viernes, 31 de marzo de 2017

¿Por qué Jesús murió a los 33 años?


No es una casualidad...

Muchos se han preguntado por qué tan joven murió Jesús. La edad de 33 años ha sido la referencia obligatoria de su crucifixión, muerte y resurrección. Pero muy pocos se preguntan lo que monseñor Charles Pope pregunta en su artículo del portal Community in Mission. En efecto: ¿cuál fue la razón de que muriera en sus treinta años y no con más edad, lo cual le habría dado más tiempo para enseñar y consolidar la doctrina de su Iglesia?
Pope recuerda la triple respuesta de santo Tomás de Aquino: Jesús murió a esa edad para mostrar su amor por nosotros en la edad perfecta de la vida; porque estaba completamente sano y porque al resucitar tan joven nos enseña la condición futura de los que resucitarán en el día final.
Desde luego, dice Pope, no es una casualidad que Cristo haya muerto, justamente, a la edad en que murió. “Dios no hace nada arbitrariamente”y los detalles del Evangelio –por ejemplo, la hora de la muerte de Jesús— nos enseñan mucho más que las especulaciones.
Un modelo a imitar
Además, está el tema de la perfección (Cristo era perfectamente Dios y perfectamente hombre). La perfección puede dañarse por exceso o por defecto. “Consideremos -dice Pope- el caso de la edad: una persona joven puede carecer de madurez física o espiritual, mientras que a una persona mayor, el tiempo le cobra su peaje y la mente se hace menos nítida”.
Por lo demás, en el tiempo en que vivió santo Tomás de Aquino (en el siglo XIII D. C.), los treinta años eran considerados como la época de la perfección humana. “Esto es sin duda aún así, a pesar de que parece que toma mucho más tiempo para alcanzar la madurez intelectual y emocional en estos días”, subraya Pope.
Santo Tomás señala que debido a que Jesús murió mientras que estaba en el mejor momento de su vida, es muestra de que su sacrificio fue mayor. Su aparente falta de cualquier enfermedad o imperfecciones físicas también aumentó su sacrificio.
“Este es un modelo para nosotros”, dice, finalmente Pope en su artículo, “porque hemos de dar lo mejor de lo que tenemos a Dios en sacrificio”, tal y como lo enseñó Jesús en la perfección de su propia vida.
“Y por lo tanto lo que podría parecer a algunos como un detalle sin complicaciones (la edad de Jesús), en realidad ofrece enseñanzas importantes para el alma sensible. Cristo dio todo, dio lo mejor y lo hizo cuando estaba en la flor de su vida. También nosotros estamos llamados a una perfección cada vez mayor”, termina diciendo el sacerdote estadounidense quien sirve en la arquidiócesis de Washington.

¿Realmente el diablo existe?


Para muchos, el diablo es un símbolo, inventado para explicar el mal en el mundo y para desculpabilizarse del mal cometido... 

La fe cristiana afirma la existencia del demonio, pero proclama que el poder de éste no es ilimitado. No existe un “dios del mal”: El demonio es una criatura sometida al poder de Dios.
Los cristianos desde siempre admiten la existencia de un ser maligno, o varios seres malignos, de naturaleza angélica, cuya actuación se dirige a apartar al hombre de Dios, sometiéndole a las fuerzas del mal, a través de la tentación. De hecho, Cristo se hizo hombre y murió en la cruz para liberar al hombre de este estado de sometimiento en el que se encontraba a raíz del pecado original. La existencia del demonio forma parte por tanto de la verdad revelada.
Sin embargo, la creencia cristiana es muy distinta de la de otras religiones: no existe un “dios del mal” opuesto al dios del bien. Al contrario, según la teología católica de santo Tomás de Aquino, el mal no existe en sí mismo, sino como ausencia del bien, como rechazo del amor de Dios. Según la doctrina cristiana, el demonio puede incitar al hombre al mal, pero no puede quitarle su libertad. No tiene poder sobre su alma si el hombre no se lo otorga.
En demonio es un ángel creado por Dios, que en la tradición cristiana recibe los nombres de Satán o Lucifer, que usó su libertad para oponerse a su amor. Dios permite su existencia y su rebeldía, pero el demonio está sometido a su Creador, como el resto de las potencias angélicas. Esta es una de las razones de que la teología cristiana en realidad no se haya preocupado mucho sobre el demonio en sí, sino más bien de cómo Cristo logró la victoria sobre él y de cómo combatir su poder en la vida cristiana.


La Biblia, y más particularmente los Evangelios, así como el Magisterio y la vida de los santos, atestiguan la existencia del demonio.
El Antiguo Testamento considera a los ángeles y los demonios criaturas de Dios, Creador de todo, lo visible y lo invisible. Pero los textos que hablan de Satán en el Antiguo Testamento son muy raros. Es después del exilio de Babilonia cuando se nota una evolución: el mal entre los hombres viene de Satán (‘satan’ en hebreo, adversario) a raíz del pecado de Adán (Gn 3), cuando “por la envidia de la serpiente, la muerte entró en el mundo” (Sb 2, 24). Satán es el tentador, el acusador, el adversario de Dios (Za 3, 1-7, Jb 1, 11, etc.).  Casi dos siglos antes de Cristo, la comunidad monástica de Qumram, en las orillas del mar Muerto, elabora una demonología estructurada.
Pero es en los cuatro Evangelios donde la presencia de Satán adquiere una densidad particular: es un adversario real, enemigo de Cristo y de su Reino. Jesús se dirige, sin duda alguna, personalmente a Satán para increparle, y habla de él como de ‘alguien’. Son conocidos los pasajes de las Tentaciones en el desierto (Mt 4, 1-11) y de los numerosos exorcismos que Jesús realizó (Cafarnaúm Mc 1, 23-28, Gerasa Mt 8, 28-34, la hija de la cananea Mc 7, 25-29, por citar algunos). Los escritos apostólicos y el Apocalipsis recogen esta victoria de Cristo, que se consumará al final de los tiempos.
El Magisterio y la Tradición de la Iglesia, tanto en la enseñanza como en la liturgia, han recogido siempre esta verdad. El Catecismo de la Iglesia Católica habla del demonio hasta en 40 apartados. También la vida de muchos santos, que tuvieron experiencia directa de lucha contra el demonio, constituye un testimonio sobre su existencia.


Este permiso que Dios da a los demonios para perturbar la vida de los suyos es un gran misterio: es el misterio mismo del mal.
¿Por qué Dios, si es bueno y todopoderoso y aborrece el mal, permite que los demonios actúen y tengan poder sobre el hombre?  Es un gran misterio, el “mysterium iniquitatis”. Dios creó al hombre – y a los ángeles – por amor, y desea que el hombre le ame a cambio. Pero no hay amor sin libertad, por lo que Dios deja espacio al hombre para que éste elija amarle. Sólo Dios posee una libertad perfecta, incapaz de elegir el mal. El hombre – y los ángeles – pueden rechazar este amor.
¿Por qué Dios no destruyó a los ángeles caídos? Hay dos razones: la primera es que Dios respeta esa libertad que Él mismo otorga; la segunda, que de alguna forma, Dios se sirve también de ellos para realizar sus designios. San Agustín afirma que Dios no permitiría el mal, si no fuera para sacar de él un bien mayor. En efecto, es lo que sucede con la historia de la redención, en la que el mal es finalmente vencido por el bien. Dios redimió al mundo del pecado, pero sin dejar de respetar la libertad del hombre, el cual puede acoger o rechazar esta redención.
Los cristianos creen que la victoria definitiva del bien y la destrucción definitiva del mal se producirán al final de los tiempos. Mientras tanto, el tiempo que vivimos se caracteriza por esta lucha entre el bien y el mal. La vida de los santos da fe de esta lucha, a veces cara a cara, con los demonios.


El poder de Satán se manifiesta de muchas formas, la posesión diabólica es sólo una manifestación extraordinaria. 
El demonio actúa de forma ordinaria en la vida de cada persona, mediante la tentación y la seducción, para inclinarla a cometer el mal. Esta actuación se combate mediante la oración y la práctica de las virtudes, con el auxilio de los sacramentos. La Iglesia afirma que el hombre no está condicionado absolutamente por la tendencia al mal, sino que puede combatirlo con la ayuda de la gracia.
También se puede manifestar de forma extraordinaria mediante la posesión, la infestación, el acoso, la obsesión etc. Se trata de fenómenos muy raros, en los que Satanás llega a poseer el cuerpo – que no el alma– de una persona. Este fenómeno lo combate la Iglesia mediante el ritual del exorcismo, que realizan sacerdotes encargados específicamente por su obispo para este fin.
Sin embargo, son muy pocos los casos de verdadera posesión. Antes de la práctica del exorcismo, se realizan todo tipo de pruebas médicas y psiquiátricas para descartar que no se trata de disturbios psicológicos. Muchas de las personas que sufren de posesión diabólica han realizado prácticas nigrománticas o satánicas. Muy excepcionalmente, algunos santos han experimentado esta dura prueba.

En los últimos años están aumentando las sectas satánicas, entre los jóvenes pero también en relación con otros fenómenos sociales, como el narcotráfico o las prácticas mágicas.

Cada vez hay más adolescentes afectados por el fenómeno del satanismo, que se ha convertido en una “moda” transgresora. El padre Benoît Domergue, especialista en estos fenómenos, afirma que actualmente en Francia existe una cincuentena de asociaciones que agrupan a unos 5.000 individuos. El fenómeno es tan preocupante que las autoridades de la República francesa se han involucrado. En 2006, la Miviludes (Mission interministérielle de vigilance et de lutte contre les dérives sectaires) publicó un pequeño informe sobre el satanismo en el que ponía en guardia contra este tipo de grupos.
En España, según un informe elaborado en 2010 por la Red Iberoamericana para el Estudio de las Sectas (RIES), el número de las sectas satánicas en este país ha aumentado en la última década, pasando de 41 en 2001 a 61 en 2010. Estos grupos estarían relacionados con recientes episodios de profanaciones y robos sacrílegos en iglesias. Ciertos tipos de música metal (black metal, death metal, neometal) constituyen también una puerta de entrada privilegiada hacia el satanismo. Un universo tanto más borroso en cuanto que formado por múltiples grupúsculos inexistentes desde el punto de vista jurídico o asociativo.
En países como Colombia, según denuncian algunos expertos, el satanismo se vincula al narcotráfico, como una práctica para “asegurar” el éxito de esta actividad criminal, y también como forma de sometimiento social. Otra vía para la práctica del satanismo es la brujería y la nigromancia. Aparte del satanismo, existe otro tipo de sectas llamadas “luciferinas”, que sin llegar a los extremos del satanismo, sí que promueven una reinterpretación de la Caída del hombre, invirtiendo los términos: Dios es el malo, y Satán el ser bueno que se rebela contra él.

¿Cuál es la diferencia entre un sacerdote, un fraile y un monje?


Los tres términos se confunden en el lenguaje popular, pero ¿qué diferencias hay entre ellos?

Buenos días, ¿podrían ayudarme a entender las diferencias entre fraile, monje y sacerdote? Agradezco el favor de su atención. Lorena F.
Son términos ambiguos y flexibles. En el lenguaje popular se aplica sin propiedad, como si los tres términos fueran equivalentes. Sin embargo, no son lo mismo:
Un sacerdote, en la Iglesia católica, es un hombre que ha recibido el sacramento del Orden Sacerdotal, y que en virtud del mismo puede celebrar el sacrificio de la misa y realizar otras tareas propias del ministerio pastoral. Puede pertenecer a una orden o familia religiosa, o a una diócesis.
Un monje o un fraile, en cambio, es una persona que ha hecho los votos de pobreza, castidad y obediencia, y pertenece a una congregación o familia religiosa concreta (franciscanos, dominicos, jesuitas…). Puede coincidir que además de ser religioso sea sacerdote, pero no tiene por qué. Su vocación religiosa no tiene por qué ser una vocación al sacerdocio.
¿Y cuál es la diferencia entre monje y fraile? Pues tiene que ver con el origen de ambas palabras: monje viene del latín tardío monachus, palabra para designar a los anacoretas, y que ya en su misma raíz tenía implícito el significado “soledad”.
Se relaciona con el surgimiento de las primeras experiencias de vida contemplativa (en los siglos IV-VI d.C.), como por ejemplo los Padres del Desierto, ermitaños que abandonaban el mundo y vivían en el desierto, o san Benito de Nursia, fundador de la orden religiosa más antigua de Occidente, los benedictinos.
Monje, por tanto, es un término más adecuado para referirse a hombres consagrados que viven en conventos, dedicados por entero a la oración y a la penitencia. Es el caso de las órdenes contemplativas, como la Cartuja.
Fraile en cambio es un término más moderno, que procede de la Edad Media (del provenzal fraire), y que significa “hermano”. Fraile se suele emplear más para órdenes dedicadas a la vida activa, como los franciscanos o los hospitalarios.
El uso de esta palabra se relaciona con el surgimiento de las órdenes mendicantes en la Baja Edad Media, que supusieron un gran cambio en la vida religiosa: estos nuevos religiosos ya no se encerraban en conventos alejados de la gente para dedicarse a la oración, sino que estaban en las ciudades, dedicados a los pobres, a la enseñanza, a los enfermos…

Viernes de la cuarta semana de Cuaresma


Libro de la Sabiduría 2,1a.12-22. 

Los impíos se dicen entre sí, razonando equivocadamente:
«Tendamos trampas al justo, porque nos molesta y se opone a nuestra manera de obrar; nos echa en cara las transgresiones a la Ley y nos reprocha las faltas contra la enseñanza recibida.
El se gloría de poseer el conocimiento de Dios y se llama a sí mismo hijo del Señor.
Es un vivo reproche contra nuestra manera de pensar y su sola presencia nos resulta insoportable,
porque lleva una vida distinta de los demás y va por caminos muy diferentes.
Nos considera como algo viciado y se aparta de nuestros caminos como de las inmundicias. El proclama dichosa la suerte final de los justos y se jacta de tener por padre a Dios.
Veamos si sus palabras son verdaderas y comprobemos lo que le pasará al final.
Porque si el justo es hijo de Dios, él lo protegerá y lo librará de las manos de sus enemigos.
Pongámoslo a prueba con ultrajes y tormentos, para conocer su temple y probar su paciencia.
Condenémoslo a una muerte infame, ya que él asegura que Dios lo visitará.»
Así razonan ellos, pero se equivocan, porque su malicia los ha enceguecido.
No conocen los secretos de Dios, no esperan retribución por la santidad, ni valoran la recompensa de las almas puras.

Salmo 34(33),17-18.19-20.21.23. 
El Señor rechaza a los que hacen el mal
para borrar su recuerdo de la tierra.
Cuando ellos claman, el Señor los escucha
y los libra de todas sus angustias.

El Señor está cerca del que sufre
y salva a los que están abatidos.
El justo padece muchos males,
pero el Señor lo libra de ellos.

El cuida todos sus huesos,
no se quebrará ni uno solo.
Pero el Señor rescata a sus servidores,
y los que se refugian en El no serán castigados.



Evangelio según San Juan 7,1-2.10.25-30. 
Jesús recorría la Galilea; no quería transitar por Judea porque los judíos intentaban matarlo.
Se acercaba la fiesta judía de las Chozas,
Sin embargo, cuando sus hermanos subieron para la fiesta, también él subió, pero en secreto, sin hacerse ver.
Algunos de Jerusalén decían: "¿No es este aquel a quien querían matar?
¡Y miren cómo habla abiertamente y nadie le dice nada! ¿Habrán reconocido las autoridades que es verdaderamente el Mesías?
Pero nosotros sabemos de dónde es este; en cambio, cuando venga el Mesías, nadie sabrá de dónde es".
Entonces Jesús, que enseñaba en el Templo, exclamó: "¿Así que ustedes me conocen y saben de dónde soy? Sin embargo, yo no vine por mi propia cuenta; pero el que me envió dice la verdad, y ustedes no lo conocen.
Yo sí lo conozco, porque vengo de él y es él el que me envió".
Entonces quisieron detenerlo, pero nadie puso las manos sobre él, porque todavía no había llegado su hora.