sábado, 9 de diciembre de 2017

La belleza de una tradición olvidada de Adviento



La misa “Rorate” en honor de la Santísima Virgen María se celebra tradicionalmente en la oscuridad justo antes del amanecer.

La temporada de Adviento cae cada año en el oscuro mes de diciembre y es un mes en el que vemos el tema general de la temporada litúrgica reflejado en la naturaleza. La oscuridad se ha apoderado del mundo y aumenta más a cada día. Sin embargo, hay esperanza por la pronta llegada de los días que empezarán a alargarse y del sol que conquistará la noche. La tierra revela que existe una luz en este oscuro lugar y esa Luz reina triunfante.
La Iglesia hace aún más visible esta verdad con una antigua tradición (a menudo olvidada) llamada Misa “Rorate Caeli”. Esta misa votiva durante el Adviento en honor de la Santa Madre recibe su nombre de las primeras palabras del canto de apertura en latín, “Rorate caeli”, es decir “Derramad, oh cielos.
La misa se celebra con más frecuencia en comunidades consagradas a la Forma Extraordinaria del Rito Romano (es decir, la “misa latina”), pero es también una opción para las parroquias que celebran la misa en la lengua vernácula.
Lo peculiar de esta celebración de la Eucaristía es que se celebra tradicionalmente a oscuras, con la única luz de las velas y justo antes del amanecer. El simbolismo de esta misa es abundante y es una expresión suprema de la temporada de Adviento.
Primero de todo, ya que la misa se celebra normalmente justo antes del amanecer, los cálidos rayos del sol invernal van iluminando lentamente la iglesia. Si se mide correctamente, para el final de la misa toda la iglesia está ya inundada por la luz del sol. Esto es reflejo del tema general del Adviento, un tiempo de expectativa y espera ansiosa por la llegada del Hijo de Dios, la Luz del Mundo.
En la Iglesia primitiva, Jesús era representado con frecuencia como Sol Invictus, el “Sol invicto”, y el 25 de diciembre era conocido en el mundo pagano como Dies Natalis Solis Invicti (Día del Nacimiento del Sol Invicto).
San Agustín hace referencia a este simbolismo en uno de sus sermones: “Gocémonos, hermanos; alégrense y exulten los pueblos. Este día lo ha hecho sagrado para nosotros no el sol visible, sino su creador invisible, cuando una virgen madre, de sus entrañas fecundas y en la integridad de sus miembros, trajo al mundo hecho visible por nosotros, a su creador invisible”.
Conectado con este simbolismo está el hecho de que esta misa se celebra en honor de la Santísima Virgen María, a menudo tratada con el título de “Lucero del Alba”. Astronómicamente hablando, el “lucero del alba” es el planeta Venus y se ve con más claridad en el cielo justo antes del amanecer o después del ocaso.
En ese momento es la “estrella” más brillante en el cielo y proclama o abre el camino al Sol. La Santa Madre es el auténtico “Lucero del Alba”, siempre señalándonos a su Hijo, y así la Misa “Rorate” nos recuerda el papel de María en la historia de la Salvación.
En segundo lugar, nos recuerda la verdad de que la oscuridad de la noche no dura, sino que es siempre rebasada por la luz del día. Es una verdad simple que a menudo olvidamos, especialmente en medio de una prueba de tinieblas en la que todo el mundo parece inclinado a destruirnos. Dios nos tranquiliza diciéndonos que esta vida es solo temporal y que somos “forasteros y huéspedes” en una tierra extranjera, con destino al Paraíso.
Por último, encontramos un hermoso destello de simbolismo en la costumbre de que todos los presentes sostengan velas encendidas a lo largo de la misa. Ciertamente, es una forma práctica de iluminar la iglesia, pero también simboliza la realidad de que la oscuridad es repelida por la unión de muchas luces individuales.
De hecho, cuando todos juntos permitimos que brillen nuestras luces ante la humanidad, sin esconderlas bajo un cajón (Mt 5,15), somos capaces de iluminar el mundo y destruir sin problemas la oscuridad ante nosotros.
En definitiva, la Misa “Rorate” es una bella tradición en la Iglesia que nos ayuda a entrar en la temporada de Adviento. Por encima de todo nos ayuda a recordar y a reflexionar sobre una verdad central de nuestra fe: la oscuridad es una sombra pasajera y huye más rápidamente cuando ve una multitud de luces.

Sábado de la primera semana de Adviento


Libro de Isaías 30,19-21.23-26. 

Así habla el Señor:
Sí, pueblo de Sión, que habitas en Jerusalén, ya no tendrás que llorar: él se apiadará de ti al oír tu clamor; apenas te escuche, te responderá.
Cuando el Señor les haya dado el pan de la angustia y el agua de la aflicción, aquel que te instruye no se ocultará más, sino que verás a tu maestro con tus propios ojos.
Tus oídos escucharán detrás de ti una palabra: "Este es el camino, síganlo, aunque se hayan desviado a la derecha o a la izquierda".
El Señor te dará lluvia para la semilla que siembres en el suelo, y el pan que produzca el terreno será rico y sustancioso. Aquel día, tu ganado pacerá en extensas praderas.
Los bueyes y los asnos que trabajen el suelo comerán forraje bien sazonado, aventado con el bieldo y la horquilla.
En todo monte elevado y en toda colina alta, habrá arroyos y corrientes de agua, el día de la gran masacre, cuando se derrumben las torres.
Entonces, la luz de la luna será como la luz del sol, y la luz del sol será siete veces más intensa -como la luz de siete días- el día en que el Señor vende la herida de su pueblo y sane las llagas de los golpes que le infligió.

Salmo 147(146),1-2.3-4.5-6. 
¡Qué bueno es cantar a nuestro Dios,
qué agradable y merecida es su alabanza!
El Señor reconstruye a Jerusalén
y congrega a los dispersos de Israel.

Sana a los que están afligidos
y les venda las heridas.
Él cuenta el número de las estrellas
y llama a cada una por su nombre.

Nuestro Señor es grande y poderoso,
su inteligencia no tiene medida.
El Señor eleva a los oprimidos
y humilla a los malvados hasta el polvo.



Evangelio según San Mateo 9,35-38.10,1.6-8. 
Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias.
Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor.
Entonces dijo a sus discípulos: "La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos.
Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha."
Jesús convocó a sus doce discípulos y les dio el poder de expulsar a los espíritus impuros y de curar cualquier enfermedad o dolencia.
"Vayan, en cambio, a las ovejas perdidas del pueblo de Israel.
Por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca.
Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, expulsen a los demonios. Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente."