miércoles, 18 de mayo de 2016

¿Evangelizar en Internet? aquí algunas respuestas de expertos

imision
(iMisión, Madrid) Presentamos algunos videos de preguntas y respuestas rápidas sobre temáticas de la Evangelización en la cultura digital. Los videos fueron realizados por i-misión en el marco de su jornada de estudio y formación realizado en madrid el pasado mes de abril.

“El cambio se da en el corazón del hombre, no en las aplicaciones.”

Paulina Núñez argumenta cómo y por qué los smartphones y las tabletas pueden (y deben) ser aliados en la nueva evangelización.
– Taller y materiales disponibles en http://imision.org
– Entrevista realizada por:  https://twitter.com/tomasgalvanm

Ejemplos de buena reputación digital

Marga Cabrera, profesora en la Universidad Politécnica de Gandía, dio las claves para crear una buena marca personal en Internet.
Avisamos: no es cosa de un día
– Taller y materiales disponible en www.imision.org/ijornada
– Entrevista realizada por: https://twitter.com/tomasgalvanm

Evangelizar en Internet, una realidad con mucho corazón.

Soledad López asegura que la evangelización digital es ya una realidad y aconseja cómo llegar a nuestros seguidores.
Taller y materiales disponibles en http://imision.org
Entrevista realizada por: https://twitter.com/tomasgalvanm

¿Qué tienen en común los grandes proyectos católicos en la Red?

María González Zabal afirma que las iniciativas católicas también pueden triunfar en Internet.
Taller y materiales disponibles en http://imision.org/ijornada
Entrevista realizada por https://twitter.com/tomasgalvanm

¿Es mi amor verdadero? Qué pena cuando a los cristianos se les reconoce más por sus prohibiciones que por su forma de amarse


web-amistad-© Marko Vombergar - es


La señal por la que me conocerán es el amor. Hoy lo escuchamos: “La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros”.
No me reconocerán por respetar las normas litúrgicas, por cumplir ciertos preceptos morales, por tener un alma sin pecado, cosa muy improbable. La señal que me hará reconocible será la forma como ame a los demás. 
Me impresiona pensar en ello. Un amor que se ve. Gestos que se ven y dejan traslucir un amor verdadero. Un amor sagrado, un amor de Dios. ¿Es mi amor verdadero, auténtico, generoso? ¿Ven otros en mi amor que soy de Cristo? Dudo.
Creo que a los cristianos no se les reconoce hoy por su forma de amarse. Nos reconocen más a veces por nuestras prohibiciones, por los límites que le ponemos a la vida. No me gusta. Quiero que me reconozcan por una forma de amar que no es humana. 
¿Acaso es humano el amor de los mártires que perdonan al que les quita la vida? ¿O el amor de tantos santos que arriesgaron su vida sirviendo a los despreciados, a los enfermos, a los más abandonados?
Creo que mi amor ha de ser como ese amor de los santos. Un amor fruto del amor de Dios en mi vida. ¿Qué rasgos ha de tener ese amor?
El Papa Francisco cita a san Pablo en relación con el amor verdadero: “El amor es paciente, es servicial; el amor no tiene envidia, no hace alarde, no es arrogante, no obra con dureza, no busca su propio interés, no se irrita, no lleva cuentas del mal, no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Co 13,4-7).
Comenta el papa Francisco en la exhortación Amoris LaetitiaPablo quiere insistir en que el amor no es sólo un sentimiento, sino que se debe entender en el sentido que tiene el verbo amar’ en hebreo: es hacer el bienComo decía san Ignacio de Loyola, el amor se debe poner más en las obras que en las palabras. Así puede mostrar toda su fecundidad, y nos permite experimentar la felicidad de dar, la nobleza y la grandeza de donarse sobreabundantemente, sin medir, sin reclamar pagos, por el solo gusto de dar y de servir
Amar es hacer el bien. Es querer el bien de la persona amada. El verdadero amor busca la felicidad de aquel a quien amamos. No busca el propio interés. Aunque sea verdad que necesitamos amarnos antes para poder amar bien a los demás
Comenta el papa Francisco: “Una cierta prioridad del amor a sí mismo sólo puede entenderse como una condición psicológica, en cuanto quien es incapaz de amarse a sí mismo encuentra dificultades para amar a los demás”.
Si no soy generoso conmigo mismo, si no me quiero bien, si no me cuido, es difícil que pueda querer bien y cuidar a otros. El amor a los demás presupone el amor a uno mismo.
¿Cómo es el amor que me tengo? No soy egoísta cuando me cuido. Cuando me centro en lo que quiero, en mis planes, en mis sueños. El amor a uno mismo es un amor maduro que sienta las bases sólidas para poder amar bien a otros. Ese amor me sostiene, me mantiene firme.
Me amo como soy, en mi pobreza, en mi grandeza. Me amo en mis límites. Me quiero bien. Me cuido. Me respeto. Es un amor enaltecedor. Porque sé bien que cuando no me cuido a mí mismo es difícil que cuide bien a otros. Me desgasto descuidando lo que Dios me ha dado.
El amor a uno mismo no es egoísta. Es la base sobre la que construyo. El amor a mí mismo conlleva respeto, aceptación, alegría. La capacidad de gozarme en mi fragilidad. Disfrutar con mi vida como es y aceptarme sin pretender ser distinto.
Reconocer mis límites. Besar mis conquistas. Felicitarme por mis logros. Admirarme por los talentos que Dios ha sembrado en mi alma. Ser positivo. No perder en seguida la confianza. Saber ser objetivo en las pequeñas pérdidas. No amargarme ante la primera derrota.
Una actitud madura ante la vida. ¡Qué difícil resulta a veces ser maduro! El corazón se resiste. Nos volvemos exigentes. Tan duros e inflexibles que no aceptamos el más mínimo error o caída. Y entonces, ¡qué difícil no ser exigentes con los demás!
Amarnos a nosotros mismos es el punto de partida para poder amar bien a otros. Hoy falta mucho ese amor verdadero a la propia vida. La satisfacción por lo que vivimos. La alegría por saber que mi vida es maravillosa.
Claro que puede ser mejor. Pero me alegra como es. Con sencillez, con humildad.
El amor a los demás es la señal por la que me tienen que reconocer“Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como Yo os he amado, amaos también entre vosotros”. En el cenáculo. A punto de morir, les deja en palabras lo que han vivido con Él en la tierra.

¿Qué significa el escapulario? ¿Es sólo una moda? Mucha gente lo usa como amuleto o como una moda, pero ese no es su verdadero sentido


WEB-Scapular of Our Lady of Mount Carmel-Pedro Galdino-CC



Muchas personas usan el escapulario u otros objetos de devoción sin saber su verdadero significado, o incluso como un amuleto, algo mágico que “da suerte”, que libra del “mal de ojo” o algo parecido. Como si el verdadero sentido no viniese del corazón de quien usa tal o cual objeto, pues su verdadero significado es el de señalar algo que está en su interior, en su fe, en sus propósitos y en su conversión. Muchos usan cruces, medallitas, rosarios y escapularios de Nuestra Señora del Carmen como una moda, porque lo usa tal artista o tal telenovela.
Pero ¿cuál es el verdadero significado del escapulario?
El escapulario era un delantal usado por los monjes durante el trabajo, para no ensuciar la túnica. Colocado sobre las escápulas (hombros), el escapulario es una pieza del hábito que aún hoy usan los carmelitas.
Con el tiempo, se estableció un escapulario reducido para ser dado a los fieles laicos. De esa forma, quien lo usase podría participar de la espiritualidad del Carmelo y de las grandes gracias que están ligados a él; entre otras el privilegio sabatino.
En su bula llamada Sabatina, el Papa Juan XXII afirma que quienes usan el escapulario serán rápidamente librados de las penas del purgatorio el sábado que sigue a su muerte. Las ventajas del privilegio sabatino fueron confirmadas por la Sagrada Congregación de las Indulgencias, el 14 de julio de 1908.
El escapulario actual está hecho de dos cuadraditos de tejido marrón unidos por cordones, que tienen a un lado la imagen de Nuestra Señora del Carmen, y en la otra el Corazón de Jesús, o el escudo de la Orden del Carmen. Es una miniatura del hábito carmelita, por eso es de tela. Quien se reviste del escapulario pasa a formar parte de la familia carmelita y se consagra a Nuestra Señora. Así, el escapulario es un signo visible de la alianza con María.

