viernes, 20 de octubre de 2017

Así es como un padre bendice a sus hijos

Una antigua tradición cristiana que puedes repetir cada día

Los padres tienen la importante tarea de guiar a sus hijos hasta Dios. El Catecismo de la Iglesia Católica explica cómo “por la gracia del sacramento del matrimonio, los padres han recibido la responsabilidad y el privilegio de evangelizar a sus hijos. Desde su primera edad, deberán iniciarlos en los misterios de la fe, de los que ellos son para sus hijos los ‘primeros […] heraldos de la fe’” (CIC 2225).
Sin duda, no es una tarea fácil y, en ocasiones hasta puede parecer infructuosa. A veces no conoceremos el efecto que tuvimos sobre nuestros hijos hasta muchos años más tarde.
Una parte importante de “evangelizar” a nuestros hijos es bastante simple y muy antigua. Se llama “Bendición paterna” y consiste en la capacidad de invocar la bendición de Dios sobre nuestros hijos. Como padres, tenemos una responsabilidad especial y el deber de confiar nuestros hijos a Dios, de modo que nuestras oraciones tienen un doble efecto sobre ellos. Dios nos los ha dado y es nuestro deber devolverlos a Dios.
Encontramos ejemplos de este tipo de bendición por todo el Antiguo Testamento. Uno de los ejemplos más conocidos es la bendición de Isaac sobre su hijo Jacob (cf. Génesis 27). Hay muchos otros ejemplos en el Antiguo Testamento y por esta razón muchas personas usan estas bendiciones para sus propios hijos.
Una bendición que se usa con frecuencia viene del libro de Números y se la conoce como Bendición aarónica: “Que el Señor te bendiga y te proteja. Que el Señor haga brillar su rostro sobre ti y muestre su gracia. Que el Señor te descubra su rostro y te conceda la paz” (Números 6,24-26).
Encontramos otra bendición en el libro de Tobías, donde Tobit ofrece a su hijo Tobías una bendición antes de que parta en su viaje: “El Dios que está en el cielo los proteja y los haga volver a mi lado sanos y salvos. ¡Que su ángel los acompañe con su protección, hijo mío!” (Tobías 5,17).
Una manera sencilla de realizar esta bendición es tomar un poco de agua bendita (si hay disponible) y marcar la señal de la cruz en la frente de tu hijo (o simplemente colocar tu mano en su cabeza). Al mismo tiempo, puedes rezar cualquiera de las oraciones anteriores o decir sencillamente: “Que Dios te bendiga en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”.
La fórmula de la oración no está escrita en piedra, así que un padre o una madre pueden utilizar una oración espontánea para bendecir a sus hijos. La parte importante es invocar la bendición de Dios sobre ellos, reconocer el poder que Dios nos ha concedido como padres.
Esta bendición se pronuncia normalmente antes de acostarse, pero también puede usarse antes de que los niños vayan a la escuela, se suban al autobús o se vayan de viaje. Te confortará saber que Dios está con ellos cuando salen de casa y que un ángel les acompaña a cada paso del camino.
No es fácil ser padres; educarles en la fe puede parecer una tarea insuperable. Sin embargo, con la ayuda de Dios, todo es posible.

Viernes de la vigésima octava semana del tiempo ordinario


Carta de San Pablo a los Romanos 4,1-8. 

¿Y qué diremos de Abraham, nuestro padre según la carne?
Si él hubiera sido justificado por las obras tendría de qué gloriarse, pero no delante de Dios.
Porque, ¿qué dice la Escritura?: Abraham creyó en Dios y esto le fue tenido en cuenta para su justificación.
Ahora bien, al que trabaja no se le da el salario como un regalo, sino como algo que se le debe.
Pero al que no hace nada, sino que cree en aquel que justifica al impío, se le tiene en cuenta la fe para su justificación.
Por eso David proclama la felicidad de aquel a quien Dios confiere la justicia sin las obras, diciendo:
Felices aquellos a quienes fueron perdonadas sus faltas y cuyos pecados han sido cubiertos.
Feliz el hombre a quien Dios no le tiene en cuenta su pecado.

Salmo 32(31),1-2.5.11. 
¡Feliz el que ha sido absuelto de su pecado
y liberado de su falta!
¡Feliz el hombre a quien el Señor
no le tiene en cuenta las culpas,

y en cuyo espíritu no hay doblez!
Pero yo reconocí mi pecado,
no te escondí mi culpa,
pensando: “Confesaré mis faltas al Señor”.

¡Y tú perdonaste mi culpa y mi pecado!
¡Alégrense en el Señor, regocíjense los justos!
¡Canten jubilosos los rectos de corazón!



Evangelio según San Lucas 12,1-7. 
Se reunieron miles de personas, hasta el punto de atropellarse unos a otros. Jesús comenzó a decir, dirigiéndose primero a sus discípulos: "Cuídense de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía.
No hay nada oculto que no deba ser revelado, ni nada secreto que no deba ser conocido.
Por eso, todo lo que ustedes han dicho en la oscuridad, será escuchado en pleno día; y lo que han hablado al oído, en las habitaciones más ocultas, será proclamado desde lo alto de las casas.
A ustedes, mis amigos, les digo: No teman a los que matan el cuerpo y después no pueden hacer nada más.
Yo les indicaré a quién deben temer: teman a quel que, despues de matar, tiene el poder de arrojar a la Gehena. Sí, les repito, teman a ese.
¿No se venden acaso cinco pájaros por dos monedas? Sin embargo, Dios no olvida a ninguno de ellos.
Ustedes tienen contados todos sus cabellos: no teman, porque valen más que muchos pájaros."