viernes, 6 de abril de 2018

¿Por qué morir los viernes antes de las 23:59? (¡si es posible!)



Rosarios, escapularios... breve historia de estos objetos de devoción

Nos exigen tiempo, dedicación y quizás no combinen del todo bien con nuestra ropa, pero ¿cómo no consagrarnos a ellos si nos permiten admirar a Nuestra Señora y a Su Hijo divino hasta el fin de los tiempos?

Porque la Santísima Virgen lo obtiene todo de Dios: la medalla milagrosa

El 27 de noviembre de 1830, Catalina Labouré, religiosa de las Hijas de la Caridad en el número 140 de la rue du Bac, en París, ve a la Virgen María que se le aparece mientras está en oración.
La Virgen se encontraba de pie ante una figura oval, pisaba una serpiente y llevaba anillos de diferentes colores desde los que brotaban rayos de luz.
Alrededor de ella surgieron las palabras: “Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti”.
La Virgen dijo: “Es la imagen de las gracias que reparto sobre las personas que me las piden”, y para explicar los anillos de los que no surgían rayos, añadió: “Es la imagen de las gracias que han olvidado pedirme”.
Entonces la imagen pareció darse la vuelta, mostrando lo que ahora es el reverso de la medalla: rodeada de doce estrellas, una gran M, inicial de María, coronada con la Cruz. Debajo, dos corazones: el de Jesús, coronado de espinas, y el de María, atravesado por una espada.
Reprodução
Luego, Catalina escuchó la petición de la Santa Madre de Dios de llevar estas imágenes a su confesor para que las acuñara en medallas, puesto que “todos aquellos que la porten recibirán grandes gracias”.
La petición fue aprobada por el arzobispo de París y la medalla no tardó en hacerse extremadamente popular. Este feliz episodio que honra la ciudad de París animó al papa Pío IX a proclamar el 8 de diciembre de 1854 el dogma de la Inmaculada Concepción. 
Exhumado en 1933, el cuerpo incorrupto santa Catalina Labouré yace ahora en un relicario en el altar de la capilla de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa, al lado del cuerpo también incorrupto de santa Luisa de Marillac.

Para morir en estado de gracia e ir al cielo, a partir del sábado: el escapulario de Nuestra Señora del Monte Carmelo

La palabra escapulario viene del latín scapŭla, espalda. La Santísima Virgen es la Madre de todos los cristianos, y ¿acaso no es la principal tarea de una madre la de proteger la espalda de sus hijos?
Surgido en el siglo VII en la Orden de San Benito, el escapulario se compone de dos trozos de tela que cuelgan de la parte anterior y posterior del cuerpo, unidos a la altura de los hombros con unos cordones o bandas de tela.
Si la llevan religiosos, es más grande y parece una auténtica vestimenta; si la llevan laicos, toma la forma de una especie de collar.
Los dos pedazos de tela del escapulario laico o devocional están bordados, con representaciones del Sagrado Corazón de Jesús y del Corazón Inmaculado de María, respectivamente.
En 1251 en Cambridge, cuando el carmelita Simón Stock llamaba a la Santa Madre para que ayudara a su Orden oprimida, Ella se le apareció al amanecer rodeada de ángeles y cubierta de luz.
Vistiendo el hábito de la Orden del Carmelo, la Virgen le extiende con su mano una tela de color marrón que es el escapulario de la Orden, mientras le dice a Simón Stock: “Este será el privilegio para ti y todos los carmelitas; quien muriere con este hábito no padecerá el fuego eterno”.
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En 1317, el papa Juan XXII redacta la Bula Sabatina, después de una visión de la Virgen en la que le prometía acudir a liberar las almas del purgatorio al sábado siguiente de su defunción en caso de que, en el momento de su muerte y durante su vida, hubieran llevado fielmente el escapulario de Nuestra Señora del Monte Carmelo.
El capítulo 38 del Libro de la Vida de santa Teresa de Ávila parece apoyar la efectividad del privilegio sabatino: “Otro fraile de nuestra Orden, harto buen fraile, estaba muy malo y, estando yo en misa un sábado, me dio un recogimiento y vi cómo era muerto y subir al cielo sin entrar en purgatorio. Murió a aquella hora que yo lo vi, según supe después. Yo me espanté de que no había entrado en purgatorio. Entendí que por haber sido fraile que había guardado bien su profesión, le habían aprovechado las Bulas de la Orden para no entrar en purgatorio”. 
Parece ser que desde entonces se extendió la idea de que el sueño de los católicos es morir ¡un viernes a las 23:59!
Monseñor Leo de Goesbriand (1816-1899) hizo un hermoso comentario en relación al escapulario: “Allá donde esté, haga lo que haga, María no puede mirarme sin ver sobre mi cuerpo una prueba de mi devoción hacia Ella”.
Las promesas ligadas a nuestro final último son las más importantes que existen. Llevar el escapulario se asocia habitualmente a la promesa de rezar el rosario todos los días de la vida.

Para la conversión de los pecadores: el escapulario verde

Revelado por la Virgen a la hermana Justina Bisqueyburu, una religiosa que fue testigo de apariciones en 1840 en el mismo convento de la Capilla de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa, en el mencionado número 140 de la calle Bac en París. Este escapulario posibilita la conversión de los pecadores y ha sido objeto de dos aprobaciones sucesivas del papa Pío IX, en 1863 y luego en 1870.
Numerosas conversiones fueron posibles gracias a este escapulario, así que es una buena idea regalar un escapulario verde a un ser querido alejado de Dios, diciéndole simplemente que con él le protegerá la Virgen María.
Aunque los no creyentes refunfuñen mucho en contra de Dios, suelen ser bastante menos impetuosos cuando se trata de la Virgen.
Una vez que el sacramental esté en el bolsillo o en el monedero, la persona que, casi sin darse cuenta, ha dicho que sí a la Santa Virgen el aceptar el escapulario verde, no tardará mucho en ver su corazón convertido.
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Para todas las necesidades de la vida presente y futura: el rosario

150 salmos, 150 preces para san Pedro y 150 Ave Marías para la Santa Madre.
Compuesto de 5 series de 10 cuentas, que representan tradicionalmente los 5 misterios gloriosos, los 5 misterios dolorosos y los 5 misterios gozosos. Desde la Edad Media, el rosario viene siendo considerado como el arma más poderosa de los cristianos.
La práctica nació con la aparición de la Virgen a santo Domingo de Guzmán, por el año 1200, quien le pidió: “Reza mi Salterio y enséñalo a tus hombres. Esta oración nunca fracasará”.
El rezo de 150 avemarías ya era una práctica corriente desde el siglo XI, conocida con el nombre de Salterio de María, pensada para reducir la dificultad de rezar los 150 salmos de la Biblia.

Una práctica requerida regularmente por la Virgen

En 1846 en La Salette-Fallavaux, Francia, la Virgen aparece engalanada con 3 guirnaldas de rosas: las gozosas, dolorosas y gloriosas del rosario. Lo mismo sucedió en Pellevoisin en 1876.
En 1871 en Pontmain, Francia, durante el rezo de un rosario, María se engrandeció y las estrellas se multiplicaron.
En 1858, María se apareció 18 veces con un rosario en la mano.
En 1917 en Fátima, la Santísima Virgen pide 7 veces a los niños que recen el rosario todos los días.
© Jiri Hera / Shutterstock
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Las promesas de la Santa Virgen