¿Para qué sirve?
El escapulario es un signo exterior de devoción mariana, que consiste en la consagración a la Santísima Virgen María, por medio de la inscripción en la Orden Carmelita.
El escapulario del Carmen es un sacramental. Según el Vaticano II, es “un signo sagrado, según el modelo de los sacramentos, por medio del cual se obtienen efectos, sobre todo espirituales, que se obtienen por la intercesión de la Iglesia” (SC 60)
“La devoción del escapulario del Carmen hizo descender sobre el mundo una copiosa lluvia de gracias espirituales y temporales”. (Pío XII, 6/8/50)
La devoción al escapulario de Nuestra Señora del Carmen comenzó con la visión de san Simón Stock. Según la tradición, la Orden del Carmen atravesaba una fase difícil entre los años 1230-1250.
Recién llegada a Europa como nómada, expulsada por los musulmanes del Monte Carmelo, la Orden atravesaba un período crítico. Los frailes carmelitas encontraban fuerte resistencia por parte de otras órdenes religiosas. Eran hostilizados e incluso satirizados por su manera de vestir. El futuro de los carmelitas lo dirigió Simón Stock, hombre de fe y gran devoto de Nuestra Señora.
Es importante destacar algunas actitudes que deben ser asumidas por quien se reviste de este signo mariano:

  • Colocar a Dios en primer lugar en su vida y buscar siempre realizar Su voluntad.
  • Escuchar la Palabra de Dios en la Biblia y practicarla en la vida.
  • Buscar la comunión con Dios por medio de la oración.
  • Abrirse al sufrimiento del prójimo, solidarizándose con él en sus necesidades, procurando solucionarlas.
  • Participar con frecuencia de los sacramentos de la Iglesia, de la Eucaristía y de la confesión.

