jueves, 19 de octubre de 2017

¿Qué son los mandamientos de la Iglesia y para qué sirven?

Estas “normas” no tienen el espíritu de ser opresivas, sino que están diseñadas para indicar cual es el "mínimo indispensable" de una vida de fe 

A menudo hay adolescentes (o incluso adultos) que preguntan, “Pero ¿qué es lo que tengo que hacer?”. La persona que hace este tipo de pregunta busca el mínimo absoluto que se requiere para cumplir con una tarea específica.
La Iglesia Católica también ha escuchado esa pregunta con el paso de los años y ha suministrado una respuesta en lo que se denominan los mandamientos de la Iglesia. El Catecismo de la Iglesia Católica explica: “Los mandamientos de la Iglesia se sitúan en la línea de una vida moral referida a la vida litúrgica y que se alimenta de ella. El carácter obligatorio de estas leyes positivas promulgadas por la autoridad eclesiástica tiene por fin garantizar a los fieles el mínimo indispensable en el espíritu de oración y en el esfuerzo moral, en el crecimiento del amor de Dios y del prójimo” (CIC 2041).
Estos preceptos son los requisitos básicos para crecer en la vida espiritual. Son lo suficiente para guiar a una persona más cerca de Dios y al objetivo último del paraíso. Aunque se nos anima a trabajar más del mínimo, a veces tenemos que empezar por algún sitio y este es exactamente el comienzo debido.
Si queremos plantearnos un reto y ser héroes en nuestra vida diaria, todo lo que tenemos que hacer es buscar inspiración en los santos, ya que ellos fueron expertos en superar con creces los requisitos mínimos.
De forma similar a los Diez Mandamientos, estas “normas” no tienen el espíritu de ser opresivas, sino que están diseñadas para ser indicadores a lo largo del camino, guiando a un alma en la buena dirección.
El primer mandamiento (“oír misa entera los domingos y demás fiestas de precepto y no realizar trabajos serviles”) exige a los fieles que santifiquen el día en el cual se conmemora la Resurrección del Señor.
El segundo mandamiento (“confesar los pecados mortales al menos una vez al año”) asegura la preparación a la Eucaristía mediante la recepción del sacramento de la Reconciliación, que continúa la obra de conversión y de perdón del Bautismo.
El tercer mandamiento (“recibir el sacramento de la Eucaristía al menos por Pascua”) garantiza un mínimo en la recepción del Cuerpo y la Sangre del Señor en conexión con el tiempo de Pascua, origen y centro de la liturgia cristiana.
El cuarto mandamiento (“abstenerse de comer carne y ayunar  en los días establecidos por la Iglesia”) asegura los tiempos de ascesis y de penitencia que nos preparan para las fiestas litúrgicas y para adquirir el dominio sobre nuestros instintos, y la libertad del corazón.
El quinto mandamiento (“ayudar a la Iglesia en sus necesidades”) enuncia que los fieles están obligados de ayudar, cada uno según su posibilidad, a las necesidades materiales de la Iglesia.

Jueves de la vigésima octava semana del tiempo ordinario


Jueves de la vigésima octava semana del tiempo ordinario


Carta de San Pablo a los Romanos 3,21-30. 
Pero ahora, sin la Ley, se ha manifestado la justicia de Dios atestiguada por la Ley y los Profetas:
la justicia de Dios, por la fe en Jesucristo, para todos los que creen. Porque no hay ninguna distinción:
todos han pecado y están privados de la gloria de Dios,
pero son justificados gratuitamente por su gracia, en virtud de la redención cumplida en Cristo Jesús.
El fue puesto por Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre, gracias a la fe. De esa manera, Dios ha querido mostrar su justicia:
en el tiempo de la paciencia divina, pasando por alto los pecados cometidos anteriormente, y en el tiempo presente, siendo justo y justificado a los que creen en Jesús.
¿Qué derecho hay entonces para gloriarse? Ninguna. Pero, ¿en virtud de qué ley se excluye ese derecho? ¿Por la ley de las obras? No, sino por la ley de la fe.
Porque nosotros estimamos que el hombre es justificando por la fe, sin las obras de la Ley.
¿Acaso Dios es solamente el Dios de los judíos? ¿No lo es también de los paganos? Evidentemente que sí,
porque no hay más que un solo Dios, que justifica por medio de la fe tanto a los judíos circuncidados como a los paganos incircuncisos.

Salmo 130(129),1-2.3-4.6. 
Desde lo más profundo te invoco, Señor.
¡Señor, oye mi voz!
Estén tus oídos atentos
al clamor de mi plegaria.

Si tienes en cuenta las culpas, Señor,
¿quién podrá subsistir?
Pero en ti se encuentra el perdón,
para que seas temido.

Mi alma espera al Señor,
más que el centinela la aurora.
Como el centinela espera la aurora


Evangelio según San Lucas 11,47-54. 
Dijo el Señor:
«¡Ay de ustedes, que construyen los sepulcros de los profetas, a quienes sus mismos padres han matado!
Así se convierten en testigos y aprueban los actos de sus padres: ellos los mataron y ustedes les construyen sepulcros.
Por eso la Sabiduría de Dios ha dicho: Yo les enviaré profetas y apóstoles: matarán y perseguirán a muchos de ellos.
Así se pedirá cuanta a esta generación de la sangre de todos los profetas, que ha sido derramada desde la creación del mundo:
desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, que fue asesinado entre el altar y el santuario. Sí, les aseguro que a esta generación se le pedirá cuenta de todo esto.
¡Ay de ustedes, doctores de la Ley, porque se han apoderado de la llave de la ciencia! No han entrado ustedes, y a los que quieren entrar, se lo impiden.»
Cuando Jesús salió de allí, los escribas y los fariseos comenzaron a acosarlo, exigiéndole respuesta sobre muchas cosas
y tendiéndole trampas para sorprenderlo en alguna afirmación.