lunes, 13 de febrero de 2017

Juan Sobrini pondrá rumbo a Camboya el lunes “porque todo encaja en mi vida”

Juan en Perú
“Para cambiar el mundo no hace falta irse a Camboya”, dice Juan Sobrini, “basta con la integridad en cada espacio donde uno viva”. Pero él se va. No para cambiar el mundo sino porque todo encaja en su vida. Inquietud, experiencia laboral, tiempo y un gran proyecto, la prefectura de Battambang de Kike Figaredo. Cuando estudiaba Derecho y ADE, oyó hablar del Servicio Jesuita al Refugiado (SJR) en el Centro Loyola de Valladolid. Su labor humanizadora en las fronteras y de ayuda a refugiados eran de por sí interesantes y esperanzadoras. Terminó sus carreras y se acercó más al SJR. Pero ante su falta de experiencia laboral, le aconsejaron que antes de tomar una decisión, desviase su latente interés hacia la búsqueda de trabajo en España. Si tomaba el rumbo hacia los desfavorecidos, que fuera con los pies en la tierra. Y así fue, consiguió un empleo en Deloitte, en Madrid. Durante dos años y medio ejerció su profesión mientras otras piezas iban encajando poco a poco. Dos años de trabajo y la lectura de El corazón del árbol solitario, de José María Rodríguez Olaizola, le removió de nuevo. “Me gustó cómo cuenta la historia del proyecto social desde el lado humano, desde las imperfecciones del hombre y de la vida”, explica, “y cómo merece la pena vivir la vocación”.
Una pieza contundente a la que sucede otra pocos meses después: un voluntariado en Perú de la mano de Entreculturas. De los despachos a la selva amazónica. De la defensa en papel al servicio a la humanidad débil de las tribus aisladas. “Hacíamos campamentos en distintos núcleos para que los pequeños, especialmente las niñas, pudieran jugar en medio de las dificultades”, recuerda. Una experiencia que le marcó hasta el punto que cuando le ofrecieron un nuevo empleo en otra empresa, lo rechazó. Su cambio sería otro. Así que definitivamente, “negoció” con la ONG Sauce ese “puesto” que llevaba buscando: “Ahora sí creo que puedo hacer algo”, dice ya con 26 años de edad. Todo encaja. Y entre sus compañeros, gran asombro, “pero ante la perspectiva de lo que es mi vida, esto no me frena”.
El lunes vuela a Camboya con el compromiso de incorporarse por un año, “en principio”, en la labor social de la prefectura. Con toda probabilidad, se integrará en la fábrica textil de La Paloma, de 100 empleados, aportando sus conocimientos empresariales y su deseo de conectar de tú a tú con los camboyanos –los empleados y en especial, sus familias, a las que la prefectura sale en su búsqueda siguiendo fiel a su Outreach– . Por delante, muchos retos: aprender camboyano “para llegar de verdad a las historias” y priorizar la paciencia antes que el excesivo “hacer cosas”. Con la ilusión que le empuja y el apoyo de su familia y amigos, Juan sigue a su intuición, meditada y formada. Todo es ir “encajando” nuevas piezas.



De “chica mala” a santa, la historia de Jacinta ¿No es alentador que una pecadora egoísta y común y corriente pudiera, al final, llegar a ser santa?


De “chica mala” a santa, la historia de Jacinta






A menudo parece que los santos salen solo de dos categorías: pecadores empedernidos convertidos en un instante, por un lado, y modelos de virtud que jamás cedieron a la tentación del pecado. Cuanto más se les conoce, más se descubre que ambos, grandes pecadores y grandes santos, tuvieron también sus dificultades y se enfrentaron a la tentación durante sus vidas.
Es alentador ver a santa María de Egipto luchando contra recuerdos de su pecaminosidad hasta 15 años después de su conversión, o leer sobre las dificultades del increíblemente piadoso san Antonio de Padua. Pero aquellos de entre nosotros que no encajamos en ninguna de estas categorías podemos sentirnos frustrados por lo que aparenta ser una carestía de pecadores comunes llegados a santos.
Hasta que leemos sobre santa Jacinta Mariscotti.
Nada parecido a la princesa homicida que fue en su día santa Olga de Kiev y tampoco nada del estilo a la niña angelical que fue la beata Imelda Lambertini. Jacinta fue una adolescente normal, muy obstinada, pero normal. A pesar de ser bastante piadosa en su infancia, Jacinta (1585-1640) se convirtió en una versión renacentista de una chica mala.
Tenía fe en Cristo y en Su Iglesia, en la Italia del siglo XVII, pero su fe no llegaba mucho más allá de eso. Salvó su vida milagrosamente en un accidente casi mortal cuando tenía 17 años, pero aun así, Jacinta, hija acomodada de nobles, solo mostraba interés en sus planes de un matrimonio romántico y un estilo de vida de opulencia y excesos.
Y entonces, por primera vez según parece, su voluntad quedó frustrada. El joven noble objeto de sus deseos se casó con otra persona. Peor todavía: esa otra persona era la hermana menor de Jacinta.
Y Jacinta, aficionada a los dramas y con una visión de la vida bastante petulante, no estaba dispuesta a quedarse de brazos cruzados. Se volvió hosca, airada y por lo general hizo la vida tan miserable para su pobre familia que decidieron hacerle las maletas y mandarla a un convento franciscano.
Se escapó una vez, pero la escoltaron de vuelta para que viviera vigilada el resto de sus días en sombría desesperación… o eso es lo que pensaba ella.
Por lo general, que te obliguen a entrar en un convento porque eres demasiado insoportable como para compartir la vida de los demás, pues no es algo que vaya a terminar bien. Durante un tiempo pareció que Jacinta no sería la excepción a esta norma.
Declaró a su padre que viviría como una monja pero que no viviría por debajo de su posición. Noble era y noble seguiría siendo, y al cuerno con el voto de pobreza.
Durante 15 años Jacinta hizo precisamente eso. Llevaba hábitos de las telas más delicadas, le traían exquisiteces que complementaban a las humildes comidas que le servían y pasó sus días entreteniendo a invitados en sus habitaciones personales.
Aunque entregada a la vida de oración exigida por la comunidad y al voto de castidad, sus votos de pobreza y obediencia no tenían cabida. Escándalo o no, Jacinta vivía su vida como quería.
Algunos años después de su entrada, Jacinta contrajo una enfermedad menor por la que debió guardar cama y, en este estado, recibió una visita de su confesor, quien quedó tan impactado por el lujo de sus aposentos que declaró que la única razón por la que ella estaba en el convento era para ayudar al diablo. Jacinta quedó aturdida con sus palabras y decidió corregir su vida.
Pero no lo hizo.
No es ninguna sorpresa. Cuanto más tiempo te has gobernado por tu obstinación, más difícil es arrepentirte y someterte. Por suerte para Jacinta (y para todos nosotros), Dios es paciente y misericordioso.
De nuevo, Jacinta cayó enferma, esta vez de algo bastante más grave, y finalmente se arrepintió y se dio cuenta de qué forma su vanidad y su tozudez habían herido a Cristo. Hizo confesión pública de sus pecados ante la comunidad y determinó que viviría según la norma dispuesta para ella.
Y así hizo, y mucho más. Desde aquel momento, Jacinta vivió una vida de penitencia extrema. Donaba con generosidad a los pobres, sobresalía en la oración contemplativa y llegó a estar tan unida a Cristo que le concedió la habilidad para leer almas y para obrar milagros.
Tras un pasado tan frívolo y autoindulgente, Jacinta desarrolló un pánico a los lujos y un compromiso para con los pobres tan poderoso que donaba su propia cena si alguien llegaba pidiendo ayuda.
Su amor por los necesitados la inspiró para fundar dos congregaciones para ayudarles, sobre todo a los encarcelados. En el momento de su muerte, esta muchacha, antes tan malhumorada e indulgente consigo misma, tenía una reputación de santa tan fuerte que tuvieron que cambiar su hábito tres veces durante su velatorio porque todos los fieles cortaban retazos de su ropa para conservarlos como reliquias.
La inmensa misericordia de Dios había transformado a esta niña mezquina en una gran santa.
Este tipo de historias me resultan muy alentadoras; una pecadora corriente y una reincidente inaguantable que por fin fue capaz de reinventarse, apartar su egocentrismo y vivir únicamente para Cristo.
Santa Jacinta Mariscotti (cuya fiesta se celebra el 30 de enero) es una intercesora destacable para nuestro lado más materialista y egoísta (todos tenemos uno) y una testigo hermosa de que Dios puede obrar incluso en los corazones más mediocres.
Recemos hoy por aquellos que siguen a Jesús con un corazón medio convencido, tibio, y para que Dios nos señale nuestra propia pecaminosidad y nos conceda santidad. Santa Jacinta Mariscotti, ¡ruega por nosotros!

