martes, 24 de julio de 2018

Las tres reglas fundamentales para los lectores en la misa

El liturgista italiano Enrico Finotti responde a una lectora de Aleteia

Un lector escribe: “Quisiera saber si hay indicaciones precisas dictadas por el magisterio o simplemente por la tradición que expliquen cómo se debe comportar un lector durante la misa. Las lecturas del día y los salmos no deben ser leídos, sino anunciados. ¿Podrían hacer un pequeño elenco de los “errores” más comunes? Por ejemplo, a veces oigo decir como conclusión de una lectura “Es palabra de Dios” en lugar de “palabra de Dios”. Y también, hay quien pone mucho énfasis en leer, a menudo cambiando fuertemente el tono de voz en los diálogos directos…. Hay quien levanta la mirada a los bancos y quien en cambio nunca alza los ojos y los tiene fijos en el texto. Gracias”.
El liturgista Enrico Finotti explica: “La Palabra de Dios en la celebración litúrgica debe ser proclamada con sencillez y autenticidad. El lector, en resumen, debe ser él mismo y proclamar la Palabra sin artificios inútiles. De hecho, una regla importante para la dignidad misma de la liturgia es la de la verdad del signo, que afecta a todo: los ministros, los símbolos, los gestos, los ornamentos y el ambiente”.
Dicho esto, prosigue Finotti, “es también necesario solicitar la formación del lector, que se extiende a tres aspectos fundamentales”.

1. La formación bíblico-litúrgica

“El lector debe tener al menos un conocimiento mínimo de la Sagrada Escritura: estructura, composición, número y nombre de los libros sagrados del Antiguo y Nuevo Testamento, sus principales géneros literarios (histórico, poético, profético, sapiencial, etc.). Quien sube al ambón debe saberlo que va a hacer y qué tipo de texto va a proclamar.
Además, debe tener una suficiente preparación litúrgica, distinguiendo los ritos y sus partes y sabiendo el significado del propio papel ministerial en el contexto de la liturgia de la palabra.
Al lector corresponde no sólo la proclamación de las lecturas bíblicas, sino también la de las intenciones de la oración universal y otras partes que le son señaladas en los diversos ritos litúrgicos”.
2. La preparación técnica
El lector debe saber cómo acceder y estar en el ambón, cómo usar el micrófono, cómo usar el leccionario, cómo pronunciar los diversos nombres y términos bíblicos, de qué modo proclamar los textos, evitando una lectura apagada o demasiado enfática.
Debe tener clara conciencia de que ejerce un ministerio público ante la asamblea litúrgica: su proclamación por tanto debe ser oída por todos.
El Verbum Domini con el que termina cada lectura no es una constatación (Esta es la Palabra de Dios), sino una aclamación llena de asombro, que debe suscitar la respuesta agradecida de toda la asamblea (Deo gratias).

3. La formación espiritual

La Iglesia no encarga a actores externos el anuncio de la Palabra de Dios, sino que confía este ministerio a sus fieles, en cuanto que todo servicio a la Iglesia debe proceder de la fe y alimentarla.
El lector, por tanto, debe procurar cuidar la vida interior de la Gracia y predisponerse con espíritu de oración y mirada de fe.
Esta dimensión edifica al pueblo cristiano, que ve en el lector un testigo de la Palabra que proclama. Esta, aunque es eficaz por sí misma, adquiere también, de la santidad de quien la transmite, un esplendor singular y un misterioso atractivo.
Del cuidado de la propia vida interior del lector, además que del buen sentido, dependen también la propiedad de sus gestos, de su mirada, del vestido y del peinado.
El ministerio del lector implica una vida pública conforme a los mandamientos de Dios y las leyes de la Iglesia.

Leer en misa es un honor, no un derecho

Esta triple preparación, precisa el liturgista, “debería constituir una iniciación previa a la asunción de los lectores, pero después debería seguir siendo permanente, para que no se relajen las costumbres. Esto vale para los ministros de cualquier grado y orden.
Será finalmente muy útil para él mismo y para la comunidad que todo lector tenga el valor de verificar si siguen estando en él todas estas cualidades, y si disminuyeran, saber renunciar con honradez.
Realizar este ministerio es ciertamente un “honor” y en la Iglesia siempre se ha considerado así. Sin embargo, concluye, no se puede acceder a él a toda cosa, ni debe ser considerado un derecho, sino un servicio en pro de la asamblea litúrgica, que no puede ser ejercido sin las debidas habilitaciones, por el honor de Dios, el respeto a Su pueblo y la eficacia misma de la liturgia.

4 maneras de mantener alejado al diablo


No sólo evitarán que el diablo tenga poder sobre ti, estarás sobre el camino de la santidad

Después de un exorcismo, ¿cómo evita la persona que regrese el diablo? En los Evangelios hay una historia que describe cómo una persona que había sido exorcizada, luego recibió la visita de toda una horda de demonios que intentaban reintroducirse de una forma más contundente (cf. Mt 12:43-45). El rito del exorcismo únicamente expulsa a los demonios de una persona; no evita que regresen.
Para poder asegurar que no vuelve el diablo, los exorcistas recomiendan cuatro hábitos que mantendrán el alma del creyente en paz y en las manos de Dios:
1  Frecuentar los sacramentos de la confesión y la Eucaristía
La forma más común de que un demonio entre en la vida de alguien es a través de un estado habitual de pecado mortal.
Cuanto más nos divorciemos de Dios a través del pecado, tanto más susceptibles seremos a los ataques de un demonio. Incluso los pecados veniales pueden socavar nuestra relación con Dios y exponernos a los avances del enemigo.
La confesión de los pecados es, por tanto, la vía principal de que disponemos para poner fin a nuestra vida de pecado y comenzar un nuevo camino.
No es ninguna coincidencia que el demonio intentara sin descanso asustar a Juan María Vianney, el Santo Cura de Ars, para intentar disuadirle de escuchar en confesión a pecadores empedernidos.
Vianney sabía de la llegada de un gran pecador a la ciudad si el demonio le acosaba la noche anterior. La confesión tiene tantísimo poder y gracia que el demonio tiene que huir de esa persona que frecuenta dicho sacramento.
Junto con la confesión, el sacramento de la Sagrada Eucaristía es incluso más poderoso a la hora de alejarnos de la influencia del diablo. Lo que tiene todo el sentido, puesto que la Sagrada Eucaristía es la presencia real de Jesucristo y los demonios no tienen poder alguno ante la presencia del mismísimo Dios.
Sobre todo cuando la Eucaristía es recibida en estado de gracia, tras la confesión, el diablo no tiene más opción que regresar al lugar de donde viniera.
Santo Tomás de Aquino confirmó este hecho en su tratado Summa Theologiae, donde escribió que “[La Eucaristía] es signo de la pasión de Cristo, por la que han sido vencidos los demonios. Por lo que San Juan Crisóstomo dice (…): ‘Volvemos de esa mesa como leones lanzando llamas, convertidos en seres terribles para el mismo diablo’.”.
Una vida de oración constante 
Una persona que frecuenta el sacramento de la confesión y de la Eucaristía debe también respetar una vida de oración diaria y constante. ¡La palabra clave es consistencia! La oración pone a la persona en un estado diario de gracia y de buena relación con Dios.
Alguien que conversa regularmente con Dios nunca debería temer al diablo. Los exorcistas siempre recomiendan a las personas poseídas que cumplan con unos sólidos hábitos espirituales, como lecturas frecuentes de las Escrituras, rezar el rosario y otras oraciones privadas.
Tener un programa diario de oración es muy beneficioso y mantiene a los demonios a raya.
Ayunar
Este consejo viene directamente de los Evangelios, cuando Jesús dijo a sus discípulos, “A esta clase de demonios solamente se la puede expulsar por medio de la oración y el ayuno” (Mc 9:29).
Cada uno de nosotros debe discernir qué tipo de ayuno es el que estamos llamados a practicar.
Los que vivimos en el mundo y tenemos muchas responsabilidades (como nuestras familias), no podemos ayunar tanto hasta el punto de ser negligentes con nuestra propia vocación.
Al mismo tiempo, si queremos mantener alejados a los demonios, debemos plantearnos retos que vayan más allá de renunciar al chocolate en Cuaresma.
Sacramentales
Los exorcistas no sólo usan los sacramentales (el rito del exorcismo es un sacramental) sino que también aconsejan a las personas poseídas usar frecuentemente los sacramentales.
Son una poderosa arma en la lucha diaria para alejar al diablo y mantenerlo alejado. Los exorcistas recomiendan que sacramentales como la sal bendita o el agua bendita se conserven en el hogar y que incluso se lleven consigo allá donde uno vaya.
Incluso los sacramentales como el escapulario marrón pueden tener un gran poder contra los demonios.
El venerable Francisco Yepes relató cómo un día se le cayó el escapulario. Mientras se lo ponía, el demonio aulló: “¡Quítate el hábito que nos arrebata tantas almas!”.
Si quieres repeler las fuerzas malignas, plantéate seriamente estos cuatro métodos. No sólo evitarás que el diablo tenga poder sobre ti, sino que te pondrás en el camino de convertirte en santo.

Martes de la decimosexta semana del tiempo ordinario


Libro de Miqueas 7,14-15.18-20. 

Apacienta con tu cayado a tu pueblo, al rebaño de tu herencia, al que vive solitario en un bosque, en medio de un vergel. ¡Que sean apacentados en Basán y en Galaad, como en los tiempos antiguos!
Como en los días en que salías de Egipto, muéstranos tus maravillas.
¿Qué dios es como tú, que perdonas la falta y pasas por alto la rebeldía del resto de tu herencia? El no mantiene su ira para siempre, porque ama la fidelidad.
El volverá a compadecerse de nosotros y pisoteará nuestras faltas. Tú arrojarás en lo más profundo del mar todos nuestros pecados.
Manifestarás tu lealtad a Jacob y tu fidelidad a Abraham, como juraste a nuestros padres desde los tiempos remotos.

Salmo 85(84),2-4.5-6.7-8. 
Fuiste propicio, Señor, con tu tierra,
cambiaste la suerte de Jacob;
perdonaste la culpa de tu pueblo,
lo absolviste de todos sus pecados;

reprimiste toda tu indignación
y aplacaste el ardor de tu enojo.
¡Restáuranos, Dios, salvador nuestro;
olvida tu aversión hacia nosotros!

¿Vas a estar enojado para siempre?
¿Mantendrás tu ira eternamente?
¿No volverás a darnos la vida,
para que tu pueblo se alegre en ti?

¡Manifiéstanos, Señor, tu misericordia
y danos tu salvación!

Evangelio según San Mateo 12,46-50. 
Todavía estaba hablando a la multitud, cuando su madre y sus hermanos, que estaban afuera, trataban de hablar con él.
Alguien le dijo: "Tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren hablarte".
Jesús le respondió: "¿Quién es mí madre y quiénes son mis hermanos?".
Y señalando con la mano a sus discípulos, agregó: "Estos son mi madre y mis hermanos.
Porque todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre".