martes, 13 de septiembre de 2016

Exaltación de la Santa Cruz – 14 de septiembre «La señal del cristiano, único camino para conquistar la unión con la Santísima Trinidad, condición puesta por Cristo para seguirle. Motivo de gozo y esperanza, signo de nuestra salvación»

Cruz - Pixabay


Los cristianos sabemos que la señal que nos identifica es la Santa Cruz. Lo aprendimos en el catecismo y el Evangelio nos enseña que cualquiera que se disponga a seguir a Cristo tiene en ella su única brújula, la que va a guiarle por el camino que lleva a la unión con la Santísima Trinidad. Es la condición puesta por Él: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame» (Lc 9, 23). San Juan de la Cruz lo recordaba con estas palabras: «Quien busca la gloria de Cristo y no busca la cruz de Cristo, no busca a Cristo». La cruz exige renunciar por amor a Él y al prójimo a lo que más cuesta. Quien no la acepta no sabe amar. Requiere coherencia, disponibilidad, valentía, etc. Dios rechaza la tibieza. Cuando la cruz se acepta con alegría resulta liviana; fortalece y dispone para superar las dificultades que se presentan.
No hay integrante de la vida santa que no haya contemplado este «árbol de la vida»; todos se han abrazado a él. El beato Charles de Foucauld advertía: «Sin cruz, no hay unión a Jesús crucificado, ni a Jesús Salvador. Abracemos su cruz, y si queremos trabajar por la salvación de las almas con Jesús, que nuestra vida sea una vida crucificada». No hay otra vía para alcanzar la santidad, como también reconocía santa Maravillas de Jesús: «El camino de la propia santificación es el santo misterio de la cruz». La cruz confiere sentido al sufrimiento humano, ilumina y consuela en las fatigas del camino, inunda de esperanza el corazón, suaviza las circunstancias más adversas, lima toda aspereza. «Poned los ojos en el Crucificado y se os hará todo poco…», manifestaba santa Teresa de Jesús.
El «árbol de la cruz» es el símbolo de la Salvación. Contiene todos los matices semánticos que se atribuyen a la expresión exaltar. Se reconocen en el santo madero los excelsos méritos que Cristo le otorgó con su propia vida, ya que en él estuvo «colgado» salvando al mundo libremente, mostrando su insondable amor. Se deja correr el caudal de pasión que inspira cuando se contempla, induciéndonos a ir a él y adorarlo. La cruz es signo de unidad, de paz y de reconciliación, es el distintivo de los «ciudadanos del cielo» (Flp 3, 20), llave que nos abre sus puertas. «O morir o padecer; no os pido otra cosa para mí. En la cruz está la vida y el consuelo, y ella sola es camino para el cielo», expresaba Teresa de Jesús. Solo es «necedad», como decía san Pablo, para los que se pierden; para el resto, es «fuerza de Dios»: «Pues la predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan –para nosotros– es fuerza de Dios […]. Así, mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres» (I Corintios 1, 18ss).
Esta festividad rememora el acontecimiento que se produjo el 14 de septiembre del año 320, cuando la emperatriz de Constantinopla, santa Elena, madre de Constantino el Grande, encontró el madero (Vera Cruz) en el que murió el Redentor. Hechos extraordinarios marcaron este momento: la resurrección de una persona y la aparición de la cruz en el cielo. Para albergar esta excelsa reliquia signo de la victoria de Cristo, manifestación del perdón y de la misericordia de Dios, esperanza para los creyentes, centro de nuestra fe, santa Elena y Constantino hicieron construir la basílica del Santo Sepulcro. Unos siglos más tarde, en el 614, el rey de Persia, Cosroes II, conquistó Jerusalén y tomó como trofeo la Vera Cruz, el venerado emblema cristiano que se custodiaba en el templo. Mofándose de los cristianos, lo utilizó como escabel de sus pies. Pero catorce años más tarde el emperador Heraclio, una vez que derrotó a los persas, pudo devolver el santo madero a Constantinopla. Después, fue trasladado a Jerusalén el 14 de septiembre del año 628.
Al parecer, cuando Heraclio se propuso introducir la cruz solemnemente no pudo cargarla sobre sus hombros; se quedó paralizado. El patriarca Zacarías, que formaba parte de la comitiva caminando a su lado, señaló que el esplendor de la procesión nada tenía que ver con la faz de Cristo humilde y doliente en su camino hacia el Calvario. El emperador se desprendió de sus ricas vestiduras y de la corona que ceñía su cabeza, y cubierto con una humilde túnica pudo transportar la cruz caminando descalzo por las calles de Jerusalén para depositarla en el lugar de donde había sido arrebatada siglos atrás. Desde entonces se celebra litúrgicamente esta festividad de la Exaltación de la Santa Cruz. Con objeto de evitar otro expolio, fue dividida en cuatro fragmentos. Uno de ellos quedó custodiado en Jerusalén en un cofre de plata; otro se llevó a Roma, un tercero a Constantinopla y el resto fue convertido en minúsculas astillas que se repartieron en templos dispersos por el mundo.
Esta fecha litúrgica es crucial para los creyentes. La cruz no es un ninguna tragedia, como no lo es amarla, algo que resultará extraño fuera de la fe. Es una bendita «locura» que inunda el corazón de gozo. Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein) lo advertía: «ayudar a Cristo a llevar la cruz proporciona una alegría fuerte y pura». No la rehuyamos. Cristo nos ayuda a portarla con su gracia; sigue compartiéndola con nosotros. Que un día no nos tenga que decir lo que en celeste coloquio le confió al Padre Pío: «Casi todos vienen a Mí para que les alivie la cruz; son muy pocos los que se me acercan para que les enseñe a llevarla».

Santa Teresa de Calcuta: El significado espiritual del relicario en su canonización

El relicario en el que se colocó las reliquias de Santa Teresa de Calcuta durante la Misa de canonización tenía un profundo significado espiritual. Aquí te explicamos cada uno de los detalles.


La Oficina de Prensa del Vaticano, en colaboración con la postulación de la causa de canonización de la Madre Teresa, explicó que el relicario, que contiene un cabello y sangre de la Santa, está hecho de madera y tiene forma de cruz “porque desde el patíbulo de la Cruz Cristo hizo oír a la Madre Teresa sus tremendas palabras: ‘Tengo sed’. Cada leproso, enfermo, cada persona abandonada era como si repitiera estas sublimes palabras pronunciadas por el Señor”.
La parte posterior de la cruz está tallada de un pedazo único de cedro del Líbano, y se ha elegido esta madera porque se considera emblema “de nobleza, magnificencia y belleza”.
La parte anterior ha sido confeccionada con varias piezas de madera provenientes de personas y lugares “donde el sufrimiento aún prosigue”, además de un pedazo de madera de un confesionario, “signo del perdón sacramental”.
Como los miembros “del único cuerpo de Cristo aún sufren y piden el agua del amor”, la parte donde están contenidas las reliquias de la Madre Teresa “tiene la forma de gota de agua para saciar la sed del sentido del sufrimiento vivido en la soledad”.
La parte izquierda, “que muestra las tres líneas azules del sari (hábito) de la Madre Teresa, tiene forma curva que era como siempre estaba ella en oración y meditación, encorvada al servir a los pobres y para poder dar la idea de que ella siempre se nutría de la ternura de Dios”.
La parte derecha tiene una superficie de color blanco, representando también el otro color del sari de Madre Teresa. Allí se han colocado las palabras en inglés “I thirst”, en la caligrafía original de la Santa: las palabras que oyó de Jesús el 10 de septiembre de 1946.
Las dos partes del corazón resaltan porque están unidas por una línea circular que expresa el dinamismo de la misión de la Madre Teresa.
La elección de los colores blanco y azul, los colores del sari de las Misioneras de la Caridad, también representan a la Virgen María, de quien la Madre Teresa era muy devota.
La cruz de manera se colocó sobre una base metálica de fierro poco labrado para representar “cómo la sociedad siempre ha visto a la gente pobre que la Madre Teresa amaba con todo su corazón, a la que consideraba como un medio precioso para llegar a la plena unión con Jesús”.



El Papa Francisco pide que las familias “vean menos TV y hablen más” en la mesa En Santa Marta, Papa Francisco habla de que el encuentro venza a la indiferencia




Trabajamos para construir una verdadera cultura del encuentro que venza la cultura de la indiferencia. Es lo que ha afirmado Papa Francisco en la Misa matutina celebrada en la Casa Santa Marta. El Pontífice ha destacado el encuentro de Dios con su pueblo, y ha advertido de las costumbres malas que, incluso en familia, de no escucharnos unos a otros.
La Palabra de Dios, exhortó el Papa, nos hace hoy reflexionar sobre un encuentro. A menudo, observó, las personas “se cruzan entre ellas, pero no se encuentran”. Cada uno, dijo con amargura, “piensa en sí mismo, ve pero no mira, oye pero no escucha”.
“El encuentro es otra cosa, es lo que el Evangelio de hoy nos anuncia: un encuentro, un encuentro entre un hombre y una mujer, entre un hijo único vivo y un único hijo muerto. Entre una multitud feliz, porque había encontrado al Jesús y lo seguí y un grupo de gente que llora, acompañando a esta mujer que salía por una puerta de la ciudad. Encuentro entre esa puerta de salida y la de entrada. Un redil. Un encuentro que nos hace reflexionar sobre el modo en el que nos encontramos entre nosotros”.
En el Evangelio, prosiguió, leemos que el Señor “se conmovió profundamente”. Esta compasión, advirtió, “no es lo mismo que nosotros hacemos cuando vamos por la calle y vemos una cosa triste… Jesús no pasa de largo, se conmueve. Se acerca a la mujer, la encuentra y hace le milagro.
El encuentro con Jesús vence la indiferencia y devuelve la dignidad
De aquí, ha dicho el Papa, vemos no solo la ternura, sino la “fecundidad de un encuentro”. Cada encuentro, retomó, es fecundo. Cada encuentro devuelve a las personas y a las cosas a su sitio”.
“Nos hemos acostumbrados a una cultura de la indiferencia y debemos trabar y pedir la gracia de hacer una cultura del encuentro, de este encuentro fecundo, de este encuentro que devuelva a cada persona la dignidad de hijo de Dios, la dignidad de persona. Nosotros nos acostumbramos a esta indiferencia, cuando vemos las calamidades de este mundo o las pequeñas cosas: ‘Pobre gente, cuánto sufren’ y seguimos adelante. El encuentro. Y si no miro, no es suficiente mirar, si no miro, me detengo, si no toco, no hablo, no puedo hacer un encuentro y no ayudo a crear esta cultura del encuentro”.
La gente, ha destacado Francisco, “se quedó presa del temor y glorificaba a Dios, porque Dios se había encontrado con su pueblo”. A mí, añadió, “me gusta ver el encuentro de todos los días entre Jesús y su Esposa”, la Iglesia, que espera Su retorno.
También en familia vivamos el verdadero encuentro, en la mesa escuchémonos unos a otros
“Este, afirmó, es el mensaje de hoy: el encuentro de Jesús con su Pueblo”, todos estamos “necesitados de la Palabra de Jesús”. Necesitamos el encuentro con Él:
“En la mesa, en familia, ¿cuántas veces se come, se mira la TV o se atiende el celular. Todos son indiferentes a ese encuentro. Aunque la familia sea la base de la sociedad no hay encuentro. Que esto nos ayude a trabajar por esta cultura del encuentro, tan sencillamente como hizo Jesús. No solo mirar sino ver. No solo oír sino escuchar, no solo cruzarse sino detenerse. No solo decir ‘¡Qué pena! ¡Pobre gente! Sino conmoverse verdaderamente. Y después tocar y decir en la lengua del corazón: ‘No llores’ y dar, al menos, una gota de vida”.

Cuando mi padre anciano vino a vivir a casa: un testimonio La familia es donde lo valemos todo, despojados de todo


Walking alone
This old man was walking alone down this road, slowly. He had his walking stick to support himself and was on a course to his chosen destination. The street was so empty and quiet except for his movements. I saw the opportunity of capturing him with my NEX-6 and so I took it. One snap was all that was needed to freeze him in time. Snap! He never new I was even there.



Como en muchas familias, acogimos a mi anciano padre que al enviudar, se rehusó durante unos años a abandonar su casa: “para salvar lo que me resta de  autonomía”, nos decía, aunque nosotros sabíamos que el verdadero motivo era que la casa conservaba el intimo recuerdo de su más grande amor en la tierra, por lo que se dedicaba a cuidarla y conservarla tal como a mi madre le gustaba. Finalmente, al abandonarlo las fuerzas, se rindió, pero para no darnos preocupaciones,  con la certeza de que sería acogido con inmenso amor en las casas de sus hijos, aceptó pasar un tiempo con cada uno, de acuerdo a un programa.
Fui el primero en recibirlo. Llegó con un pequeño bagaje personal después de repartir entre nosotros lo que había en la casa paterna: entre muebles, utensilios, y todo lo materialmente útil, encargándonos escrupulosamente lo que consideraba de un innegable valor estimativo.
El tenerlo en  casa, nos acercó  la sublime realidad de que es el hogar el ámbito, el espacio y tiempo de la intimidad originaria de las personas. Fue así que tuvimos la oportunidad de acercarnos a su ser, para acompañarlo en esta etapa de su vida, un dulce y corto tiempo.
Mi padre se levanta temprano y procura estar siempre ocupado. El jardín en sus manos florece como nunca, lava los coches, da mantenimiento a la pintura, se encarga de la mascota, entre muchas cosas, para luego darse una escapada a visitar los viejos amigos. En este estar ocupado se le nota crecer en la esperanza, pues sobre una vida interior apacible, muestra siempre el dinamismo de quien sin olvidar  lo que queda atrás,  busca hacia adelante la meta, el premio de la soberana vocación de Dios en Cristo Jesús. Su apacible mirada convive con el carácter recio de una gran determinación por vivir con gran dignidad hasta el último instante, con la responsabilidad de dar ejemplo.
Paradójicamente, su mirada ya no se enciende prontamente ante los intereses de la vida. Para mi padre, el hacer, tener, saber, han cedido definitivamente espacio a lo esencial, desprendiéndose de lo mundano sin dejar de amar al mundo. En su tranquila amabilidad ha aprendido a comprender a las personas, a disculpar errores, a perdonar y olvidar como una de las cosas más difíciles de la vida. Para él, más que nunca, el yugo es suave y la carga ligera.  
Sigue cultivando su fino intelecto, haciendo nuevos amigos, incansable en el dar y darse, alegre optimista. Reza, hace lagos ratos e oración y se nota en él empeño y anhelo por abrir su intimidad a la trascendencia dando gloria Dios por cada día. Alguna vez habla con naturalidad de la muerte que se acerca inexorable, amándola y aceptándola cualquiera que sea su género, con la certeza de quien se sabe que se encuentra a las puertas de una nueva vida, de un cambio de casa, de un paso en el que deja el mundo y de momento a los que en él le han acompañado, con la esperanza de quien sabe que solo Dios puede llevarlo de la mano a esa nueva vida. Una sólida esperanza a lo san Pablo: está muy próximo el día de mi partida, he luchado el buen combate.
