martes, 28 de marzo de 2017

El Papa Francisco dona 100.000 dólares para los damnificados en Perú


Un gesto de cariño y cercanía del Papa para con los afectados por los embates de la naturaleza en el país sudamericano 

La Conferencia Episcopal Peruana confirmó a través de un comunicado este viernes que el Papa Francisco envió, como expresión de su “cariño y cercanía” con los damnificados de Perú, “una ayuda económica de 100.000 dólares”, a través del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral. La donación será entregada a los obispos peruanos para ser aplicada por medio de Cáritas, agrega el comunicado.
“Con este significativo gesto de preocupación paternal, el Papa Francisco acompaña el dolor de miles de hermanos que sufren a consecuencia de los embates de la naturaleza. El compromiso de la Iglesia Católica en este difícil momento se está expresando con el servicio que brindan las parroquias de las Diócesis afectadas y con la solidaridad de la Colecta Nacional que la Conferencia Episcopal ha pedido a todos los católicos del Perú”, sostienen los obispos peruanos.
En tanto, este viernes, los obispos peruanos también expresaron solidaridadante las situaciones generadas por los embates de la naturaleza como huaicos (deslizamiento de lodo), inundaciones y lluvias.
“En estos momentos de emergencia nacional, invocamos a quienes están damnificados a preocuparse mutuamente los unos de los otros y a dar preferencia a los más débiles: niños, ancianos y mujeres gestantes, en el momento de repartir la ayuda con equidad. Exhortamos a quienes siguen aún soportando la furia de la naturaleza a mantenerse valientes, como la Virgen María ante la cruz de Jesús, seguros que este momento pasará y vendrán tiempos mejores. Agradecemos a nuestras Fuerzas Armadas, a la Policía Nacional y a nuestras autoridades por su abnegación para ayudar a los damnificados”, expresan.
El pasado domingo, durante el rezo del Ángelus, Francisco rezó por la situación que atraviesa Perú, que de momento dejó más de 80 muertos y miles de damnificados.

Poderosa oración a los santos ángeles


Una súplica que puede transformar tu vida

¡Dios Uno y Trino, Omnipotente y Eterno! Antes de recurrir a tus siervos, a los santos ángeles, nos postramos ante tu presencia y te adoramos: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Bendito y alabado seas por toda la eternidad.
Dios santo, Dios fuerte, Dios inmortal: que todos los ángeles y hombres, que Tú creaste, te adoren y amen y permanezcan a tu servicio.
Y tú, María, Reina de todos los ángeles, acepta benignamente las súplicas que te dirigimos; preséntalas ante el Altísimo, tú que eres la mediadora de todas las gracias y la omnipotencia suplicante para que obtengamos la gracias, la salvación y el auxilio.
Amén.
Poderosos santos ángeles, que por Dios nos fueron concedidos para nuestra protección y auxilio, en nombre de la Santísima Trinidad les suplicamos:
¡Vengan de prisa, ayúdenos!
Les suplicamos en nombre de la preciosa sangre de nuestro Señor Jesucristo:
¡Vengan de prisa, ayúdenos!
Les suplicamos por el poderoso nombre de Jesús:
¡Vengan de prisa, ayúdenos!
Les suplicamos por todas las llagas de nuestro Señor Jesucristo:
¡Vengan de prisa, ayúdenos!
Les suplicamos por todos los martirios de nuestro Señor Jesucristo:
¡Vengan de prisa, ayúdenos!
Les suplicamos por la palabra santa de Dios:
¡Vengan de prisa, ayúdenos!
Les suplicamos por el Corazón de nuestro Señor Jesucristo:
¡Vengan de prisa, ayúdenos!
Les suplicamos en nombre del amor que tiene Dios por nosotros los pobres:
¡Vengan de prisa, ayúdenos!
Les suplicamos en nombre de la fidelidad de Dios por nosotros los pobres:
¡Vengan de prisa, ayúdenos!
Les suplicamos en nombre de la misericordia de Dios por nosotros los pobres:
¡Vengan de prisa, ayúdenos!
Les suplicamos en nombre de María, Madre de Dios y nuestra madre:
¡Vengan de prisa, ayúdenos!
Les suplicamos en nombre de María, Reina del Cielo y de la Tierra:
¡Vengan de prisa, ayúdenos!
Les suplicamos en nombre de María, su Reina y Señora:
¡Vengan de prisa, ayúdenos!
Les suplicamos por su bienaventuranza:
¡Vengan de prisa, ayúdenos!
Les suplicamos por su fidelidad:
¡Vengan de prisa, ayúdenos!
Les suplicamos por su lucha en defensa del Reino de Dios:
¡Vengan de prisa, ayúdenos!
Les suplicamos:
¡Protéjannos con su escudo!
Les suplicamos:
¡Defiéndanos con su espada!
Les suplicamos:
¡Ilumínennos con su luz!
Les suplicamos:
¡Sálvennos bajo el manto protector de María!
Les suplicamos:
¡Guárdennos en el Corazón de María!
Les suplicamos:
¡Confíennos a las manos de María!
Les suplicamos:
Muéstrennos el camino que conduce a la puerta de la vida: ¡el Corazón abierto de nuestro Señor!
Les suplicamos: ¡Guíennos con seguridad a la casa del Padre celestial!
Todos ustedes, nueve coros de los espíritus bienaventurados:
¡Vengan de prisa, ayúdennos!
Compañeros especiales y enviados por Dios:
¡Vengan de prisa, ayúdennos!
Insistentemente les suplicamos:
¡Vengan de prisa, ayúdennos!
La preciosa sangre de nuestro Señor y Rey fue derramada por nosotros los pobres.
Insistentemente les suplicamos: ¡vengan de prisa, ayúdennos!
El Corazón de nuestro Señor y Rey late por amor a nosotros los pobres.
Insistentemente les suplicamos: ¡vengan de prisa, ayúdennos!
El Corazón Inmaculado de María, Virgen purísima y Reina de ustedes late por amor a nosotros los pobres. Insistentemente les suplicamos: ¡vengan de prisa, ayúdennos!
San Miguel Arcángel: Tú, príncipe de los ejércitos celestiales, vencedor del dragón infernal, recibiste de Dios la fuerza y el poder para aniquilar, por la humanidad, la soberbia del príncipe de las tinieblas. Insistentemente te suplicamos que nos alcances de Dios la verdadera humildad de corazón, una fidelidad inquebrantable en el cumplimiento continuo de la voluntad de Dios y una gran fortaleza en el sufrimiento y en la penuria. Al comparecer ante el tribunal de Dios, ¡ayúdanos a no desfallecer!
San Gabriel Arcángel: Tú, ángel de la encarnación, mensajero fiel de Dios, abre nuestros oídos para que puedan captar hasta las más suaves sugerencias y llamadas de la gracia que emanan del Corazón amabilísimo de nuestro Señor. Te suplicamos que estés siempre junto a nosotros, para que comprendamos bien la palabra que Dios quiere de nosotros. Haz que estemos siempre disponibles y vigilantes, que el Señor, cuando venga, no nos encuentre durmiendo.
San Rafael Arcángel: Tú que eres lanza y bálsamo del amor divino, te rogamos, hiere nuestro corazón y deposita en él un amor ardiente de Dios. Que la herida no se apague, para que nos haga perseverar todos los días en el camino del amor. ¡Que ganemos por el amor!
Ángeles poderosos y hermanos santos nuestros que sirven frente al trono de Dios, vengan en nuestro auxilio.
Defiéndannos de nosotros mismos, de nuestra cobardía y tibieza, de nuestro egoísmo y ambición, de nuestra envidia y falta de confianza, de nuestra avidez en busca de la abundancia, del bienestar y la estima pública.
Desaten nuestras esposas del pecado y el apego a las cosas terrenas. Quítennos la venda de los ojos que nosotros mismos nos hemos puesto y nos impiden ver las necesidades de nuestro prójimo y la miseria de nuestro ambiente, porque estamos encerrados en una morbosa complacencia de nosotros mismos.
Claven en nuestro corazón el aguijón de la santa ansiedad por Dios, para que no cesemos de buscarlo, con ardor, contrición y amor.
Contemplen la sangre del Señor, derramada por nuestra causa.
Contemplen las lágrimas de su Reina, derramadas por nuestra causa
Contemplen en nosotros la imagen de Dios, desfigurada por nuestros pecados, que Él por amor imprimió en nuestra alma.
Ayúdennos a reconocer a Dios, adorarlo, amarlo y servirlo.
Ayúdennos en la lucha contra el poder de las tinieblas que, enmascaradamente, nos envuelve y aflige.
Ayúdennos, para que ninguno de nosotros se pierda, permitiendo así que un día nos reunamos todos, jubilosos, en la eterna bienaventuranza.
Amén.
San Miguel, ¡socórrenos con tus santos ángeles, ayúdanos y ruega por nosotros!
San Gabriel, ¡socórrenos con tus santos ángeles, ayúdanos y ruega por nosotros!
San Rafael, ¡socórrenos con tus santos ángeles, ayúdanos y ruega por nosotros!
Oh, Dios, que organizas de modo admirable el servicio de los ángeles y los hombres, haz que nos protejan en la Tierra aquellos que sirven en el cielo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, en la unidad del Espíritu Santo.



Martes de la cuarta semana de Cuaresma


Libro de Ezequiel 47,1-9.12. 

Un ángel me llevó a la entrada de la Casa, y vi que salía agua por debajo del umbral de la Casa, en dirección al oriente, porque la fachada de la Casa miraba hacia el oriente. El agua descendía por debajo del costado derecho de la Casa, al sur del Altar.
Luego me sacó por el camino de la puerta septentrional, y me hizo dar la vuelta por un camino exterior, hasta la puerta exterior que miraba hacia el oriente. Allí vi que el agua fluía por el costado derecho.
Cuando el hombre salió hacia el este, tenía una cuerda en la mano. Midió quinientos metros y me hizo caminar a través del agua, que me llegó a los tobillos.
Midió otros quinientos metros y me hizo caminar a través del agua, que me llegó a las rodillas. Midió otros quinientos metros y me hizo caminar a través del agua, que me llegó a la cintura.
Luego midió otros quinientos metros, y ya era un torrente que no pude atravesar, porque el agua había crecido: era un agua donde había que nadar, un torrente intransitable.
El hombre me dijo: "¿Has visto, hijo de hombre?", y me hizo volver a la orilla del torrente.
Al volver, vi que a la orilla del torrente, de uno y otro lado, había una inmensa arboleda.
Entonces me dijo: "Estas aguas fluyen hacia el sector oriental, bajan hasta la estepa y van a desembocar en el Mar. Se las hace salir hasta el Mar, para que sus aguas sean saneadas.
Hasta donde llegue el torrente, tendrán vida todos los seres vivientes que se mueven por el suelo y habrá peces en abundancia. Porque cuando esta agua llegue hasta el Mar, sus aguas quedarán saneadas, y habrá vida en todas parte adonde llegue el torrente.
Al borde del torrente, sobre sus dos orillas, crecerán árboles frutales de todas las especies. No se marchitarán sus hojas ni se agotarán sus frutos, y todos los meses producirán nuevos frutos, porque el agua sale del Santuario. Sus frutos servirán de alimento y sus hojas de remedio".

Salmo 46(45),2-3.5-6.8-9. 
El Señor es nuestro refugio y fortaleza,
una ayuda siempre pronta en los peligros.
Por eso no tememos,
aunque la tierra se conmueva

y las montañas se desplomen
hasta el fondo del mar.
Los canales del Río alegran la Ciudad de Dios,
la más santa Morada del Altísimo.

El Señor está en medio de ella: nunca vacilará;
él la socorrerá al despuntar la aurora.
El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro baluarte es el Dios de Jacob.

Vengan a contemplar las obras del Señor,

Él hace cosas admirables en la tierra.



Evangelio según San Juan 5,1-16. 
Se celebraba una fiesta de los judíos y Jesús subió a Jerusalén.
Junto a la puerta de las Ovejas, en Jerusalén, hay una piscina llamada en hebreo Betsata, que tiene cinco pórticos.
Bajo estos pórticos yacía una multitud de enfermos, ciegos, paralíticos y lisiados, que esperaban la agitación del agua.
[Porque el Angel del Señor descendía cada tanto a la piscina y movía el agua. El primero que entraba en la piscina, después que el agua se agitaba, quedaba curado, cualquiera fuera su mal.]
Había allí un hombre que estaba enfermo desde hacía treinta y ocho años.
Al verlo tendido, y sabiendo que hacía tanto tiempo que estaba así, Jesús le preguntó: "¿Quieres curarte?".
El respondió: "Señor, no tengo a nadie que me sumerja en la piscina cuando el agua comienza a agitarse; mientras yo voy, otro desciende antes".
Jesús le dijo: "Levántate, toma tu camilla y camina".
En seguida el hombre se curó, tomó su camilla y empezó a caminar. Era un sábado,
y los judíos dijeron entonces al que acababa de ser curado: "Es sábado. No te está permitido llevar tu camilla".
El les respondió: "El que me curó me dijo: 'Toma tu camilla y camina'".
Ellos le preguntaron: "¿Quién es ese hombre que te dijo: 'Toma tu camilla y camina?'".
Pero el enfermo lo ignoraba, porque Jesús había desaparecido entre la multitud que estaba allí.
Después, Jesús lo encontró en el Templo y le dijo: "Has sido curado; no vuelvas a pecar, de lo contrario te ocurrirán peores cosas todavía".
El hombre fue a decir a los judíos que era Jesús el que lo había curado.
Ellos atacaban a Jesús, porque hacía esas cosas en sábado.