domingo, 30 de diciembre de 2018

La oración del Papa Francisco al Niño Jesús



Papa Francisco al Niño Jesús: Quiero llegar a Belén, porque allí me esperas y darme cuenta que, recostado en un pesebre, eres Pan de mi vida

Celebrando la Misa durante la noche en la Nochebuena en la Basílica de San Pedro, el Papa Francisco nos ha dejado un mensaje muy enriquecedor en la que nos dijo que "el nacimiento de Jesús en un pesebre nos enseña a compartir nuestras vidas con nuestros hermanos y hermanas necesitados", y que "En Belén, descubrimos que Dios no se lleva la vida, sino que la da".
"En Belén, descubrimos que la vida de Dios puede entrar en nuestros corazones y habitar allí. Si damos la bienvenida a ese regalo, la historia cambia, comenzando por cada uno de nosotros".
Un mensaje inspirador del Papa Francisco para todo el pueblo cristiano sin duda alguna, en donde puso de manifiesto además el contraste del consumismo de estas fechas con el verdadero significado de la Navidad. Al respecto de esto, indicó:
"En nuestros días, para muchas personas, el significado de la vida se encuentra en poseer, en tener un exceso de objetos materiales. Una codicia insaciable marca toda la historia humana, incluso hoy, cuando, paradójicamente, algunos cenan exuberantemente mientras que demasiados se quedan sin el Pan diario necesario para sobrevivir".
Pero para los que acogen el nacimiento de Jesús y se esfuerzan por seguirlo, el centro de la vida ya no es "mi ego voraz y egoísta", sino el que nace y vive por amor".
Al terminar su homilía, el Papa Francisco quiso dejarnos unas bellas palabras dirigidas al Niño Dios la cual todos nosotros podemos hacer eco.

La oración del Papa Francisco al Niño Jesús

"Quiero llegar a Belén, Señor, porque allí me esperas. Quiero darme cuenta de que tú, recostado en un pesebre, eres el pan de mi vida.
Necesito de la fragancia tierna de tu amor, de manera que yo pueda ser también, pan partido para el mundo.
Llévame sobre tus hombros, Buen Pastor; amado por ti, yo también podré ser capaz de amar a mis hermanos y hermanas y llevarlos de la mano.
Entonces será Navidad, cuando pueda decirte: "Señor, tú lo sabes todo; Tú sabes que te amo".
Papa Francisco. Extracto de la homilía en la Misa de Navidad. 24 de diciembre de 2018

10 regalos de Navidad que no cuestan un centavo


¿Te atreves a hacerlos?

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Cuando llega el mes de diciembre, muchos nos preguntamos qué podemos dar a nuestros seres queridos. Son muchos los detalles de amor y de conversión los que podemos entregar, estos valen mucho más que un regalo costoso.
«La Navidad es un acontecimiento que se renueva en cada familia, en cada parroquia, en cada comunidad que acoge el amor de Dios encarnado en Jesucristo. Como María, la Iglesia muestra a todos la «señal» de Dios: el niño que ella ha llevado en su seno y ha dado a luz, pero que es el Hijo del Altísimo, porque «proviene del Espíritu Santo» (Mt 1,20). Por eso es el Salvador, porque es el Cordero de Dios que toma sobre sí el pecado del mundo (cf. Jn 1,29). Junto a los pastores, postrémonos ante el Cordero, adoremos la Bondad de Dios hecha carne, y dejemos que las lágrimas del arrepentimiento llenen nuestros ojos y laven nuestro corazón. Todos lo necesitamos» (Papa Francisco).
Aquí les dejamos una pequeña lista que esperamos sea de mucho provecho en este tiempo 🙂

1. Regala tu perdón sin reparo

perdon

Regálalo por tu propia paz interior. Hay quienes te pueden haber hecho daño, y no sin querer, sino apropósito, sólo por ver cómo sufrías. Pues aún a ellos perdónalos. Y, aunque no tengas la culpa, pídeles perdón, es la única forma de vivir en paz.
Cuando Jesús afirma en Mt. 5, 38-48: «Ustedes han oído que antes se dijo: “Ojo por ojo y diente por diente”. Pero yo les digo: No resistas al que te haga algún mal; al contrario, si alguien te pega en una mejilla, ofrécele también la otra». Él no está hablando con metáforas, ése es el modo en que Dios nos ama, ésa es la manera en que debemos aprender a amar a todos; es difícil pero hay que hacerlo, si queremos acercarnos a nuestro modelo que es Cristo.

