domingo, 30 de octubre de 2016

“Benedicto y Francisco”, el nuevo libro del cardenal Müller El volumen recoge intervenciones y reflexiones del purpurado sobre los desafíos que la sociedad y las culturas contemporáneas plantean a la Iglesia, a la luz de los magisterios

Benedicto XVI y Francisco - © Editorial Ares

Se llama “Benedicto & Francisco. Sucesores de Pedro al servicio de la Iglesia”, el nuevo libro del cardenal Gerhard L. Müller, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. El volumen parte de una disertación del purpurado — ya supervisor de la obra omnia de Joseph Ratzinger – pronunciada el 17 de abril de 2015, con ocasión del 10º aniversario de la elección al trono de Pedro del Papa alemán, sobre el tema “el primado de Pedro en el pontificado de Benedicto XVI”.
A partir de esta contribución, en el libro se recogen otras intervenciones entre las más significativas en las que Müller presenta con franqueza, análisis y reflexiones, sobre los desafíos que las sociedades y las culturas contemporáneas plantean a la Iglesia, relanzando el debate sobre distintas temáticas como el papel del papado hoy, el valor de la laicidad para el cristiano, la aparente dicotomía entre la unicidad de la Iglesia fundada por Jesús de Nazaret y el ecumenismo, la llamada universal al apostolado y a la santidad en la exigencia de una nueva evangelización. 
Cuestiones a las que los Papas –también Benedicto y Francisco– responden cada uno con el carisma que le es propio y que el cardenal en estas páginas pretende subrayar. Escribe el cardenal: “En la ‘dictadura del relativismo’ y en la ‘globalización de la indiferencia’ –por retomar las expresiones de Benedicto XVI y de Francisco– los confines entre verdad y mentira, entre bien y mal se confunde. El desafío para la jerarquía y para todos los miembros de la Iglesia consiste en el resistere a estas infecciones mundanas y en el cuidado de las enfermedades espirituales de nuestro tiempo”. 
Como revela el autor, por grave que sea la crisis del hombre de nuestro tiempo y por mucho que el mundo parezca cada día en el punto de romperse entre narcisismos personales y conflictos cada vez más globales, se encuentra en el Evangelio, encarnado a través de los siglos en la Tradición de la Iglesia que constantemente desarrolla su misión sacramental en torno al romano Pontífice, el único faro que puede ayudar al hombre, cada hombre, esa huella divina que lo distrae del horizonte terreno y lo hace, desde ahora, ciudadano de la Jerusalén celeste. 
El prólogo lo ha realizado Cesare Cavalleri, periodista y crítico literario, que escribe: “¿Qué rasgo común caracteriza el pontificado de Benedicto XVI y el de Francisco? La raíz teológica, y por tanto también pastoral, de ambos es, y no podía no ser, cristológica. Pero los dos Sumos Pontífices la especifican con originalidad personal, como se ve en sus ensayos reunidos en este volumen del cardenal prefecto de la Congregación por la Doctrina de la Fe”.

Cómo organizar un grupo de oración 13 premisas y 10 condiciones que pueden ayudar


Cómo organizar un grupo de oración

Yo os aseguro también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos. Porque donde estén dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18, 19-20).
La comunidad eclesial, como cuerpo místico de Cristo, necesariamente se debe reunir en oración porque nosotros los cristianos formamos parte de ella (1 Co 12, 12ss.); y entre nosotros, sus miembros, hay o debe haber cohesión o unidad.
Una unidad que toma su fuerza, y se mantiene en la Iglesia, gracias a la participación Eucarística (1 Co 12, 22-23). En la Eucaristía es cuando más reforzamos nuestra unidad no solo entre nosotros, como hijos de Dios, sino con Cristo nuestra cabeza y en Él con Dios Trinidad.
Sin embargo la vivencia de la Eucaristía no excluye otros momentos de oración en comunidad, todo lo contrario. Los grupos de oración son, y deben ser cada vez mejor, una prolongación de la misa y/o expresión de la misma.
Los grupos de oración no son nada nuevo en la Iglesia. Estos nacieron después de la resurrección de Jesucristo cuando estaban reunidos los Apóstoles y 120 discípulos (Hch 1, 15), que “perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María, la madre de Jesús, y de sus hermanos” (Hch.1, 14).
Démonos cuenta que estas asambleas ya se llevaban a cabo aún antes de Pentecostés (el crucial y primer momento intenso de oración eclesial).
Desde ese entonces y hasta nuestros días la Iglesia se ha reunido regularmente no solo para aprender la doctrina de los apóstoles sino también, y sobre todo, para la fracción del pan y orar juntos (Hch 2, 42-46; 4, 33; 12, 5-12).
Cuando oramos juntos, en comunidad, los resultados son evidentemente muy positivos: la oración en grupo nos edifica y unifica porque compartimos una misma fe.
Hay que tener en cuenta que la fe no es solo individual, es, y sobre todo, eclesial. Es una fe viva que nos lleva a abrirnos al Espíritu Santo, quien ora en la asamblea y en cada una de las personas (Rm 8, 26-27).
La fe vivida en comunidad y expresada en la oración comunitaria ayuda a crecer espiritual y constantemente en el camino de una continua conversión personal y eclesial.
Y además crea una verdadera relación fraternaentre los participantes (Ga 3, 26).
El mismo Espíritu Santo que habita en cada uno de los creyentes provoca en nuestros corazones regocijo mientras se oyen palabras de alabanza de los hermanos a nuestro Señor. 
La oración comunitaria nos ofrece otras posibilidades, incluso momentos de solidaridad en la caridad, que difícilmente encontramos en otro contexto eclesial.
Y la más importante de las riquezas de la oración comunitaria: que el Espíritu Santo se derrama a través de personas e historias tan variadas. Por esto y por mucho más resulta tan enriquecedora hacer parte de un grupo de oración.
Es bueno fomentar los grupos de oración, allá donde sea posible, pues son factores de cambio, son fuerzas espirituales que mantienen a la Iglesia y a la sociedad por los rumbos que Dios quiere.
Los grupos de oración son un signo de esperanza que nos ofrece Dios y de gran importancia tanto para la Iglesia como para el mundo de hoy.
La importancia de los grupos de oración es pues evidente: nos enseñan a ser más responsables con la santidad personal y eclesial.
Los grupos de oración son indiscutiblemente una gracia de Dios dirigida a renovar en la Iglesia el gusto por la oración, a redescubrir el sentido de comunidad, a creer en la fuerza de la intercesión y de la alegre alabanza; incluso, los grupos de oración están llamados a convertirse en una nueva fuente de evangelización.
Esta expresión eclesial de la oración en comunidad será posible si se cumplen ciertas premisas y ciertas condiciones durante la oración.
PREMISAS
1. Que el grupo de oración sea incluyente (su composición debe ser heterogénea), que en él se dé cabida a personas de toda condición socioeconómica. Un grupo de oración no es un grupo elitista conformado por personas selectas.
2. Un grupo de oración nunca ha de ser ajeno o paralelo a la vida parroquial.
3. Los fieles que quieran formar parte de un grupo de oración deben tomar libremente y muy en serio la decisión de pertenecer a él. La pertenencia no es cuestión de imposición o por quedar bien o, peor aún, por complacer a alguien. Una vez se es miembro de un grupo de oración, se adquiere una seria responsabilidad.
4. En los fieles que quieran formar parte de un grupo de oración debe haber una disposición fundamental: el deseo profundo de ser transformados por el Señor. Nunca asistir como espectadores o críticos. Quienes se reúnan en oración han de ser personas que han cultivado la oración a nivel personal; de lo contrario la participación se convierte en una actividad artificial, postiza, vacía.
5. Todo grupo de oración tiene un animadorindiscutible: el Espíritu Santo. Pero esta verdad no excluye un animador ‘humano’, todo lo contrario; es más, es importantísimo. La persona que anime (ojalá sea el propio párroco) sea una persona de probadas virtudes, de experiencia en la vida de oración, con una espiritualidad sólida y en perfecta comunión con la Iglesia. Sea una persona que en verdad anime al grupo y vele por el buen orden de la oración.
6. La frecuencia de las reuniones puede ser semanal y la duración de cada encuentro de oración oscilar entre la media hora y los tres cuartos de hora, aunque este periodo de tiempo no es una camisa de fuerza.
7. Se pide la puntualidad; podría perjudicar ver llegar la gente a cuenta gotas una vez iniciada la oración.
8. Procúrese que no haya entre los miembros de un grupo de oración tensiones emocionales, porque esto bloquea la serenidad y espontaneidad del grupo. Cualquier conflicto se debe solucionar antes de un nuevo encuentro.
9. Es importante la fidelidad al propio grupo. En las parroquias hay diferentes tipos de grupos de oración; formar parte de uno de ellos según el propio carisma, edad, afinidad apostólica, etc..
10. Aunque un elemento importante de la oración en grupo es la espontaneidad de los participantes, en los encuentros de oración se le debe o se le puede dar cabida también a la oraciones oficiales de la Iglesia: Adoración al Santísimo, cantos, la liturgia de las horas, el santo rosario, el viacrucis (especialmente en cuaresma), novenas, etc. Además hay que tener en cuenta que estas oraciones se pueden integrar entre sí, obviamente, con un sano e inteligente criterio.
11. La oración en grupo no ha de ser algo sustitutivo ni de la oración personal ni de la misa (y menos aún de la misa de precepto) sino más bien un complemento.
12. La oración, idealmente, ha ser ante el Santísimo; por tanto el grupo de oración se podrá reunir en la iglesia parroquial. Si no es posible, cualquier otro lugar, que favorezca el silencio y el recogimiento, se puede usar.
13. La oración grupal es bueno que se lleve a cabo con una estructura previa, se pide por tanto un orden en la participación. A fin de mantener el interés de los integrantes del grupo de oración, lo mejor será planear las oraciones con anticipación. Para esto es necesario un esquema, de lo contrario la oración en común se convierte en un obstáculo que bloquea la acción transformadora de Dios (1 Co 14, 33; 1 Co 14, 40). Las personas necesitan guía, límites y dirección para sentirse cómodas; de esta manera las personas estarán más abiertas y dispuestas a participar activamente.
CONDICIONES DURANTE LA ORACIÓN GRUPAL
1. Hay que tener en cuenta que el Espíritu Santo habita en nosotros, y se expresa a través nuestro; por esto cuando un integrante del grupo esté orando, tenemos que asumir sus palabras o sus intenciones como nuestras.
2. Conviene no olvidar que, así como en la oración personal hay un diálogo entre Dios y cada persona, en la oración comunitaria el interlocutor de Dios es un ‘nosotros’. No basta con orar junto a los otros ni por los otros, sino con los otros al unísono.
3. Durante la oración en grupo debe haber alegría, ya que el gozo es uno de los frutos del Espíritu Santo (Gal 5, 22). Es la alegría de alabar a Dios, de experimentar en familia eclesial el gozo de su presencia cercana y experimentada con la fuerza de su amor que va transformando nuestras vidas. Pero ojo, no es una alegría externa provocada con medios humanos, como tampoco es el gozo de una sana amistad o convivencia ni, menos aún, un “sentimentalismo” de los exaltados que contagia.
4. Cada miembro debe poner con humildad al servicio de sus hermanos, el carisma personal que haya recibido del Señor.
5. Es necesario que haya sinceridad en la oración. Que la participación en un grupo de oración no sea motivada por sentimientos de vanidad. La oración no se debe instrumentalizar para hacer ver una superioridad intelectual, se tenga o no. Jesús nos advirtió contra este comportamiento exhortándonos a no ser protagonistas hipócritas (Mt 6, 5).
6. La participación de los integrantes del grupo, fuera del canto, no ha de ser simultánea sino ordenada y alternada. A pesar de la libertad en que se debe desenvolver la oración grupal siempre se debe desarrollar con orden y armonía.
7. Ningún grupo de oración debe excluir momentos de silencio. El silencio servirá para dejar actuar al Espíritu Santo, en el corazón de los demás.
8. Se debe propiciar la participación, de una manera o de otra, de todos los asistentes. Pero la participación de los integrantes del grupo de oración ha de ser espontánea (no forzada), breve, bajo la moción del Espíritu Santo (Jn 14, 16-17; Jn 14, 26) y con naturalidad. En este caso hay que evitar frases dichas a memoria o estereotipadas.
9. No olvidar que el motivo del encuentro es la oración. Una oración en la que se pueden armonizar tantos elementos: momentos de silencio, cantos, meditaciones para poner en común, etc.. Pero ojo, la oración grupal no debe convertirse, por ejemplo, en un espectáculo de música o canto, en una sesión de terapia, en ciclos de conferencias de diferente índole, en un momento de discusión, en un momento de euforia colectiva, en ocasión para protagonismos personales de ningún tipo (p.e. desahogos, relatos de experiencias personales, momento de críticas, etc.).
10. Después de la oración comunitaria, al salir, convendría recuperar el ágape fraterno para pasar juntos un tiempo ameno compartiendo un pasabocas, una bebida, etc. Esto une aún más al grupo y los motiva. El término ágape, inicialmente significaba afecto o amor gratuito; actualmente éste término se utiliza para nombrar la comida fraternal que llevaban a cabo los primeros cristianos para reforzar la unidad.

Casa al “estilo católico”: ¿eso existe? Claro que existe. ¡Mira y evalúa si es el caso de la tuya!


Casa al “estilo católico”: ¿eso existe?



La mayoría de las personas tiende a estar de acuerdo con esto: la manera de decorar una casa puede revelar mucho sobre las personas que viven en ella.
Existen casas alegres y casas ceñudas; casas modernas, casas neoclásicas, casas mediterráneas; casas joviales y casas envejecidas, casi agonizantes; casas limpias y casas sucias…
Y existen casas budistas, judías, musulmanas, ateas, sincretistas… O católicas.
Pero ¿cómo es una casa católica?
Evidentemente, nada puede y debe ser más católico dentro de tu casa que tú mismo y tu familia. De poco sirve “adornar” tu sala o los cuartos con imágenes y símbolos de la Iglesia si tu vida no refleja en la práctica la fe que dices abrazar. Revístete de Cristo – y lo demás vendrá como consecuencia.
Con esta premisa fundamental, no deja de ser importante que también el ambiente a tu alrededor sea coherente con la visión católica del mundo.
Una casa católica es acogedora y humanamente cálida.Nuevamente, el principal factor que le atribuye esas características es el comportamiento de tu familia, que quede claro. Pero también es importante que el “estilo” de tu casa católica transmita esa calidez humana.
Entre los elementos que transmiten el “espíritu católico” están cosas prosaicamente sencillas, como una buena luminosidad natural, buena ventilación, la existencia de plantas y, si es posible, un jardín. Todo limpio y bien cuidado.
La virtud del orden transpira victoriosamente sobre la pereza – y no existe decoración más bonita que la limpieza.
En términos de estilo, lo demás queda a tu criterio. Nada impide que tu casa sea moderna, tecnológica, adornada con obras de arte, o que sea simple, igual a las del vecindario, sin lujos. Todo eso es secundario: es un medio, no un fin.
La importancia de estos aspectos aparentes está en la intención y en el mensaje que transmiten: si sirven para transmitir vanidad, apego material, arrogancia, entonces no sólo no serán católicos, sino tampoco serán elegantes.
Por otro lado, la falta de recursos materiales tampoco puede ser disculpa para una casa desarreglada, “dejada”, descuidada: el mensaje de este otro “estilo” también está lejos de ser católico.
Hasta aquí, no salimos de lo básico; más “básico”, en este caso, es sinónimo de imprescindible. Calidez, sencillez y limpieza, al final, son irrenunciables.
Bien recibido por ese ambiente humanamente sano de tu residencia, ahora pueden (y deben) venir también los elementos más “específicamente” católicos.
¿Qué tal si para empezar, una imagen de Nuestra Señora o del Sagrado Corazón, en el jardín de tu casa? Esta sería una forma, además, de dar testimonio a tus vecinos de que profesas seriamente la fe católica y no necesitas esconderla en tu propia casa.
Pasando a los ambientes internos, hay un elemento visual esencial en toda casa católica: el crucifijo. De preferencia, uno en cada habitación. Puede ser la cruz sola o quizás mejor el Crucificado, Jesús clavado en la cruz.
No es la cruz, como tal, la que nos salva: es Cristo, que enfrenta y derrota la muerte de cruz, iluminando nuestras propias pequeñas cruces del día a día y las transforma con nuestro consentimiento, como garantía de salvación.
También son recomendables los iconos o imágenes de Jesús, María y José y tu santo patrón. Pero es particularmente recomendado entronizar en tu casa el Sagrado Corazón de Jesús, consagrando a Él tanto tu hogar como, principalmente, tu familia, que vive en él.
Algunos pueden considerarlos como “elementos de mal gusto”, y esto sirve como prueba a tu coherencia. ¿Tu casa prefiere agradar al mundo o reflejar auténticamente aquello en lo que crees?
Está claro que no hay necesidad de colocar imágenes por todas las habitaciones y transformar tu residencia en un museo de obras sacras (además de caer en una especie de falta de templanza, esto podría hasta rayar en falta de confianza filial: “Ah, si no lleno mi casa de imágenes es porque estoy cediendo a la vergüenza del qué dirán y, por lo tanto, estoy negando o escondiendo mi fe)”.
Cuidado con esas ideas: no seas “católico” por miedo. Ser católico no es nada de eso. Sé espontáneo, sé sencillo. ¿Piensas que una persona que no pone fotos de sus padres, hermanos e hijos en abundancia por toda la casa es porque no los quiere? No es eso lo que define nuestro amor. Hay que saber discernir entre la autenticidad y la artificialidad.
Aclarado esto, encontrarás maneras de ser elegante sin renunciar a tu fe, o de demostrar tu fe sin ser “de mal gusto”.
Con la rica historia de arte católico, además, encontrarás fácilmente elementos sacros que armonicen también con tu gusto personal.
Piensa, además, en un altar doméstico, o un icono instalado en la parte de la casa donde sueles recogerte para rezar con más frecuencia.
Al final, es este el sentido de las imágenes dentro de la fe católica: recursos visuales que sólo tienen razón de ser como medios para ayudarnos al recogimiento y al fervor. Las imágenes en sí no son el objetivo de nuestra adoración: eso sería, pura y simplemente, idolatría.
Y no te olvides del coche. ¿Qué tal un rosario y una medalla de san Cristóbal en el espejo retrovisor? Recuerda primero pedir a un sacerdote que los bendiga.
Finalmente, tú mismo puedes revestirte no sólo espiritual, sino “externamente” también de Cristo: usa un crucifijo; conoce y adopta una medalla devocional y, principalmente, pide a un sacerdote que te imponga el escapulario.
Más que recordatorios visuales de que eres católico, son sacramentales: señales visibles de nuestra fe y recursos auxiliares para estimularnos en la unión cada vez más intensa con Jesús (nada de confundirlos con amuletos).
Todos estos recursos han de adoptarse, pero también hay elementos que hay que abandonar.
Hay ciertos “adornos” que contradicen la fe católica: objetos llamados “místicos” en sentido esotérico u ocultista, símbolos y ritos paganos o de creencias incompatibles con la fe en Cristo, supersticiones, imágenes y elementos mundanos que no combinan con las virtudes y valores cristianos…
Y, más importante, existen actitudes que hay que abandonar en una casa católica. No sólo los pecados graves, que no necesitan ni mencionarse, sino también las posturas que, de tan comunes y “humanas” que son consideradas en algunas casas, parecen casi formar parte del “pasaje natural” de las mismas: exceso de televisión o Internet, aislamiento y falta de comunicación personal y constructiva, hábitos de pereza y hedonismo, mal humor e irritabilidad, falta de educación y de caridad, falta de higiene y de cuidados personales y ajenos, exceso de atención a los placeres de la mesa,…
Estas posturas deben ceder espacio al respeto, al servicio, al cuidado, a la atención… en resumen: al amor. Al final, si el amor no estuviera presente en tu casa, no existe nada que pueda volverla católica. Ni el propio Dios, que sólo entra en tu vida si tu amor lo autoriza.