miércoles, 11 de mayo de 2016

“La alegría del amor”: el legado del papa Francisco sobre la familia Trata el matrimonio y la familia desde una perspectiva humana basada en “tres palabras clave: permiso, gracias, perdón”

happy-857463_1920



La Exhortación Apostólica “La alegría del amor” (abreviadamente AL, del latín Amoris Laetitia) es un texto que viene a ser el legado del papa Francisco sobre la familia, su testamento, como lo fue la “Familiaris Consortio” para san Juan Pablo II. Es un documento extenso que en su elaboración se han necesitados dos sínodos de obispos de todo el mundo.
Estos sínodos, a su vez, se han celebrado después de que todas las conferencias episcopales del mundo hayan sido consultadas sobre los problemas de la familia en sus respectivos territorios, y al mismo tiempo estas conferencias de obispos han consultado a sus instituciones y organizaciones católicas sobre el tema. Por lo tanto “La alegría del amor” no es un documento hecho deprisa, sino tras tres años de una amplísima consulta a todo el mundo católico.
Vaya por delante que “La alegría del amor” es un texto pastoral, es decir que no define doctrina, sino que quiere discernir, integrar en la Iglesia y acompañar a todas las familias para acercarlas al amor misericordioso de Jesús. Este documento viene a completar, en el siglo XXI, lo que la Humanae Vitaedel beato Pablo VI y la Familiaris Consortio de san Juan Pablo II fueron para la familia después del Concilio Vaticano II, en el siglo pasado. ¿Por qué el papa Francisco no cambia la doctrina? Lo ha dicho muchas veces: su pontificado es pastoral, y no ha venido a cambiar ninguna doctrina.
“La alegría del amor” no se ha publicado para cambiar ninguna ley, sino para acercarse al hombre de hoy y mostrarle la misericordia de Dios, por grandes que sean sus dificultades en su vida  familiar y personal, y por grandes que sean sus penas y pecados, pues el amor y la misericordia de Dios están por encima de la justicia y de la ley. No desaparecen ni cambian la justicia y la ley, sino que se pone en relieve la misericordia y el amor de Dios al hombre y trata de resolver los problemas “desde el hombre”, comprendiendo al hombre, acercándolo más a Jesús y a su misericordia, pues Jesús es “el rostro de las misericordia del Padre”.
No pocas familias en el mundo de hoy pasan por penas grandes –a veces muy grandes—y pequeñas, y también no pocas familias viven su fe, su fidelidad al Evangelio, a veces con sacrificios grandes y pequeños. “La alegría del amor” enfoca los temas familiares desde un elenco muy amplio de situaciones en los que se encuentra la familia en el mundo moderno, y los quiere iluminar a la luz de la fe, de la esperanza y del amor de Dios. Y siempre con la misma receta: el amor y la misericordia de Dios.
Y así menciona no solo la belleza del amor en el noviazgo, en los recién casados y en los abuelos, sino también la transmisión de la vida, la ternura o cuando parece que el amor se achica. Pone ejemplos concretos sacados de la realidad de las familias de todo el mundo, para desgranar los desafíos y las soluciones pastorales que se plantean en las familias. Estos son, entre otros, la actitud de servicio, la envidia, la soberbia, la amabilidad, el desprendimiento, la violencia interior y exterior, el perdón, la disculpa, la confianza, la esperanza, la generosidad y la magnanimidad, la drogadicción, la pobreza extrema, la homosexualidad, la educación sexual, las uniones de hecho y un largo etcétera.
El papa Francisco no deja, no quiere dejar, ningún cabo suelto y aborda los problemas con todo realismo sin dejar nada en el tintero. Por eso el documento es largo, y por eso es de gran interés que sea leído por todos los cristianos.
Gran énfasis ha puesto el papa Francisco en el perdón, que no solo es el perdón y la misericordia de Dios, sino el perdón y la misericordia que todos los miembros de una familia deben tener los unos para con los otros. Cuando el papa Francisco habla del perdón (AL, 105-108), recuerda a veces la influencia que tuvo en él la atenta lectura en su juventud del gran autor italiano Alessandro Manzoni, en su libro “I promessi sposi” (Los novios)“En la familia es necesario usar tres palabras: permiso, gracias, perdón. ¡Tres palabras clave!” (AL, 133), y reconoce que no es fácil el perdón.
El matrimonio no es un amor que brota, genera emociones, tiene una dimensión erótica y después se apaga, sino que es un camino en el que el amor se engrandece con los años, día tras día, porque quien se acerca al matrimonio es porque ha recibido “una vocación” (AL, 72) de Dios, y es en este contexto “vocacional” como hay que iniciar este camino de amor y donde la gracia del sacramento perdura toda la vida.
La clave para entender el amor, señala el Papa en su Exhortación Apostólica, descansa en las palabras de san Pablo a los Corintios (13, 4-7) donde hace un elogio del amor, que “es paciente, es servicial, el amor no tiene envidia, no hace alarde, no es arrogante, no obra con dureza, no busca su propio interés, no se irrita, no lleva cuentas del mal, no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (AL, 90).

¿Cómo mantener la “chispa” en matrimonios de larga duración? No se trata de "conservar el amor del principio", sino de aprender a amarse de un modo nuevo


6200234610_f0bd68bd01_o


Cuando el amor se pone añejo… cuando ha sido probado por tanta “fidelidad en los pequeños momentos de la vida”, cuando “esa fidelidad llena de sacrificios y de gozos va como floreciendo con la edad” es también cuando “los ojos de los esposos se ponen brillantes al contemplar a los hijos de sus hijos” (AL, 231).
La Exhortación Apostólica del papa Francisco sobre la familia, “La alegría del amor” (Amoris Laetitia), introduce de este modo un tema capital como son las crisis en el matrimonio.
Cita el Papa a san Juan de la Cruz, cuando en su Canto Espiritual afirma que “los viejos amadores son los ya ejercitados y probados” y añade el santo que ellos “ya no tienen los hervores sensitivos, ni aquellas furias y fuegos hervorosos por fuera, sino que gustan la suavidad del vino de amor… asentado allá dentro del alma”. Esto supone, dice el Papa, “haber sido capaces de superar juntos las crisis de los tiempos de angustia, sin escapar de los desafíos ni esconder las dificultades” (AL, 231).
Ningún matrimonio es inmune a las crisis y hay que decir que “una crisis superada no lleva a una relación de menor intensidad, sino a mejorar, asentar y madurar el vino de la unión”, haciéndose “añejo”, pues “no se convive para ser cada vez menos felices, sino para aprender a ser felices de un modo nuevo” (AL, 232).
Es muy importante que la Iglesia acompañe a los matrimonios en crisis, ayudarlos a superar los obstáculos que se van presentando” y de manera que “las crisis no los asusten, ni los lleven a tomar decisiones apresuradas. Cada crisis esconde una buena noticia que hay que saber escuchar afinando el oído del corazón” (Idem).
En las crisis a veces se tiende a “esconder los problemas, relativizar su importancia y apostar por el paso del tiempo”. Pero así “los vínculos se van deteriorando” y la pareja se va aislando. “En una crisis no asumida, dice el papa Francisco, lo que más se perjudica es la comunicación” entre los esposos. De este modo, poco a poco, alguien que era “la persona que amo” pasa a ser “quien me acompaña siempre en la vida”, luego solo “el padre o la madre de mis hijos, y, al final, “un extraño” “(AL, 233).
Para enfrentarse a una crisis, aconseja el Papa, se necesita “estar presentes”, aunque sea difícil pues “a veces las personas se aíslan para no manifestar lo que sienten, se arrinconan en el silencio mezquino y tramposo” (AL, 234). Hay que aprender a comunicarse, lo cual “es todo un arte que se aprende en los tiempo de calma, para ponerlo en práctica en los tiempos duros”. En las crisis no se puede ignorar “su carga de dolor y de angustia” (ídem).
Hay momentos de las crisis “que son comunes”en los matrimonios, como son los inicios de la convivencia y tocar las diferencias de carácter, o cuando llega el primer hijo con sus nuevos desafíos emocionales; la crisis de crianza que cambia los hábitos del matrimonio; la crisis de la adolescencia del hijo que desestabiliza a los padres y a veces los enfrenta entre sí” (AL, 235); la crisis del “nido vacío” cuando la pareja vuelve a mirarse a sí misma; la crisis de la vejez de los padres que exigirán cuidados y decisiones difíciles.
