martes, 9 de abril de 2019

Oración para liberarse de la tentación de juzgar y condenar a los demás

 
hombre senalando con su dedo directo a la camara juzgar juzgando
Juzgar, es una cosa que hacemos con mayor frecuencia de lo que creemos y es una cosa que puede llegar a causar gran cantidad de infelicidad
¿Cuánto tiempo pasas juzgando a los demás? Me gustaría ser capaz de sentarme aquí y escribir que soy una persona maravillosa, abierta, amorosa que no juzgo a nadie, pero ese no es el caso. ¡Yo también juzgo! Y me refiero a sentirme un juez. Y odio caer en eso una y otra vez.
Juzgar, es una cosa que hacemos con mayor frecuencia de lo que creemos y es una cosa que puede llegar a causar una gran cantidad de infelicidad dentro de la vida de cada uno de nosotros.
En ocasiones, cuando he caído en el juicio a veces ha sido hasta por cosas que creemos diminutas y que suelen pasar desapercibida... He juzgado la ropa de los demás, he juzgado las acciones de otros, lo que han dicho, lo que han callado, la forma en que han enfrentado "x" o "y" circunstancia de su vida...
Yo sé que todos hacemos esto en cierta medida, pero debemos evitarlo a toda costa. A pesar de nuestros mejores esfuerzos, seguimos juzgando a los demás. Puede ser que sea por cosas que creemos pequeñas, como un compañero de trabajo que tomó demasiado tiempo de pausa para el almuerzo. O puede ser que sea por cuestiones más grandes, como una persona que actúa de forma egoísta o hiere nuestros sentimientos.
Hay varias formas de acabar con esa mala acción de juzgar, y una de ellas es recurrir a la oración.
A continuación, una pequeña oración que rezo cada día y que me ha servido para evitar juzgar a los demas
Señor mío, quiero grabar en mi vida las leyes de tu amor, para que mi corazón sólo pueda moverse en una dirección: justicia, equidad, solidaridad, perdón, amor y misericordia.
Debo ser agradecido con todos los talentos que me has dado para ser un fiel imitador tuyo, tener tu Espíritu, ser un verdadero portador de tu bondad, que es compasivo, que no juzga ni condena, que siempre perdona y da a manos llenas.
No permitas que caiga en la tentación de juzgar y criticar a mis hermanos. Yo también me equivoco y fallo. Enséñame a descubrir en los demás lo mejor de cada uno, sus virtudes y sus buenas obras.
Ayúdame Señor, a olvidar con prontitud todo cuanto me han ofendido. Aparta de mí todo sentimiento negativo y de rencor, toda emoción negativa acumulada en mi corazón que causa resentimiento y malos deseos.
Oh Dios mío, quiero amar como Tú amas, perdonar como Tú perdonas. Quiero que me ayudes con la luz de santo Espíritu para poder lograrlo.
Líbrame de juzgar, de mirar las acciones de otros con soberbia y prepotencia, en vez de eso, hazme ver la miseria en mi interior, hazme ver que también estoy plagado de errores y los cometo con frecuencia
Regálame la capacidad de perdonar las personas que me hacen daño. Toca mi corazón para que siempre esté dispuesto a amar con libertad, sin prejuicios, a ser una persona alegre, feliz, que va construyendo un futuro mejor de acuerdo a tus leyes de vida.
Confío en tu bendición y en tu amor que en este momento derramas sobre mí y me ayuda a cambiar esas malas actitudes para afrontar los retos de cada día.
Gracias por tu amor y tu compañía que me hacen experimentar tu poderosa Verdad que va llenando mi vida y mi corazón con amor y tu misericordia, que me va librando de esos malos pensamientos hacia los demás, de esas críticas y juicios que entrego a la ligera.
Ven Señor y sopla con la fuerza de tu Espíritu para que me llenes de humildad, mansedumbre y caridad.
Amén.

He pensado en confesarme, ¿cómo se hace?


Las 5 condiciones para recibir el sacramento del perdón

Cristo hizo un milagro (Mc 2, 5-11; Mt 9, 2-7) para mostrar que tenía poder para perdonar los pecados. Y este poder, Él lo transmitió a Pedro y a los otros Apóstoles. A Pedro le dio el poder de las llaves (Mt 16, 19). Y Jesús resucitado les dijo a los apóstoles: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Jn 20, 22-23).
Esto muestra que Dios ha querido reconciliar consigo al ser humano, no solo a través de la obra redentora sino también con el perdón para reconducirlo por el camino de la salvación.
El perdón que Cristo confiere a través de la Iglesia es llamado “sacramento” porque es un signo instituido por Él para devolver la gracia divina al alma. El medio ordinario establecido por Él para el perdón de los pecados es la absolución del sacerdote.
La confesión o sacramento de la Penitencia o sacramento de la reconciliación es una oportunidad para impulsar la vida cristianaya sea recuperando la vida de gracia (que se pierde con el pecado mortal o grave), ya sea reforzándola (cuando sólo hay pecados veniales).
Quien toma la decisión de confesarse decide en el fondo tener la misma actitud del hijo pródigo que desea reconciliarse con el Padre al experimentar lo inconveniente que es estar lejos de Él.
Y esa persona diría lo mismo que el hijo pródigo cuando regresa a casa y le dice al Padre: “Padre he pecado contra el cielo y contra ti… ya no merezco llamarme hijo tuyo…” (Lc 15, 21).
¿Cuándo confesarse? Lo ideal es hacerlo con alguna frecuencia: una vez al mes, o cada dos meses, etc. La Iglesia, a través de su tercer precepto o mandamiento, pide comulgar por Pascua de resurrección o pascua florida; es la única comunión obligatoria (Canon 920; catecismo, 2042). Por tanto esto implica, como mínimo, una confesión al año para comulgar ‘dignamente’.
Lo dice el derecho canónico: “Todo fiel que haya llegado al uso de razón está obligado a confesar fielmente sus pecados graves al menos una vez al año” (Canon, 989).
Y este deseo de reconciliarse con Dios y con la Iglesia debe ir acompañado de una seria preparación según lo establecido por la Iglesia misma y no según los propios criterios humanos.
Antes que todo, antes de la confesión propiamente dicha, si la persona lleva muchos años sin confesión, lo mejor es establecer un encuentro previo con el sacerdote donde le exponga su situación personal, no solo para que lo asesore sino también para que le dedique un tiempo prudencial. El fiel tendrá la seguridad de que el sacerdote le acogerá y ayudará como un hermano en la fe.
Quien quiera recibir el perdón de Dios debe cumplir 5 condiciones.

1. Examen de conciencia

Se trata de recordar los pecados que se han cometido desde la última confesión bien hecha. Mirar cuáles han sido los pecados que se han cometido de pensamiento, de palabra, de obra y de omisión. El pecado no es sólo hacer el mal (de pensamiento, de palabra y de obra) pues también se hace el mal no haciendo el bien; es decir se puede pecar por omisión. Los pecados por omisión son los pecados cometidos por no pensar lo que se tenía que pensar, por no decir lo que se tenía que decir, y por no hacer lo que se tenía que hacer. Para hacer el examen de conciencia hay que confrontar la vida cristiana principalmente a la luz de los diez mandamientos de la ley de Dios y los preceptos de la Iglesia.

2. Contrición del corazón

Es experimentar un arrepentimiento sincero, es como llorar por haber ofendido a un Dios tan bueno. Es lo que también se llama acto de dolor sincero en el alma por el pecado cometido.

3.- Propósito de enmienda

Es hacer pues un propósito firme, serio y bien decidido de enmendarse, de enmendar (cambiar) la vida, de no volver a pecar y de evitar toda ocasión de pecado. Es el propósito de abandonar el pecado no sólo de manera genérica sino también romper con la situación de pecado que se ha cometido. Se trata de intentar no volver a cometer más los pecados que el fiel tendrá que confesar y de estar vigilantes para no cometer otros pecados nuevos.

4. Confesión de boca

Se trata de ir donde el sacerdote y decirle los pecados cometidos. No hay que tener vergüenza ni miedo de decirle todo al sacerdote confesor, pues entre otras cosas, hay que tener la absoluta seguridad de que el sacerdote guardará el sigilo sacramental. El confesor además no se escandalizará de nada y además recibirá con cariño y misericordia a todos los pecadores arrepentidos como si fueran el mismo Cristo, pues el sacerdote es Alter Christus.
Cuando le toque a la persona acercarse al sacerdote se santiguará y, de pie o de rodillas (según sea la costumbre), y espera el saludo del sacerdote quien dirá: “Ave María Purísima”. El fiel contestará: “Sin pecado concebida”. (Ritual de Penitencia, nº 16. 1975).
Luego el sacerdote preguntará: “¿Cuánto tiempo hace que no se confiesa?” Le responderá al sacerdote con sinceridad: “Hace tanto tiempo (el tiempo transcurrido desde la última confesión bien hecha) que no me he confesado. Cumplí (o no cumplí) la penitencia. No callé ningún pecado grave (o sí callé por ignorancia o por olvido algún pecado o más; en este caso confesarlos). Y desde entonces he cometido los siguientes pecados”.
Conviene añadir las circunstancias (agravantes o atenuantes) y las veces que se ha cometido cada pecado grave. Si no se recuerda el número exacto de veces se puede dar alguna aproximación. Y al final, cuando el feligrés ha creído que ha confesado todo, podrá decir: “Me acuso también y me arrepiento de todos los pecados que en mi vida pasada he confesado mal o he olvidado”.
No se puede callar ningún pecado ya sea por ignorancia o por un supuesto olvido o por vergüenza. Y para no olvidar los pecados (por nerviosismo) y por brevedad de tiempo o por agilidad se puede llevar una lista bien concreta que luego se podrá quemar, incluso como símbolo de que se rechaza el pecado.
Si se excluye a propósito algún pecado la confesión sería inválida o nula aunque el sacerdote haya dado la absolución.
Es importante no confesar los pecados de los demás ni decir lo bueno que se ha hecho. Si el feligrés confiesa todo se quedará con una gran paz en el alma, de lo contrario el remordimiento lo dejará intranquilo.

5. Satisfacción de obra (Cumplir la penitencia)

Muchos pecados causan daño al prójimo. Es preciso hacer lo posible para repararlo (por ejemplo, restituir las cosas robadas, restablecer la reputación del que ha sido calumniado, compensar las heridas). La simple justicia exige esto. 
Pero además el pecado hiere y debilita al pecador mismo, así como sus relaciones con Dios y con el prójimo. La absolución quita el pecado, pero no remedia todos los desórdenes que el pecado causó (cf Concilio de Trento: DS 1712). Liberado del pecado, el pecador debe todavía recobrar la plena salud espiritual. 
Por tanto, debe hacer algo más para reparar sus pecados: debe “satisfacer” de manera apropiada o “expiar” sus pecados. Esta satisfacción se llama también “penitencia” (Catecismo 1459).
Por tanto el sacerdote le dirá al feligrés qué penitencia tendrá que hacer para expiar su pecado, pecado que además tendrá que reparar, en el plano humano, por el daño causado.
Y conviene cumplir la penitencia cuanto antes. Si se ha olvidado no hay que tener miedo de volver otra vez al confesor para que se la recuerde.
Y si esto ya no es posible la persona puede hacer, con la intención de cumplir la penitencia, alguna obra penitencial o de caridad que le cueste algo y en la próxima confesión se le puede explicar al confesor lo que ha ocurrido.
Si la persona no entiende la penitencia o su razón de ser puede pedirle al sacerdote alguna explicación; e igualmente, si el penitente no puede cumplir la penitencia conviene igualmente decírselo al sacerdote para que éste imponga otra distinta.
Si la persona no está en disposición de confesarse cumpliendo a cabalidad todos estos cinco pasos es preferible que no se confiese.
Si la persona se confiesa mal, no sólo no recibirá el perdón de ningún pecado, sino que además añade otro pecado, aún más grave, que se llama sacrilegio.

Lecturas del Martes de la 5ª semana de Cuaresma

Martes, 9 de abril de 2019

Primera lectura

Lectura del libro de los Números (21,4-9):

EN aquellos días, desde el monte Hor se encaminaron los hebreos hacia el mar Rojo, rodeando el territorio de Edón.
El pueblo se cansó de caminar y habló contra Dios y contra Moisés:
«¿Por qué nos has sacado de Egipto para morir en el desierto? No tenemos ni pan ni agua, y nos da náuseas ese pan sin sustancia».
El Señor envió contra el pueblo serpientes abrasadoras, que los mordían, y murieron muchos de Israel.
Entonces el pueblo acudió a Moisés, diciendo:
«Hemos pecado hablando contra el Señor y contra ti; reza al Señor para que aparte de nosotros las serpientes».
Moisés rezó al Señor por el pueblo y el Señor le respondió:
«Haz una serpiente abrasadora y colócala en un estandarte: los mordidos de serpientes quedarán sanos al mirarla».
Moisés hizo una serpiente de bronce y la colocó en un estandarte. Cuando una serpiente mordía a alguien, este miraba a la serpiente de bronce y salvaba la vida.

Palabra de Dios

Salmo


Sal 101,2-3.16-18.19-21

R/. Señor, escucha mi oración, 
que mi grito llegue hasta ti


V/. Señor, escucha mi oración,
que mi grito llegue hasta ti;
no me escondas tu rostro
el día de la desgracia.
Inclina tu oído hacia mí;
cuando te invoco,
escúchame enseguida. R/.

V/. Los gentiles temerán tu nombre,
los reyes del mundo, tu gloria.
Cuando el Señor reconstruya Sión
y aparezca en su gloria,
y se vuelva a las súplicas de los indefensos,
y no desprecie sus peticiones. R/.

V/. Quede esto escrito para la generación futura,
y el pueblo que será creado alabará al Señor.
Que el Señor ha mirado desde su excelso santuario,
desde el cielo se ha fijado en la tierra,
para escuchar los gemidos de los cautivos
y librar a los condenados a muerte. R/.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Juan (8,21-30):

EN aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:
«Yo me voy y me buscaréis, y moriréis por vuestro pecado. Donde yo voy no podéis venir vosotros».
Y los judíos comentaban:
«¿Será que va a suicidarse, y por eso dice: “Donde yo voy no podéis venir vosotros”?».
Y él les dijo:
«Vosotros sois de aquí abajo, yo soy de allá arriba: vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. Con razón os he dicho que moriréis en vuestros pecados: pues, si no creéis que Yo soy, moriréis en vuestros pecados».
Ellos le decían:
«¿Quién eres tú?».
Jesús les contestó:
«Lo que os estoy diciendo desde el principio. Podría decir y condenar muchas cosas en vosotros; pero el que me ha enviado es veraz, y yo comunico al mundo lo que he aprendido de él».
Ellos no comprendieron que les hablaba del Padre.
Y entonces dijo Jesús:
«Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, sabréis que “Yo soy”, y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseñado. El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo; porque yo hago siempre lo que le agrada».
Cuando les exponía esto, muchos creyeron en él.

Palabra del Señor