jueves, 4 de enero de 2018

¿Por qué los santos son santos?


Al mirar la vida de los santos, se constata que la oración fervorosa era el principio básico de sus actividades 

Si nos dedicamos atentamente a la lectura de la vida de los santos, si los observamos con cuidado, acompañándolos en las luchas que emprendieron y en los trabajos que soportaron heroicamente, nos daremos cuenta que la oración fervorosa y continua ha constituido el principio básico de su actividad.
Muchas veces se abstenían de la comida, bebida o el reposo del sueño, pero nunca dejaban de rezar. Sus palabras, sus trabajos, sus ocupaciones estaban impregnados del espíritu de oración. Incluso cuando se dedicaban todo el día a las obras de caridad, a la enseñanza, a la predicación o a cualquier otra actividad obligatoria, no olvidaban jamás la oración, pasando gran parte de la noche en contemplación y meditación.
Cómo es edificante la descripción de la vida que llevaban los anacoretas y los monjes del desierto. Cómo se dedicaban esos hombres a la oración. San Antonio, inspirado por Dios, intentó un día descubrir dónde se encontraba el gran ermitaño san Pablo. Al llegar al lugar donde se hallaba, santificaron ambos ese día, dedicándose exclusivamente a la oración y los santos coloquios.
En la noche, se les apareció un cuervo que traía un pan en el pico. “Mira cómo Dios es bueno”, exclamó Pablo. “Desde hace 60 años Dios me manda cada día medio pan con su mensajero; y ahora, para conmemorar tu llegada, me manda el pan entero”. Conmovidos y llenos de reconocimiento por la dádiva recibida, siguieron alabando a Dios con la mayor devoción posible y así se quedaron toda la noche, sólo alimentándose con el pan después de las oraciones. Este es sólo un ejemplo de muchos y que nos enseña cuál es el espíritu de oración de los santos anacoretas.
Es admirable también el espíritu de oración manifestado por san Patricio, apóstol de Irlanda. Fue debido a su trabajo y celo que esa isla se convirtió, volviéndose verdaderamente un pueblo cristiano. Rezaba diariamente todo el Salterio; hacía cada día 300 genuflexiones, se persignaba cientos de veces. Dividía la noche en tres partes: la primera la pasaba de rodillas, la otra de pie, rezando, y la última parte la destinaba al sueño.
San Francisco de Asís permanecía también muchas noches en oración, dedicándose a ella la mayor parte de su tiempo. Los hermanos, sus compañeros, solían observarlo y en muchas ocasiones lo oyeron repetir una infinidad de veces: “Mi Dios y mi todo”. Se retiraba con frecuencia en soledad para rezar.
Santo Domingo estaba todo el día entre la predicación y los trabajos apostólicos. Durante la noche, se postraba frente al altar, y cuando la Iglesia se encontraba cerrada, se arrodillaba frente a la puerta, y se quedaba así durante muchas horas, en oración.
santa Isabel de Hungría le gustaba mucho rezar, se consagraba completamente a la oración. Rezaba no sólo durante el día, en determinadas horas, sino también por la noche se levantaba de la cama, se ponía de rodillas en fervorosa oración. Su alma, impregnada de fe y piedad, se aproximaba aún más a Dios, suplicando por la pobre humanidad pecadora. Sólo abreviaba la oración cuando su esposo la reclamaba, temiendo que el exceso de fervor la hiciera enfermar.
San Antonio, el popular san Antonio, antes de ser llamado a la vida apostólica, se entregaba a la contemplación. Más tarde, al volverse predicador y doctor en teología, seguía rezando mucho. Con frecuencia saludaba a Nuestra Señora, recitando el bello himno “O gloriosa Domina”, repitiendo a menudo la antífona: “Ecce crucem Domini”, para ahuyentar al demonio. 
San Luis Gonzaga tenía gran predilección por la oración. Le daba mucha pena cuando tenía que interrumpirla, y se le notaba claramente. Se quedaba muchas veces de rodillas cinco horas seguidas.
La vida de san Alfonso María de Ligorio también es bastante conocida. Compuso y legó de su trabajo las más bellas visitas al Santísimo Sacramento y a María Santísima. Ilustró a la Iglesia con un bello libro en que demuestra la utilidad y la necesidad de la oración. Lo que recomendó intentó ponerlo en práctica con todo su fervor y ardor. Vivía rezando.
Podríamos citar muchos nombres de otros santos, hombres seculares, sencillos trabajadores , como san Isidoro, o militantes que se constituyeron defensores de la patria, los que se esfuerzaron por ejercer el trabajo civil del funcionalismo, monarcas en todo el apogeo de su poder, como el emperador Enrique, Luis, rey de Francia, tan célebres por su piedad, u hombres pobres, como José Benito Labre, que le dieron a la oración la máxima importancia, consagrándole el mejor tiempo que tenían.
Todos estos hombres, religiosos, seculares, padres de familia o célibes, los que vivían en la opulencia, o los que pasaron grandes privaciones, los de posición elevada, o los modestos, pobres desconocidos, por su bajo nivel social, eran hombres de oración que cumplieron a la letra la Palabra del Señor: “Es necesario orar siempre sin desanimarse” (Lc 18,1). Así ellos lograron triunfar sobre el mal, alcanzar la perfección y santificarse.
Hoy, desgraciadamente, los hombres rezan poco o rezan mal, las disculpas son forzadas, innumerables pretextos que se alegan para eximirse de la obligación de rezar. La oración se considera algo dispensable o de menos importancia. Sin embargo, la oración es una necesidad imprescindible e imperiosa, es un acto que nos dignifica, conforta y consuela nuestra alma, y nos preserva del mal.
Fuente: Libro “Assim deveis rezar” de “Mariófilo”, por AASCJ

“¿Amas a María, la Madre de nuestro Señor?” (Un bello testimonio)



Cuando niño cada vez que tenía un percance acudía a mi mamá.
Mi refugio siempre fue mi madre. Me caía y corría donde ella para que me curara los raspones  y moretones.  La recuerdo aun limpiando mis heridas con una sonrisa que me calmaba, colocándome un curita y dándome un abrazo tierno. Me refugiaba en ella y sentía un gran consuelo con sus tiernas palabras que calmaban tu inquietud: “Vas a estar bien”.
Ella me enseño con mi abuela a buscar refugio en nuestra Madre del cielo, el primer sagrario.
Siempre encuentro dulces consuelos celestiales. Me sonrío porque cada vez que me acerco a la Virgen y rezo el Rosario me parece escuchar sus palabras en la Boda de Caná de Galilea. (Jn 2, 5)
“Hagan todo lo que Jesús les diga”.
La Virgen María es un refugio en la adversidad, consuelo de la humanidad. Cada noche antes de dormir rezo con Vida mi esposa tres Avemaríasuna bella devoción que le fue revelada a Santa Matilde de Hackeborn (1241-1281) junto a las gracias innumerables que recibirán quienes practiquen esta devoción y recen a diario tres avemarías, pidiendo a la Virgen Santísima su Auxilio.
Algunos te dicen: “El único que intercede ante el Padre es Jesús”. Y es muy cierto. Lo que han olvidado es que María su Madre intercede por nosotros ante Él. Y su Hijo Jesús, nunca le niega nada a su madre. Además es mi Madre del cielo, ¿cómo no acudir a ella?
Yo que a diario busco  los sagrarios porque en ellos está mi Señor, ¿cómo no voy a amar el primer sagrario que llevó a nuestro Señor? La Purísima Virgen María, la llena de Gracia, Nuestra Madre celestial.





En ocasiones encuentro personas que no han llegado a conocer a nuestra Madre celestial y por ese desconocimiento no hablan bien de ella. En esos momentos, con la mayor caridad que puedo, les hago una sola pregunta: “¿No amas a la Virgen María la Madre de nuestro Señor?”  Esto basta casi siempre para abandonar la discusión.
No puedo juzgarlos, ni juzgar a nadie. Y tampoco deseo hacerlo. Yo mismo, conociendo a Jesús y a nuestra Madre celestial, buscando a Dios y su gracia, soy de los que pecan y caen…
Me ocurre como a san Pablo.
“Realmente, mi proceder no lo comprendo; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco.” (Romanos 7, 15)
Bien decía  el Papa bueno, Juan XXIII: “Comprender, no criticar”.
Debemos comprender y amar, no juzgar.
Te dejo con esta bella oración con la que me acerco siempre a la Virgen María:
“Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea, pues todo un Dios se recrea, en tan graciosa belleza. A Ti celestial princesa, Virgen Sagrada María, te ofrezco en este día, alma vida y corazón. Mírame con compasión, no me dejes, Madre mía. Amén.”
  

Feria de tiempo de Navidad (4 ene.)

Epístola I de San Juan 3,7-10. 
Hijos míos, que nadie los engañe: el que practica la justicia es justo, como él mismo es justo.
Pero el que peca procede del demonio, porque el demonio es pecador desde el principio. Y el Hijo de Dios se manifestó para destruir las obras del demonio.
El que ha nacido de Dios no peca, porque el germen de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque ha nacido de Dios.
Los hijos de Dios y los hijos del demonio se manifiestan en esto: el que no practica la justicia no es de Dios, ni tampoco el que no ama a su hermano.

Salmo 98(97),1.7-8.9. 
Canten al Señor un canto nuevo,
porque él hizo maravillas:
su mano derecha y su santo brazo
le obtuvieron la victoria.

Resuene el mar y todo lo que hay en él,
el mundo y todos sus habitantes;
aplaudan las corrientes del océano,
griten de gozo las montañas al unísono.

Griten de gozo delante del Señor,
porque él viene a gobernar la tierra:
él gobernará al mundo con justicia,
y a los pueblos con rectitud.


Evangelio según San Juan 1,35-42. 
Estaba Juan Bautista otra vez allí con dos de sus discípulos
y, mirando a Jesús que pasaba, dijo: "Este es el Cordero de Dios".
Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús.
El se dio vuelta y, viendo que lo seguían, les preguntó: "¿Qué quieren?". Ellos le respondieron: "Rabbí -que traducido significa Maestro- ¿dónde vives?".
"Vengan y lo verán", les dijo. Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día. Era alrededor de las cuatro de la tarde.
Uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro.
Al primero que encontró fue a su propio hermano Simón, y le dijo: "Hemos encontrado al Mesías", que traducido significa Cristo.
Entonces lo llevó a donde estaba Jesús. Jesús lo miró y le dijo: "Tú eres Simón, el hijo de Juan: tú te llamarás Cefas", que traducido significa Pedro.