miércoles, 8 de marzo de 2017

Cine: 4 grandes obras de arte basadas en la religión Casi todas son desconocidas por el gran público – incluso por los cristianos que, ciertamente, las apreciarían


Cine: 4 grandes obras de arte basadas en la religión




Con la repercusión de la película Silence (Silencio, de Martin Scorsese), que aborda la misión evangelizadora de dos sacerdotes católicos en el Japón brutalmente represivo del siglo XVII, ganó espacio una vez más en las redes sociales la discusión sobre cuáles películas abordan o dejan de hacerlo adecuadamente la fe cristiana. En ese contexto, compartimos con los lectores el siguiente artículo de Philip Jenkins, publicado en 2014, sobre la cosecha reciente de películas con temática religiosa, y con consideraciones y consejos enriquecedores.
Desde todos los puntos de vista, Europa se ha vuelto, a lo largo de los últimos cuarenta años, un lugar muy laico, incluso en comparación con Estados Unidos. Suena extraño, por lo tanto, que sólo en la última década, los cineastas europeos hayan producido algunas obras extraordinariamente bellas con temáticas religiosas, obras que hacen declaraciones poderosas sobre la santidad y el martirio, pecado y redención y hasta sobre el monaquismo y la peregrinación. La mayor parte de estas obras aún es desconocida en el continente americano, incluso para los cristianos que, ciertamente, las apreciarían. Siendo así, destacaré algunos ejemplos que considero más interesantes.
De lejos, el más significativo es el filme francés Des hommes et des dieux (De dioses y hombres), de 2010, dirigido por Xavier Beauvois, clasificable entre las mejores obras de arte sacro de los tiempos modernos. La película se basa en hechos reales y cuenta la historia de dos monjes trapistas de la casa argelina de Tibhirine. Siete de ellos fueron asesinados en 1996, probablemente por guerrilleros islámicos.
Es dolorosamente fácil imaginar que una película de estas, sobre el heroísmo cristiano, pueda haber sido producida en la era clásica de Hollywood, en la década de 1940. Piensa en el sacerdote católico de Henry Fonda en la película El Fugitivo, de 1947, que no podía entrar en una sala sin luces celestiales y coros angelicales.
Ninguno de esos elementos, está claro, aparece en De dioses y hombres, que presenta un grupo de monjes ancianos y muy humanos, firmemente convencidos de que su vocación exige de ellos permanecer en sus puestos hasta el final.
De dioses y hombres conquistó elogios internacionales y fue respetuosamente bien evaluado por los medios de comunicación norteamericanos. Mucho menos conocidas, a su vez, son algunas obras menores, aunque igualmente capaces de hacernos pensar.
Una de ellas es Letters to Father Jacob (Cartas al padre Jacob), de 2009, dirigida por Klaus Härö. Es una producción de Finlandia, país entre los más radicalmente laicos de Europa. La película cuenta la historia de Leila, condenada por homicidio, amargada y cínica, pero en libertad condicional y trabajando como secretaria de un párroco ciego que vive solo. El ambiente es luterano, pero para ojos inexpertos, parece católico.
Al comienzo de la película, ella detesta esta tarea y desprecia al párroco anciano. Con el tiempo, sin embargo, ella se va sorprendiendo al ver el enorme volumen de cartas que el cura recibe todos los días, todas con pedidos de oración y de consejos. El sacerdote Jacob es un intercesor, un hombre cuyas oraciones se revelan eficaces muchas veces, un hombre que da con gusto su dinero para ayudar a una mujer que ha sufrido abusos. La película, que también huye de los excesos de Hollywood, es otro retrato magnífico de santidad moderna. En última instancia, es también la historia de cómo Leila encuentra su camino, altamente improbable, rumbo a la redención.
De ninguna manera debemos suponer que todos los filmes recientes ofrecen esos mensajes positivos. El cine europeo moderno tiene una tradición anticlerical muy fuerte. Una abundancia de películas europeas retrata a los creyentes cristianos como tontos o fanáticos.
Pero incluso algunas producciones más ásperas ofrecen mensajes gratificantes. Una de ellas es Lourdes (2009), de Jessica Hausner, que describe la peregrinación de una mujer que padece esclerosis múltiple. Ella cree que recibió la gracia de la sanación, aunque el filme sea ambiguo sobre la naturaleza de su experiencia.
Lourdes es una obra que puede ser interpretada de varias maneras y ofrece muchas imágenes del mercantilismo religioso craso y la piedad simplista. Al final, sin embargo, se entiende mejor un lugar como Lourdes, así como los sueños y aspiraciones que llevan a millones de personas a dirigirse al santuario.
Cuando empiezas a ver una película, en general logras identificar el género con bastante facilidad, lo que te da una idea muy cercana de lo que vendrá. No necesitas esforzarte para descubrir lo que está por suceder en cualquier momento en La Guerra de las Galaxias.
Pero la previsibilidad es de poco valor cuando se ve una película danesa como The Monastery: Mr. Vig and the Nun (El monasterio: el Sr. Vig y la monja), de 2006, dirigida por Pernille Rose Grønkjær.
La trama relata una historia verídica. Jørgen Vig es un profesor jubilado malhumorado, soltero de toda la vida, que vive en un castillo danés en ruinas. Sin razón aparente, él decide donar el castillo a la Iglesia ortodoxa rusa, con el fin de que se funde un convento ahí. La hermana Ambrosia es la monja rusa que llega al castillo con algunas compañeras para evaluar la viabilidad del proyecto. El filme aborda la tortuosa relación entre el profesor y la monja que, inteligente y muy práctica, intenta hacer lo mejor en medio de una situación desastrosa.
Pero ¿acaso no hemos visto miles de veces el desarrollo de una trama de este tipo?
No, nunca.
En un primer momento, hasta caemos en la tentación de pensar que la película narra sólo el encuentro bizarro entre personajes incompatibles. Pero, poco a poco, entendemos lo que está en juego. El proyecto del convento parece condenado al fracaso, pero Ambrosia sigue siendo, frente a las monjas, la única determinada a trabajar hasta el final. Es cuando nos damos cuenta lo que ella quiere de hecho, al objetivo al que no va a renunciar: incluso aunque lleve muchos años, ella se quedará junto al Sr. Vig hasta el final, hasta garantizar que él encuentre la salvación. Así como Letters to Father Jacob, esta película se transforma en un estudio espiritual verdaderamente conmovedor.
Al ver estas películas, podemos preguntarnos cómo es que muchos de ellas no vienen no sólo de Europa, sino justamente de los rincones más laicos de ese continente. ¿Los cineastas trabajan sobre una base de material espiritual acumulado durante siglos o será que el trabajo de ellos sugiere una creciente inquietud religiosa entre los artistas e intelectuales de la Europa de hoy?
Mientras pensamos en el asunto, vale la pena dedicar nuestra atención a estas obras de arte.
Incluso porque hay mucho más, en términos de películas religiosas, que simplemente la de Noe.

“Sí a los sacramentos, si los divorciados quieren cambiar pero no pueden” Conclusión del cardenal Francesco Coccopalmerio, Presidente del Pontificio Consejo para los Textos Legislativos


“Sí a los sacramentos, si los divorciados quieren cambiar pero no pueden”





“La Iglesia podría admitir a la penitencia y a la eucaristía a los fieles que se encuentran en una unión no legítima” y que «deseen cambiar tal situación, pero no puedan llevar a cabo su deseo”.
Esta es la conclusión a la que llegó el cardenal Francesco Coccopalmerio, Presidente del Pontificio Consejo para los Textos Legislativos y autor de un pequeño volumen que acaba de publicar la Librería Editrice Vaticana («El capítulo octavo de la exhortación apostólica post-sinodal “Amoris laetitia”»).
Se trata de un librito de unas 50 páginas completamente dedicadas a la cuestión de la posible admisión a los sacramentos para los que viven en situaciones “irregulares”. “Creo que podemos considerar, con la conciencia tranquila y segura, que la doctrina, en el caso, se respeta”, escribió el cardenal.
No cambia la indisolubilidad 
El cardenal citó los textos de la exhortación que contienen “con absoluta claridad todos los elementos de la doctrina sobre el matrimonio en plena coherencia y fidelidad a la enseñanza tradicional de la Iglesia”. La exhortación afirma en repetidas ocasiones la “voluntad firme de permanecer fieles a la doctrina de la Iglesia en relación con el matrimonio y la familia”.
Las condiciones subjetivas de los «irregulares» 
Las páginas más densas y articuladas del libro son las que se ocupan de las “condiciones subjetivas o condiciones de conciencia de las diferentes personas en las diferentes situaciones no regulares y el consecuente problema de la admisión a los sacramentos de la penitencia y de la eucaristía”.
Coccopalmerio subraya que los límites y obstáculos no dependen simplemente de una eventual ignorancia de la norma vigente, porque, como ya afirmaba Papa Wojtyla, “un sujeto, a pesar de conocer bien la norma, puede tener grandes dificultades para comprender valores que se encuentran en la norma moral o se puede encontrar en condiciones concretas que no le permitan actuar de manera diferente y tomar otras decisiones sin una nueva culpa”.
La conciencia de la irregularidad 
«Amoris laetitia», citando a Juan Pablo II, se refiere a parejas que, incluso en la “conciencia de la irregularidad de la propia situación”, tienen “grandes dificultades para volver atrás sin sentir, en conciencia, que se caería en nuevas culpas”, y a situaciones en las que “el hombre y la mujer, por serios motivos (como, por ejemplo, la educación de los hijos), no pueden satisfacer la obligación de la separación”.
Coccopalmerio observa que el texto, a pesar de no afirmarlo explícitamente, presupone implícitamente que estas personas tienen la intención de “cambiar su condición ilegítima”. Es decir que se plantean “el problema de cambiar”, por lo que tienen “la intención o, por lo menos, el deseo de hacerlo”.
“Como hermano y hermana” y la fidelidad en peligro 
El cardenal recuerda lo que estableció Juan Pablo II en “Familiaris consortio”, es decir la posibilidad de confesarse y de comulgar siempre y cuando se comprometan a vivir como “hermano y hermana”, es decir absteniéndose de tener relaciones sexuales.
Y subrayó también que la excepción al respecto planteada por «Amoris laetitia» se basa en un texto de la constitución conciliar «Gaudium et spes»: “En estas situaciones, muchos, conociendo y aceptando la posibilidad de convivir “como hermano y hermana” que la Iglesia les ofrece, revelan que, si faltan algunas expresiones de intimidad, “no es raro que la fidelidad sea puesta en riesgo y que se pueda comprometer el bien de los hijos””.
Entonces, sugiere el autor del libro, “cuando el compromiso de vivir “como hermano y hermana” se revele posible y sin dificultades para la relación de pareja, los dos convivientes parecen, de por sí, no obligados, porque se verifica el caso del sujeto expresado en el n. 301 con esta clara expresión: “se puede encontrar en condiciones concretas que no le permitan actuar de manera diferente ni tomar otras decisiones sin una nueva culpa””.
Las dos condiciones esenciales 
La Iglesia, pues, “podría admitir a la penitencia y a la eucaristía —concluye Coccopalmerio— a los fieles que se encuentran en una unión no legítima, pero que cuenten con dos condiciones esenciales: que deseen cambiar tal situación, pero no puedan llevar a cabo su deseo.
Es evidente que las condiciones esenciales indicadas antes deberán ser sometidas a un discernimiento atento y autorizado por parte de las autoridades eclesiales”. Ningún subjetivismo, sino espacio a la relación con el sacerdote.
El cardenal afirmó que podría ser «necesario» o, por lo menos, «bastante útil un servicio en la Curia», en el que el obispo “ofrezca una precisa asesoría o una autorización específica para estos casos de admisión a los sacramentos”.
Quien no puede ser admitido 
Pero, ¿a quién no puede la Iglesia de ninguna manera («sería una latente contradicción») conceder los sacramentos? Coccopalmerio responde: al fiel que, “sabiendo que está en pecado grave y pudiendo cambiar, no tuviere ninguna sincera intención para llevar a cabo tal propósito”.
Es lo que afirma «Amoris laetitia»: «Obviamente, si alguien ostenta un pecado objetivo como si fuese parte del ideal cristiano, o quiere imponer algo diferente a lo que enseña la Iglesia, no puede pretender dar catequesis o predicar, y en ese sentido hay algo que lo separa de la comunidad. Necesita volver a escuchar el anuncio del Evangelio y la invitación a la conversión…».

8 mujeres que supieron “hacer lío” en la Iglesia y el mundo

8 mujeres que supieron “hacer lío” en la Iglesia y el mundo


Hay quienes dicen que la mujer no tiene roles importantes en la Iglesia. Sin embargo, desde el inicio del cristianismo hasta la actualidad, Dios ha suscitado mujeres que han orientado al Pueblo de Dios, influyendo también el curso del papado. Conozca a ocho mujeres que supieron hacer “lío” en la Iglesia.
1. La Virgen María

“Mujer, ¿qué tenemos que ver nosotros? Mi hora no ha llegado todavía” (Jn. 2,4), le dijo Jesús a su Madre en las Bodas de Caná, en un matrimonioal que ambos habían sido invitados. Cristo escucha a su madre, la primera mujer que acoge al Señor y arma “lío” y motiva el primer milagro conocido de la vida pública de Jesús.
Los primeros siglos del cristianismo están llenos de mujeres valientes que no dudaron en dar su vida por Cristo, alentando a los demás cristianos a no flaquear cuando les llegara el momento.
2. Santa Hildegarda de Bingen
Más adelante, durante la Edad Media, la Iglesia ya no era perseguida, pero se vivía una cultura machista, propia de la época. Esto no fue impedimento para Santa Hildegarda de Bingen (1098-1179), religiosa benedictina de origen alemán, que llegó además a tener una serie de visiones místicas.
Escribió obras teológicas y de moral con notable profundidad y fue declarada Doctora de la Iglesia por Benedicto XVI en el año 2012, junto a San Juan de Ávila. Su popularidad hizo que muchas personas, entre obispos y abades, le pidieran consejos.
“Cuando el emperador Federico Barbarroja provocó un cisma eclesial oponiendo tres antipapas al Papa legítimo, Alejandro III, Hildegarda, inspirada en sus visiones, no dudó en recordarle que también él, el emperador, estaba sometido al juicio de Dios”, contó el Papa Benedicto XVI en su audiencia general sobre esta santa en 2010.
Más adelante aparecería otra mística y Doctora de la Iglesia, Santa Catalina de Siena (1347 - 1380), que vistió el hábito de la tercera orden de Santo Domingo. En esta época los Papas vivían en Avignon (Francia) y los romanos se quejaban de haber sido abandonados por sus obispos, amenazando con el cisma.
Gregorio XI hizo un voto secreto a Dios de regresar a Roma y al consultarle a Santa Catalina, ella le dijo: “cumpla con su promesa hecha a Dios”. El Pontífice se quedó sorprendido porque no le había dicho del voto a nadie y más adelante el Santo Padre cumplió su promesa y volvió a la Ciudad Eterna.
Posteriormente, en el pontificado de Urbano VI, los cardenales se distanciaron del Papa por su temperamento y declararon nula su elección, designando a Clemente VII que fue a residir a Avignon. Santa Catalina escribió cartas a los cardenales alentándolos a reconocer al auténtico Pontífice.
La Santa también escribió a Urbano VI exhortándolo a llevar con temple y gozo los problemas, controlando el temperamento. Santa Catalina fue a Roma, a pedido del Papa, quien siguió sus instrucciones. La Santa también escribió a los reyes de Francia y Hungría para que dejen el cisma, toda una muestra de la defensa del papado.
4. Santa Teresa de Jesús
Con la aparición del protestantismo, la Iglesia se dividió y se llevó a cabo el Concilio de Trento. Estos son los años de Santa Teresa de Jesús (1515 - 1582), monja contemplativa que marcó a la Iglesia con su reforma carmelita.
A pesar de haber sido incomprendida, perseguida y hasta acusada en la Inquisición, su amor a Dios la impulsó a fundar nuevos conventos y a optar por una vida más austera, sin vanidades, ni lujos. Sumergida muchas veces en éxtasis, nunca dejó de ser realista.
Siendo Santa Teresa de Ávila relativamente inculta, dialogaba con miembros de la realeza, personajes ilustres, miembros eclesiásticos y santos de su época para darles consejos, recibir ayuda, y llevar a cabo lo que se había propuesto. Se convirtió en escritora mística y es además Doctora de la Iglesia.
5. Santa Rosa de Lima 
Al otro lado del mundo, en América, más precisamente en Perú, Santa Rosa de Lima (1586 - 1617) tomó a Santa Catalina de Siena por modelo e hizo caso omiso a quienes la pretendían por su gran belleza, para poder vivir en virginidad sirviendo a los pobres y enfermos.
"Probablemente no ha habido en América un misionero que con sus predicaciones haya logrado más conversiones que las que Rosa de Lima obtuvo con su oración y sus mortificaciones", dijo el Papa Inocencio IX al referirse a la primera Santa de América.
San Juan Pablo II dijo de ella que su vida sencilla y austera era “testimonio elocuente del papel decisivo que la mujer ha tenido y sigue teniendo en el anuncio del Evangelio”.
Más adelante, del amor de los santos esposos franceses Louis Martin y Zelie Guerin, canonizados en octubre de 2015, nació Santa Teresita de Lisieux (1873 - 1897), Doctora de la Iglesia y Patrona universal de las misiones.
Santa Teresita vivió solo 24 años. Un año después de su muerte, a partir de sus escritos, se publicó el libro “Historia de un alma”, que conquistó al mundo dando a conocer lo mucho que había amado esta religiosa a Jesús.
“Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz es la más joven de los ‘Doctores de la Iglesia’, pero su ardiente itinerario espiritual manifiesta tal madurez, y las intuiciones de fe expresadas en sus escritos son tan vastas y profundas, que le merecen un lugar entre los grandes maestros del espíritu”, dijo San Juan Pablo II sobre esta Santa.
El Papa Francisco también ha comentado en diversas ocasiones la profunda devoción que lo une a este Santa y ha compartido en uno de sus viajes que antes de cada viaje o ante una preocupación le suele pedir "una rosa".
Durante la persecución nazi en el siglo XX, surgió en Europa otra gran mujer, convertida del judaísmo, religiosa carmelita descalza y mártir, Santa Edith Stein o también conocida como Santa Teresa Benedicta de la Cruz (1891 - 1942).
Ella, junto otros judíos conversos, fue llevada al campo de concentración de Westerbork en venganza de las autoridades por el comunicado de protesta de los obispos católicos de los Países Bajos contra las deportaciones de los judíos.
Santa Edith luego fue trasladada a Auschwitz, donde murió en las cámaras de gas junto a su hermana Rosa, también convertida al catolicismo, y muchos otros de su pueblo.
San Juan Pablo II diría de ella: “una hija de Israel, que durante la persecución de los nazis ha permanecido, como católica, unida con fe y amor al Señor Crucificado, Jesucristo, y, como judía, a su pueblo”.
8. Santa Teresa de Calcuta 
Para cerrar esta lista de grandes mujeres que cambiaron el mundo y la historia, recordamos a Santa Teresa de Calcuta (1910 - 1997). El testimonio de Madre Teresa de servir a Cristo en los “más pobres entre los pobres” enseñó que la mayor pobreza no estaba en los arrabales de Calcuta, sino en los países “ricos” cuando falta el amor o en las sociedades que permiten el aborto.
"Para poder amar hay que tener un corazón puro y rezar. El fruto de la oración es la profundización en la fe. El fruto de la fe es el amor. Y el fruto del amor es el servicio al prójimo. Esto nos trae la paz”", decía la también ganadora del Premio Nobel de la Paz de 1979.
En su canonización en octubre de 2016, el Papa Francisco dijo que "Madre Teresa, a lo largo de toda su existencia, ha sido una generosa dispensadora de la misericordia divina, poniéndose a disposición de todos por medio de la acogida y la defensa de la vida humana, tanto la no nacida como la abandonada y descartada. Se ha comprometido en la defensa de la vida proclamando incesantemente que 'el no nacido es el más débil, el más pequeño, el más pobre'".




San Juan de Dios – 8 de marzo «La locura de amor divino hizo de este santo fundador de la Orden Hospitalaria un manantial de inagotable ternura para los pobres y los enfermos. León XIII lo declaró patrono de los hospitales y de los enfermos»

San juan de Dios


Juan Ciudad Duarte nació en 1495 en Montemor-o-Novo, Évora, Portugal. Pero Granada fue la cruz de este imponente hombre de Dios, tal como le advirtió el Niño Jesús que ocurriría, mostrándole una granada entreabierta con una cruz en el centro. Allí es amado y venerado desde hace siglos por su admirable caridad y misericordia con los pobres y los enfermos. Es conocido como «el santo». Como le sucedió a otros fundadores, no se le hubiera ocurrido imaginar que sería el artífice de una Orden religiosa. El arduo camino hacia ese momento estuvo sembrado de episodios diversos, a veces casi rocambolescos, ya que fue precoz aventurero. Se fue de casa a los 8 años y se hizo pastor en Oropesa, Toledo. Luchó en la compañía del conde de esta villa al servicio del emperador Carlos V, defendiendo la plaza de Fuenterrabía atacada por el rey Francisco I de Francia. Y ganada la batalla, al no poder custodiar un depósito militar no fue ahorcado de milagro.
Vuelto a Oropesa se libró de un matrimonio deseado por su amo para su hija, pero no por él. Partió a proteger la ciudad de Viena amenazada por los turcos, y luego comenzó un periplo como viajero incansable. Pasó por Flandes y regresó a España por mar. Penetró por La Coruña, visitó Santiago de Compostela y después se dirigió a la casa paterna. Al llegar supo que sus padres habían muerto. Viajó a Sevilla, viviendo un tiempo en Ceuta y Gibraltar. En estos lugares trabajó como leñador, peón de albañil y librero. En 1538 yendo a Gaucín, Málaga, se le apareció el Niño Jesús. Entonces le vaticinó: «Granada será tu cruz». De inmediato se afincó en la ciudad de la Alhambra y mantuvo el oficio de librero. Distribuía textos y estampas religiosas en la tienda que regentaba al lado de la conocida Puerta Elvira. En medio de tantos vaivenes, se sentía movido por la piedad y la caridad con intensidad creciente.
El 20 de enero de 1539 vivió su conversión. San Juan de Ávila pronunciaba un sermón en la ermita de los mártires. Hizo tal retrato de la virtud frente a la fealdad del pecado que dejó a Juan Ciudad conmocionado. Con gran aflicción y ansias de penitencia suplicaba postrado en el suelo: «Misericordia, Señor, misericordia». Dio sus libros a las llamas, se desprendió de sus escasos bienes, y se lanzó a las calles, descalzo, para confesar públicamente sus pecados sin prestar atención a las voces de la gente que le insultaba clamando: «¡Al loco, al loco…!».
El Maestro Ávila le ayudó a contener esa divina locura conduciéndole a una efectiva labor de caridad. Pero antes, pasó por un infierno. Dos personas de buena fe, creyendo hacerle un bien, le condujeron al manicomio, sito en un espacio del Hospital Real de Granada. Este hecho, que por fuerza debía haber sido traumático, a él le abrió las puertas de la misión para la que fue elegido. Por experiencia supo del casi inhumano tratamiento que se aplicaba en la época a esta clase de enfermos, y salió de allí dispuesto a remediar tanto sufrimiento. «Jesucristo me traiga a tiempo y me dé gracia para que yo tenga un hospital, donde pueda recoger a los pobres desamparados y faltos de juicio, y servirles como yo deseo».
Peregrinó a Guadalupe para pedir la ayuda de la Virgen, de acuerdo con Juan de Ávila, con el que previamente se entrevistó en Montilla y luego en Baeza. En Guadalupe se le apareció la Virgen y puso en sus brazos al Niño Jesús. Entregándole unos pañales, le encomendó: «Juan, vísteme al Niño para que aprendas a vestir a los pobres»Conmovido por la visión, se formó en lo preciso para afrontar su obra y comenzó su acción en Granada, por indicación del padre Ávila que le alentó en su quehacer. A finales de 1539 un pequeño hospital abierto en la calle de Lucena pronto se llenó con pobres desamparados cuyo único patrimonio era el sufrimiento que llevaban tatuado en sus frentes: huérfanos, vagabundos, prostitutas, ancianos, viudas, locos, enfermos diversos, etc. Los curaba, consolaba, aseaba y proporcionaba comida. Sin arredrarse, pedía para ellos por las calles con una espuerta y dos marmitas pendidas de su cuello: «Hermanos, haced bien para vosotros mismos».
Las noches eran testigos de su mendicidad: «¿quién se hace bien a sí mismo dando a los pobres de Cristo?», decía. Le abrieron las puertas y le proporcionaron la ayuda requerida, porque las gentes se conmovían ante la potente presencia de aquel hombre menudo del que brotaba la aureola del amor divino. A orillas del río Darro, en el cautivador entorno de la Alhambra, iba cargado con sus fatigas y también con sus añoranzas por lo divino. El arzobispo Ramírez de Fuenleal le impuso el hábito y le dio el nombre de Juan de Dios. Espiritualmente sufrió las asechanzas del maligno.
En 1549 se declaró un pavoroso incendio en el hospital, y no dudó en salvar a sus enfermos penetrando en el recinto, aunque le aconsejaron que no expusiera su vida. Sus hombros fueron la tabla de salvación de todos ellos. Milagrosamente, porque lo vieron moverse envuelto en llamas, no sufrió daño alguno. Numerosas mujeres descarriadas a quienes leía la Pasión de Cristo se convirtieron y cambiaron de vida. Uno de sus éxitos apostólicos fue haber logrado reconciliar a Antón Martín con Pedro de Velasco, asesino de su hermano. Y es que la caridad de Juan era desbordante. A primeros de febrero de 1550 supo que el río Genil arrastraba madera en gran cantidad y la precisaba para sus enfermos. Estando en la rivera, vio a una persona que se ahogaba. Se hallaba muy débil, pero se lanzó al río y la rescató. No obstante, tamaño esfuerzo le costó la vida debido a un agotamiento del que no pudo reponerse.
Este excelso samaritano, penitente y caritativo, murió con fama de santidad el 8 de marzo de 1550 en la casa de los Pisa donde, a petición del arzobispo, le habían acogido esperando que se recuperase. Se había hincado de rodillas abrazado a su crucifijo. Urbano VIII lo beatificó el 21 de septiembre de 1630. Inocencio XII lo canonizó el 15 de agosto de 1691. Y León XIII lo declaró patrono de los hospitales y de los enfermos.

Miércoles de la Primera semana de Cuaresma


Libro de Jonás 3,1-10. 

La palabra del Señor fue dirigida por segunda vez a Jonás, en estos términos:
"Parte ahora mismo para Nínive, la gran ciudad, y anúnciale el mensaje que yo te indicaré".
Jonás partió para Nínive, conforme a la palabra del Señor. Nínive era una ciudad enormemente grande: se necesitaban tres días para recorrerla.
Jonás comenzó a internarse en la ciudad y caminó durante todo un día, proclamando: "Dentro de cuarenta días, Nínive será destruida".
Los ninivitas creyeron en Dios, decretaron un ayuno y se vistieron con ropa de penitencia, desde el más grande hasta el más pequeño.
Cuando la noticia llegó al rey de Nínive, este se levantó de su trono, se quitó su vestidura real, se vistió con ropa de penitencia y se sentó sobre ceniza.
Además, mandó proclamar en Nínive el siguiente anuncio: "Por decreto del rey y de sus funcionarios, ningún hombre ni animal, ni el ganado mayor ni el menor, deberán probar bocado: no pasten ni beban agua;
vístanse con ropa de penitencia hombres y animales; clamen a Dios con todas sus fuerzas y conviértase cada uno de su mala conducta y de la violencia que hay en sus manos.
Tal vez Dios se vuelva atrás y se arrepienta, y aplaque el ardor de su ira, de manera que no perezcamos".
Al ver todo lo que los ninivitas hacían para convertirse de su mala conducta, Dios se arrepintió de las amenazas que les había hecho y no las cumplió.

Salmo 51(50),3-4.12-13.18-19. 
¡Ten piedad de mí, Señor, por tu bondad,
por tu gran compasión, borra mis faltas!
¡Lávame totalmente de mi culpa
y purifícame de mi pecado!

Crea en mí, Dios mío, un corazón puro,
y renueva la firmeza de mi espíritu.
No me arrojes lejos de tu presencia
ni retires de mí tu santo espíritu.

Los sacrificios no te satisfacen;
si ofrezco un holocausto, no lo aceptas:
mi sacrificio es un espíritu contrito,
tú no desprecias el corazón contrito y humillado.


Evangelio según San Lucas 11,29-32. 
Al ver Jesús que la multitud se apretujaba, comenzó a decir: "Esta es una generación malvada. Pide un signo y no le será dado otro que el de Jonás.
Así como Jonás fue un signo para los ninivitas, también el Hijo del hombre lo será para esta generación.
El día del Juicio, la Reina del Sur se levantará contra los hombres de esta generación y los condenará, porque ella vino de los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón y aquí hay alguien que es más que Salomón.
El día del Juicio, los hombres de Nínive se levantarán contra esta generación y la condenarán, porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás y aquí hay alguien que es más que Jonás.