lunes, 20 de junio de 2016

Novena a San Pedro y San Pablo

Cada 29 de junio la Iglesia celebra la Solemnidad de San Pedro y San Pablo, quienes murieron como mártires al dar testimonio del amor de Cristo.
Esta celebración recuerda que San Pedro fue elegido por Cristo: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”, quien con humildad aceptó la misión de ser “la roca” de la Iglesia.
Asimismo se conmemora a San Pablo, el Apóstol de los gentiles, que antes de su conversión era perseguidor de los cristianos y pasó, con su vida, a ser un ardoroso evangelizador para todos los católicos, sin reservas en el anuncio del Evangelio.
En preparación a esta gran celebración, en que se festeja también al Papa, ACI Prensa ofrece una novena a los Santos Apóstoles:

El Papa en Sta. Marta: Hay que mirarse al espejo antes de juzgar En la homilía de este lunes, la última antes del descaso de verano, explica que nuestro juicio es “pobre” porque le falta la misericordia que sí tiene el juicio de Dios

El Papa en Santa Marta - Osservatore Romano


(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- Antes de juzgar a los otros es necesario mirarse al espejo y ver cómo somos. Es la invitación del papa Francisco en la misa de esta mañana celebrada en Santa Marta, la última antes del descanso por el verano. El Pontífice ha subrayado que lo que diferencia el juicio de Dios del nuestro no es la omnipotencia sino la misericordia.
Reflexionando sobre el Evangelio del día, el Santo Padre ha recordado que el juicio pertenece solo a Dios y por eso si no queremos ser juzgados también nosotros no debemos juzgar a los otros. Todos nosotros queremos que en el Día del Juicio, “el Señor nos mire con benevolencia, que el Señor se olvide de muchas cosas feas que hemos hecho en la vida”, ha asegurado.
Por eso si “tú juzgas continuamente a los otros con la misma medida, tú serás juzgado”. El Señor nos pide que nos miremos al espejo. “Mírate al espejo, pero no para maquillarte, para que no se vean las arrugas. No, no, no, ¡ese no es el consejo! Mírate al espejo para mírate a ti, como tú eres”, ha invitado Francisco. Querer quitar la mota del ojo ajeno, mientras que en tu ojo hay una viga. El Señor dice que cuando hacemos esto hay solo una palabra para definirlo: “hipócrita”.
Por eso, el Pontífice ha observado que se ve que el Señor aquí “se enfada un poco”, dice que somos hipócritas cuando nos ponemos “en el sitio de Dios”. Y así, ha recordado que esto es lo que la serpiente ha convencido a hacer a Adán y Eva: “si coméis de esto seréis como Él”. Ellos –ha precisado– querían ponerse en el sitio de Dios.
Asimismo ha explicado que por esto es tan feo juzgar. El juicio corresponde solo a Dios. “A nosotros el amor, la comprensión, el rezar por los otros cuando vemos cosas que no son buenas, pero también hablar con ellos: pero, mira, yo veo esto, quizá…’ pero no juzgar”, ha aseverado.
El Santo Padre ha proseguido su homilía subrayando que cuando juzgamos “nos ponemos en el sitio de Dios” pero “nuestros juicio es un juicio pobre” , nunca “puede ser un juicio verdadero”. Y nuestro juicio no es como el de Dios no por su omnipotencia, sino “porque a nuestro juicio le falta misericordia, y cuando Dios juzga, juzga con misericordia”.
Finalmente, el Papa ha invitado a pensar hoy en lo que el Señor nos pide: no juzgar para no ser juzgados, la medida con la que juzgamos será la misma que usarán con nosotros y mirarnos al espejo antes de juzgar. De lo contrario seremos un “hipócrita” porque nos ponemos en el sitio de Dios y porque nuestro juicio es pobre porque le falta algo importante que tiene el juicio de Dios, le falta misericordia.

...no para ganar, como se dice tantas veces, sino porque es la única solución. Si no empezamos a perder no volveremos a vivir- a vivir bien.
HAY QUE PERDER...
perder el miedo y la frontera; el prejuicio y el odio... entre tantas otras cosas.
Hay que perder, no para ganar, si no para vivir, para volver-a-empezar-a-vivir.

Tengo un Mensaje para ti. Por Claudio de Castro.

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Por las mañanas trabajo en casa escribiendo, diagramando mis libros, reflexionando, hablando con Dios, compartiendo con mi esposa Vida. Salimos al rato por un café y unos panecillos calientes. Nos agrada visitar a Jesús en alguna capilla cercana. Una de mis favoritas es la que está en la iglesia San Francisco de la Caleta en Coco del mar, san Francisco, de Panamá.
Hace dos días fuimos allá. Estacioné el auto, nos bajamos y nos dimos una grata sorpresa. Frente a nosotros había un tablero de madera con este mensaje tan directo y certero que te obligaba a pensar.
“Debo sacar una foto”, le comente a Vida mi esposa. “Es un mensaje para compartir”.
Hay cosas que ocurren que no se entienden.
Esa mañana venía reflexionando en la forma cómo debía actuar frente a las personas que te hacen daño, o aquellas que por no saber, se prestan para hacer lo que no es ético.  ¿Confrontarlos? ¿Acusarlos? Son esas personas que te arrancan un mal pensamiento. Me he dado cuenta que en ocasiones soy como ellos y no hago el bien que debiera.
Creo que te lo he comentado. Cuando no sé qué hacer, visito a Jesús en el Sagrario. Es mi mejor amigo y me encanta hablar con Él. Siempre tiene las respuestas. Siempre nos mira compasivo.
He descubierto en Él a un Jesús alegre, misericordioso, amigo, justo, bueno y hasta bromista.  Pero cuando tocamos un tema importante no da vueltas para decirte las cosas como son, aquello que agrada a Dios; con la esperanza que escuches y hagas lo correcto. Y no sólo hace esto, te da la gracia que necesitas para triunfar en esta tarea espiritual.
En aquella capilla sentí como si el buen Jesús me dijera:
“¿Acaso yo juzgué Claudio?  Los perdoné a todos. ¿Sabes  por qué? Porque amé…
Debes amar. Ama y encontrarás tus respuestas”.
Saliendo de aquella capilla tomé mi teléfono móvil y tomé esta foto para ti.
El tablero dice:
“El nombre de Dios es Misericordia”.
Compártelo. Vale la pena.
Nos recuerda quién es Dios y lo que espera de nosotros:
Id, pues, a aprender qué significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores.» (Mt 9, 13)
Me di cuenta de mi gran error. 
¿Quién soy para juzgar a mi prójimo?
Debo amar. Dios hará lo demás.

¿Sabes quién eres? Deseo que el mundo me diga para qué he nacido, pero...

Niña durmiendo




Jesús hoy se retira a orar, a un lugar solitario. Seguramente había turbación en su alma. Vuelve con los suyos y les pregunta: “Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó: – ¿Quién dice la gente que soy Yo?”. 
Jesús, en un momento de turbación, busca su complicidad, su cercanía, su cariño. Es la pregunta que tiene que ver con su camino de salvación. Con su forma de caminar y de mirar el mundo. Con su forma de amar y dar la vida. Esa es la pregunta de Jesús. 
En la película Killing Jesus, ponen esta escena justo después de la muerte de Juan. El dolor embarga a Jesús y se retira a orar. En esa lucha interior surge la pregunta: ¿Quién soy Yo? La pregunta que acompaña a Jesús toda su vida. Se irá desvelando lentamente, de la mano de los suyos, de la mano de su Padre, en la fuerza del Espíritu.
Es la pregunta con la que tranquiliza el alma. Quiere saber por qué le siguen, por qué le buscan. A Jesús no le importa que le sigan las masas. No busca ser popular. Simplemente sabe que tiene un sentido todo lo que hace. Tiene una misión. Va desvelando la voluntad de Dios y les pide ayuda a los suyos.
No sé bien si las respuestas calmaron su corazón. No sé bien si le dieron algo de luz y de esperanza: “Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas”.
Tal vez no le aclararon mucho. Tal vez se quedaron en la superficie de su verdad más honda. No lo conocían del todo. No veían su alma. Sólo lo escuchaban y veían sus milagros pero no sabían quién era de verdad, en lo más profundo. Sabían que era un profeta. Pero no sabían su identidad.
Esta pregunta es siempre la misma: ¿Quién soy yo para los hombres? Es la primera pregunta que todos nos hacemos. ¿Qué piensan los demás de mí? Me interesa saber lo que dicen de mí. Me gusta preguntarlo para estar tranquilo, para conocerme mejor. ¿Quién dicen los demás que soy yo?
Busco conocerme mejor. Deseo que el mundo me diga para qué he nacido, qué tengo que hacer con mi vida. Es la pregunta más verdadera que me hago. Responde a la inquietud sobre mi forma de relacionarme con Dios y con los hombres.
Estoy aquí para algo, eso seguro. Pero muchas veces no lo sé. Tiene sentido mi vida, pero en ocasiones dudo. Y pregunto: ¿Qué dice la gente de mí? Muchos seguidores. Pocos seguidores. Admiración. Indiferencia. Rechazo. Respeto. Amor.
Busco que el mundo me afirme. Y me contento en ocasiones con esa opinión del mundo, de aquellos que no me conocen tanto, que sólo leen lo que escribo, o miran las fotos que cuelgo, o me ven moverme de lejos. Y creo que me basta ese juicio superficial para vivir sin ahondar en el misterio de mi vida. Pero no basta.
Hoy Jesús me mira a mí. Y yo le pregunto: “Jesús, ¿quién soy yo para ti?”. Es una pregunta verdadera. No me basta lo que dice el mundo. La pregunta que aflora con fuerza desde mi interior: ¿Quién soy yo de verdad? ¿Con quién ha soñado Dios al crearme? ¿Estoy cerca de ese sueño o todavía lo veo desde lejos?
Sé que tengo una misión en la vida. A veces no la hago realidad. En otras ocasiones no logro descifrar el camino y no percibo lo que quiere Dios de mí.
A veces me confundo y pienso que soy lo que los demás creen que soy, lo que los demás esperan y desean. A veces me siguen, me buscan, y esperan de mí lo que no soy. Y yo trato de cumplir, de estar a la altura de lo esperado. Pero me confundo.
Es como si me motivara ser lo que parezco, lo que muestro, y no lo que llevo dentro. En lo más profundo de mi ser sólo Dios me conoce de verdad. Hay un grito callado que sólo Él escucha. Una voz oculta que Él pronuncia.
Dios ha sembrado en mi alma la semilla de la inmortalidad. Ha creído en mí mucho antes de que yo creyera. Me ha pensado con mi rostro. Me ha deseado con mi voz exacta. Él sabe lo que quiere que yo sea, lo que ya soy. Aunque yo mismo a veces lo desconozco.
Hoy le pregunto a Él para que me diga quién soy. Tiene que ver esta pregunta con lo que el padre José Kentenich llama el ideal personal. Él temía educar a los hombres no en su originalidad, sino en copiar moldes.
Les decía: “Ni siquiera el revivir la vida de los santos está al resguardo de suscitar el desarrollo de un impersonalismo, de crear esclavos, borregos, no personalidades vigorosas”[1]
Cada uno tiene en su interior un camino único. Un nombre dormido, como dice el P. Kentenich: “Nuestro ideal personal dormita en lo profundo de mi interior, en el subconsciente”[2]Está dormido. Quiero que despierte.
Por eso no me amoldo ni siquiera a la vida de otros santos, por muy santos que sean. No repito modelos de santidad. No quiero ser como los otros, quiero ser yo mismo. En eso consiste la verdadera santidad. En dar vida desde lo que soy, no desde lo que debería ser o desde lo que sería bueno que fuera. No.
Tengo un potencial escondido en mi corazón. Una fuente original de la que brota un agua verdadera. Le pregunto por eso hoy a Jesús: “Jesús, ¿quién soy yo para ti?”. Dios me ha pensado. Me ha soñado. Eso me da paz. 
No tengo que encajar en otro molde distinto. No tengo que luchar con pasión por entrar donde no encajo. Tengo que ser fiel a mí mismo, a lo que Dios ha sembrado en mí.
No es tan sencillo porque vivo comparándome. Vivo en relación a otros, siguiendo otros modelos, imitando otras tendencias. Me cuesta pararme a pensar quién soy yo de verdad.
Dios conoce mi verdad más oculta, más auténtica y me sigue queriendo tal y como soy. Con su amor logra sacar la mejor versión que hay en mí. Por eso, lo más importante, es que Dios me diga todos los días que me quiere como soy, que me acoge como soy. En mi originalidad. En mis formas. Con mis límites.
Así es como queremos ser amados. Sólo Dios me ama así. Sólo Él puede. Hoy escucho que he sido “revestido de Cristo”. Su amor me cubre. Soy Cristo en medio de los hombres. 
Pero desde mi verdad, desde mi forma de amar y entregarme. Desde mi manera original de servir y dar la vida. Eso me conforta.
Sólo tengo que ahondar en mi corazón. Dejar que en el silencio resuene su voz y sepa quién soy de verdad. No lo que los demás creen que soy, no lo que muestran mis fotografías o mis escritos.
Soy mucho más. La verdad oculta que sólo Dios conoce. El tesoro más sagrado en el que yo mismo temo adentrarme.
Hoy le pido a Jesús que me muestre mi rostro. Que me ayude a ser fiel a la semilla sembrada en mi alma. Él sabe lo que de verdad me hace feliz. Él conoce los caminos que sacarán mi belleza más oculta.
Ahí, en lo secreto de mi corazón, Dios me permitirá quererme como soy. Sin barreras. Sin límites. Sin tener que desear ser lo que no soy. Sin pretender imitar a otros. Sin querer responder a lo que el mundo espera. Mi camino de santidad es mío, original, único. En él descanso. Sólo Dios me conoce.

Palabras que matan y palabras que resucitan ¿Cómo hablamos a los demás? ¿Qué les transmiten nuestras palabras?


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Una palabra irresponsable: puede encender discordias y fuegos difíciles de apagar…
Una palabra cruel: puede arruinar y derribar todo lo que se había edificado en una vida…
Una palabra de resentimiento: puede matar a una persona, como si le claváramos un cuchillo en el corazón…
Una palabra brutal: puede herir y hasta destruir la autoestima y la dignidad de una persona…
Una palabra amable: puede suavizar las cosas y modificar la actitud de otros…
Una palabra alegre: puede cambiar totalmente nuestro día…
Una palabra oportuna: puede aliviar la carga y traer luz a nuestra vida…
Una palabra de amor: puede sanar el corazón herido.
Porque las palabras tienen vida.
Son capaces de bendecir o maldecir, de edificar o derribar, de animar o abatir, de transmitir vida o muerte, de perdonar o condenar, de empujar al éxito o al fracaso, de aceptar o rechazar…
¿Cómo hablamos a los demás? ¿Qué les transmiten nuestras palabras? ¿Qué me digo a mí mismo? ¿Hacia dónde me conduce mi dialogo interno?
Pablo Osow

El sencillo acto de testimonio que les dice a los extraños que Dios existe Expresar en público la gracia es algo pequeño pero significa mucho

¿Quieres hacer retroceder a aquellos que intentan despojar de elementos cristianos los lugares públicos? Empieza con pequeños gestos. Empieza por bendecir la comida incluso cuando estés en público. ¿He dicho pequeños gestos? Diminutos, mejor dicho. Aunque diminuto no significa insignificante.
Pero no lo hagas como el que hace una declaración, porque no hay nada peor para dar testimonio que alguien haciéndolo por espectáculo. “Oigan, mírenme lo cristiano que soy”… algo así sólo haría que otros cristianos quieran hacerte mártir.
Bendice la mesa, da las gracias por los alimentos, porque es el deber y el privilegio de la vida cristiana dar gracias a Dios y, por las razones que sean, hemos decidido que antes de comer es un buen momento para mostrarse agradecidos.
Bendice la mesa en público porque es un deber que hay que ejercer y un privilegio que hay que disfrutar, en cualquier momento y lugar. Debería ser algo tan natural como estrechar la mano de alguien cuando nos encontramos.
Tal vez hayas pasado por una experiencia similar a ésta: sales a comer con alguien que sabes que es cristiano y cuando llega la comida se produce un momento incómodo cuando no sabes si excusarte para bendecir la mesa o preguntar al otro si la bendecís juntos.
He estado con gente, incluso sacerdotes, que me han dicho —normalmente en tono avergonzado, aunque no siempre— que nunca bendicen la mesa en público. Dicen que no quieren montar una escena o llamar la atención o incluso dejar la fe en ridículo.
En mi opinión, lo que quieren es evitar que algún bobo les suelte alguna grosería. Así que comen como los impíos, como quizás lo hubiera expresado san Pablo.
Pensé sobre ello cuando, desde el Instituto Portsmouth, me pidieron que diera una charla sobre la valentía en El Señor de los anillos en su congreso anual extraordinario (los artículos se publicarán en su revista Conversatio).
Tolkien muestra un ejercicio del valor como fruto del deber y como fruto del amor, que, a menudo, son las dos caras de la misma moneda.
Nos plantea una valentía puesta en práctica en términos épicos, en una misión para salvar el mundo, aunque nosotros tenemos nuestros propios medios para cumplir con nuestro deber y demostrar nuestro amor, desde nuestras cómodas vidas de cristianos.
Por tanto, si se bendice la mesa antes de comer, se bendice la mesa antes de comer, y eso incluye las comidas en los restaurantes. 
Si está bien rezar en casa antes de la comida, también está bien rezar antes de comerte una hamburguesa especial del chef con cebolla caramelizada, queso de cabra y salsa especial de la casa o un costillar con salsa barbacoa en el restaurante argentino o una quiche vegetariana en el restaurante de comida casera que dirige la vecina francesa.
Si haces algo en casa o con otros cristianos y luego temes hacerlo en público, te arriesgas a recibir la reprimenda de Jesús: “A cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también lo negaré delante de mi Padre que está en los cielos”. Personalmente, es un riesgo que prefiero no correr.
Los cristianos dan las gracias a Dios y, al cumplir con nuestro deber al respecto, incluso en un bar o en un restaurante, damos testimonio público de nuestra fe.
Piensa en lo que se pierde cuando te niegas a cumplir con tu deber, a poner en práctica un diminuto ápice de valor necesario para convertirte en ese tipo excéntrico que reza antes de comer.
Estarías renunciando a la oportunidad de ser un pequeño signo de que la fe cristiana es una opción viva y que algunos cristianos en el mundo sí ejercen su fe de verdad.
Te niegas —y es una negación, no un fracaso— a plantear un pequeño aunque poderoso cambio en la narrativa secular que casi toda la sociedad acepta y según la cual conforman sus vidas. Pierdes la oportunidad de insertar el cristianismo en el mundo público del que ha sido extraído.
Dar las gracias a Dios antes de empezar a comer es un gesto diminuto, cierto, pero no es un gesto insignificante.
Es una forma de decir a la gente que tal vez no sepa nada de Dios o de la Iglesia que existe un mundo donde es natural mostrarse agradecido. Les transmite que conocemos a Alguien a quien podemos dar gracias.

Envejecer con esperanza ¿No es hermoso el ejemplo que nos ha dejado el Papa emérito Benedicto XVI retirándose en el silencio, el estudio y la oración?


cumpleaños benedicto



Es conocida por todos la historia del violinista Paganini. Una tarde daba un concierto. La sala estaba llena de espectadores. Él tocaba el violín con todo el entusiasmo que le caracterizaba. De pronto, se rompe una de las cuerdas del violín. Imperturbable, continúa tocando. Se rompe una segunda cuerda, después una tercera. Finalmente acaba la interpretación con una sola cuerda. La sala explota en un sonoro y largo aplauso.
¿No podríamos comparar esta historia de Paganini con la vida de las personas? A todos nos toca interpretar la melodía de nuestra propia vida familiar, profesional, y para ello tenemos unos dones, unas cualidades. Sin embargo, el tiempo va pasando y también se nos rompen las cuerdas: piernas cansadas, incapaces de aguantar caminatas y estar mucho tiempo de pie; la memoria empieza a fallar y ya no encontramos las cosas ni recordamos los nombres de las personas más cercanas; la fatiga llega más pronto que antes y hay que descansar más a menudo e ir a dormir más pronto; incapacidad para aguantar ciertos ritmos de vida, etc. ¿Cómo reaccionamos ante estas roturas de cuerdas en el concierto de nuestra vida?
Algunos reaccionan con tristeza y malhumor; otros se aíslan porque piensan que ya no sirven para nada; otros viven con paz y sin perder el humor ante esa contrariedad de ver que fallan las cuerdas de la vida. Sí, lo ideal, lo hermoso, es seguir adelante con la última cuerda, la cuerda del ánimo, de la paciencia, de la paz y, finalmente, del silencio. Ojalá podamos tener la tenacidad de Paganini y seguir hasta el final con paz y buen humor.
¿Que cuentan menos contigo? Ya contaron contigo cuando eras más joven.
¿Que no te piden consejo? Ya aconsejaste bastante cuando eras joven y tenías a tu cargo unos hijos que cuidar, unos alumnos a los que educar, una comunidad a la que guiar.
Entonces, ¿ya no hay nada que hacer? ¿No queda más que arrinconarse y pudrirse? De ninguna manera, sigue animando, sonriendo, sigue estando ahí para cuando te necesiten y, sobre todo, sigue rezando para que el mundo avance por caminos de paz, de respeto a las personas, de justicia y de solidaridad.
¿No es hermoso el ejemplo que nos ha dejado el Papa emérito Benedicto XVI retirándose en el silencio, el estudio y la oración? No pierde la paz, no se amarga por no estar en el primer puesto de la actualidad. Presta un inmenso servicio desde su retiro vivido en la confianza en Dios y en los demás y en la espera activa del día en el que el Señor le llamará a entrar en su descanso del cielo.
Ojalá que el Señor nos conceda saber interpretar cada día la melodía de la vida con las cuerdas que tengamos entre manos sin perder nunca la paz, la alegría y el amor.
¡Que Dios os bendiga a todos!
+ Juan José Omella Omella

Lunes de la duodécima semana del tiempo ordinario


Segundo Libro de los Reyes 17,5-8.13-15a.18. 

Salmanasar, rey de Asiria, invadió todo el país, subió contra Samaría y la sitió durante tres años.
En el noveno año de Oseas, el rey de Asiria conquistó Samaría y deportó a los israelitas a Asiria. Los estableció en Jalaj y sobre el Jabor, río de Gozán, y en las ciudades de Media.
Esto sucedió porque los israelitas pecaron contra el Señor, su Dios, que los había hecho subir del país de Egipto, librándolos del poder del Faraón, rey de Egipto, y porque habían venerado a otros dioses.
Ellos imitaron las costumbres de las naciones que el Señor había desposeído delante de los israelitas, y las que habían introducido los reyes de Israel.
El Señor había advertido solemnemente a Israel y a Judá por medio de todos los profetas y videntes, diciendo: "Vuelvan de su mala conducta y observen mis mandamientos y mis preceptos, conforme a toda la Ley que prescribí a sus padres y que transmití por medio de mis servidores los profetas".
Pero ellos no escucharon, y se obstinaron como sus padres, que no creyeron en el Señor, su Dios.
Rechazaron sus preceptos y la alianza que el Señor había hecho con sus padres, sin tener en cuenta sus advertencias.
El Señor se irritó tanto contra Israel, que lo arrojó lejos de su presencia. Sólo quedó la tribu de Judá.



Salmo 60(59),3.4-5.12-13. 
¡Tú nos has rechazado, Señor, nos has deshecho!
Estabas irritado: ¡vuélvete a nosotros!
Hiciste temblar la tierra, la agrietaste:
repara sus grietas, porque se desmorona.

Impusiste a tu pueblo una dura prueba,
nos hiciste beber un vino embriagador.
Tú, Señor, nos has rechazado
y ya no sales con nuestro ejército.

Danos tu ayuda contra el adversario,
porque es inútil el auxilio de los hombres.



Evangelio según San Mateo 7,1-5. 
Jesús dijo a sus discípulos:
No juzguen, para no ser juzgados.
Porque con el criterio con que ustedes juzguen se los juzgará, y la medida con que midan se usará para ustedes.
¿Por qué te fijas en la paja que está en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que está en el tuyo?
¿Cómo puedes decirle a tu hermano: 'Deja que te saque la paja de tu ojo', si hay una viga en el tuyo?
Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano.




Leer el comentario del Evangelio por : San Juan Clímaco