Lunes de la sexta semana del tiempo ordinario


Libro de Génesis 4,1-15.25. 

El hombre se unió a Eva, su mujer, y ella concibió y dio a luz a Caín. Entonces dijo: "He procreado un varón, con la ayuda del Señor".
Más tarde dio a luz a Abel, el hermano de Caín, Abel fue pastor de ovejas y Caín agricultor.
Al cabo de un tiempo, Caín presentó como ofrenda al Señor algunos frutos del suelo,
mientras que Abel le ofreció las primicias y lo mejor de su rebaño. El Señor miró con agrado a Abel y su ofrenda,
pero no miró a Caín ni su ofrenda. Caín se mostró muy resentido y agachó la cabeza.
El Señor le dijo: "¿Por qué estás resentido y tienes la cabeza baja?
Si obras bien podrás mantenerla erguida; si obras mal, el pecado está agazapado a la puerta y te acecha, pero tú debes dominarlo".
Caín dijo a su hermano Abel: "Vamos afuera". Y cuando estuvieron en el campo, se abalanzó sobre su hermano y lo mató.
Entonces el Señor preguntó a Caín: "¿Dónde está tu hermano Abel?". "No lo sé", respondió Caín. "¿Acaso yo soy el guardián de mi hermano?".
Pero el Señor le replicó: "¿Qué has hecho? ¡Escucha! La sangre de tu hermano grita hacia mí desde el suelo.
Por eso maldito seas lejos del suelo que abrió sus fauces para recibir la sangre de tu hermano derramada por ti.
Cuando lo cultives, no te dará más su fruto, y andarás por la tierra errante y vagabundo".
Caín respondió al Señor: "Mi castigo es demasiado grande para poder sobrellevarlo.
Hoy me arrojas lejos del suelo fértil; yo tendré que ocultarme de tu presencia y andar por la tierra errante y vagabundo, y el primero que me salga al paso me matará".
"Si es así, le dijo el Señor, el que mate a Caín deberá pagarlo siete veces". Y el Señor puso una marca a Caín, para que al encontrarse con él, nadie se atreviera a matarlo.
Adán se unió a su mujer, y ella tuvo un hijo, al que puso el nombre de Set, diciendo: "Dios me dio otro descendiente en lugar de Abel, porque Caín lo mató".

Salmo 50(49),1.8.16bc-17.20-21. 
El Dios de los dioses, el Señor,
habla para convocar a la tierra
desde la salida del sol hasta el ocaso.
No te acuso por tus sacrificios:

¡tus holocaustos están siempre en mi presencia!
"¿Cómo te atreves a pregonar mis mandamientos
y a mencionar mi alianza con tu boca,
tú, que aborreces toda enseñanza

y te despreocupas de mis palabras?
Te sientas a conversar contra tu hermano,
deshonras al hijo de tu propia madre.
Haces esto, ¿y yo me voy a callar?

¿Piensas acaso que soy como tú?
Te acusaré y te argüiré cara a cara.

Evangelio según San Marcos 8,11-13. 
Entonces llegaron los fariseos, que comenzaron a discutir con él; y, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo.
Jesús, suspirando profundamente, dijo: "¿Por qué esta generación pide un signo? Les aseguro que no se le dará ningún signo".
Y dejándolos, volvió a embarcarse hacia la otra orilla.