domingo, 22 de mayo de 2016

¿Por qué será que Jesús le preguntó a Pedro tres veces si lo amaba? Mira la lección que podemos sacar de este pasaje para nuestra vida…


san pedro 2


Tras la Resurrección, Jesús confirmó a Pedro como el pastor universal de todo su rebaño, la Iglesia. Cuenta el evangelista san Juan que: “Después de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?» Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis corderos.»”(Jn 21,15).
Algunas veces el Señor le repitió esta pregunta a Pedro, y tres veces le dijo: “Apacienta mis corderos”. A ningún otro apóstol se le dijo esto.
Algunos Padres de la Iglesia vieron en esta triple confirmación de Pedro como “pastor del rebaño”, una manera de borrar esas tres veces que Pedro negó tristemente al Señor diciendo: “¡Yo no conozco a ese hombre!” (Mt 26, 72).Pero, por otro lado, esa triple repetición era también la forma solemne que el judío usaba en la confirmación de una misión. Ahí, Cristo daba a Pedro una misión especial, guiar en la Tierra a su rebaño “que él se adquirió con la sangre de su propio hijo” (Hch 20,28). Ahí, Jesús instituyó el primado de Pedro, el múnus petrino, la misión del Papa de confirmar la fe de los cristianos.
Es importante observar que, incluso después de que Pedro negara a Jesús, tres veces, aún así el Señor no le quitó la guía de su rebaño, pues ya lo había escogido para eso desde que Andrés, su hermano, se lo presentó por primera vez: “Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas – que quiere decir, “Piedra”” (Jn 1, 42). En la Biblia, cuando Dios cambia el nombre de alguien, es para darle una misión sagrada.
Siempre me ha impresionado mucho el hecho que Jesús mantuvo a Pedro al frente de la Iglesia, incluso después de la vejación de traicionarlo tres veces, en el momento en que Jesús más lo necesitó. ¿Por qué no puso a Juan al frente de la Iglesia, si Juan fue el único que se quedó ahí a los pies de su cruz con las mujeres? Tal vez Juan no fuera el líder necesario.
Esto muestra cómo es bueno el corazón de Jesús, cómo es diferente de nosotros. Ciertamente cualquiera de nosotros le diría a Pedro: “Ya no te quiero, me has traicionado…”. Pero Jesús es diferente, Él conoce cada alma humana y sabe que la carne es débil. Incluso frente a nuestro pecado Él no nos abandona, no nos anula y no nos rechaza. Su amor por nosotros es irrevocable. Él comprende nuestra miseria. San Juan Pablo II dijo que “seremos juzgados por un Dios que tiene un corazón humano”. Dios confía en nosotros sin secuelas, es decir, Él confía en nosotros y no se queda mirando lo que pasó. Esto es un gran consuelo para mí frente a mi miseria. Él sabe que no soy un “súper hombre”, que yo lucho para superar mis fallas con su gracia indispensable. Pienso que frente a todo eso, también debemos tomar una actitud de fe: no podemos quedarnos mirando nuestra miseria, necesitamos entregarla a Jesús.
Jesús dejó caer a Pedro vergonzosamente porque necesitaba sacar el orgullo y arrogancia del corazón de su apóstol, y ese fue el medio. ¿Cómo sabemos eso? San Lucas dice que la noche del jueves santo, la noche de la traición, Jesús oró por Pedro. “¡Simón, Simón! Mira que Satanás ha solicitado el poder cribaros como trigo; pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos” (Lc 22,31-32). Jesús sabía que Pedro sería tentado fuertemente y caería, pero Jesús rezó por él, para que él no se desesperara como Judas. Por eso él tuvo la gracia de llorar copiosamente su pecado y ser perdonado por el Maestro.
Cuando Jesús comenzó a decirle a los apóstoles que esa noche él sería traicionado, Pedro respondió orgullosamente: “Señor, estoy dispuesto a ir contigo hasta la cárcel y la muerte” (Lc 22, 33). A lo que Jesús respondió: “Te digo, Pedro: No cantará hoy el gallo antes que hayas negado tres veces que me conoces” (v. 34). Y se llevó a cabo la triple negación de Pedro. Dice san Lucas que en la casa de Caifás, “el Señor se volvió y miró a Pedro, y recordó Pedro las palabras del Señor, cuando le dijo: ‘Antes que cante hoy el gallo, me habrás negado tres veces’. Y, saliendo fuera, rompió a llorar amargamente.” (Lc 22, 61-62). Bastó la mirada de Jesús hacia Pedro…
Sin duda esta humillación de Pedro frente a su pecado, de su vejación, curó su orgullo y lo preparó para ser un “humilde siervo del Señor”, como dijo Benedicto XVI al ser elegido Papa. Sin la humildad no podemos servir a Dios como Él desea, pues Jesús dijo que “separados de mí no podéis hacer nada” (Jn 15, 5); y el orgullo nos impide hacer todo con Jesús, no hace olvidarnos de Él y actuamos sólo por nuestra cuenta.
Así, Jesús quebró la prepotencia de Pedro y lo preparó para la gran misión. Él sabe hacer de nuestras debilidades y caídas, una manera de hacer las correcciones necesarias en nosotros. He visto esto muchas veces en mi vida, y aún lo veo, gracias Dios.
La Carta a los Hebreos dice que “a quien ama el Señor, le corrige; y azota a todos los hijos que acoge. Sufrís para corrección vuestra. Como a hijos os trata Dios… en orden a hacernos partícipes de su santidad” (Hb 12, 6-10).
Nuestros pecados son como abono que Dios sabe usar para hacer crecer en nosotros las virtudes, de modo especial la humildad. Todos los que ejercen algún liderazgo en la Iglesia, sea obispo, sacerdote, diácono, laico o religioso, necesita reflexionar mucho sobre esto. A veces somos autosuficientes y masacramos a los demás sin darnos cuenta, como si nunca hubiéramos caído. Todos los santos aprendieron la humildad, y nosotros aprenderemos también como los apóstoles aprendieron.
Ellos vencieron y nosotros podemos vencer también. Todos nosotros llevamos un poco de los apóstoles en nosotros. Dejemos que el Señor nos corrija; no nos desanimemos.