viernes, 18 de mayo de 2018

Cuando Jesús explicó a santa Catalina cómo amarle con un gran amor




3 maneras como todos podemos amar contemplando la cruz

La verdad es que nos cuesta entender el misterio de la Cruz, del sufrimiento, del dolor. Pero es hermoso ver a Abrahán conduciendo a su hijo al monte Moriá, obedeciendo el mandato del Señor. Y lo hace por amor a Dios y amando entrañablemente a su hijo.
Cristo clavado en la Cruz es también misterio de amor. Él nos ha amado hasta la locura de la Cruz. Muriendo nos ha dado la misma vida de Dios. Resucitando nos ha hecho resucitar con Él. Y subiendo al cielo nos ha preparado un lugar junto a Él y a todos los santos. ¿Se puede ofrecer más?
¡Es impresionante el Amor de Dios por nosotros, los seres humanos! La verdad es que, con nuestras solas fuerzas, nunca llegaremos a comprender en su plenitud el misterio de amor de Dios por todos y cada uno de nosotros. Y, sin embargo, ese amor es lo único que puede dar sentido al corazón inquieto y confuso del ser humano.
La Iglesia nos invita de manera especial, a profundizar en ese amor contemplando amorosamente la Cruz:
Por el camino del diálogo con Cristo crucificado. A muchas personas les resulta, a primera vista, difícil y costoso ese diálogo con Cristo. Tomás de Kempis nos ofrece en una reflexión muy iluminadora, una ayuda muy útil. Dice así: “Si no sabes meditar en cosas elevadas y celestiales, descansa en la pasión de Cristo, y detente a pensar, como morando en ellas, en sus sagradas llagas. Porque si te refugias devotamente en esas cicatrices y preciosas llagas de Jesús, sentirás gran fortaleza en la aflicción, no harán mella en ti los desprecios de los hombres y soportarás con facilidad las palabras de los que murmuran contra ti” (Tomás de Kempis, L2, cap. 1, nº 16-17).
–Por el camino de la cruz. ¿Por qué no recorrer, con sencillez y profunda veneración, las estaciones del Viacrucis? El corazón se irá llenando de paz, de serenidad, de esperanza, de amor, de perdón. Recorrer el Viacrucis, meditar la Pasión del Señor, exige un poco de tiempo. ¿No podríamos dedicar unos minutos cada día a ello, a recorrer al menos dos estaciones cada día, aunque completarlo nos lleve la semana entera? Sólo se necesita tomar la decisión y mantenerla con firmeza; se requiere, tal vez, saber apagar el televisor oportunamente o no entretenerse en algunas conversaciones para poder dedicar así un tiempo a estar a solas con el Señor.
–Por el camino del servicio a los que sufren. De esa meditación serena y amorosa de la Pasión brotará, estoy convencido de ello, un deseo creciente de ayudar al hermano sufriente que está junto a nosotros.
Así lo han vivido los santos. Así lo vivió santa Catalina de Siena, como muestra este precioso texto:
“Preguntó Jesús a Catalina de Siena: “Querida mía, ¿sabes por qué te amo?” Ante la respuesta negativa de Catalina, siguió Jesús: “Te lo diré. Si no te amo, tú no serás nada, no serás capaz de nada bueno. Ya ves que tengo que amarte.” “Es verdad –respondió Catalina, y de golpe dijo–: “Querría yo amarte así”.
Pero, en cuanto habló, se dio cuenta de que había dicho un despropósito. Jesús sonrió. Entonces ella añadió: “Pero esto no es justo. Tú puedes amarme con un gran amor y yo sólo puedo amarte con un amor pequeño”.
En ese momento intervino Jesús y dijo: “He hecho posible que me ames con un gran amor”. Ella, sorprendida, preguntó inmediatamente cómo. “He puesto a tu lado al prójimo. Todo lo que le hagas a él lo tomaré como hecho a mí.” Catalina, llena de alegría, corrió a curar a los enfermos en el hospital: “Ahora puedo amar a Jesús con gran amor”.”
Ojalá la contemplación de la Pasión de Cristo nos ayude a comprometernos más con los hermanos que sufren en nuestro mundo, y en especial junto a nosotros. Porque junto a nosotros, en este lugar, en este altar, va a hacerse misteriosamente presente el Cristo del Tabor, de la Pasión: su Cuerpo entregado, su sangre derramada, el Señor Resucitado.

Por Juan José Omella, arzobispo de Barcelona

Viernes de la séptima semana de Pascua


Libro de los Hechos de los Apóstoles 25,13b-21. 

El rey Agripa y Berenice llegaron a Cesarea y fueron a saludar a Festo.
Como ellos permanecieron varios días, Festo expuso al rey el caso de Pablo, diciéndole: "Félix ha dejado a un prisionero,
y durante mi estadía en Jerusalén, los sumos sacerdotes y los ancianos de los judíos, presentaron quejas pidiendo su condena.
Yo les respondí que los romanos no tienen la costumbre de entregar a un hombre antes de enfrentarlo con sus acusadores y darle la oportunidad de defenderse.
Ellos vinieron aquí, y sin ninguna demora, me senté en el tribunal e hice comparecer a ese hombre al día siguiente.
Pero cuando se presentaron los acusadores, estos no alegaron contra él ninguno de los cargos que yo sospechaba.
Lo que había entre ellos eran no sé qué discusiones sobre su religión, y sobre un tal Jesús que murió y que Pablo asegura que vive.
No sabiendo bien qué partido tomar en un asunto de esta índole le pregunté a Pablo si quería ir a Jerusalén para ser juzgado allí.
Pero como este apeló al juicio de Su Majestad imperial, yo ordené que lo dejaran bajo custodia hasta que lo enviara al Emperador".

Salmo 103(102),1-2.11-12.19-20ab. 
Bendice al Señor, alma mía,
que todo mi ser bendiga a su santo Nombre;
bendice al Señor, alma mía,
y nunca olvides sus beneficios.

Cuanto se alza el cielo sobre la tierra,
así de inmenso es su amor por los que lo temen;
cuanto dista el oriente del occidente,
así aparta de nosotros nuestros pecados.

El Señor puso su trono en el cielo,
y su realeza gobierna el universo.
¡Bendigan al Señor, todos sus ángeles,
los fuertes guerreros que cumplen sus órdenes!


Evangelio según San Juan 21,15-19. 
Habiéndose aparecido Jesús a sus discípulos, después de comer, dijo a Simón Pedro: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?". El le respondió: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis corderos".
Le volvió a decir por segunda vez: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?". El le respondió: "Sí, Señor, sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas".
Le preguntó por tercera vez: "Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?". Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: "Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas.
Te aseguro que cuando eras joven, tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras".
De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: "Sígueme".