jueves, 31 de marzo de 2016

Jueves de la Octava de Pascua

Libro de los Hechos de los Apóstoles 3,11-26. 
Como el paralítico que había sido curado no soltaba a Pedro y a Juan, todo el pueblo, lleno de asombro, corrió hacia ellos, que estaban en el pórtico de Salomón.
Al ver esto, Pedro dijo al pueblo: "Israelitas, ¿de qué se asombran? ¿Por qué nos miran así, como si fuera por nuestro poder o por nuestra santidad, que hemos hecho caminar a este hombre?
El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, glorificó a su servidor Jesús, a quien ustedes entregaron, renegando de él delante de Pilato, cuando este había resuelto ponerlo en libertad.
Ustedes renegaron del Santo y del Justo, y pidiendo como una gracia la liberación de un homicida,
mataron al autor de la vida. Pero Dios lo resucitó de entre los muertos, de lo cual nosotros somos testigos.
Por haber creído en su Nombre, ese mismo Nombre ha devuelto la fuerza al que ustedes ven y conocen. Esta fe que proviene de él, es la que lo ha curado completamente, como ustedes pueden comprobar.
Ahora bien, hermanos, yo sé que ustedes obraron por ignorancia, lo mismo que sus jefes.
Pero así, Dios cumplió lo que había anunciado por medio de todos los profetas: que su Mesías debía padecer.
Por lo tanto, hagan penitencia y conviértanse, para que sus pecados sean perdonados."
Así el Señor les concederá el tiempo del consuelo y enviará a Jesús, el Mesías destinado para ustedes.
El debe permanecer en el cielo hasta el momento de la restauración universal, que Dios anunció antiguamente por medio de sus santos profetas.
Moisés, en efecto, dijo: El Señor Dios suscitará para ustedes, de entre sus hermanos, un profeta semejante a mí, y ustedes obedecerán a todo lo que él les diga.
El que no escuche a ese profeta será excluido del pueblo.
Y todos los profetas que han hablado a partir de Samuel, anunciaron también estos días.
Ustedes son los herederos de los profetas y de la Alianza que Dios hizo con sus antepasados, cuando dijo a Abraham: En tu descendencia serán bendecidos todos los pueblos de la tierra.
Ante todo para ustedes Dios resucitó a su Servidor, y lo envió para bendecirlos y para que cada uno se aparte de sus iniquidades".



Salmo 8,2a.5.6-7.8-9. 
¡Señor, nuestro Dios,
¿Qué es el hombre para que pienses en él,
el ser humano para que lo cuides?
Lo hiciste poco inferior a los ángeles,

lo coronaste de gloria y esplendor;
le diste dominio sobre la obra de tus manos.
Todo lo pusiste bajo sus pies.
Todos los rebaños y ganados,

y hasta los animales salvajes;
las aves del cielo, los peces del mar
y cuanto surca los senderos de las aguas.




Evangelio según San Lucas 24,35-48. 
Los discípulos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes".
Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu,
pero Jesús les preguntó: "¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas?
Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo".
Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies.
Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer. Pero Jesús les preguntó: "¿Tienen aquí algo para comer?".
Ellos le presentaron un trozo de pescado asado;
él lo tomó y lo comió delante de todos.
Después les dijo: "Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos".
Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras,
y añadió: "Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día,
y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados.
Ustedes son testigos de todo esto." 

miércoles, 30 de marzo de 2016

Documental sobre la vida del Papa Francisco.


Miércoles de la Octava de Pascua

Libro de los Hechos de los Apóstoles 3,1-10. 
En una ocasión, Pedro y Juan subían al Templo para la oración de la tarde.
Allí encontraron a un paralítico de nacimiento, que ponían diariamente junto a la puerta del Templo llamada "la Hermosa", para pedir limosna a los que entraban.
Cuando él vio a Pedro y a Juan entrar en el Templo, les pidió una limosna.
Entonces Pedro, fijando la mirada en él, lo mismo que Juan, le dijo: "Míranos".
El hombre los miró fijamente esperando que le dieran algo.
Pedro le dijo: "No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y camina".
Y tomándolo de la mano derecha, lo levantó; de inmediato, se le fortalecieron los pies y los tobillos.
Dando un salto, se puso de pie y comenzó a caminar; y entró con ellos en el Templo, caminando, saltando y glorificando a Dios.
Toda la gente lo vio camina y alabar a Dios.
Reconocieron que era el mendigo que pedía limosna sentado a la puerta del Templo llamada "la Hermosa", y quedaron asombrados y llenos de admiración por lo que le había sucedido.



Salmo 105(104),1-2.3-4.6-7.8-9. 
¡Den gracias al Señor, invoquen su Nombre,
hagan conocer entre los pueblos sus proezas;
canten al Señor con instrumentos musicales,
pregonen todas sus maravillas!

¡Gloríense en su santo Nombre,
alégrense los que buscan al Señor!
¡Recurran al Señor y a su poder,
busquen constantemente su rostro!

Descendientes de Abraham, su servidor,
hijos de Jacob, su elegido:
el Señor es nuestro Dios,
en toda la tierra rigen sus decretos.

El se acuerda eternamente de su alianza,
de la palabra que dio por mil generaciones,
del pacto que selló con Abraham,
del juramento que hizo a Isaac.





Evangelio según San Lucas 24,13-35. 
Ese mismo día, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén.
En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido.
Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos.
Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran.
El les dijo: "¿Qué comentaban por el camino?". Ellos se detuvieron, con el semblante triste,
y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: "¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!".
"¿Qué cosa?", les preguntó. Ellos respondieron: "Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo,
y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron.
Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas.
Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro
y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo.
Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron".
Jesús les dijo: "¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas!
¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?"
Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él.
Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante.
Pero ellos le insistieron: "Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba". El entró y se quedó con ellos.
Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio.
Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista.
Y se decían: "¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?".
En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos,
y estos les dijeron: "Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!".
Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. 

martes, 29 de marzo de 2016

Martes de la Octava de Pascua

Libro de los Hechos de los Apóstoles 2,36-41. 
El día de Pentecostés, Pedro dijo a los judíos:
"Todo el pueblo de Israel debe reconocer que a ese Jesús que ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Mesías".
Al oír estas cosas, todos se conmovieron profundamente, y dijeron a Pedro y a los otros Apóstoles: "Hermanos, ¿qué debemos hacer?".
Pedro les respondió: "Conviértanse y háganse bautizar en el nombre de Jesucristo para que les sean perdonados los pecados, y así recibirán el don del Espíritu Santo.
Porque la promesa ha sido hecha a ustedes y a sus hijos, y a todos aquellos que están lejos: a cuantos el Señor, nuestro Dios, quiera llamar".
Y con muchos otros argumentos les daba testimonio y los exhortaba a que se pusieran a salvo de esta generación perversa.
Los que recibieron su palabra se hicieron bautizar; y ese día se unieron a ellos alrededor de tres mil.



Salmo 33(32),4-5.18-19.20.22. 
Porque la palabra del Señor es recta
y él obra siempre con lealtad;
él ama la justicia y el derecho,
y la tierra está llena de su amor.

Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles,
sobre los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y sustentarlos en el tiempo de indigencia.

Nuestra alma espera en el Señor;
él es nuestra ayuda y nuestro escudo.
Señor, que tu amor descienda sobre nosotros,
conforme a la esperanza que tenemos en ti.





Evangelio según San Juan 20,11-18. 
María se había quedado afuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro
y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies del lugar donde había sido puesto el cuerpo de Jesús.
Ellos le dijeron: "Mujer, ¿por qué lloras?". María respondió: "Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto".
Al decir esto se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció.
Jesús le preguntó: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?". Ella, pensando que era el cuidador de la huerta, le respondió: "Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo".
Jesús le dijo: "¡María!". Ella lo reconoció y le dijo en hebreo: "¡Raboní!", es decir "¡Maestro!".
Jesús le dijo: "No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: 'Subo a mi Padre, el Padre de ustedes; a mi Dios, el Dios de ustedes'".
María Magdalena fue a anunciar a los discípulos que había visto al Señor y que él le había dicho esas palabras. 

lunes, 28 de marzo de 2016

Reina del Cielo


Carta de Dios para ti Una reflexión para dar gracias y recordar quienes somos: verdaderos hijos de Dios


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Querido (a) hijo (a):
Tú, que eres un ser humano, eres mi milagro. Y eres fuerte, capaz, inteligente y lleno de dones y talentos. Cuéntalos y entusiásmate con ellos. Reconócete. Encuéntrate. Acéptate. Anímate. Y piensa que, desde este momento, puedes cambiar tu vida para bien, si te lo propones y te llenas de entusiasmo. Y sobre todo, si te das cuenta de la felicidad que puedes conseguir con sólo desearlo.
Eres mi creación más grande. Eres mi milagro. No temas comenzar una nueva vida. No te lamentes nunca. No te quejes. No te atormentes. No te deprimas. ¿Cómo puedes temer, si eres mi milagro?. Estás dotado de poderes desconocidos para todas las criaturas del universo. Eres único. Nadie es igual a ti. Sólo en ti está aceptar el camino de la felicidad y enfrentarlo, y seguir siempre adelante hasta el fin. Simplemente porque eres libre.
En ti está el poder de no atarte a las cosas. Las cosas no hacen la felicidad. Te hice perfecto para que aprovecharas tu capacidad y no para que te destruyas con cosas superficiales. Te di el poder de pensar, de amar, de determinar, de reír, de imaginar, de crear, de planear, de hablar, de rezar… Te di el dominio de elegir tu propio destino usando tu voluntad. ¿Qué has hecho de estas tremendas fuerzas que te di?. No importa. De hoy en más, olvida tu pasado, usando sabiamente ese poder de elección.
Elige amar en lugar de odiar, elige reír en lugar de llorar, elige actuar en lugar de aplazar, elige crecer en lugar de consumirte, elige bendecir en lugar de blasfemar, elige vivir en lugar de morir.
Y aprende a sentir mi presencia en cada acto de tu vida. Crece cada día un poco más en el optimismo de la esperanza. Deja atrás los miedos y los sentimientos de derrota. Yo estoy a tu lado siempre. Llámame, búscame, acuérdate de mi. Vivo en ti desde siempre y siempre te estoy esperando para amarte. Si has de venir hacia mi algún día…que sea hoy, en este momento. Cada instante que vivas sin mi, es un instante infinito que pierdes de paz.
Trata de volverte niño, simple, inocente, generoso, dador, con capacidad de asombro y capacidad para conmoverte ante la maravilla de sentirte humano, porque puedes conocer mi amor, puedes sentir una lágrima, puedes comprender el dolor…
No te olvides que eres mi milagro. Que te quiero feliz, con misericordia, con piedad, para que este mundo que transitas pueda acostumbrarse a reír, siempre que tú aprendas a reír. Y si eres mi milagro, entonces usa tus dones y cambia tu medio ambiente, contagiando esperanza y optimismo sin temor, porque yo estoy a tu lado.
Con todo cariño, DIOS.
Artículo originalmente publicado por encuentra.com


Lunes de la Octava de Pascua

Libro de los Hechos de los Apóstoles 2,14.22-33. 
El día de Pentecostés, Pedro poniéndose de pie con los Once, levantó la voz y dijo: "Hombres de Judea y todos los que habitan en Jerusalén, presten atención, porque voy a explicarles lo que ha sucedido.
Israelitas, escuchen: A Jesús de Nazaret, el hombre que Dios acreditó ante ustedes realizando por su intermedio los milagros, prodigios y signos que todos conocen,
a ese hombre que había sido entregado conforme al plan y a la previsión de Dios, ustedes lo hicieron morir, clavándolo en la cruz por medio de los infieles.
Pero Dios lo resucitó, librándolo de las angustias de la muerte, porque no era posible que ella tuviera dominio sobre él.
En efecto, refiriéndose a él, dijo David: Veía sin cesar al Señor delante de mí, porque él está a mi derecha para que yo no vacile.
Por eso se alegra mi corazón y mi lengua canta llena de gozo. También mi cuerpo descansará en la esperanza,
porque tú no entregarás mi alma al Abismo, ni dejarás que tu servidor sufra la corrupción.
Tú me has hecho conocer los caminos de la vida y me llenarás de gozo en tu presencia.
Hermanos, permítanme decirles con toda franqueza que el patriarca David murió y fue sepultado, y su tumba se conserva entre nosotros hasta el día de hoy.
Pero como él era profeta, sabía que Dios le había jurado que un descendiente suyo se sentaría en su trono.
Por eso previó y anunció la resurrección del Mesías, cuando dijo que no fue entregado al Abismo ni su cuerpo sufrió la corrupción.
A este Jesús, Dios lo resucitó, y todos nosotros somos testigos.
Exaltado por el poder de Dios, él recibió del Padre el Espíritu Santo prometido, y lo ha comunicado como ustedes ven y oyen."



Salmo 16(15),1-2a.5.7-8.9-10.11. 
Protégeme, Dios mío,
porque me refugio en ti.
Yo digo al Señor:
«Señor, tú eres mi bien.»

El Señor es la parte de mi herencia y mi cáliz,
¡tú decides mi suerte!
Bendeciré al Señor que me aconseja,
¡hasta de noche me instruye mi conciencia!

Tengo siempre presente al Señor:
él está a mi lado, nunca vacilaré.
Por eso mi corazón se alegra,
se regocijan mis entrañas

y todo mi ser descansa seguro:
porque no me entregarás a la Muerte
ni dejarás que tu amigo vea el sepulcro.
Me harás conocer el camino de la vida,

saciándome de gozo en tu presencia,

de felicidad eterna a tu derecha.





Evangelio según San Mateo 28,8-15. 
Las mujeres, atemorizadas pero llenas de alegría, se alejaron rápidamente del sepulcro y fueron a dar la noticia a los discípulos.
De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: "Alégrense". Ellas se acercaron y, abrazándole los pies, se postraron delante de él.
Y Jesús les dijo: "No teman; avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán".
Mientras ellas se alejaban, algunos guardias fueron a la ciudad para contar a los sumos sacerdotes todo lo que había sucedido.
Estos se reunieron con los ancianos y, de común acuerdo, dieron a los soldados una gran cantidad de dinero,
con esta consigna: "Digan así: 'Sus discípulos vinieron durante la noche y robaron su cuerpo, mientras dormíamos'.
Si el asunto llega a oídos del gobernador, nosotros nos encargaremos de apaciguarlo y de evitarles a ustedes cualquier contratiempo".
Ellos recibieron el dinero y cumplieron la consigna. Esta versión se ha difundido entre los judíos hasta el día de hoy. 

domingo, 27 de marzo de 2016

“Oh Cruz de Cristo”, la oración del Papa Francisco para el Viernes Santo

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El papa Francisco presidió este Viernes Santo, 25 de marzo, el rito del Vía Crucis en el escenario imponente del Coliseo de Roma, en medio de medidas extraordinarias de seguridad, tras los atentados recientes en Bruselas.
Los textos de las meditaciones y las oraciones de la Vía Crucis fueron preparadas este año por el cardenal italiano Gualtiero Bassetti, arzobispo de Perugia sobre el tema: “Dios es misericordia”.
14 Estaciones de Cristo entre los que sufren 
Un Dios que refleja sus lágrimas de sufrimiento por sus hijos inocentes: los migrantes bloqueados en las fronteras, los cristianos perseguidos, los judíos en campos de concentración, las familias divididas, los niños violados; pero que también mira con esperanza la conversión de los poderosos prepotentes que pisan a los inocentes y los débiles.
El Papa dejó en el aire varias cuestiones para meditar: ¿Dónde está Dios en las minas y en las fábricas donde trabajan niños como esclavos? ¿Dónde está Dios en las embarcaciones que se hunden en el Mediterráneo?
La Cruz a las espaldas de familias, migrantes…
La Cruz símbolo del sufrimiento de Cristo, fue llevada en cada estación por discapacitados, familias, jóvenes, migrantes de China, Paraguay, Ecuador, Uganda, Bosnia, México, refugiados de Siria, los frailes de Tierra Santa y en la última estación por el cardenal Vallini.
Seguridad
Las entradas estuvieron agolpadas de personas, todas las personas fueron controladas y requisadas por la policía italiana. No obstante, todo se desarrolló en orden y sin perder el ambiente de oración.
Historia 
La historia de la Vía Crucis en el Coliseo inició en el Año Santo de 1750 con papa Benedicto XIV. El Pontífice hizo consagrar el anfiteatro Flavio en memoria de los mártires cristianos. Así se vuelve una tradición el rito de las 14 estaciones como la conocemos hoy.
Después de 1870, con la unidad de Italia, esta devoción no repitió. Después en 1926 en el tiempo de los pactos de Letrán la Cruz volvió al Coliseo.
En 1959 Juan XXIII volvió a celebrar el rito en el Coliseo, pero hubo que esperar a Pablo VI para que en 1964 se convirtiera en una tradición para cada Viernes Santo, también en tiempos de la transmisión televisiva.
A continuación, la oración escrita por el Pontífice y que ha rezado al final de las 14 estaciones que recuerdan la Pasión de Cristo.
Oración escrita por el Papa 

Oh Cruz de Cristo, símbolo del amor divino y de la injusticia humana, icono del supremo sacrificio por amor y del extremo egoísmo por necedad, instrumento de muerte y vía de resurrección, signo de la obediencia y emblema de la traición, patíbulo de la persecución y estandarte de la victoria.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo alzada en nuestras hermanas y hermanos asesinados, quemados vivos, degollados y decapitados por las bárbaras espadas y el silencio infame.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los rostros de los niños, de las mujeres y de las personas extenuadas y amedrentadas que huyen de las guerras y de la violencia, y que con frecuencia sólo encuentran la muerte y a tantos Pilatos que se lavan las manos.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los doctores de la letra y no del espíritu, de la muerte y no de la vida, que en vez de enseñar la misericordia y la vida, amenazan con el castigo y la muerte y condenan al justo.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ministros infieles que, en vez de despojarse de sus propias ambiciones, despojan incluso a los inocentes de su propia dignidad.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los corazones endurecidos de los que juzgan cómodamente a los demás, corazones dispuestos a condenarlos incluso a la lapidación, sin fijarse nunca en sus propios pecados y culpas.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los fundamentalismos y en el terrorismo de los seguidores de cierta religión que profanan el nombre de Dios y lo utilizan para justificar su inaudita violencia.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los que quieren quitarte de los lugares públicos y excluirte de la vida pública, en el nombre de un cierto paganismo laicista o incluso en el nombre de la igualdad que tú mismo nos has enseñado.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los poderosos y en los vendedores de armas que alimentan los hornos de la guerra con la sangre inocente de los hermanos.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los traidores que por treinta denarios entregan a la muerte a cualquier persona.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ladrones y en los corruptos que en vez de salvaguardar el bien común y la ética se venden en el miserable mercado de la inmoralidad.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los necios que construyen depósitos para conservar tesoros que perecen, dejando que Lázaro muera de hambre a sus puertas.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los destructores de nuestra «casa común» que con egoísmo arruinan el futuro de las generaciones futuras.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ancianos abandonados por sus propios familiares, en los discapacitados, en los niños desnutridos y descartados por nuestra sociedad egoísta e hipócrita.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en nuestro mediterráneo y en el Mar Egeo convertidos en un insaciable cementerio, imagen de nuestra conciencia insensible y anestesiada.
Oh Cruz de Cristo, imagen del amor sin límite y vía de la Resurrección, aún hoy te seguimos viendo en las personas buenas y justas que hacen el bien sin buscar el aplauso o la admiración de los demás.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ministros fieles y humildes que alumbran la oscuridad de nuestra vida, como candelas que se consumen gratuitamente para iluminar la vida de los últimos.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en el rostro de las religiosas y consagrados –los buenos samaritanos– que lo dejan todo para vendar, en el silencio evangélico, las llagas de la pobreza y de la injusticia.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los misericordiosos que encuentran en la misericordia la expresión más alta de la justicia y de la fe.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en las personas sencillas que viven con gozo su fe en las cosas ordinarias y en el fiel cumplimiento de los mandamientos.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los arrepentidos que, desde la profundidad de la miseria de sus pecados, saben gritar: Señor acuérdate de mí cuando estés en tu reino.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los beatos y en los santos que saben atravesar la oscuridad de la noche de la fe sin perder la confianza en ti y sin pretender entender tu silencio misterioso.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en las familias que viven con fidelidad y fecundidad su vocación matrimonial.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los voluntarios que socorren generosamente a los necesitados y maltratados.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los perseguidos por su fe que con su sufrimiento siguen dando testimonio auténtico de Jesús y del Evangelio.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los soñadores que viven con un corazón de niños y trabajan cada día para hacer que el mundo sea un lugar mejor, más humano y más justo.
En ti, Cruz Santa, vemos a Dios que ama hasta el extremo, y vemos el odio que domina y ciega el corazón y la mente de los que prefieren las tinieblas a la luz.
Oh Cruz de Cristo, Arca de Noé que salvó a la humanidad del diluvio del pecado, líbranos del mal y del maligno. Oh Trono de David y sello de la Alianza divina y eterna, despiértanos de las seducciones de la vanidad. Oh grito de amor, suscita en nosotros el deseo de Dios, del bien y de la luz.
Oh Cruz de Cristo, enséñanos que el alba del sol es más fuerte que la oscuridad de la noche. Oh Cruz de Cristo, enséñanos que la aparente victoria del mal se desvanece ante la tumba vacía y frente a la certeza de la Resurrección y del amor de Dios, que nada lo podrá derrotar u oscurecer o debilitar. Amén.

Papa Francisco: Cristo resucitado indica los caminos de esperanza En la Bendición Urbi et Orbi recuerda los conflictos bélicos y los sufrimientos del hombre de hoy

Pope Francis blesses faithful during his "Urbi et Orbi" blessing for Rome and the world from the balcony of St Peter's basilica after the Easter mass on March 31, 2013 at the Vatican. Pope Francis led his first Easter Sunday celebrations with tens of thousands of people in St Peter's Square for a mass marking the holiest day in the Christian calendar. AFP PHOTO / ALBERTO PIZZOLI


«Dad gracias al Señor porque es bueno Porque es eterna su misericordia» (Sal 135,1)
Queridos hermanos y hermanas, ¡Feliz Pascua!
Jesucristo, encarnación de la misericordia de Dios, ha muerto en cruz por amor, y por amor ha resucitado. Por eso hoy proclamamos: ¡Jesús es el Señor!
Su resurrección cumple plenamente la profecía del Salmo: «La misericordia de Dios es eterna», su amor es para siempre, nunca muere. Podemos confiar totalmente en él, y le damos gracias porque ha descendido por nosotros hasta el fondo del abismo.
Ante las simas espirituales y morales de la humanidad, ante al vacío que se crea en el corazón y que provoca odio y muerte, solamente una infinita misericordia puede darnos la salvación. Sólo Dios puede llenar con su amor este vacío, estas fosas, y hacer que no nos hundamos, y que podamos seguir avanzando juntos hacia la tierra de la libertad y de la vida.
El anuncio gozoso de la Pascua: Jesús, el crucificado, «no está aquí, ¡ha resucitado!» (Mt 28,6), nos ofrece la certeza consoladora de que se ha salvado el abismo de la muerte y, con ello, ha quedado derrotado el luto, el llanto y la angustia (cf. Ap 21,4). El Señor, que sufrió el abandono de sus discípulos, el peso de una condena injusta y la vergüenza de una muerte infame, nos hace ahora partícipes de su vida inmortal, y nos concede su mirada de ternura y compasión hacia los hambrientos y sedientos, los extranjeros y los encarcelados, los marginados y descartados, las víctimas del abuso y la violencia. El mundo está lleno de personas que sufren en el cuerpo y en el espíritu, mientras que las crónicas diarias están repletas de informes sobre delitos brutales, que a menudo se cometen en el ámbito doméstico, y de conflictos armados a gran escala que someten a poblaciones enteras a pruebas indecibles.
Cristo resucitado indica caminos de esperanza a la querida Siria, un país desgarrado por un largo conflicto, con su triste rastro de destrucción, muerte, desprecio por el derecho humanitario y la desintegración de la convivencia civil. Encomendamos al poder del Señor resucitado las conversaciones en curso, para que, con la buena voluntad y la cooperación de todos, se puedan recoger frutos de paz y emprender la construcción una sociedad fraterna, respetuosa de la dignidad y los derechos de todos los ciudadanos. Que el mensaje de vida, proclamado por el ángel junto a la piedra removida del sepulcro, aleje la dureza de nuestro corazón y promueva un intercambio fecundo entre pueblos y culturas en las zonas de la cuenca del Mediterráneo y de Medio Oriente, en particular en Irak, Yemen y Libia. Que la imagen del hombre nuevo, que resplandece en el rostro de Cristo, fomente la convivencia entre israelíes y palestinos en Tierra Santa, así como la disponibilidad paciente y el compromiso cotidiano de trabajar en la construcción de los cimientos de una paz justa y duradera a través de negociaciones directas y sinceras. Que el Señor de la vida acompañe los esfuerzos para alcanzar una solución definitiva de la guerra en Ucrania, inspirando y apoyando también las iniciativas de ayuda humanitaria, incluida la de liberar a las personas detenidas.
Que el Señor Jesús, nuestra paz (cf. Ef 2,14), que con su resurrección ha vencido el mal y el pecado, avive en esta fiesta de Pascua nuestra cercanía a las víctimas del terrorismo, esa forma ciega y brutal de violencia que no cesa de derramar sangre inocente en diferentes partes del mundo, como ha ocurrido en los recientes atentados en Bélgica, Turquía, Nigeria, Chad, Camerún y Costa de Marfil; que lleve a buen término el fermento de esperanza y las perspectivas de paz en África; pienso, en particular, en Burundi, Mozambique, la República Democrática del Congo y en el Sudán del Sur, lacerados por tensiones políticas y sociales.
Dios ha vencido el egoísmo y la muerte con las armas del amor; su Hijo, Jesús, es la puerta de la misericordia, abierta de par en par para todos. Que su mensaje pascual se proyecte cada vez más sobre el pueblo venezolano, en las difíciles condiciones en las que vive, así como sobre los que tienen en sus manos el destino del país, para que se trabaje en pos del bien común, buscando formas de diálogo y colaboración entre todos. Y que se promueva en todo lugar la cultura del encuentro, la justicia y el respeto recíproco, lo único que puede asegurar el bienestar espiritual y material de los ciudadanos.
El Cristo resucitado, anuncio de vida para toda la humanidad que reverbera a través de los siglos, nos invita a no olvidar a los hombres y las mujeres en camino para buscar un futuro mejor. Son una muchedumbre cada vez más grande de emigrantes y refugiados —incluyendo muchos niños— que huyen de la guerra, el hambre, la pobreza y la injusticia social. Estos hermanos y hermanas nuestros, encuentran demasiado a menudo en su recorrido la muerte o, en todo caso, el rechazo de quien podrían ofrecerlos hospitalidad y ayuda. Que la cita de la próxima Cumbre Mundial Humanitaria no deje de poner en el centro a la persona humana, con su dignidad, y desarrollar políticas capaces de asistir y proteger a las víctimas de conflictos y otras situaciones de emergencia, especialmente a los más vulnerables y los que son perseguidos por motivos étnicos y religiosos.
Que, en este día glorioso, «goce también la tierra, inundada de tanta claridad» (Pregón pascual), aunque sea tan maltratada y vilipendiada por una explotación ávida de ganancias, que altera el equilibrio de la naturaleza. Pienso en particular a las zonas afectadas por los efectos del cambio climático, que en ocasiones provoca sequía o inundaciones, con las consiguientes crisis alimentarias en diferentes partes del planeta.
Con nuestros hermanos y hermanas perseguidos por la fe y por su fidelidad al nombre de Cristo, y ante el mal que parece prevalecer en la vida de tantas personas, volvamos a escuchar las palabras consoladoras del Señor: «No tengáis miedo. ¡Yo he vencido al mundo!» (Jn 16,33). Hoy es el día brillante de esta victoria, porque Cristo ha derrotado a la muerte y su resurrección ha hecho resplandecer la vida y la inmortalidad (cf. 2 Tm 1,10). «Nos sacó de la esclavitud a la libertad, de la tristeza a la alegría, del luto a la celebración, de la oscuridad a la luz, de la servidumbre a la redención. Por eso decimos ante él: ¡Aleluya!» (Melitón de Sardes, Homilía Pascual).
A quienes en nuestras sociedades han perdido toda esperanza y el gusto de vivir, a los ancianos abrumados que en la soledad sienten perder vigor, a los jóvenes a quienes parece faltarles el futuro, a todos dirijo una vez más las palabras del Señor resucitado: «Mira, hago nuevas todas las cosas… al que tenga sed yo le daré de la fuente del agua de la vida gratuitamente» (Ap 21,5-6). Que este mensaje consolador de Jesús nos ayude a todos nosotros a reanudar con mayor vigor la construcción de caminos de reconciliación con Dios y con los hermanos.

¿Por qué rezamos el Regina Coeli y no el Ángelus en tiempo Pascual?

Madonna col Bambino (La Virgen y el Niño), de Filippo Lippi
Madonna col Bambino (La Virgen y el Niño), de Filippo Lippi
 Durante el tiempo pascual, la Iglesia Universal se une en la oración del Regina Coeli o Reina del Cielo por la alegría, junto a la Madre de Dios, por la resurrección de su Hijo Jesucristo, hecho que marca el misterio más grande de la fe católica.
El rezo de la antífona de Regina Coeli fue establecida por el Papa Benedicto XIV en 1742 y reemplaza durante el tiempo pascual, desde la celebración de la resurrección hasta el día de Pentecostés, al rezo del Ángelus cuya meditación se centra en el misterio de la Encarnación.
De la misma manera que el Ángelus, el Regina Coeli se reza tres veces al día, al amanecer, al mediodía y al atardecer como una manera de consagrar su día a Dios y la Virgen María.
No se conoce el autor de esta composición litúrgica que se remonta al siglo XII y era repetido por los Frailes menores Franciscanos después de las completas en la primera mitad del siguiente siglo popularizándola y extendiéndose por todo el mundo cristiano.
La oración:
G: Reina del cielo, alégrate, aleluya.
T: Porque el Señor, a quien has llevado en tu vientre, aleluya.
G: Ha resucitado según su palabra, aleluya.
T: Ruega al Señor por nosotros, aleluya.
G: Goza y alégrate Virgen María, aleluya.
T: Porque en verdad ha resucitado el Señor, aleluya.
Oremos:
Oh Dios, que por la resurrección de Tu Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, has llenado el mundo de alegría, concédenos, por intercesión de su Madre, la Virgen María, llegar a los gozos eternos. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amen. (tres veces)
 

HA RESUCITADO. ¡¡FELIZ PASCUA!!




Felicitación de la Pascua de la Diócesis Nivariense.

Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor

Libro de los Hechos de los Apóstoles 10,34a.37-43. 
Pedro, tomando la palabra, dijo:
"Ustedes ya saben qué ha ocurrido en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicaba Juan:
cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo, llenándolo de poder. El pasó haciendo el bien y curando a todos los que habían caído en poder del demonio, porque Dios estaba con él.
Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en el país de los judíos y en Jerusalén. Y ellos lo mataron, suspendiéndolo de un patíbulo.
Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió que se manifestara,
no a todo el pueblo, sino a testigos elegidos de antemano por Dios: a nosotros, que comimos y bebimos con él, después de su resurrección.
Y nos envió a predicar al pueblo, y atestiguar que él fue constituido por Dios Juez de vivos y muertos.
Todos los profetas dan testimonio de él, declarando que los que creen en él reciben el perdón de los pecados, en virtud de su Nombre".



Salmo 118(117),1-2.16ab-17.22-23. 
¡Den gracias al Señor, porque es bueno,
porque es eterno su amor!
Que lo diga el pueblo de Israel:
¡es eterno su amor!

La mano del Señor es sublime,
la mano del Señor hace proezas.
No, no moriré:
viviré para publicar lo que hizo el Señor.

La piedra que desecharon los constructores
es ahora la piedra angular.
Esto ha sido hecho por el Señor
y es admirable a nuestros ojos.





Carta de San Pablo a los Colosenses 3,1-4. 
Hermanos:
Ya que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha de Dios.
Tengan el pensamiento puesto en las cosas celestiales y no en las de la tierra.
Porque ustedes están muertos, y su vida está desde ahora oculta con Cristo en Dios.
Cuando se manifieste Cristo, que es nuestra vida, entonces ustedes también aparecerán con él, llenos de gloria.



Evangelio según San Juan 20,1-9. 
El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada.
Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto".
Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro.
Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes.
Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró.
Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo,
y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte.
Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó.
Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos. 

sábado, 26 de marzo de 2016

Sábado Santo - En la noche : Santa Vigilia Pascual

Libro del Exodo 14,15-31.15,1a. 
Después el Señor dijo a Moisés: "¿Por qué me invocas con esos gritos? Ordena a los israelitas que reanuden la marcha.
Y tú, con el bastón en alto, extiende tu mano sobre el mar y divídelo en dos, para que puedan cruzarlo a pie.
Yo voy a endurecer el corazón de los egipcios, y ellos entrarán en el mar detrás de los israelitas. Así me cubriré de gloria a expensas del Faraón y de su ejército, de sus carros y de sus guerreros.
Los egipcios sabrán que soy el Señor, cuando yo me cubra de gloria a expensas del Faraón, de sus carros y de sus guerreros".
El Angel de Dios, que avanzaba al frente del campamento de Israel, retrocedió hasta colocarse detrás de ellos; y la columna de nube se desplazó también de delante hacia atrás,
interponiéndose entre el campamento egipcio y el de Israel. La nube era tenebrosa para unos, mientras que para los otros iluminaba la noche, de manera que en toda la noche no pudieron acercarse los unos a los otros.
Entonces Moisés extendió su mano sobre el mar, y el Señor hizo retroceder el mar con un fuerte viento del este, que sopló toda la noche y transformó el mar en tierra seca. Las aguas se abrieron,
y los israelitas entraron a pie en el cauce del mar, mientras las aguas formaban una muralla a derecha e izquierda.
Los egipcios los persiguieron, y toda la caballería del Faraón, sus carros y sus guerreros, entraron detrás de ellos en medio del mar.
Cuando estaba por despuntar el alba, el Señor observó las tropas egipcias desde la columna de fuego y de nube, y sembró la confusión entre ellos.
Además, frenó las ruedas de sus carros de guerra, haciendo que avanzaran con dificultad. Los egipcios exclamaron: "Huyamos de Israel, porque el Señor combate en favor de ellos contra Egipto".
El Señor dijo a Moisés: "Extiende tu mano sobre el mar, para que las aguas se vuelvan contra los egipcios, sus carros y sus guerreros".
Moisés extendió su mano sobre el mar y, al amanecer, el mar volvió a su cauce. Los egipcios ya habían emprendido la huida, pero se encontraron con las aguas, y el Señor los hundió en el mar.
Las aguas envolvieron totalmente a los carros y a los guerreros de todo el ejército del Faraón que habían entrado en medio del mar para perseguir a los israelitas. Ni uno solo se salvó.
Los israelitas, en cambio, fueron caminando por el cauce seco del mar, mientras las aguas formaban una muralla, a derecha e izquierda.
Aquel día, el Señor salvó a Israel de las manos de los egipcios. Israel vio los cadáveres de los egipcios que yacían a la orilla del mar,
y fue testigo de la hazaña que el Señor realizó contra Egipto. El pueblo temió al Señor, y creyó en él y en Moisés, su servidor.
Entonces Moisés y los israelitas entonaron este canto en honor del Señor:



Libro del Exodo 15,1b-2.3-4.5-6.17-18. 
«Cantaré al Señor, que se ha cubierto de gloria:
él hundió en el mar los caballos y los carros.
El Señor es mi fuerza y mi protección,
él me salvó.
El es mi Dios y yo lo glorifico,
es el Dios de mi padre y yo proclamo su grandeza.

El Señor es un guerrero,
su nombre es "Señor".
El arrojó al mar los carros del Faraón y su ejército,
lo mejor de sus soldados se hundió en el Mar Rojo.

El abismo los cubrió,
cayeron como una piedra en lo profundo del mar.
Tu mano, Señor, resplandece por su fuerza,
tu mano, Señor, aniquila al enemigo.

Tú lo llevas y lo plantas en la montaña de tu herencia,
en el lugar que preparaste para tu morada,
en el Santuario, Señor, que fundaron tus manos.
¡El Señor reina eternamente!»




Carta de San Pablo a los Romanos 6,3-11. 
Hermanos:
¿No saben ustedes que todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús, nos hemos sumergido en su muerte?
Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que así como Cristo resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una Vida nueva.
Porque si nos hemos identificado con Cristo por una muerte semejante a la suya, también nos identificaremos con él en la resurrección.
Comprendámoslo: nuestro hombre viejo ha sido crucificado con él, para que fuera destruido este cuerpo de pecado, y así dejáramos de ser esclavos del pecado.
Porque el que está muerto, no debe nada al pecado.
Pero si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él.
Sabemos que Cristo, después de resucitar, no muere más, porque la muerte ya no tiene poder sobre él.
Al morir, él murió al pecado, una vez por todas; y ahora que vive, vive para Dios.
Así también ustedes, considérense muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús.



Evangelio según San Lucas 24,1-12. 
El primer día de la semana, al amanecer, las mujeres fueron al sepulcro con los perfumes que habían preparado.
Ellas encontraron removida la piedra del sepulcro
y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús.
Mientras estaban desconcertadas a causa de esto, se les aparecieron dos hombres con vestiduras deslumbrantes.
Como las mujeres, llenas de temor, no se atrevían a levantar la vista del suelo, ellos les preguntaron: "¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?
No está aquí, ha resucitado. Recuerden lo que él les decía cuando aún estaba en Galilea:
'Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores, que sea crucificado y que resucite al tercer día'".
Y las mujeres recordaron sus palabras.
Cuando regresaron del sepulcro, refirieron esto a los Once y a todos los demás.
Eran María Magdalena, Juana y María, la madre de Santiago, y las demás mujeres que las acompañaban. Ellas contaron todo a los Apóstoles,
pero a ellos les pareció que deliraban y no les creyeron.
Pedro, sin embargo, se levantó y corrió hacia el sepulcro, y al asomarse, no vio más que las sábanas. Entonces regresó lleno de admiración por lo que había sucedido. 

viernes, 25 de marzo de 2016


Catolicismo para Dummies. (has clic en el enlace).

¿Por qué existen los obispos? ¿Cómo pongo las manos para rezar? ¿Hay muchas Vírgenes o solo una? Si no tienes ni idea… ¡bienvenido, esta es tu casa! No nos asustan tus preguntas: escríbenos a editorial_es@aleteia.org

Cambiar el mundo con un “sí” Este año, el Viernes Santo coincide con el día de la Anunciación: dos "síes" unidos

pietà


© Marialba Italia


Pienso en María al comenzar esta Semana Santa. ¿Qué pensaría María ese día en el que tantos aclaman a su hijo? Seguramente estaría turbada en su corazón.
María conocía a Jesús, conocía su alma. Al ver a Jesús en medio de los ramos, de los mantos, de la fiesta, se conmovería. ¿Qué miedos albergaba su alma? Su mirada buscaría a Jesús entre la gente. Pero Ella estaría oculta, detrás de la muchedumbre, como hacen las madres.
Cuando todos se vayan sí dará un paso al frente para estar a su lado y sostenerle. Cuando ya los otros se hayan ido. Cuando ya nadie lo aclame ni le preste un paño como Verónica para limpiar su rostro. Cuando no haya un cirineo ayudándole bajo el madero.
Entonces María se pondrá en camino y la espada atravesará su corazón. Me detengo con dolor delante de la imagen de María atravesada por una espada. El dolor de la separación. El dolor de la pérdida.
María sola al pie de la cruz. Sola con Jesús. María con el alma rota. ¡Cuánto dolor de Madre al ver muerto a su Hijo! ¡Cuánto dolor al tocar su sufrimiento!
Pienso en María en esos días. En las noches de Betania. En los días por las calles de Jerusalén.
Miro a María en la última cena. Y luego la veo sufrir al saber la noticia de su apresamiento. Se lo han llevado. No se ha defendido. Lo han traicionado.
¡Qué sabor tan amargo tiene la traición! Uno de ellos. Seguramente muy amado por Ella. Porque sería un hombre herido, frágil, y María se conmovería al verlo tan débil. ¡Qué duro saber de ese beso traidor! Ese beso con el que sellaba el amor de un amigo. Un amigo que le entregaba por unas pocas monedas.
¡Cuánto dolor de Madre! Se puso en camino en medio de la noche. Estaría con otras mujeres cerca del lugar donde fue encarcelado. Lo seguiría de lejos. Buscaría su mirada. Querría saber cómo estaba en lo más hondo de su alma. Temía tanto por Él.
¡Cuántas conversaciones habrían tenido los días previos! La Madre y el Hijo. Los dos solos en Betania. Los dos solos en cualquier lugar. Descansando. Rezando. Sólo Ella podría intuir la hondura de su agonía en Getsemaní. Sólo Ella podría comprender el dolor de un camino que nunca hubiera elegido.
Jesús hacía la voluntad de su Padre. El odio de aquellos que querían matarlo no era lo que Jesús había buscado cuando pasaba entre los hombres haciendo el bien. ¿Qué mal había hecho con sus milagros?
María acompañaba a Jesús en este camino de cruz. Dios no quería el mal de Jesús. Pero el hombre llevaba el mal en el corazón. El odio puede acabar con el bien. El odio puede sembrar la muerte.
Y María ya le había dado el sí al camino trazado por Dios. Ya lo había entregado todo un día en Nazaret. Ahora sólo repetía ese sí tantas veces pronunciado. Volvía a arrodillarse ante su Padre. Volvía a decir que sí: “Hágase en mí”
Y de nuevo en la cruz se hizo carne la esperanza. Del costado abierto de Jesús brotó de nuevo la vida. Y María estaba allí arrodillada repitiendo su sí.
Este año, el Viernes Santo coincide con el día de la Anunciación. Los dos síes unidos. Mi sí transforma mi vida.Cuando digo que sí, cuando beso mi viacrucis.
No puedo acabar con el mal. Pero sí puedo cambiar yo mismo. Cuando amo: “Un hombre que ama, que por último ha puesto su amor en el corazón de Dios, participa de la inmensa riqueza del amor de Dios. Si hay algo que no empobrece, es amar, es regalar la calidez del corazón”[1]
No puedo cambiar todo el mundo. Ni acabar con el mal. Pero puedo decir que sí como María y cambiar yo. Lograr que de mis manos brote una vida nueva. Amar toda la vida con toda el alma.

[1] J. Kentenich, Kentenich Reader I

Viernes Santo de la Pasión del Señor


Libro de Isaías 52,13-15.53,1-12. 
Sí, mi Servidor triunfará: será exaltado y elevado a una altura muy grande. 
Así como muchos quedaron horrorizados a causa de él, porque estaba tan desfigurado que su aspecto no era el de un hombre y su apariencia no era más la de un ser humano, 
así también él asombrará a muchas naciones, y ante él los reyes cerrarán la boca, porque verán lo que nunca se les había contado y comprenderán algo que nunca habían oído. 
¿Quién creyó lo que nosotros hemos oído y a quién se le reveló el brazo del Señor? 
El creció como un retoño en su presencia, como una raíz que brota de una tierra árida, sin forma ni hermosura que atrajera nuestras miradas, sin un aspecto que pudiera agradarnos. 
Despreciado, desechado por los hombres, abrumado de dolores y habituado al sufrimiento, como alguien ante quien se aparta el rostro, tan despreciado, que lo tuvimos por nada. 
Pero él soportaba nuestros sufrimientos y cargaba con nuestras dolencia, y nosotros lo considerábamos golpeado, herido por Dios y humillado. 
El fue traspasado por nuestras rebeldías y triturado por nuestras iniquidades. El castigo que nos da la paz recayó sobre él y por sus heridas fuimos sanados. 
Todos andábamos errantes como ovejas, siguiendo cada uno su propio camino, y el Señor hizo recaer sobre él las iniquidades de todos nosotros. 
Al ser maltratado, se humillaba y ni siquiera abría su boca: como un cordero llevado al matadero, como una oveja muda ante el que la esquila, él no abría su boca. 
Fue detenido y juzgado injustamente, y ¿quién se preocupó de su suerte? Porque fue arrancado de la tierra de los vivientes y golpeado por las rebeldías de mi pueblo. 
Se le dio un sepulcro con los malhechores y una tumba con los impíos, aunque no había cometido violencia ni había engaño en su boca. 
El Señor quiso aplastarlo con el sufrimiento. Si ofrece su vida en sacrificio de reparación, verá su descendencia, prolongará sus días, y la voluntad del Señor se cumplirá por medio de él. 
A causa de tantas fatigas, él verá la luz y, al saberlo, quedará saciado. Mi Servidor justo justificará a muchos y cargará sobre sí las faltas de ellos. 
Por eso le daré una parte entre los grandes y él repartirá el botín junto con los poderosos. Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los culpables, siendo así que llevaba el pecado de muchos e intercedía en favor de los culpables. 



Salmo 31(30),2.6.12-13.15-16.17.25. 
Yo me refugio en ti, Señor, 
¡que nunca me vea defraudado! 
Líbrame, por tu justicia;
Yo pongo mi vida en tus manos: 

tú me rescatarás, Señor, Dios fiel.
Soy la burla de todos mis enemigos 
y la irrisión de mis propios vecinos; 
para mis amigos soy motivo de espanto, 
los que me ven por la calle huyen de mí.
Como un muerto, he caído en el olvido, 

me he convertido en una cosa inútil.
Pero yo confío en ti, Señor, 
y te digo: «Tú eres mi Dios,
mi destino está en tus manos.» 
Líbrame del poder de mis enemigos 

y de aquellos que me persiguen.
Que brille tu rostro sobre tu servidor, 
sálvame por tu misericordia.
Sean fuertes y valerosos, 

todos los que esperan en el Señor.





Carta a los Hebreos 4,14-16.5,7-9. 
Y ya que tenemos en Jesús, el Hijo de Dios, un Sumo Sacerdote insigne que penetró en el cielo, permanezcamos firmes en la confesión de nuestra fe. 
Porque no tenemos un Sumo Sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades; al contrario él fue sometido a las mismas pruebas que nosotros, a excepción del pecado. 
Vayamos, entonces, confiadamente al trono de la gracia, a fin de obtener misericordia y alcanzar la gracia de un auxilio oportuno. 
El dirigió durante su vida terrena súplicas y plegarias, con fuertes gritos y lágrimas, a aquel que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su humilde sumisión. 
Y, aunque era Hijo de Dios, aprendió por medio de sus propios sufrimientos qué significa obedecer. 
De este modo, él alcanzó la perfección y llegó a ser causa de salvación eterna para todos los que le obedecen, 



Evangelio según San Juan 18,1-40.19,1-42. 
Jesús fue con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón. Había en ese lugar una huerta y allí entró con ellos. 
Judas, el traidor, también conocía el lugar porque Jesús y sus discípulos se reunían allí con frecuencia. 
Entonces Judas, al frente de un destacamento de soldados y de los guardias designados por los sumos sacerdotes y los fariseos, llegó allí con faroles, antorchas y armas. 
Jesús, sabiendo todo lo que le iba a suceder, se adelantó y les preguntó: "¿A quién buscan?". 
Le respondieron: "A Jesús, el Nazareno". El les dijo: "Soy yo". Judas, el que lo entregaba, estaba con ellos. 
Cuando Jesús les dijo: "Soy yo", ellos retrocedieron y cayeron en tierra. 
Les preguntó nuevamente: "¿A quién buscan?". Le dijeron: "A Jesús, el Nazareno". 
Jesús repitió: "Ya les dije que soy yo. Si es a mí a quien buscan, dejEn que estos se vayan". 
Así debía cumplirse la palabra que él había dicho: "No he perdido a ninguno de los que me confiaste". 
Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. El servidor se llamaba Malco. 
Jesús dijo a Simón Pedro: "Envaina tu espada. ¿ Acaso no beberé el cáliz que me ha dado el Padre?". 
El destacamento de soldados, con el tribuno y los guardias judíos, se apoderaron de Jesús y lo ataron. 
Lo llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, Sumo Sacerdote aquel año. 
Caifás era el que había aconsejado a los judíos: "Es preferible que un solo hombre muera por el pueblo". 
Entre tanto, Simón Pedro, acompañado de otro discípulo, seguía a Jesús. Este discípulo, que era conocido del Sumo Sacerdote, entró con Jesús en el patio del Pontífice, 
mientras Pedro permanecía afuera, en la puerta. El otro discípulo, el que era conocido del Sumo Sacerdote, salió, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. 
La portera dijo entonces a Pedro: "¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?". El le respondió: "No lo soy". 
Los servidores y los guardias se calentaban junto al fuego, que habían encendido porque hacía frío. Pedro también estaba con ellos, junto al fuego. 
El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su enseñanza. 
Jesús le respondió: "He hablado abiertamente al mundo; siempre enseñé en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada en secreto. 
¿Por qué me interrogas a mí? Pregunta a los que me han oído qué les enseñé. Ellos saben bien lo que he dicho". 
Apenas Jesús dijo esto, uno de los guardias allí presentes le dio una bofetada, diciéndole: "¿Así respondes al Sumo Sacerdote?". 
Jesús le respondió: "Si he hablado mal, muestra en qué ha sido; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?". 
Entonces Anás lo envió atado ante el Sumo Sacerdote Caifás. 
Simón Pedro permanecía junto al fuego. Los que estaban con él le dijeron: "¿No eres tú también uno de sus discípulos?". El lo negó y dijo: "No lo soy". 
Uno de los servidores del Sumo Sacerdote, pariente de aquel al que Pedro había cortado la oreja, insistió: "¿Acaso no te vi con él en la huerta?". 
Pedro volvió a negarlo, y en seguida cantó el gallo. 
Desde la casa de Caifás llevaron a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Pero ellos no entraron en el pretorio, para no contaminarse y poder así participar en la comida de Pascua. 
Pilato salió a donde estaban ellos y les preguntó: "¿Qué acusación traen contra este hombre?". Ellos respondieron: 
"Si no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos entregado". 
Pilato les dijo: "Tómenlo y júzguenlo ustedes mismos, según la Ley que tienen". Los judíos le dijeron: "A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie". 
Así debía cumplirse lo que había dicho Jesús cuando indicó cómo iba a morir. 
Pilato volvió a entrar en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó: "¿Eres tú el rey de los judíos?". 
Jesús le respondió: "¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?". 
Pilato replicó: "¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?". 
Jesús respondió: "Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí". 
Pilato le dijo: "¿Entonces tú eres rey?". Jesús respondió: "Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz". 
Pilato le preguntó: "¿Qué es la verdad?". Al decir esto, salió nuevamente a donde estaban los judíos y les dijo: "Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo. 
Y ya que ustedes tienen la costumbre de que ponga en libertad a alguien, en ocasión de la Pascua, ¿quieren que suelte al rey de los judíos?". 
Ellos comenzaron a gritar, diciendo: "¡A él no, a Barrabás!". Barrabás era un bandido. 
Pilato mandó entonces azotar a Jesús. 
Los soldados tejieron una corona de espinas y se la pusieron sobre la cabeza. Lo revistieron con un manto rojo, 
y acercándose, le decían: "¡Salud, rey de los judíos!", y lo abofeteaban. 
Pilato volvió a salir y les dijo: "Miren, lo traigo afuera para que sepan que no encuentro en él ningún motivo de condena". 
Jesús salió, llevando la corona de espinas y el manto rojo. Pilato les dijo: "¡Aquí tienen al hombre!". 
Cuando los sumos sacerdotes y los guardias lo vieron, gritaron: "¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!". Pilato les dijo: "Tómenlo ustedes y crucifíquenlo. Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo". 
Los judíos respondieron: "Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir porque él pretende ser Hijo de Dios". 
Al oír estas palabras, Pilato se alarmó más todavía. 
Volvió a entrar en el pretorio y preguntó a Jesús: "¿De dónde eres tú?". Pero Jesús no le respondió nada. 
Pilato le dijo: "¿No quieres hablarme? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y también para crucificarte?". 
Jesús le respondió: " Tú no tendrías sobre mí ninguna autoridad, si no la hubieras recibido de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti ha cometido un pecado más grave". 
Desde ese momento, Pilato trataba de ponerlo en libertad. Pero los judíos gritaban: "Si lo sueltas, no eres amigo del César, porque el que se hace rey se opone al César". 
Al oír esto, Pilato sacó afuera a Jesús y lo hizo sentar sobre un estrado, en el lugar llamado "el Empedrado", en hebreo, "Gábata". 
Era el día de la Preparación de la Pascua, alrededor del mediodía. Pilato dijo a los judíos: "Aquí tienen a su rey". 
Ellos vociferaban: "¡Que muera! ¡Que muera! ¡Crucifícalo!". Pilato les dijo: "¿Voy a crucificar a su rey?". Los sumos sacerdotes respondieron: "No tenemos otro rey que el César". 
Entonces Pilato se lo entregó para que lo crucificaran, y ellos se lo llevaron. 
Jesús, cargando sobre sí la cruz, salió de la ciudad para dirigirse al lugar llamado "del Cráneo", en hebreo "Gólgota". 
Allí lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en el medio. 
Pilato redactó una inscripción que decía: "Jesús el Nazareno, rey de los judíos", y la hizo poner sobre la cruz. 
Muchos judíos leyeron esta inscripción, porque el lugar donde Jesús fue crucificado quedaba cerca de la ciudad y la inscripción estaba en hebreo, latín y griego. 
Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: "No escribas: 'El rey de los judíos', sino: 'Este ha dicho: Yo soy el rey de los judíos'. 
Pilato respondió: "Lo escrito, escrito está". 
Después que los soldados crucificaron a Jesús, tomaron sus vestiduras y las dividieron en cuatro partes, una para cada uno. Tomaron también la túnica, y como no tenía costura, porque estaba hecha de una sola pieza de arriba abajo, 
se dijeron entre sí: "No la rompamos. Vamos a sortearla, para ver a quién le toca". Así se cumplió la Escritura que dice: Se repartieron mis vestiduras y sortearon mi túnica. Esto fue lo que hicieron los soldados. 
Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. 
Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: "Mujer, aquí tienes a tu hijo". 
Luego dijo al discípulo: "Aquí tienes a tu madre". Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa. 
Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura se cumpliera hasta el final, Jesús dijo: Tengo sed. 
Había allí un recipiente lleno de vinagre; empaparon en él una esponja, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca. 
Después de beber el vinagre, dijo Jesús: "Todo se ha cumplido". E inclinando la cabeza, entregó su espíritu. 
Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos, para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado era muy solemne. 
Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús. 
Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, 
sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua. 
El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean. 
Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: No le quebrarán ninguno de sus huesos. 
Y otro pasaje de la Escritura, dice: Verán al que ellos mismos traspasaron. 
Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús -pero secretamente, por temor a los judíos- pidió autorización a Pilato para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se la concedió, y él fue a retirarlo. 
Fue también Nicodemo, el mismo que anteriormente había ido a verlo de noche, y trajo una mezcla de mirra y áloe, que pesaba unos treinta kilos. 
Tomaron entonces el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas, agregándole la mezcla de perfumes, según la costumbre de sepultar que tienen los judíos. 
En el lugar donde lo crucificaron había una huerta y en ella, una tumba nueva, en la que todavía nadie había sido sepultado. 
Como era para los judíos el día de la Preparación y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.