Tomado y adaptado del original escrito por el Padre Luizinho en Cançáo Nova

[TEXTO COMPLETO] Homilía del Papa Francisco en la Santa Misa de Pentecostés


El Papa Francisco en la Misa de Pentecostés. Foto: Daniel Ibáñez / ACI PRensa

VATICANO,  (ACI).- En la Basílica de San Pedro del Vaticano, el Papa Francisco presidió la Santa Misa de la Fiesta de Pentecostés, en la que -50 días después de Pascua- se celebra el envío del Espíritu Santo.
En su homilía, el Pontífice habló recordó que todo hombre es hijo de Dios, y dijo: “El Espíritu es dado por el Padre y nos conduce al Padre. Toda la obra de la salvación es una obra que regenera, en la cual la paternidad de Dios, mediante el don del Hijo y del Espíritu, nos libra de la orfandad en la que hemos caído”.
A continuación, la homilía completa del Papa:
La misión de Jesús, culminada con el don del Espíritu Santo, tenía esta finalidad esencial: restablecer nuestra relación con el Padre, destruida por el pecado; apartarnos de la condición de huérfanos y restituirnos a la de hijos.
El apóstol Pablo, escribiendo a los cristianos de Roma, dice: «Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios. Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: ¡Abba, Padre!» (Rm 8,14-15). He aquí la relación reestablecida: la paternidad de Dios se reaviva en nosotros a través de la obra redentora de Cristo y del don del Espíritu Santo.
El Espíritu es dado por el Padre y nos conduce al Padre. Toda la obra de la salvación es una obra que regenera, en la cual la paternidad de Dios, mediante el don del Hijo y del Espíritu, nos libra de la orfandad en la que hemos caído. También en nuestro tiempo se constatan diferentes signos de nuestra condición de huérfanos: Esa soledad interior que percibimos incluso en medio de la muchedumbre, y que a veces puede llegar a ser tristeza existencial; esa supuesta independencia de Dios, que se ve acompañada por una cierta nostalgia de su cercanía; ese difuso analfabetismo espiritual por el que nos sentimos incapaces de rezar; esa dificultad para experimentar verdadera y realmente la vida eterna, como plenitud de comunión que germina aquí y que florece después de la muerte; esa dificultad para reconocer al otro como hermano, en cuanto hijo del mismo Padre; y así otros signos semejantes.
A todo esto se opone la condición de hijos, que es nuestra vocación originaria, aquello para lo que estamos hechos, nuestro «ADN» más profundo que, sin embargo, fue destruido y se necesitó el sacrificio del Hijo Unigénito para que fuese restablecido. Del inmenso don de amor, como la muerte de Jesús en la cruz, ha brotado para toda la humanidad la efusión del Espíritu Santo, como una inmensa cascada de gracia. Quien se sumerge con fe en este misterio de regeneración renace a la plenitud de la vida filial.
«No os dejaré huérfanos». Hoy, fiesta de Pentecostés, estas palabras de Jesús nos hacen pensar también en la presencia maternal de María en el cenáculo. La Madre de Jesús está en medio de la comunidad de los discípulos, reunida en oración: es memoria viva del Hijo e invocación viva del Espíritu Santo. Es la Madre de la Iglesia. A su intercesión confiamos de manera particular a todos los cristianos, a las familias y las comunidades, que en este momento tienen más necesidad de la fuerza del Espíritu Paráclito, Defensor y Consolador, Espíritu de verdad, de libertad y de paz.
Como afirma también san Pablo, el Espíritu hace que nosotros pertenezcamos a Cristo: «El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo» (Rm 8,9). Y para consolidar nuestra relación de pertenencia al Señor Jesús, el Espíritu nos hace entrar en una nueva dinámica de fraternidad. Por medio del Hermano universal, Jesús, podemos relacionarnos con los demás de un modo nuevo, no como huérfanos, sino como hijos del mismo Padre bueno y misericordioso. Y esto hace que todo cambie.
Podemos mirarnos como hermanos, y nuestras diferencias harán que se multiplique la alegría y la admiración de pertenecer a esta única paternidad y fraternidad.

Miércoles de la séptima semana del tiempo ordinario


Epístola de Santiago 4,13-17. 

Y ustedes, los que ahora dicen: "Hoy o mañana iremos a tal ciudad y nos quedaremos allí todo el año, haremos negocio y ganaremos dinero",
¿saben acaso qué les pasará mañana? Porque su vida es como el humo, que aparece un momento y luego se disipa.
Digan más bien: "Si Dios quiere, viviremos y haremos esto o aquello".
Ustedes, en cambio, se glorían presuntuosamente, y esa jactancia es mala.
El que sabe hacer el bien y no lo hace, comete pecado.



Salmo 49(48),2-3.6-7.8-9.11. 
Oigan esto, todos los pueblos;
escuchen, todos los habitantes del mundo:
tanto los humildes como los poderosos,
el rico lo mismo que el pobre.

¿Por qué voy a temer
en los momentos de peligro,
cuando me rodea la maldad de mis opresores,
de esos que confían en sus riquezas

y se jactan de su gran fortuna?
No, nadie puede rescatarse a sí mismo
ni pagar a Dios el precio de su liberación,
el precio de su rescate es demasiado caro,

y todos desaparecerán para siempre.
Cualquiera ve que mueren los sabios;
necios e ignorantes perecen por igual,
y dejan a otros sus riquezas:




Evangelio según San Marcos 9,38-40. 
Juan le dijo a Jesús: "Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre, y tratamos de impedírselo porque no es de los nuestros".
Pero Jesús les dijo: "No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí.
Y el que no está contra nosotros, está con nosotros.