Esto años, mi amor filial es incondicional y se dirige al ser de mi padre solo por ser quien es, más allá de toda utilidad y provecho. Brotan en mis sentimientos amorosos de agradecimiento, respeto, obediencia y protección solidaria en su progresiva invalidez. Amores hechos vida como elemental don de justicia, a través  del trato personal íntimo y atenciones gustosas que jamás delegaría a nadie.
Los hijos cuanto más profundamente comprendemos el significado del ser personas, más valoramos la excelencia de existir a una vida, a una vida personal. Y en cuanto más valor le damos a esta, más comprendemos lo justo de un amor de veneración hacia quienes vivieron congruentes con las exigencias de las vidas procreadas, con un amor incondicional al formarnos como tales.
Es justo porque nuestros padres nos dieron “como nuestro” la vida biológica, la educación de nuestras personas y ellos mismos.  Mejorar  y restaurar su amorosa donación fue su ser y hacer mientras vivieron. En este profundo sentido para nosotros los hermanos, nuestros padres son verdaderamente nuestros.
Tan es justo el amor debido entre padres e hijos, que Dios lo asume en su relación con nosotros.
Mi padre ya no puede conducir, esta mañana como todas hemos ido a visitar al santísimo, es una hermosa y soleada mañana. Con su voz  un poco apagada  sostiene una charla amena, vibrante. Se acerca la primavera y me señala las flores y las aves anidando, las enredaderas de viejos muros, el  fresco verdor del césped, la elegancia de añosos y majestuosos árboles. Busca y descubre una imagen de la virgen tallada en piedra en lo alto de una vieja casa que no podría pasar desapercibida para un corazón enamorado, y la saluda cariñosamente con  entrañable familiaridad. Luego al doblar una esquina exclama: –¡ve ese hermoso árbol reverdecido, a tu madre le encantaba! Observo el árbol y comprendo con la misma claridad de la mañana, que el amor entre esposos es eterno, que clama al infinito… porque viene de Dios y a él nos lleva.
Al doblar una esquina podemos ver  el edificio de nuestra parroquia, mi padre guarda silencio y se recoge con su corazón trasportado ya ante el sagrario. Yo hago lo mismo y le doy gracias  a Dios por este privilegio… en un dulce y corto tiempo.
La familia es donde lo valemos todo, despojados de todo
Recordemos lo escenarios sociales por donde discurren nuestras vidas: la empresa en  la que trabajamos, el club deportivo, el banco, el partido político, nuestros círculos sociales. En todas estas relaciones existe algo de condicional, de utilidad y conveniencia: por ser inteligentes, competentes, ricos, simpáticos, atractivos, productivos, rentables, influyentes y mil otras formas de utilidad y conveniencia. Esto en sí mismo cumple una importante función  en la vida, en sociedad, pero por estas mismas causas en todas las relaciones somos radicalmente sustituibles por otros en nuestros mismos papeles, rol o función.
Bajo esta perspectiva de comparación, la familia aparece como aquel lugar en donde no importamos por la utilidad sino por el valor incondicional de ser únicamente, este hijo, este hermano, este padre, este esposo o esposa.
Los vínculos familiares anclan directamente en la persona despojada de todo como la mayor prueba de amor.

Artículo ofrecido por la revista Ser Persona

Jerusalén, cristianos y musulmanes unidos por la música La escuela de música de la Custodia de Tierra Santa, un puente entre pueblos que han sufrido mucho


Violín




“La música es capaz de edificar y alimentar uniones felices entre personas que, por origen y pertenencia religiosa, son o se perciben extraños y distintantes, a veces incluso enemigos. La música tiende colaboraciones y complicidades inimaginables. Es lo que expertimento a diario”.
Son palabras de David Grenier, canadiense, 39 años, franciscano: desde hace dos años dirige el Instituto Magnificat, escuela de música de la Custodia de Tierra Santa situada en Jerusalén, en la Ciudad Vieja, en el convento de San Salvador.
La fundó en 1995 el organista del Santo Sepulcro, el músico y padre Armando Pierucci, que comenzó a dar lecciones a un minúsculo grupo de chicos sobre un viejo piano que estaba inutilizado en el convento.
Hoy la escuela, que es posible frecuentar desde los 4-5 años de edad, tiene 200 estudiantes cristianos y musulmanes. Los profesores son 23: algunos cristianos, la mayoría judíos.
Se han formado tres coros y dos orquestas que se exhiben regularmente en Tierra Santa y en muchos otros países europeos.
La relación entre los chicos
“La pertenencia religiosa es un factor que no influye, tanto es así que no sabría decirte con exactitud ni si quiera cuántos de nuestros estudiantes son cristianos y cuantos musulmanes. En esta escuela cuidamos con gran escrúpulo de cada uno de los chicos. El cristiano no se ocupa solo de los “suyos”, su dedicación está destinada a todos: este es el principio que guía nuestro instituto”, afirma el padre David.
Y añade: “Entre los niños y los chicos la religión no es motivo de división: lo que cuenta para ellos es tener al lado a los amigos, hacer música juntos y poderla ofrecer al público. Su satisfacción y su felicidad, cuando tocan en la orquesta, son palpables”.
Rita y su violín
A las palabras del franciscano se unen las de Rita Tawil, de 15 años, musulmana, estudiante de violín, que cuenta: “¡La relación entre los estudiantes musulmanes y cristianos es óptima! Muchos de mis amigos son de fe cristiana: en mi ambiente es algo normal”.
“Frecuento el Magnificat desde que era pequeña y me he encontrado siempre bien. Considero la música no sólo una forma de comunicación, sino un estilo de vida, especial y diferente a cualquier otro, por lo tanto aprecio mucho la oferta formativa y la oportunidad que el instituto ofrece a las jóvenes generaciones de Jerusalén”.
Oportunidades de trabajo
En 2003 el Magnificat firmó un convenio con el Conservatorio Arrigo Pedrollo de Vicenza: sigue por lo tanto los programas de los conservatorios italianos y otorga diplomas reconocidos por la Unión Europea.
Hace dos años, además, siempre en colaboración con el instituto vicentino, comenzó el primer ciclo universitario.
“Nosotros franciscanos, junto a todo el cuerpo docente, nos empeñamos para que el Magnificat sea un instituto de excelencia, capaz de formar músicos cualificados que puedan continuar sus estudios también en el extranjero o trabajar en Tierra Santa”, dice el padre David.
“En el mundo palestino, también gracias a la actividad de nuestra escuela y a los muchos conciertos organizados, el interés por la música ha aumentado sensiblemente a lo largo de los años y se han fundado diversas escuelas: hay por ejemplo una en Belén y otra en Ramala”.
“Nuestros jóvenes encuentran fácilmente trabajo. A diferencia de lo que ocurre en Italia, aquí se puede vivir de la música”.
Laboratorio de paz
En esta tierra tan duramente castigada durante décadas de desencuentros y tensiones el Magnificat es un laboratorio de buena convivencia.
“Es un ejemplo feliz que puede animar a otros a caminar en la misma dirección”, subraya el padre David.
“Soy consciente de que nuestra obra es algo pequeño, una gota en el mar, sin embargo creo que, como dice el papa Francisco, la paz es de verdad un trabajo artesanal, un trabajo que para nosotros está fundado en el cuidado y la educación paciente de cada chico”.
“Una sociedad cambia cuando empieza a mutar la mentalidad de cada una de las personas”, asegura.
“Niños, jóvenes y adultos de fe diferente, frecuentando nuestra escuela cada día, aprenden a comprenderse los unos a los otros, a quererse y a respetarse evitando de construir los muros de la desconfianza y la sospecha“, continúa.
Aquí las relaciones son serenas, no solo entre los cristianos y los musulmanes sino también entre los profesores judíos y los estudiantes musulmanes y sus familias. Desde este punto de vista, nuestro instituto, fiel al espíritu que anima la presencia franciscana en Tierra Santa, intenta ser un puente entre dos pueblos que han sufrido mucho”.
Papel estratégico
Para forjar esta laboriosa convivencia entre personas de creencias diferentes, que se convierte en algo vital para toda la comunidad, la música desarrolla un papel estratégico.
“Estoy convencido que es una dimensión constitutiva del hombre y por eso irrenunciable para la existencia”, concluye el padre David.
La música alcanza cada persona y permite conocer el alma humana. Yo estoy estudiando árabe pero sé que no tendré nunca la mentalidad de un árabe: sin embargo, cuando escucho tocar a un músico árabe, yo sé de él. La música es incomparable para construir vínculos entre los humanos y con Dios”.
Reflexionando sobre su experiencia en el Magnificat, Rita obsderva: “En cuanto lenguaje universal, la música consigue unir jóvenes y adultos de origen o religión diversa, es de gran ayuda en la construcción de una convivencia. Cuando toco con otra persona no pienso en sus creencias o su pasado: mi único pensamiento es cómo poder hacer juntos buena música”.

¿Lo más importante en el matrimonio? La misericordia Lo que de verdad guardarán nuestros hijos será ver que sus padres se perdonan una y otra vez

Pareja en bicicleta


El camino de la reconciliación en el matrimonio, el camino del perdón, es el camino que lleva a la alegría. Pero no siempre es fácil recorrer este camino.
Decía el papa Francisco en la exhortación Amoris Laetitia: “Cuando se puede amar a alguien, o cuando nos sentimos amados por él, logramos entender mejor lo que quiere expresar y hacernos entender. Superar la fragilidad que nos lleva a tenerle miedo al otro, como si fuera un competidorEs muy importante fundar la propia seguridad en opciones profundas, convicciones o valores, y no en ganar una discusión o en que nos den la razón”
El perdón nos libera para amar con alegría. Es un camino largo. Somos sólo dos en la vida matrimonial. No hay un tercero en discordia que ponga paz entre nosotros o solucione los conflictos. Solos entre nosotros deberíamos ser capaces de llegar a una reconciliaciónperfecta.
Pero no siempre es posible. El orgullo me impide ceder. Me impide perdonar. Me impide olvidar. Y una y otra vez vuelvo a aquella escena guardada en mi corazón en la que fui herido por la actitud del otro. Por su omisión. Por su orgullo. Por sus palabras hirientes cuando decía quererme tanto.
Cuando vuelvo a revivir los sentimientos no puedo perdonar. ¿Cómo voy a perdonarle ahora? Quiero que sepa que tengo razón.
Pero eso, en realidad, no es lo importante. Lo que de verdad vale es la misericordia. Lo más valioso es que nuestros hijos vean cuánto nos amamos y cómo nos perdonamos.
El peor testimonio es el de unos padres que no se aman. Se tratan con indiferencia. Tal vez no se pelean delante de ellos, pero no hay complicidad ni cariño. Esa relación distante es el peor recuerdo que les podemos dejar a nuestros hijos.
Lo que de verdad guardarán será el amor hondo y verdadero. Se asombrarán ante la madurez y delicadeza de nuestro amor. Tal vez nos vean pelearnos, pero también nos verán perdonarnos.
Es fundamental que vean que somos capaces de amar con el corazón entero. Que somos capaces de perdonarnos sin límites. Una y otra vez. Y volvernos a mirar con inocencia, entregándonos de nuevo la confianza.
Hace tiempo un matrimonio en sus bodas de oro escuchaba cómo comentaba su hija: “Lo que he aprendido de mis padres a lo largo de muchos años es su capacidad para perdonarse una y otra vez”. 
Me conmovió. No se quedó ella en las peleas, en las discusiones, en las palabras fuertes que más de una vez tuvo que sufrir. Lo que quedó grabado en el alma fue la capacidad de sus padres para volver a empezar una y otra vez de cero. Su capacidad para pedir perdón y perdonar. Eso es lo importante.
Puede que un matrimonio no discuta nunca, o muy poco. Puede ser. Los hay. Pero a veces esa falta de discusiones es porque cada uno vive su vida. Caminan en paralelo, pero no unidos. No hay tensiones, no se rozan. No discuten porque han dejado de esperar algo del otro. Y las tensiones surgen con el roce.
El recuerdo de unos padres que se perdonan es muy valioso. Nunca se iban a la cama sin reconciliarse. Ojalá no se hubieran peleado, es verdad. Pero una vez que ocurrió, era necesario el perdón, la misericordia. 
Es como el pecado. Ojalá no pequemos, pero la experiencia de la misericordia de Dios después de haber suplicado de rodillas perdón, humillado, con lágrimas en los ojos, la mirada del sacerdote al perdonarme en el sacramento del perdón, esa mirada que no juzga, acoge y perdona, esa mirada que me recuerda a la de Dios, esa mirada me salva,… esa experiencia de misericordia construye mi vida. Es la roca que me da seguridad.
Por eso entiendo que el verdadero amor perdona siempre. No se queda en juzgar quién tiene la razón. El verdadero amor abraza siempre, para poder volver a empezar de nuevo. 
A veces el querer tener razón ciega el amor y lo hace incapaz de la misericordia. Y ya lo decía el papa Francisco en la exhortación: “La misericordia no es sólo el obrar del Padre, sino que se convierte en el criterio para saber quiénes son realmente sus verdaderos hijos. Así entonces, estamos llamados a vivir de misericordia, porque a nosotros en primer lugar se nos ha aplicado misericordia”. 
La misericordia es lo más importante en el matrimonio.

Martes de la vigésima cuarta semana del tiempo ordinario


Carta I de San Pablo a los Corintios 12,12-14.27-31a. 

Hermanos:
Así como el cuerpo tiene muchos miembros, y sin embargo, es uno, y estos miembros, a pesar de ser muchos, no forman sino un solo cuerpo, así también sucede con Cristo.
Porque todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo -judíos y griegos, esclavos y hombres libres- y todos hemos bebido de un mismo Espíritu.
El cuerpo no se compone de un solo miembro sino de muchos.
Ustedes son el Cuerpo de Cristo, y cada uno en particular, miembros de ese Cuerpo.
En la Iglesia, hay algunos que han sido establecidos por Dios, en primer lugar, como apóstoles; en segundo lugar, como profetas; en tercer lugar, como doctores. Después vienen los que han recibido el don de hacer milagros, el don de curar, el don de socorrer a los necesitados, el don de gobernar y el don de lenguas.
¿Acaso todos son apóstoles? ¿Todos profetas? ¿Todos doctores? ¿Todos hacen milagros?
¿Todos tienen el don de curar? ¿Todos tienen el don de lenguas o el don de interpretarlas?
Ustedes, por su parte, aspiren a los dones más perfectos.



Salmo 100(99),2.3.4.5. 
Sirvan al Señor con alegría,
lleguen hasta él con cantos jubilosos.
Reconozcan que el Señor es Dios:

él nos hizo y a él pertenecemos;
somos su pueblo y ovejas de su rebaño.
Entren por sus puertas dando gracias,

entren en sus atrios con himnos de alabanza,
alaben al Señor y bendigan su Nombre.
¡Qué bueno es el Señor!

Su misericordia permanece para siempre,
y su fidelidad por todas las generaciones.






Evangelio según San Lucas 7,11-17. 
Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud.
Justamente cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda, y mucha gente del lugar la acompañaba.
Al verla, el Señor se conmovió y le dijo: "No llores".
Después se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron y Jesús dijo: "Joven, yo te lo ordeno, levántate".
El muerto se incorporó y empezó a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre.
Todos quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios, diciendo: "Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su Pueblo".
El rumor de lo que Jesús acababa de hacer se difundió por toda la Judea y en toda la región vecina.