Junto a estas crisis anteriores, se unen a la pareja, a veces, otras crisis no menos importantes, que son de tipo personal, como las dificultades económicas, laborales, afectivas, sociales, espirituales, o cuando entran otras personas que exigen el camino del “perdón y reconciliación” (AL, 236). Entonces conviene pensar en la eficacia de la gracia y recibir la ayuda adecuada que enseñe a saber perdonar y sentirse perdonados, “fundamental en la vida familiar”. Con eso muchos matrimonios se salvan (Idem).
Hay también una crisis de madurez, de personas que a pesar de la edad no han madurado por circunstancias familiares o personales adversas en su niñez o adolescencia. Esto es “frecuente”, dice el papa Francisco en su Exhortación Apostólica (AL, 236). Y ocurre cuando cada uno siente “que no recibe lo que desea o que no se cumple con sus sueños, y eso parece dar fin a un matrimonio. Así no habrá matrimonio que dure”.
Necesitan realizar a los 40 años una maduración atrasada que debería haberse logrado al final de la adolescencia. A veces se ama con un amor egocéntrico propio del niño” en que “se vive del capricho” y todo gira en el propio yo, con un “amor insaciable, que grita y llora cuando no tiene lo que desea” (AL, 239)
En realidad cada crisis es “como un nuevo “sí” que hace posible que el amor salga fortalecido,transfigurado, madurado, iluminado” (AL, 138). Hay que caminar juntos nuevas etapas, y en toda crisis “no hay que esperar que solo cambie el otro” (AL, 240).
Seguidamente la Exhortación Apostólica post Sinodal describe un elenco de situaciones complicadas en las que la Iglesia debe acompañar a los esposos con el fin de que lo puedan superar y perjudicar lo menos posible a los hijos, que con “las víctimas inocentes” de los divorcios. Entre las soluciones que se han dado en el Sínodo de los obispos están las dos leyes del papa Francisco sobre la agilización de las causas de nulidad matrimonial.
Al respecto, el papa Francisco se pregunta: “¿Sentimos el peso de la montaña que aplasta el alma de un niño en las familias donde se trata mal y se hace el mal, hasta romper el vínculo de la fidelidad conyugal?” (AL, 246).
La Iglesia debe acompañar especialmente en casos de separación al cónyuge más débil, a los hijos, y hacer que estos sean queridos y amados por sus papás aunque estos no vivan juntos. Y que los hijos no sean armas arrojadizas en peleas entre los padres. También difícil es el acompañamiento de las familias monoparentales o cuando un matrimonio que tiene algún hijo homosexual. En este caso, el hijo, “con independencia de su tendencia homosexual, ha de ser respetado en su dignidad y acogido con respeto, evitando toda discriminación injusta”, y que los hijos con esta tendencia sexual “puedan contar con la ayuda necesaria para comprender y realizar plenamente la voluntad de Dios en su vida”(AL, 250).
La Exhortación Apostólica (AL, 251) reafirma totalmente el matrimonio formado por un hombre y una mujer, pues como dijo el Sínodo de 2015, en su relación final, “no existe ningúnfundamento para asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotas, entre uniones homosexuales y el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia” (AL, 251).
En definitiva, hay que intentar que en todos los matrimonios y familias, el amor se ponga añejo.

‘Dios me respondió a través de la confesión con el Papa’ Testimonios de Ana y Pilar, dos jóvenes españolas que se confesaron con el Santo Padre en el Jubileo de los adolescentes en Roma

Jubileo de los adolescentes - Confesión con el Santo Padre

(ZENIT – Roma).- “¿Quieres confesarte con el Papa?”. No podía creer lo que estaba escuchando, sin pensarlo dije que sí. En ese momento pasaba por allí una compañera de clase, Pilar, la agarré del brazo y le dije: ‘Nos vamos a confesar con el Papa’. Y allí estábamos las dos, temblando de los nervios, no éramos conscientes de lo que verdaderamente iba a a pasar”. Así relata Ana a ZENIT esta experiencia inolvidable que vivió en la plaza de San Pedro, durante el Jubileo de los adolescentes el pasado 23 de abril.
Pilar y Ana, son estudiantes de 4º de la ESO en el colegio Everest de Monteclaro,de Regnum Christi, en Pozuelo de Alarcón, Madrid. Todos los años el colegio hace un viaje a Roma con todo el curso, antes de la confirmación para prepararse para el sacramento, nos explica Pilar. El viaje de este año coincidió con el Jubileo de los adolescentes. “Nunca hubiéramos imaginado que llegaría a hablar personalmente con Papa, ni siquiera verle de cerca, pero Dios me dio ese regalo”, añade la joven.
Pilar recuerda que la espera se le hizo eterna, “me temblaban las manos y no conseguía concentrarme en hacer el examen de conciencia.  Por fin llegó mi turno.  Saludé al papa Francisco dándole la mano y me senté junto a él.  Al principio no conseguía hablar.  Solo le miraba sin saber qué decir, asombrada,  sin poder creérmelo. Como vio que no conseguía formular palabra, empezó a hacerme preguntas y a contarme un poco de su vida, para tranquilizarme”.
Pilar añade que “no fue para nada como me lo esperaba sino infinitamente mejor”.  El santo padre Francisco –asegura– es una persona súper cercana,  para nada sientes que estás hablando con el Papa, ya que te habla como un padre, como si te conociera a la perfección. “Durante la confesión no escuché nada más aparte de su voz.  Te sentías a gusto, con paz … y después de un rato, tranquila. Sentías como si estuviera en el cielo, segura, protegida, feliz y como si nada malo pudiera pasar.  Se notaba que era tu Padre del cielo que te hablaba a través de una persona por cómo te hablaba con preocupación sobre tus problemas y buscaba maneras de solucionarlos dándote consejos”, precisa la joven. 
Una de las cosas que más impactó a Pilar fue su sentido del humor. “De vez en cuando te decía una frase graciosa para suavizar las cosas”. Asimismo, afirma que “fue increíble que me pidiera que rezáramos mucho por él”. Esto te demuestra –observa– que es una persona humilde y que aparte de bajar a confesar a personas totalmente normales, sin seguridad, sin previo aviso y en una simple silla de plástico te pide que reces por él,  pues tiene la misión de guiar a una Iglesia muy grande. Nada más terminar de hablar con él, Pilar se puso a llorar de la emoción, llamó a su madre, que le dijo “con esto queda bendecida toda la familia”.
Por su parte, Ana asegura que en la confesión sintió una paz y una felicidad plena. “De lo emocionada que estaba, no me salían las palabras,  no podía creer que el representante de Dios me estuviera confesando. Es algo que recordaré para toda mi vida, cada una de las palabra, y consejos que me dijo me han quedado marcados para siempre”.
Cuando llegué –recuerda la joven Ana– estuvimos un rato hablando, le conté un problema familiar que tenía, quería que pidiera por mis intenciones. Cuando se lo conté el Papa dijo: “las cosas que nos ocurren ahora no las podemos entender, pero en algún momento de nuestras vidas, nos daremos cuenta por qué Dios nos hizo pasar por eso”.
A Ana le impresionó lo afligido que estaba el Papa, por su experiencia en Lesbos. “Me estuvo contando la pobreza, el sufrimiento, la tristeza que vio en los refugiados”, explica. 
Finalmente, Ana señala que este año su hermana pequeña ha pasado por una enfermedad grave y esta experiencia le afectó tanto que le provocó un distanciamiento con Dios. No lograba encontrar respuesta a esta situación y “Dios me respondió a través de esta confesión”, asegura. “Nunca hubiera pensado que el Santo Padre me confesara, cuando terminé sentí en mí felicidad plena, sentí que algo interiormente había cambiado”, precisa Ana. 
Por eso hace un llamamiento a los jóvenes que tienen dudas y no encuentran respuestas: “les aconsejo que las busquen, que no pasen y piensen que ya vendrán las respuestas, que salgan y vayan en busca de respuestas”.

Miércoles de la séptima semana de Pascua

Libro de los Hechos de los Apóstoles 20,28-38. 
Pablo decía a los principales de la Iglesia de Efeso:
"Velen por ustedes, y por todo el rebaño sobre el cual el Espíritu Santo los ha constituido guardianes para apacentar a la Iglesia de Dios, que él adquirió al precio de su propia sangre.
Yo sé que después de mi partida se introducirán entre ustedes lobos rapaces que no perdonarán al rebaño.
Y aun de entre ustedes mismos, surgirán hombres que tratarán de arrastrar a los discípulos con doctrinas perniciosas.
Velen, entonces, y recuerden que durante tres años, de noche y de día, no he cesado de aconsejar con lágrimas a cada uno de ustedes.
Ahora los encomiendo al Señor y a la Palabra de su gracia, que tiene poder para construir el edificio y darles la parte de la herencia que les corresponde, con todos los que han sido santificados.
En cuanto a mí, no he deseado ni plata ni oro ni los bienes de nadie.
Ustedes saben que con mis propias manos he atendido a mis necesidades y a las de mis compañeros.
De todas las maneras posibles, les he mostrado que así, trabajando duramente, se debe ayudar a los débiles, y que es preciso recordar las palabras del Señor Jesús: 'La felicidad está más en dar que en recibir'".
Después de decirles esto, se arrodilló y oró junto a ellos.
Todos se pusieron a llorar, abrazaron a Pablo y lo besaron afectuosamente,
apenados sobre todo porque les había dicho que ya no volverían a verlo. Después lo acompañaron hasta el barco.



Salmo 68(67),29-30.33-35a.35b-36c. 
Tu Dios ha desplegado tu poder:
¡sé fuerte, Dios, tú que has actuado por nosotros!
A causa de tu Templo, que está en Jerusalén,
los reyes te presentarán tributo.

¡Canten al Señor, reinos de la tierra,
entonen un himno al Señor,
al que cabalga por el cielo,
por el cielo antiquísimo!

El hace oír su voz poderosa,
¡reconozcan el poder del Señor!
Su majestad brilla sobre Israel
¡Bendito sea Dios!




Evangelio según San Juan 17,11b-19. 
Jesús levantó los ojos al cielo, y oró diciendo:
"Padre santo, cuida en tu Nombre a aquellos que me diste, para que sean uno, como nosotros.
Mientras estaba con ellos, cuidaba en tu Nombre a los que me diste; yo los protegía y no se perdió ninguno de ellos, excepto el que debía perderse, para que se cumpliera la Escritura.
Pero ahora voy a ti, y digo esto estando en el mundo, para que mi gozo sea el de ellos y su gozo sea perfecto.
Yo les comuniqué tu palabra, y el mundo los odió porque ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno.
Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
Conságralos en la verdad: tu palabra es verdad.
Así como tú me enviaste al mundo, yo también los envío al mundo.
Por ellos me consagro, para que también ellos sean consagrados en la verdad."



Leer el comentario del Evangelio por : San Agustín  
«Digo esto en el mundo para que ellos mismos tengan mi alegría cumplida»