2. Regala tu oración frecuente

rezar
No hay mejor manera de demostrar nuestro amor por alguien que rezando por él. Así ponemos a las personas que amamos en las manos de nuestro Padre.
Encomendémoslas a Cristo y a la santa Virgen, concentrándonos con intensidad en la oración, sintiendo en nuestra alma cada palabra, y sintiendo, sobre todo, que tenemos a Cristo y a la Virgen delante de nosotros, escuchándonos, recibiendo y tomando en cuenta cada frase que sale de nuestros labios. Confiémonos a Cristo, pongamos a nuestros seres queridos en su Corazón, hablémosle, con suma confianza, como un pequeño niño que se dirige a su padre.

3. Regala tu dedicación y aprecio

aprecio
Hace poco, le pregunté a una amiga muy querida cuál sería el mejor regalo de Navidad y me dijo, ante mi asombro: «Un poema o un dibujo, un escrito, una tarjeta navideña, unos dulces caseros, un tejido, una pequeña escultura o un ramo de flores que hayan recogido para mí».
En verdad lo que más esperan nuestros seres queridos no es un regalo costoso, sino un obsequio que refleje nuestro aprecio y amor por ellos, algo que diga cuánto los amamos. Nadie se fija en cuánto has gastado, sino en cuánto de tu alma has dejado impregnada en el obsequio. Al fin y al cabo, nuestros familiares y amigos esperan algo muy personal, que diga también con qué profundidad los conocemos.

4. Regala un: «Te quiero»

quiero
Muchos de nosotros sabemos exactamente quiénes son esas personas imprescindibles en nuestras vidas, sin cuyas sonrisas, mensajes, compañía o afecto se nos haría muy difícil resistir.
Ellos están ahí justo en los momentos en los que sufres y lloras, en los que estás enfermo o decaído, también celebran contigo cuando has conseguido algo que ha marcado tu vida. Pero, aunque les agradecemos siempre, ¿cuándo les hemos dicho: «Te quiero»? ¡Qué difícil es decirlo, aún a nuestros propios padres y hermanos que conocemos de toda la vida! Y, sin embargo, no hay nada que alegre más a un ser humano que el saber y sentir que es importante en la vida de los demás.

5. Regala tu tiempo

tiempo
Uno de los regalos más preciosos que Dios nos ha dado es el tiempo. Es un regalo que debe ser bien administrado, no hay nada más valioso que el tiempo que dedicamos a los demás, no solo a servirlos, sino a a acompañarlos. La generosidad empieza por la disposición de entregarlo. Nunca olvidemos que: los actos de amor cubren multitud de pecados.
Te dejamos algunas sugerencias para servir con nuestro tiempo: Escuchar al hermano que nos cuenta sus problemas, escuchar a un amigo enfermo que nos explica sus dolores, esperar pacientemente a los doctores, dentistas, las luces rojas, etc., dar algún tiempo para la edificación espiritual de alguien, darse el tiempo de felicitar a alguien por un trabajo bien hecho, etc.

6. Regala humildad

humildad
Con frecuencia estamos ávidos de honores y reconocimiento, queremos que los demás sepan y valoren cada esfuerzo que hemos llevado a cabo, por lo que publicamos a bombo y platillo, a los cuatro vientos, todo cuanto ha ocurrido de grandioso en nuestras vidas, con la esperanza de que así nuestros amigos y familiares nos amen más.
Pero, ¿qué tal si desde ahora, aunque nos cueste, nos guardamos nuestras ansias de “fama” y aprecio? Lo que sea que hayas hecho de bueno, Dios ya lo sabe y es su reconocimiento lo único que te debe importar. Siéntete dichoso de que Él te valore en la justa medida, y que ningún sacrificio tuyo, por pequeño que sea, escapa a su mirada.

7.  Regala tu compañía

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A veces, cuando el lazo que te une a otro ser es muy fuerte, no es necesario decir nada, pues ambos se entienden solo con gestos. A veces lo único que necesitamos saber es que no estamos solos, que alguien más se preocupa por nosotros y desea nuestro bienestar, porque nos ama, y nuestro bien es el suyo.
Pero nuestra silenciosa compañía es lo único que desea una persona que pasa por una enfermedad muy grave o que acaba de perder a alguien importante. Porque, ¿qué podemos decir en momentos así?, ¿cómo consolar al otro, salvo con nuestra presencia y con nuestras oraciones?

8. El regalo de ceder en una discusión

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No puede haber peleas si no hay dos que quieran pelear. Una vez le pregunté a un amigo, que llevaba ya diez años de casado, cómo hacía para tener un matrimonio exitoso, y me dijo, sonriendo: «Aunque yo tenga la razón, se la concedo con gusto a mi esposa.
Sé muy bien que si seguimos discutiendo, nos diremos mil palabras hirientes y no quiero eso. Por lo que casi siempre soy yo quien abandona la lucha». Si la mansedumbre fuese nuestra bandera, nos ahorraríamos muchísimos disgustos.

9. Ponte siempre en el lugar del otro

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Ponte siempre en el lugar del otro y pregúntate por qué ha actuado o hablado de tal modo, pregúntate también cómo reaccionaría él o ella si haces o dices lo que tienes en mente. Antes de responder o actuar, regálale tu calma o mantente en silencio sin que lances palabras duras y desdeñosas, de las que luego te arrepentirás. Las palabras no vuelven; podrán perdonar lo que digas, pero nunca lo olvidarán. Lo mismo ocurre con nuestros actos.

10. Regálale tu tiempo a Jesús

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Si te sientes débil, busca a Jesús en el Santísimo, salúdalo, cuéntale todas tus penas y alegrías, dale las gracias por los dones recibidos y pídele todo aquello que tu corazón anhela (Él te dará consejo). Quédate en silencio sintiendo su presencia y su amor y, si lo necesitas, llora frente a Él. Pídele también perdón por tus faltas y dile cuánto lo quieres. Él se sentirá feliz y tú te sentirás como una persona nueva.


Lecturas del Domingo de la Sagrada Familia: Jesús, María y José - Ciclo C

Primera lectura

Lectura del libro del Eclesiástico (3,2-6.12-14):

El Señor honra más al padre que a los hijos y afirma el derecho de la madre sobre ellos.
Quien honra a su padre expía sus pecados, y quien respeta a su madre es como quien acumula tesoros.
Quien honra a su padre se alegrará de sus hijos y cuando rece, será escuchado.
Quien respeta a su padre tendrá larga vida, y quien honra a su madre obedece al Señor.
Hijo, cuida de tu padre en su vejez y durante su vida no le causes tristeza.
Aunque pierda el juicio, sé indulgente con él y no lo desprecies aun estando tú en pleno vigor.
Porque la compasión hacia el padre no será olvidada y te servirá para reparar tus pecados.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 127,1-2.3.4-5

R/. Dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos.

V/. Dichoso el que teme al Señor
y sigue sus caminos.
Comerás del fruto de tu trabajo,
serás dichoso, te irá bien. R/.

V/. Tu mujer, como parra fecunda,
en medio de tu casa;
tus hijos, como renuevos de olivo,
alrededor de tu mesa. R/.

V/. Ésta es la bendición del hombre
que teme al Señor.
Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses (3,12-21):

Hermanos:
Como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia.
Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro.
El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo.
Y por encima de todo esto, el amor, que es el vínculo de la unidad perfecta.
Que la paz de Cristo reine en vuestro corazón: a ella habéis sido convocados en un solo cuerpo.
Sed también agradecidos. La Palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente.
Cantad a Dios, dando gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados.
Y todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre del Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.
Mujeres, sed sumisas a vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas. Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso agrada al Señor.
Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan el ánimos.

Palabra de Dios

Evangelio

Evangelio según san Lucas (2,41-52, del domingo, 30 de diciembre de 2018
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Lectura del santo evangelio según san Lucas (2,41-52)

Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua.
Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres.
Estos, creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo.
Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba.
Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre:
«Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados».
Él les contestó:
«¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?».
Pero ellos no comprendieron lo que les dijo.
Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos.
Su madre conservaba todo esto en su corazón.
Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres.

Palabra del Señor