domingo, 25 de diciembre de 2016

¿Sabes por qué la flor de Pascua es la planta de Navidad? Detrás hay un bonito milagro que sucedió en México, según la leyenda

¿Sabes por qué la flor de Pascua es la planta de Navidad?



Durante años, hemos regalado y nos han regalado flores de Pascua o poinsettias como gesto de amistad en los días navideños. Son totalmente adecuadas a estas fiestas, con su mezcla de hojas rojas y verdes. Más aún, son relativamente asequibles y un buen regalo, al mismo tiempo. ¿Te has preguntado alguna vez de dónde viene la costumbre? Yo lo he hecho, así que me puse a investigar. Esto es lo que he descubierto.
Las flores de Pascua poinsettias son originarias de América Central America, y los aztecas las usaban de varias maneras, para teñir tejidos, hacer cosméticos y crear medicinas que curaran las fiebres.
La planta fue descubierta en 1828 por John Poinsett, embajador estadounidense en México. Envió varias poinsettias a Carolina del Sur y empezó a cultivarlas, de ahí el nombre. Uno de los amigos de Poinsett, Robert Buist, empezó a cultivarlas y venderlas comercialmente. En 2002, el Congreso de EE.UU. nombró el 12 de diciembre día de la poinsettia.
Los años posteriores a que Poinsett llevara las plantas a EE.UU., las poinsettias se dieron a conocer por su simbolismo y su belleza. La forma de la flor de la planta y sus hojas recuerdan la estrella de Belén, que guió a los Magos hacia el Niño Jesús.
El color recuerda la Sangre de Cristo, derramada por nuestra salvación. Algunas poinsettias tienen hojas blancas, que nos recuerdan la pureza de Cristo. El verde simboliza la vida y la esperanza. Antes de hacer mi investigación, pensaba que las poinsettias eran “bonitas”. ¡Ahora pienso que son magníficas!
Lo mejor de todo es la vieja leyenda mexicana de cómo la poinsettia y la Navidad se conectaron en seguida. Dice así:
Érase una vez una pobre niña mexicana llamada Pepita, que no tenía un regalo que dar al Niño Jesús la noche de Navidad. Mientras Pepita caminaba, triste, a la capilla, su primo Pedro intentó animarla.
“Pepita”, le dijo, “estoy seguro de que incluso el regalo más pequeño, si se lo hace alguien que le quiere, pondrá muy contento a Jesús“.
Sin saber aún qué le iba a regalar, Pepita cogió un pequeño puñado de hierbajos del borde del camino y los juntó en un ramo. Tener sólo ese pequeño regalo que darle a Jesús hacía avergonzarse a Pepita. Pero mientras seguía en la capilla hasta el altar, recordó lo que Pedro le había dicho. Sintiéndose un poco mejor, se arrodilló y dejó el ramito al final del belén.
Sorprendentemente, el ramo de hierbajos se transformó en brillantes flores rojas, y quienes lo vieron se convencieron de que habían asistido a un milagro. Por ello, desde esa Nochebuena en adelante, la brillante poinsettia de flores rojas se conoce como Flores de Pascua o de Nochebuena.
Yo estoy aún dudando en regalar algo de verdad especial al Niño Jesús en Nochebuena. Como Pepita, siento que realmente no tengo nada que ofrecer –o por lo menos, nada de lo que me gustaría. Me gustaría hacer un esfuerzo super-hiper-mega-espectacular. En cambio, todo lo que tengo es algo corriente–, un puñado de hierbas del camino.
Leyenda o no, sé que las palabras de Pedro son ciertas. Incluso el más pequeño regalo, si lo hace alguien con amor, pondrá a Jesús contento. Si yo le entrego mi pequeñez al Señor y le llevo mi patético ramito en Navidad, milagrosamente se transformará en brillantes flores rojas. Y Jesús será feliz.

Solemnidad de la Natividad del Señor (Misa del día)


Libro de Isaías 52,7-10. 

¡Qué hermosos son sobre las montañas
los pasos del que trae la buena noticia,
del que proclama la paz,
del que anuncia la felicidad,
del que proclama la salvación,
y dice a Sión: "¡Tu Dios reina!".
¡Escucha! Tus centinelas levantan la voz,
gritan todos juntos de alegría,
porque ellos ven con sus propios ojos
el regreso del Señor a Sión,
¡Prorrumpan en gritos de alegría,
ruinas de Jerusalén,
porque el Señor consuela a su Pueblo,
Él redime a Jerusalén!
El Señor desnuda su santo brazo
a la vista de todas las naciones,
verán la salvación de nuestro Dios.

Salmo 98(97),1.2-3ab.3cd-4.5-6. 
Canten al Señor un canto nuevo,
porque él hizo maravillas:
su mano derecha y su santo brazo
le obtuvieron la victoria.

El Señor manifestó su victoria,
reveló su justicia a los ojos de las naciones:
se acordó de su amor y su fidelidad
en favor del pueblo de Israel.

Los confines de la tierra han contemplado
el triunfo de nuestro Dios.
Aclame al Señor toda la tierra,
prorrumpan en cantos jubilosos.

Canten al Señor con el arpa
y al son de instrumentos musicales;
con clarines y sonidos de trompeta
aclamen al Señor, que es Rey.



Carta a los Hebreos 1,1-6. 
Después de haber hablado antiguamente a nuestros padres por medio de los Profetas, en muchas ocasiones y de diversas maneras,
ahora, en este tiempo final, Dios nos habló por medio de su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas y por quien hizo el mundo.
El es el resplandor de su gloria y la impronta de su ser. El sostiene el universo con su Palabra poderosa, y después de realizar la purificación de los pecados, se sentó a la derecha del trono de Dios en lo más alto del cielo.
Así llegó a ser tan superior a los ángeles, cuanto incomparablemente mayor que el de ellos es el Nombre que recibió en herencia.
¿Acaso dijo Dios alguna vez a un ángel: "Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy?" ¿Y de qué ángel dijo: "Yo seré un padre para él y él será para mi un hijo?"
Y al introducir a su Primogénito en el mundo, Dios dice: "Que todos los ángeles de Dios lo adoren."

Evangelio según San Juan 1,1-18. 
Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.
Al principio estaba junto a Dios.
Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe.
En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron.
Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan.
Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.
El no era la luz, sino el testigo de la luz.
La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre.
Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció.
Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron.
Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.
Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios.
Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él, al declarar: "Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo".
De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia:
porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo.
Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre.