domingo, 16 de abril de 2017

¿Por qué rezamos el Regina Coeli y no el Ángelus en tiempo Pascual?

Madonna col Bambino (La Virgen y el Niño) / Crédito: Pintura de Filippo Lippi

Durante el tiempo pascual la Iglesia Universal se une en la oración Regina Coeli o Reina del Cielo para unirse con alegría a la Madre de Dios por la resurrección de su Hijo Jesucristo, hecho que marca el misterio más grande de la fe católica.
El rezo de la antífona de Regina Coeli fue establecida por el Papa Benedicto XIV en 1742 y reemplaza durante el tiempo pascual –desde la celebración de la resurrección hasta el día de Pentecostés– al rezo del Ángelus cuya meditación se centra en el misterio de la Encarnación. 
Al igual que el Ángelus, el Regina Coeli se reza tres veces al día, al amanecer, al mediodía y al atardecer como una manera de consagrar el día a Dios y a la Virgen María.
No se conoce el autor de esta composición litúrgica que data siglo XII, pero se sabe que era repetido por los frailes menores franciscanos después de las completas (Liturgia de las Horas) en la primera mitad del siguiente siglo. Luego, la popularizaron y extendieron por todo el mundo cristiano.
La oración:
Reina del cielo, alégrate, aleluya.
Porque el Señor, a quien has llevado en tu vientre, aleluya.
Ha resucitado según su palabra, aleluya.
Ruega al Señor por nosotros, aleluya.

Oremos:
Oh Dios, que por la resurrección de Tu Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, has llenado el mundo de alegría, concédenos, por intercesión de su Madre, la Virgen María, llegar a los gozos eternos. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amen. (tres veces)

“¿Dónde esta el Señor?” El Papa Francisco recuerda su llamada a joven enfermo grave


En el día de Pascua, el Pontífice improvisa homilía sacada del corazón

El papa Francisco apuesta en que “¡Jesús ha resucitado”, y exhorta: “no te cierres” en el sepulcro del dolor de este mundo por mas grave que sea tu enfermedad, tu desgracia o sufrimiento…
“Yo apuesto en la resurrección de Cristo. Hermanos y hermanas esto es lo que me viene de decirles: Vuelvan a su casa hoy repitiendo en sus corazones: ¡Cristo ha resucitado!”, dijo el papa Francisco durante la misa de Pascua de Resurrección este domingo 16 de abril en una mañana lluviosa, en el sagrado de la Basílica Vaticana.
El Pontífice al margen del texto se inspira en una llamada que hizo ayer a un joven gravemente enfermo para explicar la esperanza de la resurrección a pesar de que no se elige la cruz del dolor y el descarte de la sociedad
¡El Señor ha resucitado!. Pero si el Señor ha resucitado ¿cómo es que suceden tantas desgracias? Enfermedades,  tráfico, trata de personas, guerra, mutilaciones, revanchas, odio… ¿Dónde está el Señor?, aseguró en una homilía improvisada, fuera del programa oficial, ya que tras la ceremonia estaba previsto que se trasladara al balcón de la logia central para leer el mensaje pascual e impartir la bendición “Urbi et Orbi”, ‘la bendición a la ciudad y al mundo’.
El Papa como sacando una reflexión de la vida cotidiana de su vida de pastor explicó que ayer, ha llamado a un “joven con una enfermedad grave”.
“Hablando- continuó- para darle un signo de fe; un joven culto, ingeniero, le dije: ‘no hay explicaciones para lo que te sucede, mira a Jesús en la Cruz, Dios hizo eso con su hijo, no hay otra explicación”.
“Él me ha respondido: ‘Sí, pero, el Señor se lo ha pedido al Hijo, y el Hijo dijo sí. Pero a mí no me lo han preguntado. Yo no le he dicho que sí’.  A ninguno de nosotros nos han preguntado si estamos dispuestos a cargar con esa cruz y la cruz va adelante.
La fe en Jesús se viene abajo. Por eso, la Iglesia continua diciendo: ¡Jesús ha resucitado!. Esta no es una fantasía, no es una fiesta con tantas flores, es lindo, pero es mucho más. Es el misterio de la piedra descartada que termina por ser el fundamento de nuestra existencia”, añadió.
La celebración inició con el rito del “Resurrexit”, con la participación de fieles romanos y de varios lugares del mundo, antes de la bendición, el Pontífice recorrió la plaza de San Pedro en el papamóvil para saludar a los fieles reunidos allí.
“Cristo ha resucitado, en esta cultura del descarte, donde lo que no sirve toma el camino del usa y tira. Todo lo que no sirve es descartado, esa piedra descartada que es fuente de vida, también nosotros pequeñas piedras, en esta tierra de dolor, de tragedia, con la fe en Cristo resucitado tenemos un sentido”.
El sentido en medio de tanta calamidad, sin mirar más allá, hay un muro, hay un horizonte, esta la vida, esta la gloria, con esta ambivalencia, mira hacia adelante no te cierres: Tu pequeña piedra tienes un sentido en la vida, porque eres una piedra tomada de aquella gran piedra, que la maldad del pecado ha descartado.
¿Qué nos dice la Iglesia hoy delante a tantas tragedias? Esto simplemente: La piedra descartada no resulta descartada. Las piedrecitas que creen y se prenden de esa piedra no van descartadas. Con este sentimiento, la Iglesia repite: ‘Es de dentro del corazón, que Cristo ha resucitado’”, sostuvo Francisco.
La Plaza de San Pedro se convirtió en un jardín alegre y colorado conformado por cerca de 35.000 flores y plantas venidas desde Holanda, el país las ofrece en dono desde hace 31 años. Los adornos florales, Tulipanes amarillos, blancos, rojos y anaranjados; Jacintos azules y blancos subrayan el momento sagrado de la liturgia para anunciar la resurrección de Cristo.
Por último, el Papa aseguró: “Pensemos cada uno de nosotros a los problemas cotidianos: A las enfermedades, que nosotros hemos vivido o que algunos de nuestros parientes, a las guerras, a las tragedias humanas y simplemente con voz humilde, sin flores, sólo, delante de Dios, delante de nosotros mismos. ¡No sé cómo va esto!. Pero, estoy seguro que Cristo ha resucitado. Y yo apuesto sobre esto. Hermanos y hermanas esto es lo que me viene de decirles: Vuelvan a su casa hoy repitiendo en sus corazones: ¡Cristo ha resucitado!”.

¿Qué diferencia hay entre la Vigilia Pascual y el Domingo de Resurrección?

¿Qué diferencia hay entre la Vigilia Pascual y el Domingo de Resurrección?

El Domingo de Resurrección y la Vigilia Pascual son el aniversario del triunfo de Jesucristo, son la feliz conclusión de su Pasión y la alegría que sigue al dolor: la redención y liberación del pecado de la humanidad por el Hijo de Dios.
Sin embargo, existe una diferencia entre ambas fechas, y es que la Vigilia Pascual se celebra durante la noche del sábado y, por eso, muchos fieles que no pueden asistir deben ir a la Misa de Domingo de Resurrección.
En la fiesta del sábado se participa del júbilo por la Resurrección, escuchando las 7 lecturas y con ceremonia litúrgica extendida; mientras que en el domingo se oficia la Eucaristía de la Resurrección con el mismo gozo que en la Vigilia, aunque en Misa dominical.
El Domingo de Resurrección es la oportunidad de celebrar la Resurrección de Cristo para todos aquellos que no pudieron asistir a la Vigilia Pascual.

La Pascua de Resurrección durará 50 días hasta la celebración de Pentecostés.
“Todos los días se celebrará con el mismo gozo y se serán como la prolongación de un solo día”, dijo el P. Donato Jiménez en diálogo con ACI Prensa.
Es tan grande el acontecimiento de la Pascua que no puede caber en un día. Los domingos de Pascua serán las fechas más importantes donde se festeje la redención.
No te pierdas nuestro especial de Pascua.

16.04.2017 Santa Misa de Pascua y Mensaje Pascual y Bendición Urbi et Orbi


El papa Francisco preside la Santa Misa en el día de la Pascua de Resurección de Jesús.
Mensaje Pascual y Bendición ‘Urbi et Orbi’ del Santo Padre.



El Papa Francisco pronuncia el Mensaje Pascual en el Vaticano / Foto: Lucía Ballester (ACI Prensa)

En su Mensaje Pascual, pronunciado en la plaza de San Pedro del Vaticano tras la Misa de Pascuade Resurrección y del rezo del Regina Coeli, el Papa Francisco pidió por la paz en diferentes países de Oriente Medio y África azotados por sangrientos conflictos.
El Santo Padre, en concreto, pidió “al Señor Resucitado” que “sostenga en modo particular los esfuerzos de cuantos trabajan activamente para llevar alivio y consuelo a la población civil de Siria, víctima de una guerra que no cesa de sembrar horror y muerte. Que conceda la paz a todo el Oriente Medio, especialmente a Tierra Santa, como también a Irak y a Yemen”.
Asimismo, pidió “que los pueblos de Sudán del Sur, de Somalia y de la República Democrática del Congo, que padecen conflictos sin fin, agravados por la terrible carestía que está castigando algunas regiones de África, sientan siempre la cercanía del Buen Pastor”.
En el Mensaje Pascual, el Pontífice también se acordó de América Latina: “Que Jesús Resucitado sostenga los esfuerzos de quienes, especialmente en América Latina, se comprometen en favor del bien común de las sociedades, tantas veces marcadas por tensiones políticas y sociales, que en algunos casos son sofocadas con la violencia”.
Francisco también rezó por Europa, para “que el Señor Resucitado, que no cesa de bendecir al continente europeo, dé esperanza a cuantos atraviesan momentos de dificultad, especialmente a causa de la gran falta de trabajo sobre todo para los jóvenes”.
En especial, tuvo palabras para la población ucraniana: “Que el Buen Pastor ayude a Ucrania, todavía afligida por un sangriento conflicto, para que vuelva a encontrar la concordia y acompañe las iniciativas promovidas para aliviar los dramas de quienes sufren las consecuencias”.
Tras pronunciar el mensaje, el Papa Francisco impartió la Bendición Urbi et Orbi (a la ciudad de Roma y al mundo).
A continuación, el texto completo del Mensaje Pascual del Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas,
Feliz Pascua.
Hoy, en todo el mundo, la Iglesia renueva el anuncio lleno de asombro de los primeros discípulos: Jesús ha resucitado. Era verdad, ha resucitado el Señor, como había dicho (cf. Lc 24,34; Mt 28,5-6).
La antigua fiesta de Pascua, memorial de la liberación de la esclavitud del pueblo hebreo, alcanza aquí su cumplimiento: con la resurrección, Jesucristo nos ha liberado de la esclavitud del pecado y de la muerte y nos ha abierto el camino a la vida eterna.
Todos nosotros, cuando nos dejamos dominar por el pecado, perdemos el buen camino y vamos errantes como ovejas perdidas. Pero Dios mismo, nuestro Pastor, ha venido a buscarnos, y para salvarnos se ha abajado hasta la humillación de la cruz. Y hoy podemos proclamar: ‘Ha resucitado el Buen Pastor que dio la vida por sus ovejas y se dignó morir por su grey. Aleluya’ (Misal Romano, IV Dom. de Pascua, Ant. de la Comunión).
En toda época de la historia, el Pastor Resucitado no se cansa de buscarnos a nosotros, sus hermanos perdidos en los desiertos del mundo. Y con los signos de la Pasión –las heridas de su amor misericordioso– nos atrae hacia su camino, el camino de la vida. También hoy, él toma sobre sus hombros a tantos hermanos nuestros oprimidos por tantas clases de mal.
El Pastor Resucitado va a buscar a quien está perdido en los laberintos de la soledad y de la marginación; va a su encuentro mediante hermanos y hermanas que saben acercarse a esas personas con respeto y ternura y les hacer sentir su voz, una voz que no se olvida, que los convoca de nuevo a la amistad con Dios.
Se hace cargo de cuantos son víctimas de antiguas y nuevas esclavitudes: trabajos inhumanos, tráficos ilícitos, explotación y discriminación, graves dependencias. Se hace cargo de los niños y de los adolescentes que son privados de su serenidad para ser explotados, y de quien tiene el corazón herido por las violencias que padece dentro de los muros de su propia casa.
El Pastor Resucitado se hace compañero de camino de quienes se ven obligados a dejar la propia tierra a causa de los conflictos armados, de los ataques terroristas, de las carestías, de los regímenes opresivos. A estos emigrantes forzosos, les ayuda a que encuentren en todas partes hermanos, que compartan con ellos el pan y la esperanza en el camino común.
Que en los momentos más complejos y dramáticos de los pueblos, el Señor Resucitado guíe los pasos de quien busca la justicia y la paz; y done a los representantes de las Naciones el valor de evitar que se propaguen los conflictos y de acabar con el tráfico de las armas.
Que en estos tiempos el Señor sostenga en modo particular los esfuerzos de cuantos trabajan activamente para llevar alivio y consuelo a la población civil de Siria, víctima de una guerra que no cesa de sembrar horror y muerte. El vil ataque de ayer a los prófugos que huían ha provocado numerosos muertos y heridos. Que conceda la paz a todo el Oriente Medio, especialmente a Tierra Santa, como también a Irak y a Yemen.
Que los pueblos de Sudán del Sur, de Somalia y de la República Democrática del Congo, que padecen conflictos sin fin, agravados por la terrible carestía que está castigando algunas regiones de África, sientan siempre la cercanía del Buen Pastor.
Que Jesús Resucitado sostenga los esfuerzos de quienes, especialmente en América Latina, se comprometen en favor del bien común de las sociedades, tantas veces marcadas por tensiones políticas y sociales, que en algunos casos son sofocadas con la violencia. Que se construyan puentes de diálogo, perseverando en la lucha contra la plaga de la corrupción y en la búsqueda de válidas soluciones pacíficas ante las controversias, para el progreso y la consolidación de las instituciones democráticas, en el pleno respeto del estado de derecho.
Que el Buen Pastor ayude a Ucrania, todavía afligida por un sangriento conflicto, para que vuelva a encontrar la concordia y acompañe las iniciativas promovidas para aliviar los dramas de quienes sufren las consecuencias.
Que el Señor Resucitado, que no cesa de bendecir al continente europeo, dé esperanza a cuantos atraviesan momentos de dificultad, especialmente a causa de la gran falta de trabajo sobre todo para los jóvenes.
Queridos hermanos y hermanas, este año los cristianos de todas las confesiones celebramos juntos la Pascua. Resuena así a una sola voz en toda la tierra el anuncio más hermoso: «Era verdad, ha resucitado el Señor». Él, que ha vencido las tinieblas del pecado y de la muerte, dé paz a nuestros días. Feliz Pascua.

REGINA COELI

V. Alégrate, Reina del cielo. Aleluya.

 
R. Porque el que mereciste llevar en tu seno. Aleluya.
 
V. Ha resucitado, según predijo. Aleluya.

 
R. Ruega por nosotros a Dios. Aleluya.
 
V. Gózate y alégrate, Virgen María. Aleluya.

 
R. Porque ha resucitado Dios verdaderamente. Aleluya.
 
V. Oremos: Oh Dios que por la Resurrección de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, te has dignado dar la alegría al mundo, concédenos por su Madre, la Virgen María, alcanzar el gozo de la vida eterna. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor.
 

R. Amén.

Hoy se inicia la Octava de Pascua

Hoy se inicia la Octava de Pascua

Con el Domingo de Resurrección comienza los cincuenta días del tiempo pascual que concluye con la Solemnidad de Pentecostés.
La Octava de Pascua se trata de la primera semana de la Cincuentena; se considera como si fuera un solo día, es decir, el júbilo del Domingo de Pascua se prolonga ocho días seguidos.
Las lecturas evangélicas se centran en los relatos de las apariciones de Cristo Resucitado y las experiencias que los apóstoles tuvieron con Él.
En este tiempo litúrgico, la primera lectura que comúnmente se toma del Antiguo Testamento, se cambia por una de Los Hechos de los Apóstoles.
Para acceder a la Octava de Pascua ingrese al siguiente enlace
El segundo Domingo de Pascua también es llamado Domingo de la Divina Misericordia, según la disposición de San Juan Pablo II durante su pontificado tras la canonización de su compatriota Faustina Kowalska.
El decreto fue emitido el 23 de mayo del 2000 por la Sagrada Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, detallando que ésta tendrá lugar el segundo domingo de Pascua. La denominación oficial de este día litúrgico será «segundo domingo de Pascua o de la Divina Misericordia».

Homilía del Papa Francisco en la Vigilia Pascual 2017

El Papa en la Vigilia Pascual en la Basílica de San Pedro. Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa

El Papa Francisco presidió esta noche la Vigilia Pascual en la Basílica de San Pedro e invitó a llevar la Buena Nueva de Cristo resucitado en un celebración en la que bautizó a 11 personas de diferentes nacionalidades, entre ellas Italia, China, España o Albania.
“Vayamos a anunciar, a compartir, a descubrir que es cierto: el Señor está Vivo. Vivo y queriendo resucitar en tantos rostros que han sepultado la esperanza, que han sepultado los sueños, que han sepultado la dignidad. Y si no somos capaces de dejar que el Espíritu nos conduzca por este camino, entonces no somos cristianos”, aseguró.
A continuación, el texto completo de la homilía del Papa:
«En la madrugada del sábado, al alborear el primer día de la semana, fueron María la Magdalena y la otra María a ver el sepulcro» (Mt 28,1). Podemos imaginar esos pasos…, el típico paso de quien va al cementerio, paso cansado de confusión, paso debilitado de quien no se convence de que todo haya terminado de esa forma… Podemos imaginar sus rostros pálidos… bañados por las lágrimas y la pregunta, ¿cómo puede ser que el Amor esté muerto?
A diferencia de los discípulos, ellas están ahí —como también acompañaron el último respiro de su Maestro en la cruz y luego a José de Arimatea a darle sepultura—; dos mujeres capaces de no evadirse, capaces de aguantar, de asumir la vida como se presenta y de resistir el sabor amargo de las injusticias. Y allí están, frente al sepulcro, entre el dolor y la incapacidad de resignarse, de aceptar que todo siempre tenga que terminar igual.
Y si hacemos un esfuerzo con nuestra imaginación, en el rostro de estas mujeres podemos encontrar los rostros de tantas madres y abuelas, el rostro de niños y jóvenes que resisten el peso y el dolor de tanta injusticia inhumana. Vemos reflejados en ellas el rostro de todos aquellos que caminando por la ciudad sienten el dolor de la miseria, el dolor por la explotación y la trata. En ellas también vemos el rostro de aquellos que sufren el desprecio por ser inmigrantes, huérfanos de tierra, de casa, de familia; el rostro de aquellos que su mirada revela soledad y abandono por tener las manos demasiado arrugadas. Ellas son el rostro de mujeres, madres que lloran por ver cómo la vida de sus hijos queda sepultada bajo el peso de la corrupción, que quita derechos y rompe tantos anhelos, bajo el egoísmo cotidiano que crucifica y sepulta la esperanza de muchos, bajo la burocracia paralizante y estéril que no permite que las cosas cambien. Ellas, en su dolor, son el rostro de todos aquellos que, caminando por la ciudad, ven crucificada la dignidad.
En el rostro de estas mujeres, están muchos rostros, quizás encontramos tu rostro y el mío. Como ellas, podemos sentir el impulso a caminar, a no conformarnos con que las cosas tengan que terminar así. Es verdad, llevamos dentro una promesa y la certeza de la fidelidad de Dios. Pero también nuestros rostros hablan de heridas, hablan de tantas infidelidades, personales y ajenas, hablan de nuestros intentos y luchas fallidas. Nuestro corazón sabe que las cosas pueden ser diferentes pero, casi sin darnos cuenta, podemos acostumbrarnos a convivir con el sepulcro, a convivir con la frustración. Más aún, podemos llegar a convencernos de que esa es la ley de la vida, anestesiándonos con desahogos que lo único que logran es apagar la esperanza que Dios puso en nuestras manos. Así son, tantas veces, nuestros pasos, así es nuestro andar, como el de estas mujeres, un andar entre el anhelo de Dios y una triste resignación. No sólo muere el Maestro, con él muere nuestra esperanza.
«De pronto tembló fuertemente la tierra» (Mt 28,2). De pronto, estas mujeres recibieron una sacudida, algo y alguien les movió el suelo. Alguien, una vez más salió, a su encuentro a decirles: «No teman», pero esta vez añadiendo: «Ha resucitado como lo había dicho» (Mt 28,6). Y tal es el anuncio que generación tras generación esta noche santa nos regala: No temamos hermanos, ha resucitado como lo había dicho. «La vida arrancada, destruida, aniquilada en la cruz ha despertado y vuelve a latir de nuevo» (cfr R. Guardini, El Señor). El latir del Resucitado se nos ofrece como don, como regalo, como horizonte. El latir del Resucitado es lo que se nos ha regalado, y se nos quiere seguir regalando como fuerza transformadora, como fermento de nueva humanidad. Con la Resurrección, Cristo no ha movido solamente la piedra del sepulcro, sino que quiere también hacer saltar todas las barreras que nos encierran en nuestros estériles pesimismos, en nuestros calculados mundos conceptuales que nos alejan de la vida, en nuestras obsesionadas búsquedas de seguridad y en desmedidas ambiciones capaces de jugar con la dignidad ajena.
Cuando el Sumo Sacerdote y los líderes religiosos en complicidad con los romanos habían creído que podían calcularlo todo, cuando habían creído que la última palabra estaba dicha y que les correspondía a ellos establecerla, Dios irrumpe para trastocar todos los criterios y ofrecer así una nueva posibilidad. Dios, una vez más, sale a nuestro encuentro para establecer y consolidar un nuevo tiempo, el tiempo de la misericordia. Esta es la promesa reservada desde siempre, esta es la sorpresa de Dios para su pueblo fiel: alégrate porque tu vida esconde un germen de resurrección, una oferta de vida esperando despertar
Y eso es lo que esta noche nos invita a anunciar: el latir del Resucitado, Cristo Vive. Y eso cambió el paso de María Magdalena y la otra María, eso es lo que las hace alejarse rápidamente y correr a dar la noticia (cf. Mt 28,8). Eso es lo que las hace volver sobre sus pasos y sobre sus miradas. Vuelven a la ciudad a encontrarse con los otros.
Así como ingresamos con ellas al sepulcro, los invito a que vayamos con ellas, que volvamos a la ciudad, que volvamos sobre nuestros pasos, sobre nuestras miradas. Vayamos con ellas a anunciar la noticia, vayamos… a todos esos lugares donde parece que el sepulcro ha tenido la última palabra, y donde parece que la muerte ha sido la única solución. Vayamos a anunciar, a compartir, a descubrir que es cierto: el Señor está Vivo. Vivo y queriendo resucitar en tantos rostros que han sepultado la esperanza, que han sepultado los sueños, que han sepultado la dignidad. Y si no somos capaces de dejar que el Espíritu nos conduzca por este camino, entonces no somos cristianos.
Vayamos y dejémonos sorprender por este amanecer diferente, dejémonos sorprender por la novedad que sólo Cristo puede dar. Dejemos que su ternura y amor nos muevan el suelo, dejemos que su latir transforme nuestro débil palpitar.

¡Aleluya, Cristo ha resucitado! ¡Feliz Pascua de Resurrección!

¡Aleluya, Cristo ha resucitado! ¡Feliz Pascua de Resurrección!

Hoy es el día que la Iglesia Católica celebra el sentido de la Fe, porque festeja el Domingo de la Resurrección de Jesús o de Pascua, cuando Cristo triunfante sobre la muerte abre las puertas del cielo.
Durante la celebración eucarística se enciende el Cirio Pascual que permanecerá encendido hasta el día que se conmemora la Ascensión de Jesús al cielo.
Esta fiesta celebra la derrota del pecado y de la muerte, con la resurrección del todo sufrimiento temporal adquiere sentido con la vidaeterna.
Es un día de fiesta de gozo, Cristo ha Resucitado, la Tumba está vacía, la humanidad está salvada, ahora es momento de abrazar esa salvación testificando una verdadera vida cristiana.
Más información:

FELICES PASCUAS



Felices Pascuas
Pues sí, ¡Felices Pascuas!, ¿por qué no?
Los hombres, en nuestras relaciones sociales, solemos consagrar con frases y con fiestas los éxitos que jalonan nuestra vida: la boda, el aniversario, la oposición ganada, el nacimiento del hijo… los acontecimientos que nos llenan los resumimos en frases: ¡enhorabuena!, ¡me alegro de verdad!, ¡que seáis felices!
Son el eco externo del acontecimiento, el deseo sincero de que la felicidad perdure, y como la constatación de que esta felicidad es un hecho palpable que no pasa desapercibido.
Hoy es el Día del Éxito para el cristiano, es el día del triunfo total sobre la muerte, el dolor y el miedo: el día de la victoria más absoluta, rotunda y completa que han conocido los siglos: es el Día de la Resurrección.
Pero el triunfo es tan explosivo porque la resurrección no es acontecimiento sólo y exclusivo de Cristo –ya sería mucho-, sino nuestro, de cada uno.
La resurrección –que hoy conmemoramos especialmente- es algo vivo, real y operativo que ha empezado ya, porque:

– Cuando yo busco la justicia por encima de mi egoísmo, es que he resucitado.
– Cuando amo a los hombres por encima de mis intereses y hasta de mi propia vida, es que he resucitado.
– Cuando elijo sencillamente el último puesto sin empujar para ocupar el primero, es que he resucitado.
– Cuando río de verdad con los que ríen y lloro también de verdad con los que lloran, es que he resucitado.
– Cuando lucho sin odio, sin violencia, sin dogmatismos, sin coacciones, buscando lo que considero mejor para los hombres, es que he resucitado.
– Cuando creo de verdad y prácticamente que le mundo no es patrimonio de unos cuantos, sino propiedad de todos los hombres, es que he resucitado.
– Cuando no juzgo a los demás y no los condeno desdeñosamente desde el monte de mi perfección y mi desprecio, es que he resucitado.
– Cuando busco la verdad, aunque me hiera su dureza cristalina, es que he resucitado.
– Cuando me siento libre, dispuesto a elegir lo que me parece bueno aun en contra de mis propias inclinaciones, es que he resucitado.
– Cuando soy capaz de encontrar en el dolor y aun en la muerte una respuesta válida, es que he resucitado.

Y si esto es así, si ha comenzado en mi propia vida la resurrección, la vida que no acaba, ¿por qué no hay que celebrarlo con una gran fiesta? ¿Por qué no voy a decir a todos los que me rodean: Felices Pascuas?


Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor


Libro de los Hechos de los Apóstoles 10,34a.37-43. 

Pedro, tomando la palabra, dijo:
"Ustedes ya saben qué ha ocurrido en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicaba Juan:
cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo, llenándolo de poder. El pasó haciendo el bien y curando a todos los que habían caído en poder del demonio, porque Dios estaba con él.
Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en el país de los judíos y en Jerusalén. Y ellos lo mataron, suspendiéndolo de un patíbulo.
Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió que se manifestara,
no a todo el pueblo, sino a testigos elegidos de antemano por Dios: a nosotros, que comimos y bebimos con él, después de su resurrección.
Y nos envió a predicar al pueblo, y atestiguar que él fue constituido por Dios Juez de vivos y muertos.
Todos los profetas dan testimonio de él, declarando que los que creen en él reciben el perdón de los pecados, en virtud de su Nombre".

Salmo 118(117),1-2.16ab-17.22-23. 
¡Den gracias al Señor, porque es bueno,
porque es eterno su amor!
Que lo diga el pueblo de Israel:
¡es eterno su amor!

La mano del Señor es sublime,
la mano del Señor hace proezas.
No, no moriré:
viviré para publicar lo que hizo el Señor.

La piedra que desecharon los constructores
es ahora la piedra angular.
Esto ha sido hecho por el Señor
y es admirable a nuestros ojos.



Carta de San Pablo a los Colosenses 3,1-4. 
Hermanos:
Ya que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha de Dios.
Tengan el pensamiento puesto en las cosas celestiales y no en las de la tierra.
Porque ustedes están muertos, y su vida está desde ahora oculta con Cristo en Dios.
Cuando se manifieste Cristo, que es nuestra vida, entonces ustedes también aparecerán con él, llenos de gloria.

Evangelio según San Juan 20,1-9. 
El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada.
Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto".
Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro.
Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes.
Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró.
Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo,
y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte.
Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó.
Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos.