempre fue muy importante para mí y, antes de formalizar nuestro noviazgo, quise tener la certeza de que mi futuro marido estaría de acuerdo en criar a nuestros hijos en la Iglesia católica. Rich me aseguró que, por él, no habría problema, desde que él no se involucrara personalmente en este aspecto de nuestra vida. “Bueno, ya es algo”, pensé. “Por lo menos él no está en contra de mi religión”.
Pasaron quince años y vinieron tres hijos. Ir a la iglesia sola en Nueva York era una cosa; ir y llevar tres hijos a una iglesia llena de familias es otra. Obviamente, no me gusta no estar con mi marido en un momento que debería ser familiar. Siento que mis hijos miran a otros padres en la iglesia y piensan que merecerían la presencia del suyo. Le pedí a Rich que fuera con nosotros una vez a la semana, pero él se rehusó categóricamente. “¿Qué es una hora a la semana?”, le pregunté. Creo que él debería estar dispuesto a hacer sacrificios por mí y por nuestros hijos, pero hasta ahora no he logrado hacer que cambie de idea.
Sé también que no estoy sola en este tipo de batalla. Antes de la década de 1960, sólo alrededor del 20% de las parejas, aquí en los Estados Unidos, tenía una unión interconfesional. En la primera década de este siglo, el número se duplicó, llegando al 45%. En esta situación, ¿cómo convencer al cónyuge no practicante para que participe con la familia?
“De la misma forma que convences a tu cónyuge a hacer cualquier otra cosa”, respondió el terapeuta Gregory Popcak. “Explícale cuán importante es, insiste para que considere la importancia de la cuestión y no dejes morir el asunto”, añade el terapeuta, que también es director ejecutivo de Pastoral Solutions Institute, una organización que ayuda a los católicos a enfrentar a la luz de la fe una serie de situaciones difíciles en el matrimonio, en la familia y en la vida personal. Gregory Popcak ha escrito más de una docena de libros sobre teología católica y psicología, entre los cuales “Discovering God Together: The Catholic Guide to Raising Faithful Kids” (Descubriendo juntos a Dios: La guía católica para criar a los hijos en la fe).
“Las investigaciones sobre las parejas que enfrentan diferencias relacionadas con la fe muestran que, cuando ocurre un conflicto relacionado con la iglesia, difícilmente tiene algo que ver con la religión en sí. Tiene mucho más que ver con el respeto. El respeto implica más que la simple gentileza con el otro. Implica el esfuerzo de mirar lo que hay de verdadero, de bueno y de bello en todas las realidades que el otro considera verdaderas, buenas y bellas. Las parejas que lidian con las diferencias de la fe generalmente son aquellas que se esfuerzan para ver e intentar entender lo que la pareja considera bueno, verdadero y bello en sus convicciones y prácticas religiosas”. Popcak enfatiza, está claro, que el respeto a la generosidad son vitales en todos los aspectos de la relación, no sólo en lo religioso.
El diácono permanente Doug Kendzierski, de la arquidiócesis norteamericana de Baltimore, casado desde hace 27 años y padre de tres hijas grandes, subraya que la clave es la comunicación honesta: “Ignorar prioridades y sentimientos no es sólo deshonesto, sino también perjudicial. No se trata de ‘convencer’ al cónyuge, sino de explicarle y ayudarlo a entender. Es necesario ser honestos acerca de la importancia de la unidad de la familia en la Iglesia. (…) Además de eso, la oración es imprescindible. Nunca subestimes el poder de la oración”.
Estos consejos son excelentes y pretendo continuar siguiéndolos, para que el corazón de mi marido se abra. Pero ¿qué hacer en el caso de los cónyuges que tienen religiones diferentes y conservan convicciones profundamente arraigadas al respecto de ellas?
Popcak sugiere el mismo principio. “Es necesario fomentar un diálogo abierto sobre la fe de cada uno, mostrando ese repeto que mencioné. Intentar compartir las actividdaes de fe con las que se sientan más a gusto y aborden las diferencias de modo abierto, honesto y respetuoso”.
Además de eso, cada cónyuge tiene que responsabilizarse por enseñar a los hijos sólo la propia fe, no la del otro cónyuge. Es necesario respetar las diferencias con honestidad, pero no hace sentido “promover” la religión del otro como si fuera la propia. Popcak aclara: “Yo digo esto porque es común que el cónyuge más practicante, por miedo a cometer alguna ‘injusticia’ dentro del matrimonio, termine poniendo a los hijos tan en contacto con su propia religión como con la del otro cónyuge, aunque éste sea menos religioso”.
Pero, a fin de cuentas, ¿qué decirle a los hijos cuando preguntan por qué su papá no va con nosotros a misa?
“Los niños necesitan entender que eso no es falta de amor o de compromiso del padre hacia ellos, pero sí que el papá es adulto y Dios permite que los adultos decidan libremente cómo quieren emplear su tiempo. Recuérdale a los niños la atención y el tiempo que su papá les dedica e incentívalos para mantener una relación siempre honesta y abierta con él, sin forzarlo en este asunto. Cada persona tiene su tiempo – pero es importante siempre que los hijos recen por su padre y madre”.
Sí: Popcak subraya que es muy importante dar testimonio frente a los niños de la importancia de la oración. “Cuando conocemos a Dios y sentimos cuánto nos ama, queremos pasar más tiempo con Él. Además, así podemos explicar a los niños: ‘Papá no va a la iglesia porque aún no ha sentido cuánto lo ama Dios. Él aún no ha sentido cuánto quiere Dios cuidar de él, a pesar de que Dios está siempre intentando mostrarle eso. Y esta situación le sucede a mucha gente, porque la fe es un regalo que las personas reciben en momentos diferentes. Y muchas veces Dios pide nuestra ayuda para dar ejemplo a algunas personas de cuánto Él las ama. Es bueno también rezar por papá, pidiéndole a Dios la gracia de ayudarlo a recibir el regalo de la fe’. Esta misma conversación puede ayudar a dar un paso más: preguntarle a los niños si ellos mismos ya están experimentando el amor de Dios”.
Conforme a la respuesta que ellos den, podremos entender mejor en qué medida seguir promoviendo la profundización de la relación de nuestros hijos y Dios, prosigue Popcak.
En cuanto a mí, además de ayudar a mis hijos a tener una relación cada vez más significativa con Dios, no desistiré de transmitir esa misma experiencia también a su papá.

Feria de Adviento: Semana antes de Navidad (23 dic.)




Libro de Malaquías 3,1-4.23-24. 
Así habla el Señor Dios.
Yo envío a mi mensajero, para que prepare el camino delante de mí. Y en seguida entrará en su Templo el Señor que ustedes buscan; y el Angel de la alianza que ustedes desean ya viene, dice el Señor de los ejércitos.
¿Quién podrá soportar el Día de su venida? ¿Quién permanecerá de pie cuando aparezca? Porque él es como el fuego del fundidor y como la lejía de los lavanderos.
El se sentará para fundir y purificar: purificará a los hijos de Leví y los depurará como al oro y la plata; y ellos serán para el Señor los que presentan la ofrenda conforme a la justicia.
La ofrenda de Judá y de Jerusalén será agradable al Señor, como en los tiempos pasados, como en los primeros años.
Yo les voy a enviar a Elías, el profeta, antes que llegue el Día del Señor, grande y terrible.
El hará volver el corazón de los padres hacia sus hijos y el corazón de los hijos hacia sus padres, para que yo no venga a castigar el país con el exterminio total.

Salmo 25(24),4-5.8-9.10.14. 
Muéstrame, Señor, tus caminos,
enséñame tus senderos.
Guíame por el camino de tu fidelidad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y mi salvador,

Yo espero en ti todo el día,
El Señor es bondadoso y recto:
por eso muestra el camino a los extraviados;
él guía a los humildes para que obren rectamente

y enseña su camino a los pobres.
Todos los senderos del Señor son amor y fidelidad,
para los que observan los preceptos de su alianza.
El Señor da su amistad a los que lo temen

y les hace conocer su alianza.

Evangelio según San Lucas 1,57-66. 
Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo.
Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella.
A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre;
pero la madre dijo: "No, debe llamarse Juan".
Ellos le decían: "No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre".
Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran.
Este pidió una pizarra y escribió: "Su nombre es Juan". Todos quedaron admirados.
Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios.
Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea.
Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: "¿Qué llegará a ser este niño?". Porque la mano del Señor estaba con él.