  1. Aquellos que me sirvan con gran devoción rezando el Rosario, recibirán grandes gracias.
  2. Prometo mi protección especial y las mayores a aquellos que recen el Rosario.
  3. El Rosario es un arma poderosa para no ir al infierno: destruye los vicios, disminuye los pecados y nos defiende de las herejías.
  4. Hará florecer la virtud y las buenas obras; se otorgará la piedad de Dios para las almas, rescatará a los corazones de la gente de su amor terrenal y sus vanidades y los elevará hacia el deseo por las cosas eternas. De esta forma se santificarán las almas.
  5. El alma que se encomiende a mí por el rezo del Rosario no perecerá.
  6. Quien rece el Rosario con devoción y aplique en su vida los santos misterios, jamás será vencido por la desdicha. Dios no lo castigará en Su justicia, no tendrá una muerte violenta; si es justo, permanecerá en la gracia de Dios y tendrá la recompensa de la vida eterna.
  7. Los que sientan verdadera devoción por el Rosario no morirán sin los sacramentos de la Iglesia.
  8. Aquellos que en vida y en la hora de su muerte recen con gran fe el Santo Rosario encontrarán la luz de Dios y la plenitud de Sus gracias; en el momento de la muerte participarán en el paraíso por los méritos de los Santos.
  9. Libraré del purgatorio a los que sean devotos al Rosario.
  10. Los niños devotos al Rosario merecerán un alto grado de Gloria en el cielo.
  11. Obtendrán todo lo que Me pidan rezando el Rosario.
  12. Aquellos que propaguen mi Rosario serán asistidos por mí en sus necesidades.
  13. Mi Hijo Me ha concedido que todo aquel que se encomiende a Mí al rezar el Rosario tendrá como intercesores a toda la corte celestial en vida y a la hora de la muerte.
  14. Todos aquellos que recen el Rosario son Mis hijos y los hermanos de Mi único Hijo Jesucristo.
  15. La devoción a Mi Rosario es una gran señal de predestinación.
De modo que se conserve una similitud con un canto amoroso, san Luis María Grignion de Montfort aconsejaba en relación a la manera de rezar el rosario:
“Es una lástima ver cómo la mayoría de la gente reza el Rosario.Lo pronuncian con una precipitación sorprendente; incluso se comen parte de las palabras. Nadie querría realizar un cumplido de esta manera tan ridícula, ni al último de los hombres, ¡y creemos que Jesús y María se sentirán honrados así! (…) Después de esto, ¿es de extrañar que las más santas oraciones de la religión cristiana continúen sin casi ningún fruto; o de que, después de miles y miles de Rosarios rezados, no seamos más santos?”.


Viernes de la Octava de Pascua


Viernes de la Octava de Pascua


Libro de los Hechos de los Apóstoles 4,1-12. 
Mientras los Apóstoles hablaban al pueblo, se presentaron ante ellos los sacerdotes, el jefe de los guardias del Templo y los saduceos,
irritados de que predicaran y anunciaran al pueblo la resurrección de los muertos cumplida en la persona de Jesús.
Estos detuvieron a los Apóstoles y los encarcelaron hasta el día siguiente, porque ya era tarde.
Muchos de los que habían escuchado la Palabra abrazaron la fe, y así el número de creyentes, contando sólo los hombres, se elevó a unos cinco mil.
Al día siguiente, se reunieron en Jerusalén los jefes de los judíos, los ancianos y los escribas,
con Anás, el Sumo Sacerdote, Caifás, Juan, Alejandro y todos los miembros de las familias de los sumos sacerdotes.
Hicieron comparecer a los Apóstoles y los interrogaron: "¿Con qué poder o en nombre de quién ustedes hicieron eso?".
Pedro, lleno del Espíritu Santo, dijo: "Jefes del pueblo y ancianos,
ya que hoy se nos pide cuenta del bien que hicimos a un enfermo y de cómo fue curado,
sepan ustedes y todo el pueblo de Israel: este hombre está aquí sano delante de ustedes por el nombre de nuestro Señor Jesucristo de Nazaret, al que ustedes crucificaron y Dios resucitó de entre los muertos.
El es la piedra que ustedes, los constructores, han rechazado, y ha llegado a ser la piedra angular.
Porque no existe bajo el cielo otro Nombre dado a los hombres, por el cual podamos salvarnos".

Salmo 118(117),1-2.4.22-24.25-27a. 
¡Den gracias al Señor, porque es bueno,
porque es eterno su amor!
Que lo diga el pueblo de Israel:
¡es eterno su amor!

Que lo digan los que temen al Señor:
¡es eterno su amor!
La piedra que desecharon los constructores
es ahora la piedra angular.

Esto ha sido hecho por el Señor
y es admirable a nuestros ojos.
Este es el día que hizo el Señor:
alegrémonos y regocijémonos en él.

Sálvanos, Señor, asegúranos la prosperidad.
¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
Nosotros los bendecimos desde la Casa del Señor:
el Señor es Dios, y él nos ilumina».


Evangelio según San Juan 21,1-14. 
Jesús se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así:
estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos.
Simón Pedro les dijo: "Voy a pescar". Ellos le respondieron: "Vamos también nosotros". Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada.
Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él.
Jesús les dijo: "Muchachos, ¿tienen algo para comer?". Ellos respondieron: "No".
El les dijo: "Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán". Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla.
El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: "¡Es el Señor!". Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua.
Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla.
Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan.
Jesús les dijo: "Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar".
Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió.
Jesús les dijo: "Vengan a comer". Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: "¿Quién eres", porque sabían que era el Señor.
Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado.
Esta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos.