viernes, 11 de noviembre de 2016

Día Iglesia Diocesana 2016

El 13 de noviembre se celebra el Día de la Iglesia Diocesana con el lema, “Somos una gran familia CONTIGO”. Un año más, el secretariado para el Sostenimiento de la Iglesia invita a colaborar con nuestra parroquia; “en una parroquia fuimos bautizados y, por eso, pertenecemos a la familia de los hijos de Dios. Somos hermanos entre nosotros por el bautismo, hijos de un mismo Padre. Que este día nos acerque a sentirnos un poco más familia, un poco más parroquia”.

En la vida, ¿buscas comodidad o algo mejor? Soy capaz de lo más sublime y de lo más terrible pero siempre en camino

En la vida, ¿buscas comodidad o algo mejor?





Pienso en los que amo, en aquellos que ya estarán con Jesús para siempre. Creo en ese amor de Dios que es misericordia. En esa puerta que atraviesan los que yo quiero. En esa esperanza que me sostiene al pensar en el reencuentro un día con ellos.
Pido por los que han partido. Y recuerdo a los que viven ya para siempre esa vida eterna. Y también me pregunto: “Y yo, ¿quiero ser santo?”. Muchas veces me confronto con mis límites.
Decía el papa Francisco: Dios te llama a transmitir esa vida, a crear esperanza. A recibir misericordia y dar misericordia. Te llama a ser feliz. No tengas miedo. Juégate toda la vida. La vida es asíSé que es así. Lo creo con la cabeza. Pero el corazón se empeña en creer que la santidad es algo lejano, elevado, puro, inalcanzable.
Y la santidad es un camino al que me siento llamado. No sólo yo. Todos. Y no en soledad. Acompañado de muchos. Los primeros cristianos se llamaban a sí mismos “los santos”. Porque eran conscientes de que todos soñaban con la santidad, caminaban hacia la santidad. No se fijaban en su imperfección. Veían la santidad como una forma de vivir la vida. 
Yo también lo veo así. Sé que yo solo no puedo ser santo. Lucho y caigo, espero y sufro, anhelo y me detengo. Soy capaz de lo mejor y de lo peor.
A veces veo las cumbres. Como si de repente lograra tocar el cielo que se me abre ante los ojos. Otras veces me veo en lo más hondo del valle, débil, roto, herido. Soy el mismo que vuela alto y cae en lo más bajo. Capaz de lo más sublime y de lo más terrible. Pero siempre en camino. Siempre luchando.
Porque quiero ser feliz para siempre, quiero ser feliz hasta el fondo del alma. Lo deseo. Aunque no logre asirlo para siempre. Sé que los santos me muestran algo del cielo en la tierra. En su forma de mirar, de amar, de vivir.
Sobre todo afirmamos que sus vidas son una ventana hacia algo más. Mirándolos a ellos, a lo que hicieron, dijeron y vivieron, a cómo amaron y curaron, a cómo el evangelio ardió en sus vidas, podemos intuir al único que es realmente santo, a Dios. La verdadera santidad no es una virtud de cumplimiento. No es la perfección personal. No es una rareza imposible. Es la capacidad de, en la fragilidad e imperfección propias, ser reflejo del Dios que sí es perfecto. Es ser capaz de enamorarse de tal modo del Dios de Jesús que ese amor se convierte en pasión que arrebata la propia vida”[1].
Ser santo tiene que ver con mi capacidad de amar y dar la vida. Con el don que tengo para echar raíces. Con la costumbre de amar en presente, de amar en la intimidad del corazón que se abre. Ser santo no es una perfección inalcanzable. Más bien tiene que ver con aspirar a lo más alto tropezando muchas veces.
Decía el padre José Kentenich: San Bernardo experimentó que hay horas en las que nos sentimos paralizados y experimentamos el elemento animal que hay en nosotros con mayor intensidad que en los años de la juventud. En esos trances el santo de Claraval solía decirse: ¿Ad quid venisti? ¿A qué has venido? ¿Quieres pasarlo bien? ¿Quieres una vida cómoda? ¿Has venido para rehuir las fatigas del mundo? ¡Bernarde!, ¿ad quid venisti?”[2].
Me enciende siempre en el corazón esta pregunta de san Bernardo. En los momentos de noche. En los momentos en los que la tristeza se hace fuerte. En los momentos en los que tiembla el alma. En esos momentos el corazón se pone de nuevo en pie.
Sí. Aspiro de nuevo a lo más alto. Anhelo lo más grande. Lucho por lo más bello. No me conformo con una vida mediocre. Me pongo en camino de nuevo. Es la misma experiencia toda mi vida. En la noche brilla la luz de mi ideal, de mis sueños, del amor de Dios en mi vida. Ese amor que me levanta para seguir luchando.
Creo que ser santo no es ser perfecto. Más bien tiene que ver con estar unido a Jesús, caminar en sus pasos, dejarme sostener por Él. Es más bien ser hecho antes que hacer muchas cosas.
Creo que la santidad tiene que ver con la alegría. Decía el P. Kentenich: “La alegría también es un medio eficaz para alcanzar la santidad, para ser un sacerdote santo. Podemos también sacar una conclusión básica: nuestro deber moral consiste en educarnos a nosotros mismos y a los demás para la alegría[3]
Educarme en la alegría. No dejarme llevar por el ánimo de tristeza que me hace ver todo con una tonalidad grisácea. Aspiro a hacer lo que Dios quiere. Me gustaría saber escucharle más a Él en el silencio.
Miro a María en el Santuario. Ahí está mi verdadera escuela de santidad. Decía el Padre Kentenich: “La Alianza de Amor es igualmente un intercambio de intereses. Que nuestros intereses se conviertan en los de la Santísima Virgen
María me enseña a amar. Es una alianza para aprender a amar los intereses de Dios, de los hombres. Me enseña a vivir descentrado. Centrado en Dios. El que ama hace suyos los intereses de la persona amada.
La santidad consiste en querer como propios los intereses de Dios. Consiste en querer su voluntad como la mía propia. Es un misterio. Es un verdadero milagro porque normalmente me aferro a mis deseos. Me empeño en mi camino y quiero realizar mi plan personal diseñado en mi alma. Que aprenda a querer lo que no es mío es obra del amor de Dios en mi vida, obra del Espíritu.
Sólo puedo recorrer el camino de la santidad cuando he tocado con mis propias manos el amor de Dios en mi vida. Ese amor que me hace quererme y aceptarme al ser amado.
Los santos comenzaron a ser santos a partir de una convicción que anidó con fuerza en sus corazones: la convicción de saberse profundamente amados por Dios. Tal como eran. En su alma tocaron la presencia salvadora de Aquel que los llamaba por su nombre. Sólo puedo ser realmente de Dios si veo en Él un Padre que me quiere con locura. Un Padre que me busca, me desea, me espera, me abraza.

Papa Francisco: Si te gusta el dinero no te metas ni en política, ni en seminario El Pontífice cita a Martin Luther King, esta vez en la clausura del Tercer Encuentro Mundial de los Movimientos Populares en el Vaticano

Papa Francisco: Si te gusta el dinero no te metas ni en política, ni en seminario

El Papa Francisco ha realizado un discurso contra el dinero divinizado y el ardor que muchos hombres tienen por conseguir poder y lujos. En una improvisación dijo:  “Si te gusto mucho el , mejor no te metas en Política, pero tampoco en el Seminario”.
Lo hizo ante cerca de 5000 participantes al Tercer Encuentro Mundial de los Movimientos Populares (EMMP) en Roma que inició el 2 de noviembre y terminó este sábado 5 de noviembre con la audiencia en el Aula Pablo VI del Vaticano.
Francisco invitó a los hombres y mujeres de nuestro tiempo a inspirarse en grandes metas que reconozcan la dignidad de los más pequeños, incluso usando la buena política y la economía. Esto sin alguna confrontación o división.
En su discurso habló de una fortaleza de las personas que aspiran a aportar a la justicia y el bien común.
En este sentido, aseguró: “La persona fuerte es la persona que puede romper la cadena del odio, la cadena del mal”.
“En Amoris Laetitia cito a un fallecido dirigente afroamericano, Martin Luther King, el cual volvía a optar por el amor fraterno aun en medio de las peores persecuciones y humillaciones”, sostuvo Francisco, quien recibió varios aplausos de los delegados que han llegado desde las periferias de los cinco continentes.
Se trata de representantes de campesinos sin tierra, familias sin casa, chabolas, barrios pobres, trabajadores sin derechos, lideres indígenas, emigrantes. Todos ellos, acompañados también por varios obispos, como fue el caso de un grupo de obispos estadounidenses que apoyan la reforma migratoria.
Odio por odio sólo intensifica la existencia del odio y del mal en el universo. Si yo te golpeo y tú me golpeas […]hasta el infinito”.
Así ha puesto como ejemplo a la persona fuerte. “La persona fuerte es la persona que puede romper la cadena del odio, la cadena del mal” (n. 118; Sermón en la iglesia Bautista de la Avenida Dexter, Montgomery, Alabama, 17 de noviembre de 1957), agregó.
El terror y los muros
 El Pontífice denunció el dinero divinizado que excluye y aterroriza: “¿Quién gobierna entonces? El dinero ¿Cómo gobierna? Con el látigo del miedo, de la inequidad, de la violencia económica, social, cultural y militar que engendra más y más violencia.
“De ese terrorismo básico se alimentan los terrorismos derivados como el narcoterrorismoel terrorismo de estado y lo que erróneamente algunos llaman terrorismo étnico o religioso”, dijo
“Ningún pueblo, ninguna religión es terrorista”, abundó
Francisco reivindicó su continuidad con otros pontificados en exhorta a salir de la tiranía del lucro a todo costo. “Toda la doctrina social de la Iglesia y el magisterio de mis antecesores se rebelan contra el ídolo-dinero que reina en lugar de servir, tiraniza y aterroriza a la humanidad”.
“Ninguna tiranía se sostiene sin explotar nuestros miedos. De ahí que toda tiranía sea terrorista”, explicó.
“Los Muros – denunció – que encierran a unos y destierran a otros. Ciudadanos amurallados, aterrorizados, de un lado; excluidos, desterrados, más aterrorizados todavía, del otro”.
El Papa se desmarcó de las ideologías que crean más excluidos y confrontación. Renegó la xenofobia, la intolerancia. Por eso, indicó que el miedo del otro está detrás de estas y otras tragedias.
El amor y los puentes 
Jesús – constató – enfrentó al pensamiento hipócrita y suficiente con la inteligencia humildedel corazón, que prioriza siempre al ser humano y rechaza que determinadas lógicas obstruyan su libertad para vivir, amar y servir al prójimo.
El Papa fue consciente de que ‘poner ejemplo y reclamar’ tiene el riesgo de la persecución como la vivió Jesús.
“Los pobres organizados, se inventan su propio trabajo, creando una cooperativa, recuperando una fábrica quebrada, reciclando el descarte de la sociedad de consumo […]están imitando a Jesús porque buscan sanar […]esa atrofia del sistema socioeconómico imperante que es el desempleo”.
“Las «3-T Tierra, Techo y Trabajo», ese grito de ustedes que hago mío, tiene algo de esa inteligencia humilde pero a la vez fuerte y sanadora”.
Bancarrota y salvataje 
¿Qué hacer frente a esta tragedia de los emigrantes, refugiados y desplazados?, cuestionó.
Al mismo tiempo habló del caso de los refugiados y los emigrantes y usó la palabra “vergüenza”. “Palabra que descubrí en Lampedusa”, destacó. “El mediterráneo se ha vuelto un cementerio y no sólo”.
Igualmente recordó su viaje a Lesbos. “Allí, pude sentir de cerca el sufrimiento de tantas familias expulsadas de su tierra por razones económicas o violencias de todo tipo, multitudes desterradas”.
El Papa citó al Arzobispo Jerónimo de Grecia denunciando el drama de los niños en los campos de refugiados: ¿Qué le pasa al mundo de hoy que, cuando se produce la bancarrota de un banco de inmediato aparecen sumas escandalosas para salvarlo, pero cuando se produce esta bancarrota de la humanidad no hay casi ni una milésima parte para salvar a esos hermanos que sufren tanto?.
“El miedo endurece el corazón y se transforma en crueldad ciega que se niega a ver la sangre, el dolor, el rostro del otro”, dijo.
Antes de la llegada del Papa, los presentes vivieron un momento de reflexión, escucharon varios testimonios y cantos. Además, se trasmitió un video dedicado a los pequeños agricultores, la protección de la Creación, las familias en crisis, la dignidad humana y otros problemas sociales actuales.
El Papa ha sido recibido por el cardenal Peter Turkson, Presidente del Pontificio Consejo por la Justicia y la Paz, que le dirigió algunos palabras de bienvenida.
El Obispo de Roma recibió de las manos de Turkson un documento de programación de los desafíos que asumen los Movimientos Populares para mejorar el futuro de los excluidos por la sociedad. Este fue, quizás el momento más esperado y que sella la conclusión del EMMP en Roma.
También estuvo presente el ex presidente uruguayo, José Mujica a quien Francisco agradeció.
En el discurso, los “Movimientos Populares” fueron llamados “poetas sociales” precisamente por ser “promotores” de un proceso que confluye en acciones grandes y pequeñas a favor de la organización de los más pobres, marginados y excluidos de la globalización de la indiferencia.
El Papa subrayó el valor que tiene en contribuir en un cambio de estructuras: “1. poner la economía al servicio de los pueblos; 2. construir la paz y la justicia; 3. defender la Madre Tierra”.
Nada de solo conferencias: “tienen que ser fruto de un discernimiento colectivo”. De otra manera, señaló: “Si no, corremos el riesgo de las abstracciones”, de «los nominalismos declaracionistas (slogans) que son bellas frases pero no logran sostener la vida de nuestras comunidades»”.
El Papa rechazó el colonialismo ideológicoglobalizante que no respetan la identidad de los Pueblos. “Ustedes van por otro camino que es, al mismo tiempo, local y universal”, señaló.
“Un camino que me recuerda cómo Jesús pidió organizar a la multitud en grupos de cincuenta para repartir el pan”, dijo.
Los riesgos de los Movimientos entre política y corrupción 
Por último, advirtió a los Movimientos Sociales de los riesgos de la Corrupción y de la Política. Asimismo, destacó: “la corrupción, la soberbia, el exhibicionismo de los dirigentes aumenta el descreimiento colectivo, la sensación de desamparo y retroalimenta el mecanismo del miedo que sostiene este sistema inicuo”.
Sin embargo, les invitó a hacer política también. En este sentido, citó a Pablo VI que decía que el más grande acto de misericordia es hacer política al servicio del bien común.
El segundo riesgo, les decía, “es dejarse corromper. Así como la política no es un asunto de los «políticos», la corrupción no es un vicio exclusivo de la política. Hay corrupción en la política, hay corrupción en las empresas, hay corrupción en los medios de comunicación, hay corrupción en las iglesias y también hay corrupción en las organizaciones sociales y los movimientos populares”.




El Texto completo del discurso del Papa: 

Hermanas y hermanos, buenas tardes.
En este nuestro tercer encuentro expresamos la misma sed, la sed de justicia, el mismo
clamor: tierra, techo y trabajo para todos.
Agradezco a los delegados, que han llegado desde las periferias urbanas, rurales y laborales
de los cinco continentes, de más de 60 países, han llegado a debatir una vez más cómo defender estos derechos que nos convocan. Gracias a los Obispos que vinieron a acompañarlos. Gracias también a los miles de italianos y europeos que se han unido hoy al cierre de este Encuentro. Gracias a los observadores y jóvenes comprometidos con la vida pública que vinieron con humildad a escuchar y aprender. ¡Cuánta esperanza tengo en los jóvenes! Le agradezco también a Usted, Cardenal Turkson, el trabajo que han hecho en el Dicasterio; y también quisiera mencionar el aporte del ex Presidente uruguayo José Mujica que está presente.
En nuestro último encuentro, en Bolivia, con mayoría de Latinoamericanos, hablamos de la necesidad de un cambio para que la vida sea digna, un cambio de estructuras; también de cómo ustedes, los movimientos populares, son sembradores de cambio, promotores de un proceso en el que confluyen millones de acciones grandes y pequeñas encadenadas creativamente, como en una poesía; por eso quise llamarlos “poetas sociales”; y también enumeramos algunas tareas imprescindibles para marchar hacia una alternativa humana frente a la globalización de la indiferencia: 1. poner la economía al servicio de los pueblos; 2. construir la paz y la justicia; 3. defender la Madre Tierra.
Ese día, en la voz de una cartonera y de un campesino, se dio lectura a las conclusiones, los diez puntos de Santa Cruz de la Sierra, donde la palabra cambio estaba preñada de gran contenido, estaba enlazada a cosas fundamentales que ustedes reivindican: trabajo digno para los excluidos del mercado laboral; tierra para los campesinos y pueblos originarios; vivienda para las familias sin techo; integración urbana para los barrios populares; erradicación de la discriminación, de la violencia contra la mujer y de las nuevas formas de esclavitud; el fin de todas las guerras, del crimen organizado y de la represión; libertad de expresión y comunicación democrática; ciencia y tecnología al servicio de los pueblos. Escuchamos también cómo se comprometían a abrazar un proyecto de vida que rechace el consumismo y recupere la solidaridad, el amor entre nosotros y el respeto a la naturaleza como valores esenciales. Es la felicidad de «vivir bien» lo que ustedes reclaman, la «vida buena», y no ese ideal egoísta que engañosamente invierte las palabras y nos propone la «buena vida».
Quienes hoy estamos aquí, de orígenes, creencias e ideas diversas, tal vez no estemos de acuerdo en todo, seguramente pensamos distinto en muchas cosas, pero ciertamente coincidimos en estos puntos.
Supe también de encuentros y talleres realizados en distintos países donde multiplicaron los debates a la luz de la realidad de cada comunidad. Eso es muy importante porque las soluciones reales a las problemáticas actuales no van a salir de una, tres o mil conferencias: tienen que ser fruto de un discernimiento colectivo que madure en los territorios junto a los hermanos, un discernimiento que se convierte en acción transformadora «según los lugares, tiempos y personas» como diría san Ignacio. Si no, corremos el riesgo de las abstracciones, de «los nominalismos declaracionistas que son bellas frases pero no logran sostener la vida de nuestras comunidades». (Carta al Presidente de la Pontificia Comisión Para América Latina, 19 de marzo de 2016). Son slogans. El colonialismo ideológico globalizante procura imponer recetas supraculturales que no respetan la identidad de los Pueblos. Ustedes van por otro camino que es, al mismo tiempo, local y universal. Un camino que me recuerda cómo Jesús pidió organizar a la multitud en grupos de cincuenta para repartir el pan (Cf. Homilía en la Solemnidad de Corpus Christi, Buenos Aires, 12 de junio de 2004).
Recién pudimos ver el video que han presentado a modo de conclusión de este tercer Encuentro. Vimos los rostros de ustedes en los debates sobre qué hacer frente a «la inequidad que engendra violencia». Tantas propuestas, tanta creatividad, tanta esperanza en la voz de ustedes que tal vez sean los que más motivos tienen para quejarse, quedar encerrados en los conflictos, caer en la tentación de lo negativo. Pero, sin embargo, miran hacia adelante, piensan, discuten, proponen y actúan. Los felicito, los acompaño, y les pido que sigan abriendo caminos y luchando. Eso me da fuerza, eso nos da fuerza. Creo que este dialogo nuestro, que se suma al esfuerzo de tantos millones que trabajan cotidianamente por la justicia en todo el mundo, va echando raíces.
Quisiera tocar algunos temas más específicos, que son los que he recibido de ustedes, que me han hecho reflexionar y los devuelvo en este momento.
Primero: El terror y los muros.
Sin embargo, esa germinación que es lenta, que tiene sus tiempos como toda gestación, está
amenazada por la velocidad de un mecanismo destructivo que opera en sentido contrario. Hay fuerzas poderosas que pueden neutralizar este proceso de maduración de un cambio que sea capaz de desplazar la primacía del dinero y coloque nuevamente en el centro al ser humano, al hombre y la mujer. Ese «hilo invisible» del que hablamos en Bolivia, esa estructura injusta que enlaza a todas las exclusiones que ustedes sufren, puede endurecerse y convertirse en un látigo, un látigo existencial que, como en el Egipto del Antiguo Testamento, esclaviza, roba la libertad, azota sin misericordia a unos y amenaza constantemente a otros, para arriar a todos como ganado hacia donde quiere el dinero divinizado.
¿Quién gobierna entonces? El dinero ¿Cómo gobierna? Con el látigo del miedo, de la inequidad, de la violencia económica, social, cultural y militar que engendra más y más violencia en una espiral descendente que parece no acabar jamás. ¡Cuánto dolor y cuánto miedo! Hay -lo dije hace poco-, hay un terrorismo de base que emana del control global del dinero sobre la tierra y atenta contra la humanidad entera. De ese terrorismo básico se alimentan los terrorismos derivados como el narcoterrorismo, el terrorismo de estado y lo que erróneamente algunos llaman terrorismo étnico o religioso, pero ningún pueblo, ninguna religión es terrorista. Es cierto, hay pequeños grupos fundamentalistas en todos lados. Pero el terrorismo empieza cuando «has desechado la maravilla de la creación, el hombre y la mujer, y has puesto allí el dinero» (Conferencia de prensa en el Vuelo de Regreso del Viaje Apostólico a Polonia, 31 de julio de 2016). Ese sistema es terrorista.
Hace casi cien años, Pío XI preveía el crecimiento de una dictadura económica mundial que él llamó «imperialismo internacional del dinero». (Carta Enc. Quadragesimo Anno, 15 de mayo de 1931, 109). ¡Estoy hablando del año 1931! El aula en la que estamos ahora se llama “Paolo VI”, y fue Pablo VI quien denunció hace casi cincuenta años la «nueva forma abusiva de dictadura económica en el campo social, cultural e incluso político» (Carta Ap. Octogesima adveniens, 14 de mayo de 1971, 44). Son palabras duras pero justas de mis antecesores que avizoraron el futuro. La Iglesia y los profetas dijeron, hace milenios, lo que tanto escandaliza que repita el Papa en este tiempo cuando todo aquello alcanza expresiones inéditas. Toda la doctrina social de la Iglesia y el magisterio de mis antecesores se rebelan contra el ídolo-dinero que reina en lugar de servir, tiraniza y aterroriza a la humanidad.
Ninguna tiranía, ninguna tiranía se sostiene sin explotar nuestros miedos. Esto es clave. De ahí que toda tiranía sea terrorista. Y cuando ese terror, que se sembró en las periferias, son con masacres, saqueos, opresión e injusticia, explota en los centros con distintas formas de violencia, incluso con atentados odiosos y cobardes, los ciudadanos que aún conservan algunos derechos son tentados con la falsa seguridad de los muros físicos o sociales. Muros que encierran a unos y destierran a otros. Ciudadanos amurallados, aterrorizados, de un lado; excluidos, desterrados, más aterrorizados todavía, del otro. ¿Es esa la vida que nuestro Padre Dios quiere para sus hijos?
Al miedo se lo alimenta, se lo manipula… Porque el miedo, además de ser un buen negocio para los mercaderes de las armas y de la muerte, nos debilita, nos desequilibra, destruye nuestras defensas psicológicas y espirituales, nos anestesia frente al sufrimiento ajeno y al final nos hace crueles. Cuando escuchamos que se festeja la muerte de un joven que tal vez erró el camino, cuando vemos que se prefiere la guerra a la paz, cuando vemos que se generaliza la xenofobia, cuando constatamos que ganan terreno las propuestas intolerantes; detrás de esa crueldad que parece masificarse está el frío aliento del miedo. Les pido que recemos por todos los que tienen miedo, recemos para que Dios les dé el valor y que en este año de la misericordia podamos ablandar nuestros corazones. La misericordia no es fácil, no es fácil… requiere coraje. Por eso Jesús nos dice: «No tengan miedo» (Mt 14,27), pues la misericordia es el mejor antídoto contra el miedo. Es mucho mejor que los antidepresivos y los ansiolíticos. Mucho más eficaz que los muros, las rejas, las alarmas y las armas. Y es gratis: es un don de Dios.
Queridos hermanos y hermanas: todos los muros caen. Todos. No nos dejemos engañar. Como han dicho ustedes: «Sigamos trabajando para construir puentes entre los pueblos, puentes que nos permitan derribar los muros de la exclusión y la explotación» (Documento Conclusivo del II Encuentro Mundial de los Movimientos Populares, 11 de julio de 2015, Cruz de la Sierra, Bolivia). Enfrentemos el Terror con Amor.
El segundo punto que quisiera tocar es: El amor y los puentes.
Un día como hoy, un sábado, Jesús hizo dos cosas que, nos dice el Evangelio, precipitaron la
conspiración para matarlo. Pasaba con sus discípulos por un campo, un sembradío. Los discípulos tenían hambre y comieron las espigas. Nada se nos dice del «dueño» de aquel campo… subyacía el destino universal de los bienes. Lo cierto es que frente al hambre, Jesús priorizó la dignidad de los hijos de Dios sobre una interpretación formalista, acomodaticia e interesada de la norma. Cuando los doctores de la ley se quejaron con indignación hipócrita, Jesús les recordó que Dios quiere amor y no sacrificios, y les explicó que el sábado está hecho para el ser humano y no el ser humano para el sábado (cf. Mc 2,27). Enfrentó al pensamiento hipócrita y suficiente con la inteligencia humilde del corazón (cf. Homilía, I Congreso de Evangelización de la Cultura, Buenos Aires, 3 de noviembre de 2006), que prioriza siempre al ser humano y rechaza que determinadas lógicas obstruyan su libertad para vivir, amar y servir al prójimo.
Y después, ese mismo día, Jesús hizo algo «peor», algo que irritó aún más a los hipócritas y soberbios que lo estaban vigilando porque buscaban alguna excusa para atraparlo. Curó la mano atrofiada de un hombre. La mano, ese signo tan fuerte del obrar, del trabajo. Jesús le devolvió a ese hombre la capacidad de trabajar y con eso le devolvió la dignidad. Cuántas manos atrofiadas, cuantas personas privadas de la dignidad del trabajo, porque los hipócritas para defender sistemas injustos, se oponen a que sean sanadas. A veces pienso que cuando ustedes, los pobres organizados, se inventan su propio trabajo, creando una cooperativa, recuperando una fábrica quebrada, reciclando el descarte de la sociedad de consumo, enfrentando las inclemencias del tiempo para vender en una plaza, reclamando una parcela de tierra para cultivar y alimentar a los hambrientos, cuando hacen esto están imitando a Jesús porque buscan sanar, aunque sea un poquito, aunque sea precariamente, esa atrofia del sistema socioeconómico imperante que es el desempleo. No me extraña que a ustedes también a veces los vigilen o los persigan y tampoco me extraña que a los soberbios no les interese lo que ustedes digan.
Jesús, ese sábado, se jugó la vida porque después de sanar esa mano, fariseos y herodianos (cf. Mc 3,6), dos partidos enfrentados entre sí, que temían al pueblo y también al imperio, hicieron sus cálculos y se confabularon para matarlo. Sé que muchos de ustedes se juegan la vida. Sé -lo quiero recordar, la quiero recordar- que algunos no están hoy acá porque se jugaron la vida… pero no hay mayor amor que dar la vida. Eso nos enseña Jesús.
Las «3-T», ese grito de ustedes que hago mío, tiene algo de esa inteligencia humilde pero a la vez fuerte y sanadora. Un proyecto-puente de los pueblos frente al proyecto-muro del dinero. Un proyecto que apunta al desarrollo humano integral. Algunos saben que nuestro amigo el Cardenal Turkson está presidiendo ahora el Dicasterio que lleva ese nombre: Desarrollo Humano Integral. Lo contrario al desarrollo, podría decirse, es la atrofia, la parálisis. Tenemos que ayudar para que el mundo se sane de su atrofia moral. Este sistema atrofiado puede ofrecer ciertos implantes cosméticos que no son verdadero desarrollo: crecimiento económico, avances técnicos, mayor «eficiencia» para producir cosas que se compran, se usan y se tiran englobándonos a todos en una vertiginosa dinámica del descarte… pero este mundo no permite el desarrollo del ser humano en su integralidad, el desarrollo que no se reduce al consumo, que no se reduce al bienestar de pocos, que incluye a todos los pueblos y personas en la plenitud de su dignidad, disfrutando fraternalmente de la maravilla de la Creación. Ese es el desarrollo que necesitamos: humano, integral, respetuoso de la Creación, de esta casa común.
Otro punto es: La bancarrota y el salvataje.
Queridos hermanos, quiero compartir con ustedes algunas reflexiones sobre otros dos temas
que, junto a las «3-T» y la ecología integral, fueron centrales en vuestros debates de los últimos días y son centrales en este tiempo histórico.
Sé que dedicaron una jornada al drama de los migrantes, refugiados y desplazados. ¿Qué hacer frente a esta tragedia? En el Dicasterio que tiene a su cargo el Cardenal Turkson hay un departamento para la atención de esas situaciones. Decidí que, al menos por un tiempo, ese departamento dependa directamente del Pontífice, porque aquí hay una situación oprobiosa, que sólo puedo describir con una palabra que me salió espontáneamente en Lampedusa: vergüenza.
Allí, como también en Lesbos, pude sentir de cerca el sufrimiento de tantas familias expulsadas de su tierra por razones económicas o violencias de todo tipo, multitudes desterradas –lo he dicho frente a las autoridades de todo el mundo– como consecuencia de un sistema socioeconómico injusto y de los conflictos bélicos que no buscaron, que no crearon quienes hoy padecen el doloroso desarraigo de su suelo patrio sino más bien muchos de aquellos que se niegan a recibirlos.
Hago mías las palabras de mi hermano el Arzobispo Jeronimos de Grecia: «Quien ve los ojos de los niños que encontramos en los campos de refugiados es capaz de reconocer de inmediato, en su totalidad, la “bancarrota” de la humanidad» (Discurso en el Campo de refugiados de Moria, Lesbos, 16 de abril de 2016) ¿Qué le pasa al mundo de hoy que, cuando se produce la bancarrota de un banco de inmediato aparecen sumas escandalosas para salvarlo, pero cuando se produce esta bancarrota de la humanidad no hay casi ni una milésima parte para salvar a esos hermanos que sufren tanto? Y así el Mediterráneo se ha convertido en un cementerio, y no sólo el Mediterráneo… tantos cementerios junto a los muros, muros manchados de sangre inocente. Durante los días de este encuentro, lo decían en el vídeo: ¿Cuántos murieron en el Mediterráneo?
El miedo endurece el corazón y se transforma en crueldad ciega que se niega a ver la sangre, el dolor, el rostro del otro. Lo dijo mi hermano el Patriarca Bartolomé: «Quien tiene miedo de vosotros no os ha mirado a los ojos. Quien tiene miedo de vosotros no ha visto vuestros rostros. Quien tiene miedo no ve a vuestros hijos. Olvida que la dignidad y la libertad trascienden el miedo y trascienden la división. Olvida que la migración no es un problema de Oriente Medio y del norte de África, de Europa y de Grecia. Es un problema del mundo» (Discurso en el Campo de refugiados de Moria, Lesbos, 16 de abril de 2016).
Es, en verdad, un problema del mundo. Nadie debería verse obligado a huir de su Patria. Pero el mal es doble cuando, frente a esas circunstancias terribles, el migrante se ve arrojado a las garras de los traficantes de personas para cruzar las fronteras y es triple si al llegar a la tierra donde creyó que iba a encontrar un futuro mejor, se lo desprecia, se lo explota, incluso se lo esclaviza. Esto se puede ver en cualquier rincón de cientos de ciudades. O simplemente no se lo deja entrar.
Les pido a ustedes que hagan todo lo que puedan. Nunca se olviden que Jesús, María y José experimentaron también la condición dramática de los refugiados. Les pido que ejerciten esa solidaridad tan especial que existe entre los que han sufrido. Ustedes saben recuperar fábricas de la bancarrota, reciclar lo que otros tiran, crear puestos de trabajo, labrar la tierra, construir viviendas, integrar barrios segregados y reclamar sin descanso como esa viuda del Evangelio que pide justicia insistentemente (cf. Lc 18,1-8). Tal vez con vuestro ejemplo y su insistencia, algunos Estados y Organismos internacionales abran los ojos y adopten las medidas adecuadas para acoger e integrar plenamente a todos los que, por una u otra circunstancia, buscan refugio lejos de su hogar. Y también para enfrentar las causas profundas por las que miles de hombres, mujeres y niños son expulsados cada día de su tierra natal.
Dar el ejemplo y reclamar es una forma de meterse en política y esto me lleva al segundo eje que debatieron en su Encuentro: la relación entre pueblo y democracia. Una relación que debería ser natural y fluida pero que corre el peligro de desdibujarse hasta ser irreconocible. La brecha entre los pueblos y nuestras formas actuales de democracia se agranda cada vez más como consecuencia del enorme poder de los grupos económicos y mediáticos que parecieran dominarlas. Los movimientos populares, lo sé, no son partidos políticos y déjenme decirles que, en gran medida, en eso radica su riqueza, porque expresan una forma distinta, dinámica y vital de participación social en la vida pública. Pero no tengan miedo de meterse en las grandes discusiones, en Política con mayúscula y cito de nuevo a Pablo VI: «La política ofrece un camino serio y difícil―aunque no el único―para cumplir el deber grave que cristianos y cristianas tienen de servir a los demás» (Lett. Ap. Octogesima adveniens, 14 de mayo 1971, 46). O esa frase que repito tantas veces, que siempre me confundo, no sé si es de Pablo VI o de Pío XII: “La política es una de las formas más altas de la caridad, del amor”.
Quisiera señalar dos riesgos que giran en torno a la relación entre los movimientos populares y la política: el riesgo de dejarse encorsetar y el riesgo de dejarse corromper.
Primero, no dejarse encorsetar, porque algunos dicen: la cooperativa, el comedor, la huerta agroecológica, el microemprendimiento, el diseño de los planes asistenciales… hasta ahí está bien. Mientras se mantengan en el corsé de las «políticas sociales», mientras no cuestionen la política económica o la política con mayúscula, se los tolera. Esa idea de las políticas sociales concebidas como una política hacia los pobres pero nunca con los pobres, nunca de los pobres y mucho menos inserta en un proyecto que reunifique a los pueblos a veces me parece una especie de volquete maquillado para contener el descarte del sistema. Cuando ustedes, desde su arraigo a lo cercano, desde su realidad cotidiana, desde el barrio, desde el paraje, desde la organización del trabajo comunitario, desde las relaciones persona a persona, se atreven a cuestionar las «macrorelaciones», cuando chillan, uando gritan, cuando pretenden señalarle al poder un planteo más integral, ahí ya no se lo tolera. No se lo tolera tanto porque se están saliendo del corsé, se están metiendo en el terreno de las grandes decisiones que algunos pretenden monopolizar en pequeñas castas. Así la democracia se atrofia, se convierte en un nominalismo, una formalidad, pierde representatividad, se va desencarnando porque deja afuera al pueblo en su lucha cotidiana por la dignidad, en la construcción de su destino.
Ustedes, las organizaciones de los excluidos y tantas organizaciones de otros sectores de la sociedad, están llamados a revitalizar, a refundar las democracias que pasan por una verdadera crisis. No caigan en la tentación del corsé que los reduce a actores secundarios, o peor, a meros administradores de la miseria existente. En estos tiempos de parálisis, desorientación y propuestas destructivas, la participación protagónica de los pueblos que buscan el bien común puede vencer, con la ayuda de Dios, a los falsos profetas que explotan el miedo y la desesperanza, que venden fórmulas mágicas de odio y crueldad o de un bienestar egoísta y una seguridad ilusoria.
Sabemos que «mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y en definitiva ningún problema. La inequidad es raíz de los males sociales» (Exhort. ap. postsin. Evangelii gaudium, 202). Por eso, lo dije y lo repito: «El futuro de la humanidad no está únicamente en manos de los grandes dirigentes, las grandes potencias y las elites. Está fundamentalmente en manos de los pueblos, en su capacidad de organizarse y también en sus manos que riegan con humildad y convicción este proceso de cambio» (Discurso en el Segundo Encuentro mundial de los Movimientos Populares, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, 9 de julio de 2015). La Iglesia, la Iglesia también puede y debe, sin pretender el monopolio de la verdad, pronunciarse y actuar especialmente frente a «situaciones donde se tocan las llagas y el sufrimiento dramático, y en las cuales están implicados los valores, la ética, las ciencias sociales y la fe» (Discurso a la Cumbre de Jueces y Magistrados contra el Tráfico de Personas y el Crimen Organizado, Vaticano, 3 de junio de 2016). Este era el primer riesgo: el riesgo del corsé, y la invitación de meterse en la gran política.
El segundo riesgo, les decía, es dejarse corromper. Así como la política no es un asunto de los «políticos», la corrupción no es un vicio exclusivo de la política. Hay corrupción en la política, hay corrupción en las empresas, hay corrupción en los medios de comunicación, hay corrupción en las iglesias y también hay corrupción en las organizaciones sociales y los movimientos populares. Es justo decir que hay una corrupción naturalizada en algunos ámbitos de la vida económica, en particular la actividad financiera, y que tiene menos prensa que la corrupción directamente ligada al ámbito político y social. Es justo decir que muchas veces se manipulan los casos de corrupción con malas intenciones. Pero también es justo aclarar que quienes han optado por una vida de servicio tienen una obligación adicional que se suma a la honestidad con la que cualquier persona debe actuar en la vida. La vara es más alta: hay que vivir la vocación de servir con un fuerte sentido de la austeridad y la humildad. Esto vale para los políticos pero también vale para los dirigentes sociales y para nosotros, los pastores. Dije “austeridad”. Quisiera aclarar a qué me refiero con la palabra austeridad. Puede ser una palabra equívoca. Austeridad moral, austeridad en el modo de vivir, austeridad en cómo llevo adelante mi vida, mi familia. Austeridad moral y humana. Porque en el campo más científico, cientifi-económico si se quiere, o de las ciencias del mercado, austeridad es sinónimo de ajuste. A esto no me refiero. No estoy hablando de eso.
A cualquier persona que tenga demasiado apego por las cosas materiales o por el espejo, a quien le gusta el dinero, los banquetes exuberantes, las mansiones suntuosas, los trajes refinados, los autos de lujo, le aconsejaría que se fije qué está pasando en su corazón y rece para que Dios lo libere de esas ataduras. Pero, parafraseando al ex Presidente latinoamericano que está por acá, el que tenga afición por todas esas cosas, por favor, no se meta en política, que no se meta en una organización social o en un movimiento popular, porque va a hacer mucho daño a sí mismo, al prójimo y va a manchar la noble causa que enarbola. Tampoco que se meta en el seminario.
Frente a la tentación de la corrupción, no hay mejor antídoto que la austeridad; esa austeridad moral y personal. Y practicar la austeridad es, además, predicar con el ejemplo. Les pido que no subestimen el valor del ejemplo porque tiene más fuerza que mil palabras, que mil volantes, que mil likes, que mil retweets, que mil videos de youtube. El ejemplo de una vida austera al servicio del prójimo es la mejor forma de promover el bien común y el proyecto-puente de las 3-T. Les pido a los dirigentes que no se cansen de practicar esa austeridad moral, personal, y les pido a todos que exijan a los dirigentes esa austeridad, la cual –por otra parte– los va a hacer muy felices. Queridos hermanas y hermanos,
la corrupción, la soberbia, el exhibicionismo de los dirigentes aumenta el descreimiento colectivo, la sensación de desamparo y retroalimenta el mecanismo del miedo que sostiene este sistema inicuo.
Quisiera, para finalizar, pedirles que sigan enfrentando el miedo con una vida de servicio, solidaridad y humildad en favor de los pueblos y en especial de los que más sufren. Se van a equivocar muchas veces, todos nos equivocamos, pero si perseveramos en este camino, más temprano que tarde, vamos a ver los frutos. E insisto, contra el terror, el mejor antídoto es el amor. El amor todo lo cura. Algunos saben que después del Sínodo de la familia escribí un documento que lleva por título Amoris Laetitia. La alegría del amor. Un documento sobre el amor en la familia de cada uno, pero también en esa otra familia que es el barrio, la comunidad, el pueblo, la humanidad. Uno de ustedes me pidió distribuir un cuadernillo que contiene un fragmento del capítulo cuarto de ese documento. Creo que se los van a entregar a la salida. Va entonces con mi bendición. Allí hay algunos «consejos útiles» para practicar el más importante de los mandamientos de Jesús.
En Amoris Laetitia cito a un fallecido dirigente afroamericano, Martin Luther King, el cual volvía a optar por el amor fraterno aun en medio de las peores persecuciones y humillaciones. Quiero recordarlo hoy con ustedes, es decir: «Cuando te elevas al nivel del amor, de su gran belleza y poder, lo único que buscas derrotar es los sistemas malignos. A las personas atrapadas en ese sistema, las amas, pero tratas de derrotar ese sistema […] Odio por odio sólo intensifica la existencia del odio y del mal en el universo. Si yo te golpeo y tú me golpeas, y te devuelvo el golpe y tú me lo devuelves, y así sucesivamente, es evidente que se llega hasta el infinito. Simplemente nunca termina. En algún lugar, alguien debe tener un poco de sentido, y esa es la persona fuerte. La persona fuerte es la persona que puede romper la cadena del odio, la cadena del mal». Esto lo dijo en 1957 (n. 118; Sermón en la iglesia Bautista de la Avenida Dexter, Montgomery, Alabama, 17 de noviembre de 1957).
Les agradezco nuevamente su trabajo y su presencia. Quiero pedirle a nuestro Padre Dios que los acompañe y los bendiga, que los colme de su amor y los defienda en el camino dándoles abundantemente esa fuerza que nos mantiene en pie y nos da coraje para romper la cadena del odio: esa fuerza es la esperanza. Les pido por favor que recen por mí y los que no pueden rezar, ya saben, piénsenme bien y mándenme buena onda. Gracias.


San Martín de Tours, patrono de la Guardia Suiza Pontificia

11 de noviembre: San Martín de Tours, patrono de la Guardia Suiza Pontificia


El 11 de noviembre es fiesta de San Martín de Tours, un militar romano que compartió su capa con Cristo, hecho que popularizó la palabra “capilla” en el mundo cristiano. Aquí la historia del patrono de la Guardia Suiza Pontificia, Francia y Buenos Aires (Argentina).
San Martín de Tours nació en Hungría por el año 316 de papá y mamá paganos. Tras recibir el bautismo y renunciar a la milicia, fundó un monasterio en Ligugé (Francia), en el que vivió la vida monástica con la dirección de San Hilario. Más adelante recibiría el orden sacerdotal y sería elegido Obispo de Tours. Murió en el 397.
La tradición indica que un día de crudo invierno, siendo él un joven militar, se encontró en el camino a un pobre hombre que sufría por tener poca ropa. Martín, al no tener nada que regalarle, dividió su capa en dos partes iguales con su espada y le dio la mitad.
Por la noche, vio en sueños que se le presentó Jesucristo con la media capa y que le dijo: “Martín, hoy me cubriste con tu capa”.
La media capa de San Martín de Tours fue puesta en una urna y se le construyó un santuario pequeño. Como en latín “media capa” se dice “capilla”, la gente solía decir: “Vamos a orar donde está la capilla”. De esta manera el nombre “capilla” se popularizó y se puso a los pequeños lugares de oración.
San Martín es patrón de Francia y Hungría. Así como de la ciudad de Buenos Aires, donde nació el Papa Francisco.
Según la costumbre con un nuevo lugar fundado, los españoles tenían que consagrar la “Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Santa María de los Buenos Aires” a un santo. Es por ello que en un sombrero pusieron papeles con propuestas de santos.
Cuando fueron a sacar los papeles salió San Martín de Tours. No conformes, por tratarse de un “santo francés”, repitieron la elección dos veces más y volvió a salir el mismo nombre. Finalmente fue aceptado y de esta manera San Martín de Tours se convirtió en patrón de la actual capital de Argentina.

Viernes de la trigésima segunda semana del tiempo ordinario


Epístola II de San Juan 1,4-9. 

Señora elegida: Me he alegrado muchísimo al encontrar a algunos hijos tuyos que viven en la verdad, según el mandamiento que hemos recibido del Padre.
Y ahora te ruego: amémonos los unos a los otros. Con lo cual no te comunico un nuevo mandamiento, sino que el que tenemos desde el principio.
El amor consiste en vivir de acuerdo con los mandamientos de Dios. Y el mandamiento que ustedes han aprendido desde el principio es que vivan en el amor.
Porque han invadido el mundo muchos seductores que no confiesan a Jesucristo manifestado en la carne. ¡Ellos son el Seductor y el Anticristo!
Ustedes estén alerta para no perder el fruto de sus trabajos, de manera que puedan recibir una perfecta retribución.
Todo el que se aventura más allá de la doctrina de Cristo y no permanece en ella, no está unido a Dios. En cambio, el que permanece en su doctrina está unido al Padre y también al Hijo.

Salmo 119(118),1.2.10.11.17.18. 
Felices los que van por un camino intachable,
los que siguen la ley del Señor,

Felices los que cumplen sus prescripciones
y lo buscan de todo corazón,

Yo te busco de todo corazón:
no permitas que me aparte de tus mandamientos.

Conservo tu palabra en mi corazón,
para no pecar contra ti.

Sé bueno con tu servidor,
para que yo viva y pueda cumplir tu palabra.

Abre mis ojos,
para que contemple las maravillas de tu ley.



Evangelio según San Lucas 17,26-37. 
Jesús dijo a sus discípulos:
"En los días del Hijo del hombre sucederá como en tiempos de Noé.
La gente comía, bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca y llegó el diluvio, que los hizo morir a todos.
Sucederá como en tiempos de Lot: se comía y se bebía, se compraba y se vendía, se plantaba y se construía.
Pero el día en que Lot salió de Sodoma, cayó del cielo una lluvia de fuego y de azufre que los hizo morir a todos.
Lo mismo sucederá el Día en que se manifieste el Hijo del hombre.
En ese Día, el que esté en la azotea y tenga sus cosas en la casa, no baje a buscarlas. Igualmente, el que esté en el campo, no vuelva atrás.
Acuérdense de la mujer de Lot.
El que trate de salvar su vida, la perderá; y el que la pierda, la conservará.
Les aseguro que en esa noche, de dos hombres que estén comiendo juntos, uno será llevado y el otro dejado;
de dos mujeres que estén moliendo juntas, una será llevada y la otra dejada".
Entonces le preguntaron: «¿Dónde sucederá esto, Señor?»
Jesús les respondió: "Donde esté el cadáver, se juntarán los buitres".