jueves, 28 de diciembre de 2017

¿Te ha pasado? Cuando no confío en Dios todo me va mal



lo largo de este año te he compartido muchas cosas de mi vida.  Mis visitas al santísimo, donde  se encuentra mi mejor amigo, el buen Jesús, mis momentos de oración, mis dudas e inquietudes, mi familia. Hoy quiero compartirte sobre mi confianza en Dios.
Veo a Jesús clavado en la Cruz  y me digo: “¿Cómo no confiar al ver lo que hizo por mí?”
Desde pequeño he salido en una búsqueda incesante de Dios.Siempre he soñado con verlo, decirle que le quiero y agradecerle las bendiciones que nos ha dado en esta vida. Hay una condición que debo cumplir para hacer realidad este anhelo.
El mismo Jesús nos mostró el camino. Se encuentra en la sexta Bienaventuranza.
“Bienaventurados los de limpio corazón, pues ellos verán a Dios”. (Mateo 5, 8)
¡Cuánto me cuesta vivir en su presencia, mantener la pureza de mi alma!
Todas las mañanas antes de empezar a escribir, le ofrezco  a Dios mi trabajo del día y le pido que lo convierta en una oración  grata.
No siempre le doy lo mejor de mí, lo reconozco.
Hay algo sobre mis libros que tal vez no te he contado. En cierta ocasión se me acercó una señora para hacerme un comentario. Me encontraba en el Santuario Nacional del Corazón de María. Tenía colocada allí mi mesita repleta de libros. Los miró y señaló mientras comentaba:
“Su vida debe ser muy sencilla, libre de toda dificultad, para que pueda escribir esos bellos libros”.
Sonreí amablemente y recordé las cosas que he pasado a lo largo de estos años. La adversidad que a menudo se hace presente, mis esfuerzos para sacar adelante a mi familia. Mi pobreza espiritual.  Mi dolor al saber que no he sido el mejor hijo para nuestro Padre Dios.
Si usted supiera…” respondí. “Cada libro es un problema que he tenido que superar.  Por lo general el buen Dios permite que pase por el camino dela adversidad y me muestra el camino para salir. Tenemos libre albedrío. Me toca decidir qué hacer. Sigo este camino que me guiará a buen puerto o me empecino por el que voy, sabiendo que no me llevará a ningún lado. 
Al final  escojo el camino de Dios. Me siento inmediatamente a escribir sobre esa dificultad y comento lo que estoy viviendo.  A medida que avanzo el libro avanza conmigo, Cuando logro superar la prueba pongo el punto final al libro.  Luego llega la gracia de Dios. Y todo cambia. Cambio yo. Y cambian los lectores. 
Comprendo que sin Él nada soy. Que todo lo que hacemos carecería de valor sin su presencia amorosa”. 
Mi conclusión a lo largos de estos años siempre es la misma:
“Debo confiar en Dios”.
El salmo  27 lo describe mejor que yo.
“Hubiera yo desmayado, si no hubiera creído 
que había de ver la bondad del Señor
en la tierra de los vivientes.
Espera al Señor;
esfuérzate y aliéntese tu corazón.
Sí, espera al Señor”.

5o día de la Octava de Navidad





Epístola I de San Juan 2,3-11. 
Queridos hermanos:
La señal de que lo conocemos, es que cumplimos sus mandamientos.
El que dice: "Yo lo conozco", y no cumple sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él.
Pero en aquel que cumple su palabra, el amor de Dios ha llegado verdaderamente a su plenitud. Esta es la señal de que vivimos en él.
El que dice que permanece en él, debe proceder como él.
Queridos míos, no les doy un mandamiento nuevo, sino un mandamiento antiguo, el que aprendieron desde el principio: este mandamiento antiguo es la palabra que ustedes oyeron.
sin embargo, el mandamiento que les doy es nuevo. Y esto es verdad tanto en él como en ustedes, porque se disipan las tinieblas y ya brilla la verdadera luz.
El que dice que está en la luz y no ama a su hermano, está todavía en las tinieblas.
El que ama a su hermano permanece en la luz y nada lo hace tropezar.
Pero el que no ama a su hermano, está en las tinieblas y camina en ellas, sin saber a dónde va, porque las tinieblas lo han enceguecido.

Salmo 96(95),1-2a.2b-3.5b-6. 
Canten al Señor un canto nuevo,
cante al Señor toda la tierra;
canten al Señor, bendigan su Nombre.

Día tras día, proclamen su victoria.
Anuncien su gloria entre las naciones,
y sus maravillas entre los pueblos.

No son más que apariencia,
en su presencia hay esplendor y majestad,
en su Santuario, poder y hermosura.



Evangelio según San Lucas 2,22-35. 
Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor,
como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor.
También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor.
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él
y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor.
Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley,
Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo:
"Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido,
porque mis ojos han visto la salvación
que preparaste delante de todos los pueblos:
luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel".
Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él.
Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: "Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción,
y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos". 

Fiesta de los Santos Inocentes, mártires

Epístola I de San Juan 1,5-10.2,1-2. 
La noticia que hemos oído de él y que nosotros les anunciamos, es esta: Dios es luz, y en él no hay tinieblas.
Si decimos que estamos en comunión con él y caminamos en las tinieblas, mentimos y no procedemos conforme a la verdad.
Pero si caminamos en la luz, como el mismo está en la luz, estamos en comunión unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos purifica de todo pecado.
Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros.
Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos y purificarnos de toda maldad.
Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos pasar por mentiroso, y su palabra no está en nosotros.
Hijos míos, les he escrito estas cosas para que no pequen. Pero si alguno peca, tenemos un defensor ante el Padre: Jesucristo, el Justo.
El es la Víctima propiciatoria por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero.

Salmo 124(123),2-3.4-5.7b-8. 
Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte,
cuando los hombres se alzaron contra nosotros,
nos habrían devorado vivos.
Cuando ardió su furor contra nosotros,

las aguas nos habrían inundado,
un torrente nos habría sumergido,
nos habrían sumergido las aguas turbulentas.
de la trampa del cazador

Nuestra ayuda está en el nombre del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.

Evangelio según San Mateo 2,13-18. 
Después de la partida de los magos, el Angel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: "Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo".
José se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto.
Allí permaneció hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por medio del Profeta: Desde Egipto llamé a mi hijo.
Al verse engañado por los magos, Herodes se enfureció y mandó matar, en Belén y sus alrededores, a todos los niños menores de dos años, de acuerdo con la fecha que los magos le habían indicado.
Así se cumplió lo que había sido anunciado por el profeta Jeremías:
En Ramá se oyó una voz, hubo lágrimas y gemidos: es Raquel, que llora a sus hijos y no quiere que la consuelen, porque ya no existen.