sábado, 4 de febrero de 2017

Quinto Domingo del tiempo ordinario ( Fin de semana 4 y 5 de Febrero)


Libro de Isaías 58,7-10. 

Compartir tu pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo; cubrir al que veas desnudo y no despreocuparte de tu propia carne.
Entonces despuntará tu luz como la aurora y tu llaga no tardará en cicatrizar; delante de ti avanzará tu justicia y detrás de ti irá la gloria del Señor.
Entonces llamarás, y el Señor responderá; pedirás auxilio, y él dirá: "¡Aquí estoy!".
si ofreces tu pan al hambriento y sacias al que vive en la penuria, tu luz se alzará en las tinieblas y tu oscuridad será como el mediodía.

Salmo 112(111),4-5.6-7.8-9. 
Para los buenos brilla una luz en las tinieblas:
es el Bondadoso, el Compasivo y el Justo.
Dichoso el que se compadece y da prestado,
y administra sus negocios con rectitud.

El justo no vacilará jamás,
su recuerdo permanecerá para siempre.
No tendrá que temer malas noticias:
su corazón está firme, confiado en el Señor.

Su ánimo está seguro, y no temerá,
hasta que vea la derrota de sus enemigos.
Él da abundantemente a los pobres:
su generosidad permanecerá para siempre,

y alzará su frente con dignidad.

Carta I de San Pablo a los Corintios 2,1-5. 
Hermanos, cuando los visité para anunciarles el misterio de Dios, no llegué con el prestigio de la elocuencia o de la sabiduría.
Al contrario, no quise saber nada, fuera de Jesucristo, y Jesucristo crucificado.
Por eso, me presenté ante ustedes débil, temeroso y vacilante.
Mi palabra y mi predicación no tenían nada de la argumentación persuasiva de la sabiduría humana, sino que eran demostración del poder del Espíritu,
para que ustedes no basaran su fe en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.

Evangelio según San Mateo 5,13-16. 
Jesús dijo a sus discípulos:
Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres.
Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña.
Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa.
Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo. 

¿Te lo has preguntado? Por qué algunos reciben tanto de Dios y otros parece que no?

Desde pequeño he percibido la dulce presencia de Dios en mi vida. Le hiciera caso o no, Él siempre estuvo allí, a mi lado, conmigo. Es un padre extraordinario. Me consta. Sé que no he sido el mejor hijo y que, sí se puede decir de esta forma, le he causado muchos dolores de cabeza.
Él me ha enseñado a confiar y me ha mostrado sus caminos. Y no sólo a mí. A todos sus hijos.  Basta que abras la santa Biblia y te sumergirás en una aventura extraordinaria.
“Haz, Señor, que conozca tus caminos, muéstrame tus senderos. En tu verdad guía mis pasos, instrúyeme, tú que eres mi Dios y mi Salvador. Te estuve esperando todo el día, sé bueno conmigo y acuérdate de mí.” (Salmo 25, 4-5)
Por naturaleza tengo curiosidad por las cosas de Dios, trato de conocerlo para comprenderlo y amarlo. No me explico su gratuidad, su amor por nosotros a pesar de todo lo que hacemos.
Un día caminaba distraído pensando en estas cosas y de pronto vi a un hombre sentado en una esquina, pidiendo limosna a los transeúntes. Me acerqué a él, con este pensamiento: “El pobre es Cristo”. Le sonreí, conversé con él.De pronto pensé: “¿Por qué te da la impresión que a algunas personas Dios les da todos y a otras no? Si lo piensas todos somos sus hijos. ¿Existirá un motivo para esto?”
Pasé meses buscando una respuesta, leyendo libros, orando, reflexionando. Hablé con un sacerdote amigo sobre esta inquietud y sabiamente me sugirió: “Esta es  una respuesta que debes hallar por ti mismo”.
Un día estaba en Misa en el Santuario Nacional del Corazón de María. De pronto Dios respondió mis plegarias. Fue algo súbito inesperado.  Vi la respuesta frente a mí como un libro abierto. No puedes  imaginar mi alegría, ¡no me lo creía! Conduje lo más rápido que pude de vuelta a mi casa y me encerré en el cuarto. No dejaba de escribir una palabra tras otra.  Cuando me levanté  había terminado el libro. He perdido la cuenta de las ediciones que lleva en Panamá, Guatemala y otros países, o de los testimonios de los lectores que se han sentido tocados de alguna manera.
Como sabes, a todo el que me cuenta estas maravillas que Jesús ha hecho en su vida, le recomiendo ir y agradecer a Aquél que lo ha hecho todo, al buen Jesús en el sagrario. Y de paso le pido: “salúdalo de mi parte”.
Ayer recibí este Email:
“Le escribo desde Monterrey, México.  Y buscando otras cosas he dado con su blog en Aleteia, y me ha llamado mucho la atención su libro “El Gran Secreto”. Pero no lo he podido encontrar en librerías en mi país”.
Me dio una idea genial, compartir el “El Gran Secreto”. para todos los que deseen leerlo. Y aquí está,  en este enlace. Rezo para que te sirva. Reza por mí.
Qué bueno es Dios nuestro PADRE.

Ser feliz en el sufrimiento ¿Cuál es tu bienaventuranza?


Ser feliz en el sufrimiento




Siempre las bienaventuranzas me han dado alegría. Son un recorrido por la vida del hombre que sufre. Del hombre que llora. Del que tiene hambre y sed de justicia. Del hombre perseguido por el nombre de Cristo. Del que es insultado y calumniado de forma injusta.
Todo el dolor concentrado ante sus ojos. Tanto dolor cargado en las manos, en el pecho de tantas vidas que sufren. Jesús tiene compasión de todos ellos. Se compadece del hombre débil que carga una carga imposible.
Me gusta la mirada de Jesús sobre mi vida. Se conmueve. Se compadece. Me mira con una misericordia infinita. Miro mi alma, la pobreza más profunda, la del despojo de todo. Miro mi sed y mi hambre. Escucho el grito que brota en mi alma. Me detengo en mi tristeza. ¿Por qué lloro yo? ¿Qué me falta?
Llega Dios, para tocarme, para consolarme. Jesús me llama dichoso, feliz, bienaventurado. Es una paradoja. Mis lágrimas me harán feliz porque me consolarán. Y el consuelo que trae Jesús es un consuelo que sana.
Lo que Jesús me dice es que le importan mi dolor, mi pequeña vida, mis intereses, mi pobreza, mi hambre. No tanto mis logros. Me muestra un Dios que no exige, que sólo da. Tiene un corazón inmenso en el que quepo. Tal como soy. Desde mi realidad. En mi pecado.
No tengo que ser perfecto. Puedo estar sufriendo y Él me sostiene. Ha salido a buscarme a los caminos, a los montes. Y me dice que estoy llamado a ser feliz. Que tengo derecho a ser feliz. Pase lo que pase. Aunque esté triste.
Nos volvemos tristes si no logramos que alguien nos quiera, o si no tenemos algo necesario para desarrollarnos, o si nos frustramos. Nos ponemos tristes porque se nos va un objeto muy preciado, o perdemos algo, un ser muy querido, o la familia que soñamos, o el trabajo, la salud, o la memoria, los recuerdos, la vida[1].
Hay muchas razones que me hacen vivir una vida infeliz. Sufro. Me entristezco. Por la pérdida, por el dolor. No quiero sufrir más. Jesús me dice hoy que quiere que sea feliz. Que no sufra por cosas poco importantes. Que ante las importantes confíe más en sus manos sosteniéndome.
Y me dice cosas que me sorprenden. Su mensaje me parece una contradicción. ¿Cómo va a ser feliz el que llora, el perseguido, el calumniado? Normalmente me afecta lo que pasa a mi alrededor. No soy feliz cuando lloro, cuando experimento el odio y el rechazo.
En mi angustia no soy feliz. Vivo tenso, nervioso. Escucho los juicios de los hombres y me importan. Imagino el juicio de Dios sobre mi vida, y me importa. Deseo un cielo que no llega.
Las palabras de Jesús están llenas de misterio. Me las dirige a mí. Soy yo quien está llamado a ser feliz en mi sufrimiento. No sin dolor. No lo entiendo.
Es verdad que me gustaría vivir esa felicidad en la tierra en medio de la tribulación. Cuando las cosas no funcionan. Cuando fracaso y no logro el éxito. Cuando pierdo y no tengo lo que deseo. Cuando no poseo las estrellas infinitas que anhelo.
Tengo un instinto de felicidad que despierta en mi alma el deseo de ser feliz aquí y ahora. Pero muchas cosas atadas a mi corazón no me dejan ser feliz. Sé que si lo pido Dios eliminará en mí lo que me quita la paz.
Decía el padre José Kentenich: “El Espíritu extirpará lo enfermo y desechará lo falso; pero preservará y potenciará lo sano. Dios nos creó y sabe lo que nos hace falta[2].
Dios sabe lo que me hace falta. Aunque yo me empeñe en decidir mi camino de felicidad. ¿La felicidad que me promete es sólo para la vida eterna? No quiero que sea así. Quiero una felicidad en mitad de mi camino. No encomendarme sólo a ese paraíso que sueño y da sentido a mis pasos.
Cuando lloro quiero ser feliz. Cuando me insultan quiero tener a Jesús en el centro y descansar. Cuando me calumnian y rechazan. Cuando me atacan y descalifican. Cuando se ríen de mí y no cuentan conmigo. Quiero vivir alegre y contento.
Es un don de Dios. Una gracia que me puede conceder. Mi tesoro es mi pobreza. Mi felicidad es mi tristeza. Soy mirado y amado profundamente en lo que soy, en lo que vivo, en lo que me falta. Así me imagino yo en medio de esa muchedumbre en la montaña. Mirado por Jesús.
Pienso en la bienaventuranza que diría mirándome a los ojos. La mía.
Me gusta la bienaventuranza de ser pobre, porque la promesa es en presente. Es la única. Y yo, quiero estar con Jesús ahora, cada día, desde mi barro pobre. En mi pobreza. Cuando estoy vacío. Cuando no tengo nada en qué sostenerme. Él me sostiene. Es el camino más humano.
Dios consuela mis lágrimas, sacia mi sed. No estoy solo. Él va a mi lado. Quiero aprender a descentrarme para que Jesús esté en el centro. No deseo vivir pensando en mi yo. En lo que me hace falta a mí para tener paz.
“Las preocupaciones nos vuelven como referencia a nosotros mismos. Expresan mi preocupación, mi carga que tengo que arrastrar. El cambio es el que nos lleva de la referencia al yo a la referencia a Dios. La referencia al tú. Volverse hacia Dios[3].
La única forma de ser feliz en medio de mi vida es mirar más a Jesús. ¿Cuál es mi bienaventuranza? No mi tarea, sino mi regalo. En medio de mi miseria miro a Jesús. Él es el centro de mi vida. Guardo con cariño mi bienaventuranza.
[1] Edgardo Riveros Aedo, Focusing desde el corazón y hacia el corazón
[2] J. Kentenich, Envía tu Espíritu
[3] Franz Jalics, Ejercicios de contemplación, 52

Programa Ignaciano de Acogida a Peregrinos en Santiago de Compostela



Peregrinos del Camino de Santiago ( pincha en el enlace y sigue esta iniciativa de los Jesuitas)

MUSEO VATICANO Y CAPILLA SIXTINA. Visita virtual.

Museos Vaticanos. Visita virtual. Puedes pinchar este enlace y podrás visitar el museo Vaticano.

MUJERES EXTRAORDINARIAS: Conoce a las grandes figuras femeninas de la Biblia Sara, Rebeca, Raquel, Miriam, Débora, Rahab, Jocabed,… aquí te presentamos sólo algunas


MUJERES EXTRAORDINARIAS: Conoce a las grandes figuras femeninas de la Biblia




Hablando de mujeres extraordinarias, parece de justicia rendir homenaje a las primeras mujeres que hicieron historia porque intervinieron en los planes de Dios para la humanidad.
Podemos hacer un breve recordatorio de algunas de las  mujeres destacadas de la Biblia, siguiendo el orden cronológico y haciendo una obligada selección entre las muchas que están presentes en la Biblia.
Mujeres todas ellas de origen humilde pero que llegaron a ser extraordinarias porque fueron perfeccionadas por la acción y voluntad de Dios. El Dios de Abraham, Isaac y Jacob, es también el Dios de Sara, Rebeca y Raquel.
El lector puede comprender que me resista a guardar el orden cronológico para recordar en primer lugar a María, la Madre de Dios. María, hija de Joaquín y Ana, esposa de José, Esposa de Dios, Madre de Jesús, Madre de Dios, es junto con Jesucristo, figura central de la historia bíblica y de la humanidad.
María, la mujer excelsa que ha vivido con plenitud la maternidad y la virginidad y que se relaciona íntimamente con Dios Trino.
La única mujer que ha merecido una ciencia e investigación específica llamada ¨mariología¨, con miles de libros dedicados a conocerla, y la mujer con más seguidores, devotos y admiradores de la humanidad.
María, bendita entre todas las mujeres.
Vemos primero en el Antiguo Testamento
1. Eva, madre de todos los vivientes. ¨Y llamó Adán el nombre de su mujer, Eva, por cuanto ella era madre de todos los vivientes¨.  Gen 3.20.
Eva fue el punto y final de la creación de Dios. Su presencia señalaba la conclusión de toda la creación. Fue la encarnación viviente de la gloria de la humanidad (1 Corintios 11.7).
En su estado original, incontaminada por ningún mal, libre de cualquier enfermedad o defecto, preservada de toda imperfección, Eva era el arquetipo perfecto de excelencia femenina. Era magnífica en todo sentido
2. Sara, fue la esposa de Abraham y madre de Isaac. Según el libro de Génesis su nombre original era Saraipero Dios lo cambió a “Sara” antes de concederle el milagro de tener un hijo a la edad de 90 años. Sara era un nombre para mujeres distinguidas y Sarai significa princesa.
Sara, siendo anciana y estéril y deseando que se cumpliese la voluntad de Dios respecto a la descendencia de Abraham, le incitó  a tener un hijo con su esclava Agar pero más tarde, después del nacimiento milagroso de su propio hijo Isaac, expulsó a la mujer y a su hijo Ismael.
Sara es la única mujer en la Biblia a la que Dios habla directamente. Abraham admiraba su don de profecía y su inteligencia, escuchando todos sus consejos.
3. Ruth.  El Libro de Ruth narra la historia de Elimelec, un hombre de Belén de Judá  quien emigró con su familia al país de Moab. Su esposa era Noemí y sus hijos Quilión y Majlón. Al morir Elimelec sus dos hijos se casaron con Orfá y con Rut respectivamente, ambas de Moab.
Años más tarde murieron Quilión y Majlón, y Noemí decidió regresar a Belén de Judá acompañada por sus dos nueras. Pero Rut decidió quedarse con Noemí, por lealtad hacia ella,  a pesar de que ésta pidió a ambas que regresaran con sus familias a Moab.
Debido a la pobreza en que vivían Noemí y Rut en Belén, ésta se puso a trabajar en el campo de Booz recogiendo los granos sobrantes de la cosecha. Booz era uno de los goeles (descendientes de un antepasado común, quienes se hacían responsables de la familia, si ésta no tenía descendencia) de la familia de Elimelec y, como otro goel no estuvo dispuesto a casarse con Rut ni a hacerse responsable de la pésima situación en que se encontraban Noemí y Rut, ese deber lo aceptó Booz, quien ya se había sentido atraído por la moabita. De ese matrimonio nació un hijo, Obed, quien más tarde fue el abuelo del rey David.
Así Rut ingresa por sus propios méritos y virtudes en la religión judía, a pesar de su ascendencia moabita y de adorar a un diferente dios.
4. Ana. Penina siempre molestaba a Ana y la hacía sentir mal porque el Señor no le permitía tener hijos.
Un día, después de comer, Ana se levantó calladamente y se fue a orar al santuario. El sacerdote Elí estaba allí. Ana estaba muy triste y lloraba mucho mientras oraba al Señor Le hizo una promesa a Dios: «Señor, Todopoderoso, mira lo triste que estoy. ¡Acuérdate de mí! No me olvides. Si me concedes un hijo, te lo entregaré a ti. Será un nazareo: no beberá vino ni bebidas embriagantes, y nunca se cortará el cabello».
Elcaná tuvo relaciones sexuales con su esposa Ana, y el Señor se acordó de Ana. Ella concibió y para esas fechas al año siguiente, dio a luz un hijo. Ana le puso por nombre Samuel, pues dijo: «Su nombre es Samuel porque se lo pedí al Señor».  Ese año Elcaná fue a Siló con su familia para ofrecer sacrificios y cumplir las promesas que le había hecho al Señor. Pero Ana no lo acompañó, sino que le dijo:
—No iré a Siló hasta que el niño tenga la edad suficiente para comer alimento sólido. Entonces se lo entregaré al Señor, será un nazareo y se quedará en Siló.
Luego Ana entregó el niño al sacerdote Elí,  y le dijo:
—Perdón, señor, yo soy la misma mujer que usted vio orar al Señor. Le aseguro que lo que digo es cierto.  Oré por este hijo, y el Señor contestó mi oración, dándomelo. Ahora se lo entrego al Señor, y él le servirá  toda su vida. Entonces Ana dejó ahí al niño y adoró al Señor.
Y, en el Nuevo Testamento
5. La profetisa Ana. Lucas, en su Evangelio, cita y recoge el testimonio de los pocos testigos que consiguieron ver al Mesías en el infante recién nacido: sus padres, María y José, los ángeles, los pastores, los magos, Simeón y Ana, de la que dice Luc. 2,36-38 : ¨Estaba también allí, Ana, profetisa, hija de Fanuel,  de la tribu de Aser, de edad muy avanzada, había vivido con su marido siete años desde su virginidad y era viuda hacía ochenta y cuatro años. Y no se apartaba del Templo, sirviendo de noche y de día con ayunos y oraciones. Esta, presentándose en la misma hora, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén¨
6. María Magdalena, de la que el Señor expulsó siete demonios y luego, atraída por la misericordia de Jesucristo, se convirtió en una de las mujeres valientes que asistían  a Jesús. La primera persona a la que Cristo habló después de su resurrección. Conforme Cristo anunció, allá donde se predica el Evangelio se habla de esta mujer que, con un gran corazón, supo hacer una conversión radical de su vida.
7. La Mujer samaritana, cuyo nombre no conocemos, aunque era muy conocida en su ciudad y, después de su mala vida pasada,  se convirtió en evangelizadora al conocer ¨las fuentes de agua viva¨  que Cristo le descubre.
8. Las hermanas Marta y María, de la familia de Lázaro en Betania, donde Cristo encontraba un hogar de amigos en los que podía confiar y un lugar donde encontrar reposo. Cristo las puso de modelo de cómo se hace compatible el trabajo y la oración.
9. Lidia: con un corazón hospitalario facilitó la entrada del cristianismo en la Europa de entonces, al acoger y proteger en su hogar a los discípulos que necesitaban donde refugiarse. En Hechos 16,13 se narra su conversión. Lidia era vendedora de púrpura, de la ciudad de Tiatira. Se convirtió y albergó a Pablo en su hogar en ese día y posteriormente cuando Pablo salió de la cárcel. Luc 16,40
De la misma manera que la Biblia enaltece y exalta a las mujeres, hoy nos unimos en aplauso de admiración hacia todas ellas. Por eso, donde quiera que se difunda el Evangelio, la consideración legal, social y espiritual de la mujer se eleva.