viernes, 30 de junio de 2017

5 santos que nos inspiran a cuidar de nuestro planeta


Tendemos a pensar que el ecologismo es un concepto moderno, pero ya había santos practicándolo hace mucho

Recientemente, Estados Unidos despertó una acalorada reacción al abandonar el Acuerdo de París, que es un acuerdo voluntario entre varias naciones con la intención de contener la emisión de gases de efecto invernadero. Hay muchas y variadas opiniones sobre la salida de EE.UU., desde “error histórico” a “era un mal acuerdo y está bien que hayamos salido”.
Independientemente de los méritos del acuerdo en sí, al devolver la historia al ciclo de noticias ha resultado esperanzador ver las renovadas promesas de individuos y pequeñas comunidades de continuar abordando el tema de cómo tratamos a nuestro medio ambiente.
No hace mucho, el papa Francisco escribió una carta que trataba en profundidad el tema del cuidado del planeta, con el título Laudato Si. Bien merece una lectura, pero también es interesante señalar que no es la primera vez que las gentes de fe dejan clara la conexión entre la espiritualidad y el desarrollo humano con la forma en que interactuamos con la naturaleza.
Aquí hay cinco santos cuyas palabras y obras nos alentarán a reflexionar cómo podemos continuar cuidando de la Tierra.

Santa Katalina Tekakwitha (1656-1680)

Katalina se crió en la nación iroquesa, nativos de Norteamérica, de quienes el científico ecologista Bill Jacobs dice que “gestionaban cuidadosamente los campos, bosques y vida salvaje de su patria. Entendían los ritmos de la naturaleza (…). La misma Katalina conocía a la perfección las plantas y animales de su entorno, tanto que cualquier botánico o biólogo de hoy en día la envidiaría”. Por esta razón se la conoce como “hija de la naturaleza”. A menudo iba a los bosques a hacer cruces de madera con palos y hablar con Dios. En el silencio de la creación, lejos del ruido de la aldea, era capaz de conversar con su Creador. Su experiencia probablemente nos resulta familiar a muchos de nosotros y nos demuestra lo valioso que es el medio ambiente y lo importante que es protegerlo. Si perdemos esos lugares silenciosos donde poder perdernos en la naturaleza, perderemos una avenida vital de la espiritualidad.

San Benito de Nursia (480-543)

Benito no era un ecologista en el sentido moderno de la expresión, sobre todo porque nuestra dañada relación con la Tierra es un problema moderno, pero su perspectiva sobre la vida refleja una preocupación por la ecología. Benito creía que una persona espiritual, además de rezar, trabajará para hacer del mundo un lugar mejor, más armonioso. Por ello la mayoría de sus seguidores se comprometían a quedarse en un fragmento de tierra durante largos periodos para mejorarlo. También por eso muchos participaron en la elaboración de cerveza, en apicultura o alguna otra forma de artesanía o agricultura orgánica. Los principios por los que Benito vivió su vida se resumen en un libro llamado Regla de San Benito, y en él recomienda humildad, compromiso para mejorar tu entorno local, y frugalidad. “La frugalidad debe ser la regla en toda ocasión”, escribe, porque tomar más de la parte justa y luego desperdiciarla desajusta el equilibrio ecológico tanto del alma como del medio ambiente. Benito valoraba la belleza de la tierra y su capacidad para reflejar la belleza del paraíso, por lo que dedicó todos los cuidados que pudo a preservarla y mejorarla.

Beato Pablo VI (1897-1978)

En 1971, el papa Paul VI calificó la degradación medioambiental como uno de los problemas más urgentes a los que se enfrenta la humanidad, al menos en parte vinculando nuestro cuidado de la naturaleza a nuestra propia salud espiritual. Sus palabras son una advertencia clara que, por desgracia, están resultando ser proféticas: “Bruscamente, la persona adquiere conciencia de [que] debido a una explotación inconsiderada de la naturaleza, corre el riesgo de destruirla y de ser a su vez víctima de esta degradación”. No solo terminamos convirtiéndonos en víctimas de un planeta destruido que ya no puede sostenernos, sino que también hay una consecuencia para el alma humana en el sentido de que un entorno que ya no tolera nuestra presencia crea una dificultad espiritual: ya no estamos en armonía con la Tierra, y la forma en que tratamos a nuestro medio ambiente es un reflejo de cómo tratamos a otras personas. Por esta razón Pablo VI identifica el daño a la naturaleza como una crisis humana urgente que nos afecta a todos. ¿La solución? El valor de hacer un cambio radical.

Dorothy Day (Sierva de Dios) (1897-1980)

Dorothy Day será recordada por vivir en solidaridad con los pobres de la urbe, pero su Movimiento del Trabajador Católico también estaba interesado en el cultivo rural. Al principio, estaba centrada solo en la pobreza de la ciudad y no entendía cómo la ecología o la naturaleza podrían ser preocupaciones particulares, pero su amigo Peter Maurin terminó por convencerla de su importancia. Aunque empezó con escepticismo, accedió a acudir a un retiro de mujeres en una granja e informó entusiasmada: “Hemos aprendido a meditar y a hacer pan, rezar y extraer miel, cantar y hacer mantequilla, queso, sidra, vino y chucrut”. Después de aquello, logró ver que la administración del medioambiente estaba íntimamente conectada con su misión de ayudar a los pobres, al menos en parte, porque “sería maravilloso vivir solamente de la tierra y no depender de los salarios para ganarse la vida”. Los Trabajadores Católicos fundaron una granja llamada Maryfarm, que Day describió como “el corazón del trabajo”. Lo que Dorothy Day llegó a valorar del contacto cercano con la naturaleza es la manera en que nos reconecta con nuestras raíces y ayuda a desarrollar una profunda gratitud por el sustento que recibimos de la tierra. Esto, a cambio, ofrece una base saludable para encontrar dignidad en los seres humanos que conocemos durante nuestras vidas. El amor por el medio ambiente puede sustentar el amor por el prójimo.

San Francisco de Asís (1181-1226)

San Francisco era famoso por su amor a los animales, incluso hasta el punto de predicar para ellos, pero su amor se extiende mucho más allá de ser un amante de los perros, ya que abraza a toda la creación. Percibió un fuerte vínculo entre sí mismo y el medio ambiente, que invitaba a toda la naturaleza a glorificar a Dios. En su Cántico de las criaturas, Francisco habla del “hermano Sol”, la “hermana Luna” y la “madre Tierra”. Sobre el Sol escribe: “Alabado seas, mi Señor, en todas tus criaturas, especialmente en el Señor hermano Sol, por quien nos das el día y nos iluminas. Y es bello y radiante con gran esplendor, de ti, Altísimo, lleva significación”.
Su seguidor san Buenaventura dice que Francisco extendió la hermandad incluso a las criaturas más pequeñas. En todas ve un reflejo de Dios, lo cual implica que cuanta más fraternidad encontremos con la naturaleza, más conectados estaremos con el Creador.

Viernes de la duodécima semana del tiempo ordinario


Libro de Génesis 17,1.9-10.15-22. 

Cuando Abrám tenía noventa y nueve años, el Señor se le apareció y le dijo: "Yo soy el Dios Todopoderoso. Camina en mi presencia y sé irreprochable.
Después, Dios dijo a Abraham: "Tú, por tu parte, serás fiel a mi alianza; tú, y también tus descendientes, a lo largo de las generaciones."
Y esta es mi alianza con ustedes, a la que permanecerán fieles tú y tus descendientes; todos los varones deberán ser circuncidados.
También dijo Dios a Abraham: "A Sarai, tu esposa, no la llamarás más Sarai, sino que su nombre será Sara.
Yo la bendeciré y te daré un hijo nacido de ella, al que también bendeciré. De ella suscitaré naciones, y de ella nacerán reyes de pueblos".
Abraham cayó con el rostro en tierra, y se sonrió, pensando: "¿Se puede tener un hijo a los cien años? Y Sara, a los noventa, ¿podrá dar a luz?".
Entonces Abraham dijo a Dios: "Basta con que Ismael viva feliz bajo tu protección".
Pero Dios le respondió: "No, tu esposa Sara te dará un hijo, a quien pondrás el nombre de Isaac. Yo estableceré mi alianza con él y con su descendencia como una alianza eterna.
Sin embargo, también te escucharé en lo que respecta a Ismael: lo bendeciré, lo haré fecundo y le daré una descendencia muy numerosa; será padre de doce príncipes y haré de él una gran nación.
Pero mi alianza la estableceré con Isaac, el hijo que Sara te dará el año próximo, para esta misma época".
Y cuando terminó de hablar, Dios se alejó de Abraham.

Salmo 128(127),1-2.3.4-5. 
¡Feliz el que teme al Señor
y sigue sus caminos!
Comerás del fruto de tu trabajo,
serás feliz y todo te irá bien.

Tu esposa será como una vid fecunda
en el seno de tu hogar;
tus hijos, como retoños de olivo
alrededor de tu mesa.

¡Así será bendecido
el hombre que teme al Señor!
¡Que el Señor te bendiga desde Sión
todos los días de tu vida:

que contemples la paz de Jerusalén.



Evangelio según San Mateo 8,1-4. 
Cuando Jesús bajó de la montaña, lo siguió una gran multitud.
Entonces un leproso fue a postrarse ante él y le dijo: "Señor, si quieres, puedes purificarme".
Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: "Lo quiero, queda purificado". Y al instante quedó purificado de su lepra.
Jesús le dijo: "No se lo digas a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que ordenó Moisés para que les sirva de testimonio". 

jueves, 29 de junio de 2017

Dos consejos virtuales de San Pedro y San Pablo


Evangelizar siempre con caridad, mansedumbre y paciencia

Si San Pedro viviera hoy, de seguro seguiría usando las redes, pero no las de pescar, sino las del internet, y si San Pablo viviera hoy, sus viajes evangelizadores no serían a pie ni a caballo ni en barco, sino de modo virtual, hasta el último blog, tweet, página web, y chat, y tal vez en Misa se proclamarían Lecturas: ‘Del email de san Pablo a los cibernautas’, o ‘Del muro del Facebook de san Pedro’.
Ya sabemos que no es así, que ambos fueron contemporáneos de Jesús. Pero el hecho de que hayan vivido hace dos mil años no impide que puedan darnos ahora consejos relevantes, aplicables a nuestra actual comunicación digital.
Aprovechando que esta semana la Iglesia celebra la Solemnidad de San Pedro y San Pablo, encomendémonos a su intercesión, y apliquemos sus consejos sabios a nuestra misión evangelizadora en el ciberespacio.
Consejo de San Pedro:
“Velad. Vuestro enemigo, el Diablo, ronda como león rugiente, buscando a quien devorar. Resistidle firmes en la fe” (1Pe 5, 8-9)
Por ‘velar’ se entiende estar atentos, poner atención. ¿Por qué? Porque en las redes rondan, circulan, mensajes peligrosos, aparentemente muy positivos, aparentemente católicos, pero que en realidad distorsionan la fe, siembran semillitas de error, o de duda o de malestar con relación al modo de vivir la fe, a lo que dijo o hizo el Papa, a lo que enseña la Iglesia, etc. y quien los recibe suele reenviarlos sin revisar su música, imágenes y textos promueven verdaderamente valores cristianos, o sutilmente plantean algo que puede apartar a la gente de Dios.
Hoy en día, San Pedro, nos advertiría: ‘pónganse listos, porque el Chamuco cibernavega, como hacker de la fe, buscando a quien desinformar’. No nos vayamos con la ‘finta’, y sólo porque un mensaje que leemos en pantalla viene de fuente supuestamente católica, lo demos por bueno; examinémoslo primero, y si detectamos que no es tan positivo o cristiano como aparenta, démosle ‘clic’, pero no a reenviar sino a eliminar.
Consejo de San Pablo:
“Evita las discusiones necias; tú sabes bien que engendran altercados. Y a un siervo del Señor no le conviene altercar, sino ser amable con todos, pronto a enseñar…y que corrija con mansedumbre a los adversarios, por si Dios les otorga la conversión que les haga conocer plenamente la verdad, y volver al buen sentido, librándose de los lazos del Diablo que los tiene cautivos, rendidos a su voluntad.
Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, advierte, exhorta, con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por sus propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las mentiras. Tú en cambio, pórtate en todo con prudencia, soporta los sufrimientos, realiza la función de evangelizador, desempeña a la perfección tu ministerio.” (2Tim 2, 23-26; 44, 2-5).
Amparada por el anonimato mucha gente se permite lanzar insultos, hacer críticas despiadadas y usar un lenguaje procaz en internet, olvidando que se dirige a seres humanos, más aún, a hermanos, a quienes ofende y hiere gravemente.
Hay que seguir el consejo de San Pablo: evangelizar siempre con caridad, mansedumbre y paciencia. No escribir nada que no te atreverías a decirle a esa persona en su cara, tomando en cuenta que el Señor nos dejó un solo mandamiento, el de amar, y no ‘aplican restricciones’ al cibernavegar.
Artículo originalmente publicado por Desde la fe

El Papa en Solemnidad de San Pedro y San Pablo: ¡No seamos cristianos de salón! TEXTO COMPLETO: Homilía Papa Francisco Misa Solemnidad San Pedro y San Pablo.

El Papa pronuncia la homilía en la Misa. Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa

En la Solemnidad de San Pedro y San Pablo, el Papa Francisco celebró la Misa en la Plaza de San Pedro acompañado de los cinco nuevos cardenales creados el día anterior en el Consistorio, y pidió no ser “cristianos de salón”, sino verdaderos discípulos de Jesús.
Para ello, centró su homilía en comentar 3 palabras que vivieron los dos santos: confesión, persecución y oración. “De poco sirve conocer los artículos de la fe si no se confiesa a Jesús como Señor de la propia vida”, dijo al comienzo.
“Preguntémonos si somos cristianos de salón, de esos que comentan cómo van las cosas en la Iglesia y en el mundo, o si somos apóstoles en camino, que confiesan a Jesús con la vida porque lo llevan en el corazón”, pidió ante miles de fieles en la Plaza de San Pedro.
El Pontífice explicó que “quien confiesa a Jesús sabe que no ha de dar sólo opiniones, sino la vida; sabe que no puede creer con tibieza, sino que está llamado a ‘arder’ por amor; sabe que en la vida no puede conformarse con ‘vivir al día’ o acomodarse en el bienestar, sino que tiene que correr el riesgo de ir mar adentro, renovando cada día el don de sí mismo”.
Respecto a la persecución, el Papa recordó que “no fueron sólo Pedro y Pablo los que derramaron su sangre por Cristo, sino que desde los comienzos toda la comunidad fue perseguida, como nos lo ha recordado el libro de los Hechos de los Apóstoles”.
“Incluso hoy en día, en varias partes del mundo, a veces en un clima de silencio –un silencio con frecuencia cómplice–, muchos cristianos son marginados, calumniados, discriminados, víctimas de una violencia incluso mortal, a menudo sin que los que podrían hacer que se respetaran sus sacrosantos derechos hagan nada para impedirlo”.
Francisco recordó que el cristiano está llamado a “soportar el mal” que significa “no sólo tener paciencia y continuar con resignación”, sino que “soportar es imitar a Jesús: es cargar el peso, cargarlo sobre los hombros por él y por los demás”.
“Es aceptar la cruz, avanzando con confianza porque no estamos solos: el Señor crucificado y resucitado está con nosotros”.
Sobre San Pablo, comentó que “su comportamiento en la noble batalla fue únicamente no vivir para sí mismo, sino para Jesús y para los demás. Vivió ‘corriendo’, es decir, sin escatimar esfuerzos, más bien consumándose. Una cosa dice que conservó: no la salud, sino la fe, es decir la confesión de Cristo”.
“Por amor a Jesús experimentó las pruebas, las humillaciones y los sufrimientos, que no se deben nunca buscar, sino aceptarse. Y así, en el misterio del sufrimiento ofrecido por amor, en este misterio que muchos hermanos perseguidos, pobres y enfermos encarnan también hoy, brilla el poder salvador de la cruz de Jesús”.
Sobre la oración, dijo que “es el agua indispensable que alimenta la esperanza y hace crecer la confianza”. “La oración nos hace sentir amados y nos permite amar. Nos hace ir adelante en los momentos más oscuros, porque enciende la luz de Dios. En la Iglesia, la oración es la que nos sostiene a todos y nos ayuda a superar las pruebas”.
De esta manera, “una Iglesia que reza está protegida por el Señor y camina acompañada por él. Orar es encomendarle el camino, para que nos proteja. La oración es la fuerza que nos une y nos sostiene, es el remedio contra el aislamiento y la autosuficiencia que llevan a la muerte espiritual. Porque el Espíritu de vida no sopla si no se ora y sin oración no se abrirán las cárceles interiores que nos mantienen prisioneros”.
“Qué urgente es que en la Iglesia haya maestros de oración, pero que sean ante todo hombres y mujeres de oración, que viven la oración”, indicó.
En la celebración, el Papa bendijo los palios destinados a los Arzobispos metropolitanos nombrados a lo largo del año y que les serán impuestos en sus respectivas diócesis.

El Papa durante la Misa. Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa
El Papa Francisco celebró la Misapor la Solemnidad de San Pedro y San Pablo, patronos de Roma. Estuvo acompañado por los cinco nuevos cardenales creados el día anterior en el Consistorio celebrado en la Basílica de San Pedro. Además, el Papa bendijo los palios destinados a los Arzobispos metropolitanos nombrados a lo largo del año y que les serán impuestos en sus respectivas diócesis.
En su homilía, el Papa dijo: "Preguntémonos si somos cristianos de salón, de esos que comentan cómo van las cosas en la Iglesia y en el mundo, o si somos apóstoles en camino, que confiesan a Jesús con la vida porque lo llevan en el corazón".
A continuación, el texto completo de la homilía del Pontífice: 
La liturgia de hoy nos ofrece tres palabras fundamentales para la vida del apóstol: confesión, persecución, oración.
La confesión es la de Pedro en el Evangelio, cuando el Señor pregunta, ya no de manera general, sino particular. Jesús, en efecto, pregunta primero: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?» (Mt 16,13). Y de esta «encuesta» se revela de distintas maneras que la gente considera a Jesús un profeta. Es entonces cuando el Maestro dirige a sus discípulos la pregunta realmente decisiva: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (v. 15). A este punto, responde sólo Pedro: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo» (v. 16). Esta es la confesión: reconocer que Jesús es el Mesías esperado, el Dios vivo, el Señor de nuestra vida.
Jesús nos hace también hoy a nosotros esta pregunta esencial, la dirige a todos, pero especialmente a nosotros pastores. Es la pregunta decisiva, ante la que no valen respuestas circunstanciales porque se trata de la vida: y la pregunta sobre la vida exige una respuesta de vida. Pues de poco sirve conocer los artículos de la fe si no se confiesa a Jesús como Señor de la propia vida. Él nos mira hoy a los ojos y nos pregunta: «¿Quién soy yo para ti?». Es como si dijera: «¿Soy yo todavía el Señor de tu vida, la orientación de tu corazón, la razón de tu esperanza, tu confianza inquebrantable?». Como san Pedro, también nosotros renovamos hoy nuestra opción de vida como Jesús nos hace también hoy a nosotros esta pregunta esencial, la dirige a todos, pero especialmente a nosotros pastores. Es la pregunta decisiva, ante la que no valen respuestas circunstanciales porque se trata de la vida: y la pregunta sobre la vida exige una respuesta de vida. Pues de poco sirve conocer los artículos de la fe si no se confiesa a Jesús como Señor de la propia vida.
Él nos mira hoy a los ojos y nos pregunta: «¿Quién soy yo para ti?». Es como si dijera: «¿Soy yo todavía el Señor de tu vida, la orientación de tu corazón, la razón de tu esperanza, tu confianza inquebrantable?». Como san Pedro, también nosotros renovamos hoy nuestra opción de vida como discípulos y apóstoles; pasamos nuevamente de la primera a la segunda pregunta de Jesús para ser «suyos», no sólo de palabra, sino con las obras y con nuestra vida.
Preguntémonos si somos cristianos de salón, de esos que comentan cómo van las cosas en la Iglesia y en el mundo, o si somos apóstoles en camino, que confiesan a Jesús con la vida porque lo llevan en el corazón. Quien confiesa a Jesús sabe que no ha de dar sólo opiniones, sino la vida; sabe que no puede creer con tibieza, sino que está llamado a «arder» por amor; sabe que en la vida no puede conformarse con «vivir al día» o acomodarse en el bienestar, sino que tiene que correr el riesgo de ir mar adentro, renovando cada día el don de sí mismo. Quien confiesa a Jesús se comporta como Pedro y Pablo: lo sigue hasta el final; no hasta un cierto punto sino hasta el final, y lo sigue en su camino, no en nuestros caminos. Su camino es el camino de la vida nueva, de la alegría y de la resurrección, el camino que pasa también por la cruz y la persecución.
Y esta es la segunda palabra, persecución. No fueron sólo Pedro y Pablo los que derramaron su sangre por Cristo, sino que desde los comienzos toda la comunidad fue perseguida, como nos lo ha recordado el libro de los Hechos de los Apóstoles (cf. 12,1). Incluso hoy en día, en varias partes del mundo, a veces en un clima de silencio —un silencio con frecuencia cómplice—, muchos cristianos son marginados, calumniados, discriminados, víctimas de una violencia incluso mortal, a menudo sin que los que podrían hacer que se respetaran sus sacrosantos derechos hagan nada para impedirlo.
Por otra parte, me gustaría hacer hincapié especialmente en lo que el Apóstol Pablo afirma antes de «ser —como escribe— derramado en libación» (2 Tm 4,6). Para él la vida es Cristo (cf. Flp 1,21), y Cristo crucificado (cf. 1 Co 2,2), que dio su vida por él (cf. Ga 2,20). De este modo, como fiel discípulo, Pablo siguió al Maestro ofreciendo también su propia vida. Sin la cruz no hay Cristo, pero sin la cruz no puede haber tampoco un cristiano. En efecto, «es propio de la virtud cristiana no sólo hacer el bien, sino también saber soportar los males» (Agustín, Disc. 46.13), como Jesús. Soportar el mal no es sólo tener paciencia y continuar con resignación; soportar es imitar a Jesús: es cargar el peso, cargarlo sobre los hombros por él y por los demás. Es aceptar la cruz, avanzando con confianza porque no estamos solos: el Señor crucificado y resucitado está con nosotros. Así, como Pablo, también nosotros podemos decir que estamos «atribulados en todo, mas no aplastados; apurados, mas no desesperados; perseguidos, pero no abandonados» (2 Co 4,8-9).
Soportar es saber vencer con Jesús, a la manera de Jesús, no a la manera del mundo. Por eso Pablo —lo hemos oímos— se considera un triunfador que está a punto de recibir la corona (cf. 2 Tm 4,8) y escribe: «He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe» (v. 7). Su comportamiento en la noble batalla fue únicamente no vivir para sí mismo, sino para Jesús y para los demás. Vivió «corriendo», es decir, sin escatimar esfuerzos, más bien consumándose.
Una cosa dice que conservó: no la salud, sino la fe, es decir la confesión de Cristo. Por amor a Jesús experimentó las pruebas, las humillaciones y los sufrimientos, que no se deben nunca buscar, sino aceptarse. Y así, en el misterio del sufrimiento ofrecido por amor, en este misterio que muchos hermanos perseguidos, pobres y enfermos encarnan también hoy, brilla el poder salvador de la cruz de Jesús.
La tercera palabra es oración. La vida del apóstol, que brota de la confesión y desemboca en el ofrecimiento, transcurre cada día en la oración. La oración es el agua indispensable que alimenta la esperanza y hace crecer la confianza. La oración nos hace sentir amados y nos permite amar. Nos hace ir adelante en los momentos más oscuros, porque enciende la luz de Dios. En la Iglesia, la oración es la que nos sostiene a todos y nos ayuda a superar las pruebas. Nos lo recuerda la primera lectura: «Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él» (Hch 12,5).
Una Iglesia que reza está protegida por el Señor y camina acompañada por él. Orar es encomendarle el camino, para que nos proteja. La oración es la fuerza que nos une y nos sostiene, es el remedio contra el aislamiento y la autosuficiencia que llevan a la muerte espiritual. Porque el Espíritu de vida no sopla si no se ora y sin oración no se abrirán las cárceles interiores que nos mantienen prisioneros.
Que los santos Apóstoles nos obtengan un corazón como el suyo, cansado y pacificado por la oración: cansado porque pide, toca e intercede, lleno de muchas personas y situaciones para encomendar; pero al mismo tiempo pacificado, porque el Espíritu trae consuelo y fortaleza cuando se ora. Qué urgente es que en la Iglesia haya maestros de oración, pero que sean ante todo hombres y mujeres de oración, que viven la oración.
El Señor interviene cuando oramos, él, que es fiel al amor que le hemos confesado y que nunca nos abandona en las pruebas. Él acompañó el camino de los Apóstoles y os acompañará también a vosotros, queridos hermanos Cardenales, aquí reunidos en la caridad de los Apóstoles que confesaron la fe con su sangre. Estará también cerca de vosotros, queridos hermanos Arzobispos que, recibiendo el palio, seréis confirmados en vuestro vivir para el rebaño, imitando al Buen Pastor, que os sostiene llevándoos sobre sus hombros. El mismo Señor, que desea ardientemente ver a todo su rebaño reunido, bendiga y custodie también a la Delegación del Patriarcado Ecuménico, y al querido hermano Bartolomé, que la ha enviado como señal de comunión apostólica.

Así acompaña la Iglesia a quien siente atracción por personas del mismo sexo


Desde Courage, un proyecto de vida basado en la oración, la castidad, la amistad y el servicio

A pesar de que en los últimos años se hable tanto de homosexualidad, el conocimiento acerca de este tema es aún muy aproximativo y lleno de estereotipos. Lo clarifica un poco el sacerdote John F. Harvey en su libro. Sí, un sacerdote de esa Iglesia juzgada como retrógrada y oscurantista sobre la moral sexual.
Durante más de 50 años este sacerdote estadounidense ha cuidado a las personas que querían vivir la fe católica sin que su atracción sexual fuera un obstáculo. Con paciencia y cercanía, el sacerdote Harvey ha encontrado junto a ellos un camino, siempre a la luz de la doctrina católica.
Desde 1980 ha sido el director del apostolado Courage, asociación fundada por el cardenal Terence J. Cooke en 1980 en Nueva York, para el cuidado pastoral de las personas homosexuales, hoy presente en muchas diócesis de todo el mundo. El libro Atracción por el mismo sexo. Acompañar a la persona, recoge algunas reflexiones del sacerdote, pero también indicaciones pastorales concretas.
El arzobispo de Boloña, Matteo Zuppi, escribe en el prefacio: “La Iglesia no levanta muros, no crea categorías de personas en función de la orientación sexual, porque, antes de tener una atracción sexual particular, son personas (…). En este sentido, la llamada a la santidad es para todos (…)”.
El acento en la persona más que en la tendencia homosexual es la verdadera clave para entender los términos de la cuestión. Por eso, desde el principio, el sacerdote Harvey corrige también la terminología: mejor hablar de personas con atracción hacia el mismo sexo (A.S.S.), evitando la palabra “homosexuales” con la que “corremos el riesgo, al menos implícitamente, de considerar la homosexualidad como la característica esencial de la persona”, mientras que “una persona, en el fondo, es más que un conjunto de inclinaciones sexuales y los razonamientos sobre la atracción hacia personas del mismo sexo se vuelven más confusos si pensamos en los “homosexuales” como en una categoría aparte de seres humanos”.
Harvey admite que “en general, las personas ‘heterosexuales’ no comprenden a aquellas que sienten una A.S.S persistente” y que él mismo ha necesitado “años para entender la naturaleza de esta condición”. Pero enfrenta con claridad algunos puntos candentes.
Dice, por ejemplo, que en los adolescentes no se puede hablar de homosexualidad (que es una condición adulta) y hay que ser muy cautos sobre la actitud ambigua típica de la edad como tendencia homosexual.
La misma atracción por personas del mismo sexo tiene matices distintos en cada persona. Es una tendencia y no un pecado, pero esto no justifica moralmente los actos homosexuales (que la Iglesia condena).
Se habla de la desconfianza de la sociedad hacia las personas A.S.S, pero también de la paradoja de las asociaciones “gay”: “por un lado, se pide con insistencia que las personas con tendencias homosexuales estén bien integradas en la sociedad; por otro, los clubs ‘gay’ se desarrollan como refugio de la sociedad ‘heterosexual’, impidiendo la integración”.
Al sacerdote Harvey no le interesa hacer un tratado doctrinal (algunos aspectos son tratados en el segundo capítulo, mientras los textos integrales del magisterio están en el apéndice), sino que ofrece diversos despuntes pastorales.
No se habla de “cura” en términos médicos, aunque se hace referencia a terapias adecuadas psicológicas de apoyo a la persona, junto al acompañamiento espiritual. Entre otras cosas, los estudios científicos no ofrecen ninguna certeza de que una “terapia reparadora” pueda llevar a una modificación de la inclinación.
Se habla del gran dolor –hasta la desesperación– que muchas personas con esta tendencia manifiestan, hasta el odio de sí mismo.
Por eso es útil que existan programas pastorales específicos: es el caso de Courage, que propone un proyecto de vida muy esencial basado en la oración, la castidad, buenas amistades, el servicio a los demás, siempre con la guía de un director espiritual, cuya tarea es “demostrar que es posible vivir una vida casta y feliz sin aislarse de la sociedad”.
Algunos párrafos ilustran el valor de la castidad y de la amistad: “En el lenguaje común, la castidad tiene una connotación negativa (…). La verdadera castidad, en cambio, consiste en el modo correcto de expresar la afectividad (…)”. Existen “formas de amistad sólidas, sanas, castas y claramente deseables. Amistades de este tipo representan la mejor forma de apoyo” para las personas con A.S.S.
Además, las personas deben ser introducidas en la comunidad cristiana más amplia para que las “sostenga” y puedan entender que son “parte integral de la Iglesia”.
Para los padres y familiares de las personas con A.S.S ha surgido la asociación EnCourage, que los ayuda a comprender mejor y a mantener con ellos una relación sana.
Existen situaciones aún más específicas: el libro recoge algunos consejos del sacerdote Harvey para quien descubre tendencias homosexuales mientras está comprometido o casado o siente la vocación a la vida religiosa y sacerdotal. Finalmente, un párrafo reafirma la oposición de la Iglesia a los “supuestos derechos gay’”.

El Papa Francisco y los 5 nuevos cardenales visitan a Benedicto XVI

El Papa Francisco y los cinco nuevos cardenales que ha creado este miércoles 28 de junio visitaron al Papa Emérito Benedicto XVI.
El Pontífice y los nuevos cardenales se desplazaron hasta el monasterio Mater Ecclesiae, en los Jardines Vaticanos, donde reside el Papa Emérito. Allí mantuvieron un breve encuentro con él.
Benedicto XVI abrazó al Papa Francisco y luego saludó uno a uno a todos los nuevos cardenales y les transmitió sus mejores deseos y oraciones.
En las breves palabras que intercambió en español con el Arzobispo de Barcelona, Cardenal Juan José Omella, el Purpurado compartió con el Papa Emérito que desde el 9 de julio se celebrará la Misa dominical en la Basílica de la Sagrada Familia.
Benedicto XVI también expresó su preocupación por El Salvador al Cardenal Gregorio Rosa Chávez e intercambió algunas palabras en francés con el nuevo Cardenal de Laos.
El encuentro concluyó con la bendición de Benedicto y del Papa Francisco para los cinco nuevos cardenales que ahora tiene la Iglesia Católica.
Los cinco nuevos purpurados son: Cardenal Jean Zerbo, Arzobispo de Bamako, Mali; Cardenal Juan José Omella Omella, Arzobispo de Barcelona, España; Cardenal Anders Arborelius, Obispo de Estocolmo, Suecia; Cardenal Luis Marie-Ling Mangkhanekhoun, Vicario Apostólico de Pakse, Laos; Cardenal Gregorio Rosa Chávez, Obispo Auxiliar de San Salvador, El Salvador.

Los nuevos cardenales visitan a Benedicto XVI


Consistorio Público, al Papa Emérito Benedicto XVI.
Los cinco nuevos purpurados que, junto al Papa Francisco, visitaron a Benedicto XVI son: Cardenal Jean Zerbo, Arzobispo de Bamako, Mali; Cardenal Juan José Omella Omella, Arzobispo de Barcelona, España; Cardenal Anders Arborelius, Obispo de Estocolmo, Suecia; Cardenal Luis Marie-Ling Mangkhanekhoun, Vicario Apostólico de Pakse, Laos; Cardenal Gregorio Rosa Chávez, Obispo Auxiliar de San Salvador, El Salvador.

Ve al sagrario y habla con Jesús. Te lo aseguro Él te va a escuchar. (un hermoso Testimonio)



Esta mañana, al salir de misa se me acercó una joven. Me preguntó qué tenía que hacer para que Jesús la escuchara. Hice lo que suelo hacer en situaciones similares, le sugerí que lo visitara  en el sagrario con la certeza que Él está allí.
— Ve al sagrario y habla con Jesús. Cuéntale todo. Te lo aseguro Él te va a escuchar. Siempre nos escucha y nos llena de gracias inesperadas.
— ¿Eso es todo?
Hay algo más. Esto lo he aprendido por experiencia. Debes “confiar”. Confía en Jesús.
Le mostré mis libros en una mesa.
—Hay más de 60 títulos, están traducidos en 4 idiomas. Y todo es obra suya. En este momento traducen el primero en chino. ¿Sabes cómo lo conseguí? Fui al sagrario y le dije: “¿No te parece que ya es hora de tener un libro en chino?” Salí del sagrario y se me acerca una joven llamada  Claudina Cheng de Siu. Me invitó a un programa en Radio María: “Jesús también habla chino”. Acepté y le conté mi sueño de tener un libro en chino y respondió: “Ahora también es nuestro sueño don Claudio, le vamos a traducir su libro”.
Recientemente un joven al que solía enviar al sagrario me reclamó:
Voy una hora diaria a un oratorio para estar con Jesús como usted me recomendó. Y nada ha ocurrido.
No he conocido un solo caso en el que Jesús no haya escuchado y atendido una súplica.
— ¿Estás seguro? —le pregunté.
Al día siguiente, temprano me escribió:
Tenías razón Claudio, muchas cosas han mejorado en mi vida desde que visito a Jesús en el sagrario y paso una hora diaria con Él. Me doy cuenta que ha transformado mi vida. Lo más importante, he encontrado un oasis de paz en aquél oratorio. Cada día me sumerjo en esa paz sobrenatural y la verdad, cuando estoy allí no deseo salir.
Me alegré mucho por él.
En el sagrario he encontrado respuestas a muchas de mis preguntas. Mis libros, los que más se venden e impactan a los lectores transformando sus vidas, los escribí en mis visitas a Jesús en un sagrario.
Esta madrugada fui a verlo. Recé un rato y le pedí por ti. Suelo hacerlo desde que ustedes me dicen:
“Claudio dígale a Jesús que también le mando saludos”.
¿Puedo pedirte un favor? Cuando vayas a verlo en el sagrario de tu parroquia dile
“Buen Jesús, Claudio desde Panamá, te manda saludos”.
Dios te bendiga.

ANIVERSARIO DEL NOMBRAMIENTO COMO OBISPO ELECTO

Se cumplen este día doce años del nombramiento de Bernardo Álvarez como obispo electo de la diócesis Nivariense.
El miércoles 29 de junio de 2005, Solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, la Nunciatura Apostólica en España comunicó a la CEE que la Santa Sede había hecho público que le papa Benedicto XVI había aceptado la renuncia al gobierno pastoral de la Diócesis de Tenerife que Felipe Fernández le presentó en su momento. Al mismo tiempo comunicaba que había nombrado Obispo de la citada Sede Episcopal a Bernardo Álvarez Afonso, hasta ese momento (y desde 1999) Vicario General de la Diócesis. 
Por su parte, el obispo electo tras manifestar en ese día su conmoción y sorpresa, sintetizaba en tres verbos, tradicionales en sus acciones pastorales, la tarea a realizar“impulsar, corregir, implantar”. Aseguró que tras conocer la decisión "sentí una sensación indescriptible y aún no me he hecho a la idea". Álvarez  se preparaba entonces para asumir el ministerio episcopal dos meses más tarde. 

7 claves para entender por qué San Pedro y San Pablo se celebran juntos

San Pedro y San Pablo de Peter Paul Rubens / Twitter Museo del Prado

 Hoy 29 de junio la Iglesia celebra la Solemnidad de San Pedro y San Pablo, sin embargo, hay algunas dudas sobre las verdaderas razones de por qué la fiesta de ambos apóstoles se celebra el mismo día.
Aquí 7 claves que permiten acercarse a la respuesta:  

1. San Agustín de Hipona expresó que eran “uno solo”
En un sermón del año 395, el Doctor de la Iglesia, San Agustín de Hipona, expresó que San Pedro y San Pablo “eran en realidad una sola cosa aunque fueran martirizados en días diversos; primero lo fue Pedro, luego Pablo. Celebramos la fiesta del día de hoy, sagrado para nosotros por la sangre de los apóstoles. Procuremos imitar su fe, su vida, sus trabajos, sus sufrimientos, su testimonio y su doctrina”.
2. Ambos padecieron en Roma
Fueron detenidos en la prisión Mamertina, también llamada el Tullianum, ubicada en el foro romano en la Antigua Roma. Además, fueron martirizados en esa misma ciudad, posiblemente por orden del emperador Nerón.
San Pedro pasó sus últimos años en Roma liderando a la Iglesia durante la persecución y hasta su martirio en el año 64. Fue crucificado cabeza abajo a petición propia, por no considerarse digno de morir como su Señor. Fue enterrado en la colina del Vaticano y la Basílica de San Pedro está construida sobre su tumba.
San Pablo fue encarcelado y llevado a Roma, donde fue decapitado en el año 67. Está enterrado en Roma, en la Basílica de San Pablo de Extramuros.
3. Son fundadores de la Iglesia de Roma
En la homilía del 2012 por la Solemnidad de San Pedro y San Pablo, el Papa Benedicto aseguró que en Roma “su vinculación como hermanos en la fe ha adquirido un significado particular. En efecto, la comunidad cristiana de esta ciudad los consideró una especie de contrapunto de los míticos Rómulo y Remo, la pareja de hermanos a los que se hace remontar la fundación de Roma”.
4. Son patronos de Roma y representantes del Evangelio
En la misma homilía, el Santo Padre llamó a estos dos apóstoles “patronos principales de la Iglesia de Roma”.
“La tradición cristiana siempre ha considerado inseparables a San Pedro y a San Pablo: juntos, en efecto, representan todo el Evangelio de Cristo”, detalló.
5. Son la versión contraria de Caín y Abel
El Santo Padre también presentó un paralelismo opuesto con la hermandad presentada en el Antiguo Testamento entre Caín y Abel.
“Mientras que la primera pareja bíblica de hermanos nos muestra el efecto del pecado, por el cual Caín mata a Abel, Pedro y Pablo, aunque humanamente muy diferentes el uno del otro, y a pesar de que no faltaron conflictos en su relación, han constituido un modo nuevo de ser hermanos, vivido según el Evangelio, un modo auténtico hecho posible por la gracia del Evangelio de Cristo que actuaba en ellos”, relató el Santo Padre Benedicto XVI.
6. Porque Pedro es la “roca”
Esta celebración recuerda que San Pedro fue elegido por Cristo: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”, quien con humildad aceptó la misión de ser “la roca” de la Iglesia y apacentar el rebaño de Dios a pesar de sus debilidades humanas.
Los Hechos de los Apóstoles ilustran su papel como cabeza de la Iglesia después de la Resurrección y Ascensión de Cristo. Pedro dirigió a los Apóstoles como el primer Papa y aseguró que los discípulos mantuvieran la verdadera fe.
Como explicó en su homilía el Sumo Pontífice Benedicto XVI, “en el pasaje del Evangelio de San Mateo (…), Pedro hace la propia confesión de fe a Jesús reconociéndolo como Mesías e Hijo de Dios; la hace también en nombre de los otros apóstoles. Como respuesta, el Señor le revela la misión que desea confiarle, la de ser la ‘piedra’, la ‘roca’, el fundamento visible sobre el que está construido todo el edificio espiritual de la Iglesia”.
7. San Pablo también es columna del edificio espiritual de la Iglesia
San Pablo fue el apóstol de los gentiles. Antes de su conversión era llamado Saúl, pero después de su encuentro con Cristo y conversión, continuó hacia Damasco donde fue bautizado y recobró la vista. Tomó el nombre de Pablo y pasó el resto de su vida predicando el Evangelio sin descanso a las naciones del mundo mediterráneo.
“La tradición iconográfica representa a San Pablo con la espada, y sabemos que ésta significa el instrumento con el que fue asesinado. Pero, leyendo los escritos del apóstol de los gentiles, descubrimos que la imagen de la espada se refiere a su misión de evangelizador. Él, por ejemplo, sintiendo cercana la muerte, escribe a Timoteo: «He luchado el noble combate» (2 Tm 4,7). No es ciertamente la batalla de un caudillo, sino la de quien anuncia la Palabra de Dios, fiel a Cristo y a su Iglesia, por quien se ha entregado totalmente. Y por eso el Señor le ha dado la corona de la gloria y lo ha puesto, al igual que a Pedro, como columna del edificio espiritual de la Iglesia”, expresó Benedicto XVI en su homilía.

Oración por el Papa


Una petición tradicional en español y latín, que lleva asociada una indulgencia parcial

En español:

℣. Oremos por nuestro Pontífice (Francisco)
℟. Que el Señor le conserve, y le dé vida, y le haga santo en la tierra, y no le entregue a la voluntad de sus enemigos.
℣. Tu eres Pedro,
℟. Y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.
Oremos.
Dios, pastor y guía de todos los fieles, mira lleno de bondad a tu siervo, el Papa (Francisco), a quien quisiste colocar al frente de tu Iglesia como pastor. Concédele, Te pedimos, la gracia de hacer, por sus palabras y por su ejemplo, que progresen en la virtud aquellos a quienes él preside, y llegue, con el rebaño que le fue confiado, a la vida eterna. Por Nuestro Señor Jesucristo. Amén.

En latín

℣. Oremus pro Pontifice nostro (Francisco)
℟. Dominus conservet eum, et vivificet eum, et beatum faciat eum in terra, et non tradat eum in animam inimicorum eius.
℣. Tu es Petrus,
℟. Et super hanc petram aedificabo Ecclesiam meam.
Oremus.
Deus, ómnium fidélium pastor et rector, fámulum tuum N.N., quem pastórem Ecclésiae tuae praeésse voluísti, propítius réspice: da ei, quaésumus, verbo et exémplo, quibus praeest, profícere; ut ad vitam, una cum grege sibi crédito, pervéniat sempitérnam. Per Dominum nostrum Jesum Christum. Ámen.

El día que Jesús Sacramentado cambió mi vida (un Testimonio bellísimo)




¿Por qué escribes tanto de Jesús sacramentado, Claudio?
“Porque me siento agradecido. Él ha renovado mi vida. Le ha dado un sentido”.
Su presencia real en cada hostia consagrada, es un tesoro para la humanidad. ¿Cómo callar?
Recuerdo una joven emocionada por su “presencia viva” en los sagrarios, se me acercó a la salida del oratorio y me dijo:
“Si tuviera un megáfono, me pararía en una esquina a gritarle a todos: “Aquí está Jesús”.
Jesús es maravilloso. El mejor amigo que he tenido. Cada vez que he tenido un problema serio, he contado con Él. Me escucha, consuela, me abraza y me ayuda a encontrar una solución.
“Señor, no me avergüenzo de ti. Quiero gritarle al mundo que habitas en los sagrarios de cada iglesia. Que estás “VIVO”. Eres un gran amigo, y nos esperas ilusionado. Te abro la puerta de mi corazón. Entra y habita en mí”.
Si alguna vez se me presentara Jesús y me dijera:
“Claudio, ¿qué deseas de mí? ¿Qué puedo darte?”
Le respondería sin dudarlo:
“Señor, ya me los has dado todo. Te tengo a ti Jesús. No necesito más”. 
No imaginas lo feliz que soy cuando escribo de Jesús. A veces algo un alto y me imagino en su presencia, en alguna iglesia del mundo. Entro y me arrodillo frente al sagrario. Le digo:
 “Aquí estoy Jesús, no quiero que te sientas solo. Te amo”.
En cierta ocasión fui a verlo con un gran problema. Era un asunto muy serio y me tenía inquieto. Recuerdo que no hallaba una salida y me sentía muy preocupado.
A la salida del trabajo me dije resuelto: “iré a ver a Jesús”.
Conduje el auto y cuando pasé por la Iglesia, me percaté que no había un solo estacionamiento disponible. Después de un par de vueltas me detuve un segundo frente a la puerta de iglesia, bajé la ventana del auto y le grité:
“Ayúdame Jesús. Te dejo este problema. Ahora es tuyo”.
Pisé el acelerador y me marché hacia mi casa.
Experimenté una gran paz. De alguna manera sabía que todo se solucionaría. Fue estupendo.  Y así fue. De una forma inexplicable, al día siguiente todo estaba resuelto. No me lo podía creer. Yo no había intervenido en nada y como un globo que se desinfla, así mismo lo que enfrentaba desapareció. Salí feliz del trabajo y fui a verlo en el sagrario de aquella iglesia.
“Gracias. Gracias. Gracias”, le repetía de rodillas, profundamente agradecido. “Eres un gran amigo. El mejor de los amigos”.
Me enseñó que podía confiar en Él, siempre, en todo momento. Y así lo he hecho.
Confío y lo amo.
¡Anímate! ¡Confía!
¡Él NUNCA TE VA A DEFRAUDAR!
¡Qué bueno eres jesús!

San Pedro y San Pablo – 29 de junio

«Columnas de la Iglesia. Heraldos de la Nueva Evangelización, el testimonio de estos dos grandes apóstoles continúa mostrando al mundo el poder de la gracia de Dios que nos transforma y convierte faro de luz para nuestros semejantes»
No hay figuras más destacadas que estos apóstoles para ilustrar la fecha del día en un santoral. Los Santos Padres los han considerado dos columnas sobre las que descansa la Iglesia. Continúan interpelando al hombre de hoy, alumbrando a quien se propone unirse con la Santísima Trinidad.
Un océano de amor vería el Maestro en los ojos del humilde pescador de Betsaida para erigir sobre él la Iglesia. Tras la rudeza de sus manos y rostro curtidos en el mar apreciaría un tierno corazón refulgiendo en su mirada. Impetuoso, impulsivo, imprevisible e incluso contestatario cuando atendía a la escueta razón, y se le paralizaba el pulso al sospechar la pérdida de su Maestro por ignorar todavía el trasfondo mesiánico albergado en sus palabras, el apóstol era una piedra preciosa a la espera de ser tallada, un hombre de raza, pura pasión… Se ha tendido a subrayar la debilidad que Pedro mostró tras el prendimiento de Cristo, relegando a un segundo plano la globalidad de sus edificantes gestos que sostuvieron la Iglesia hasta derramar su sangre. Fue pronto en el seguimiento; se anticipó a la petición de lo que se considera legítimo, como es la familia. En ello se asemejaba al resto de los apóstoles, ciertamente, pero Cristo se fijó en él de forma especial. Al conocerle, le saludó por su nombre: «Tú eres Simón…» y le dio otro apelativo, el de Cefas. Todo un símbolo, una señal; le proporcionó nueva identidad y ésta incluía el cambio sustantivo para su vida. El llamamiento personal continúa teniendo este signo para nosotros; exige una transformación, como devela el evangelio que le sucedió a Pedro.
Él se aventuró a responder al Maestro en nombre de los apóstoles desde lo más hondo del corazón, de forma inspirada, rotunda. Había resonado en su interior la voz divina y lo reconoció como Mesías: una auténtica y explícita profesión de fe. Es obvio que no podemos confesar a Dios si no lo entrañamos. Por ese acto, Cristo lo denominó «bienaventurado», edificando sobre él su Iglesia al instante. Es verdad que vaciló y se dejó llevar por sus temores desoyendo la advertencia del Maestro, sin tomar conciencia de la fatalidad en la que incurriría; por eso no puso coto a tiempo a su flaqueza, sucumbió y lo negó. Pero de la radicalidad de su posterior respuesta, que vino envuelta en amargas lágrimas, se extraen incontables lecciones, teniendo como trasfondo la misericordia y el perdón divino. Toda debilidad, sea del orden que sea, es susceptible de modificación, porque contamos con la gracia para renacer día tras día.
Pedro protagonizó uno de los instantes más tiernos del evangelio, cuando Cristo le preguntó tres veces si le amaba. Con ese consuelo en su corazón aglutinó a los apóstoles, anunció la Palabra, sufrió cárcel, conmovió a las gentes sorprendidas de que un galileo hablase con tanta fuerza, afrontó las dificultades surgidas en las comunidades, hizo milagros…; en suma, amó hasta la saciedad. Estaba al frente de todos, junto a María, cuando recibieron el Espíritu Santo. Apresado durante la persecución de Nerón el año 64, a punto de ser ajusticiado en la cruz, sintiéndose indigno de morir como Cristo, pidió que le crucificaran boca abajo.
A su vez, Pablo, el más grande misionero que ha existido sobre la faz de la tierra, es un ejemplo vivo de lo que significa el compromiso personal en el seguimiento de Cristo testificando la Palabra con independencia del humano sentir, del «temor» y del «temblor» que se pueda experimentar. No fue miembro de la primera comunidad, pero su admirable impronta apostólica nada tiene que envidiar a la de los Doce. Judío, originario de Tarso, nació entre los años 5-10 d.C. Formado bajo la tutela del prestigioso Gamaliel en Jerusalén, al conocer la existencia de los seguidores de Cristo, considerados como una secta, se propuso luchar contra ella descargando toda su fuerza.
Si su trayectoria anterior a la conversión fue la de un celoso defensor del ideal en el que creía, ese que le indujo a actuar fieramente, después de haber quedado cegado por la luz del Altísimo camino de Damasco, no le faltaron arrestos para anunciar el evangelio; en su pecho albergaba un volcán de pasión. Este infatigable apóstol de los gentiles, precursor de la Nueva Evangelización, nos enseña a difundir la Palabra a los alejados de la fe y no solo a los creyentes; hacerlo a tiempo y a destiempo en los paraninfos universitarios o en los suburbios, en ámbitos donde mora la increencia y en los que ya anida la fe. Nos insta a enriquecer los nuevos areópagos que las presentes circunstancias ofrecen. Él hubiera aprovechado convenientemente los actuales mass media: prensa, radio, televisión, Internet, redes sociales… Estos recursos puestos al alcance de un apóstol de su talla habrían dado la vuelta al mundo impregnados del amor de Dios.
Dio testimonio de su arrebatadora entrega a Cristo sin ocultar cuántas penalidades atravesó por Él: cárceles, azotes, naufragios, peligros constantes, hambre, sed, frío, falta de abrigo y de descanso, agresiones a manos de salteadores, etc. A todo ello hemos de estar dispuestos si de verdad queremos seguir a Cristo. Pablo pudo ponerse como ejemplo, con tanta modestia y libertad en el amor, porque ya no vivía en sí mismo; era Cristo quien estaba en él, de quien provenía su fuerza y su gloria; Él le confortaba. Viajó incansablemente, venció la resistencia de ciudades dominadas por la idolatría y de los que quisieron doblegarle, superó reticencias de sus propios hermanos, y convirtió a indecibles con su vida, palabra, milagros y prodigios. Ansiaba tanto llegar a la meta, que luchaba para que después de haberla predicado, no fueran otros los que la conquistaran quedándose rezagado en el camino. Libró perfectamente su combate, corrió hasta el fin, firme en la fe. Todo lo consideró basura con tal de ganar a Cristo, gastándose y desgastándose por Él. Constituye un ejemplo incuestionable para nuestra vida. Coronó la suya entregándola bajo el golpe de espada que le asestaron en la Vía del Mar hacia el año 67.