martes, 13 de febrero de 2018

¿Cómo prepararse para comulgar? Obispo responde

El Obispo de Jaén (España), Mons. Amadeo Rodríguez, dio en su carta pastoral algunas indicaciones sobre cómo recibir la comunión.
El Prelado explicó que “la Comunión hay que vivirla con la misma intensidad espiritual que la escucha de la Palabra de Dios o la Consagración” y que en cualquier momento de la celebración eucarística “nuestra participación tiene que ser plena, consciente, activa y fructuosa”.
Así, dijo que “son muchos los gestos y las actitudes que tengo la oportunidad de observar, como la actitud de escucha, el silencio y, de un modo especial, el sentido de adoración que se manifiesta en el momento de la Consagración”, en el que “una mayoría de fieles se hincan de rodillas ante el Santísimo Sacramento”.
Pero el Prelado también apunta que le “disgusta el modo en el que algunos se acercan a comulgar y cómo vuelven a sus asientos”.
Distracción a la hora de comulgar
Mons. Rodríguez dijo que en el momento de la Comunión hay “una especie de desconcierto”, pues “da la impresión de que algunos de los presentes no son conscientes de lo que está sucediendo en ellos, para ellos y también para todos los que participan en la Misa”.
“Los que reciben la Eucaristía se unen más estrechamente a Cristo. Por ello mismo, Cristo los une a todos los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia. La comunión renueva, fortifica, profundiza esta incorporación a la Iglesia realizada ya por el Bautismo. En el Bautismo fuimos llamados a no formar más que un solo cuerpo”, recordó citando el Catecismo.
De esta manera, el Obispo de Jaén dijo que “en lo que se refiere al modo de comulgar, sin que me atreva a juzgar las actitudes interiores”, según el modo de poner las manos o boca se refleja que “aparentemente no valoran adecuadamente la presencia real y sacramental de Jesús en el Pan Eucarístico”.
Cómo comulgar
En los que comulgan en la mano, el Obispo escribió que “no siempre se percibe aquello de que ‘la mano izquierda ha de ser un trono para la mano derecha, puesto que ésta debe recibir al Rey’”.
En ese sentido el Prelado precisa que habría que educar sobre cómo se ha de recibir el Cuerpo de Cristo y que, aunque “es evidente que lo que importan son las actitudes espirituales que adoptamos”, también las formas son importantes “y hay que orientarlas; sobre todo cuando perciben hábitos muy poco correctos”.
Porque “para tratar al Señor hemos de poner lo mejor de nosotros mismos”, señaló.
Prepararse adecuadamente
Como remedio a este problema, el Prelado propone participar “adecuadamente en los ritos de preparación”.
“La actitud que habría que cuidar en la preparación para comulgar debería de ser la gratitud por el don que el Señor nos regala; es Él quien viene a nosotros. Y con la gratitud el deseo profundo de recibirlo en nuestra vida”, asegura.
“Una vez que el sacerdote comulga, enseguida invita a los fieles a participar en el banquete eucarístico con una fórmula que es anuncio de una buena noticia: se nos invita a participar en las bodas del Cordero, a pregustar en la comunión la vida eterna”, asegura.
“Cuando el sacerdote al darnos la comunión nos dice ‘el Cuerpo de Cristo’, nosotros respondemos ‘amén’, le estamos diciendo: ‘Sí quiero, acepto, deseo que unas tu vida a la mía”.
Por eso insiste en que “todo esto es evidentemente tan sublime que, o se toma en serio o corremos el peligro de banalizar lo que, por gracia de Dios, enriquece y renueve nuestra vida”.
Momento de oración personal
Después de comulgar, Mons. Rodríguez anima a “encontrarse con Jesús en la intimidad” y para eso “es imprescindible el silencio que nos permita un diálogo con Él”.
“Ese momento es la gran oportunidad para un encuentro que fortalezca nuestra fe, nos arraigue en la oración y nos oriente en nuestra misión, la que hemos de realizar tras alimentarnos de la Eucaristía”, asegura el Prelado.
Sin embargo, lamentó que “por el tono revoltoso o distraído que se nota en el ambiente, es evidente que eso en algunos casos no está sucediendo”.
Por ello, el Obispo de Jaén propone que “se eduque con unas buenas catequesis cómo encontrarse con el Señor tras comulgar”.
“Es importante que se recuerde que es tiempo de rezar; y para eso se pueden indicar algunos argumentos sobre los que hablar con el Señor y algunas oraciones que nos podrían ayudar en ese dialogo con Jesús Eucaristía”, apunta.
Cantos que inviten a la oración
Mons. Rodríguez asegura que el clima de oración no es incompatible con el canto, pero destaca que “no hay que tener prisa en comenzar el canto, tampoco es necesario estar cantando durante todo el tiempo de distribución de la comunión y, por supuesto, no siempre hay que cantar en la meditación de acción de gracias”.
“Si se canta, los cantos tanto en el tono de la música y, sobre todo, en la letra han de invitar a la oración. Todas las canciones de la Comunión deberían de ser eucarísticas y orantes. El ritmo o la letra de algunas rompe con demasiada frecuencia el tono espiritual que ese momento debe de tener y alteran la necesidad de oración que tiene la asamblea”, afirma.
Dar ejemplo de la importancia
Esta actitud de oración también es importante para los que participan de la Eucaristía pero no comulgan.
“Para estos el tono espiritual ha de ser el mismo que para los que comulgan; también ese momento de la celebración de Eucaristía es tiempo de oración y de intimidad con Jesús Sacramentado, si bien su comunión es ‘espiritual’”.
Por ello es importante el ejemplo de los que sí comulgan, de “lo maravilloso e importante que es recibir a Jesús sacramentalmente”.
“Cuidemos con mucho esmero la comunión, nos va mucho en cada oportunidad que tengamos de recibir a Jesús: nos va la fortaleza, la autenticidad, la radicalidad de todos los demás aspectos de nuestra vida cristiana”, subraya.


Papa Francisco propone estas preguntas para un buen examen de conciencia

En la Cuaresma 2015, el Papa Francisco obsequió a los fieles en la Plaza de San Pedro un folleto especial titulado “Custodia el corazón”, que fue entregado por varios indigentes de Roma y que tiene una serie de importantes recursos para el camino de conversión hacia la Semana Santa.
Entre los distintos recursos planteados por el Santo Padre está un examen de conciencia de 30 preguntas para hacer una buena confesión, así como una breve explicación sobre las razones para acudir al sacramento.
Este recurso cobra particular interés al acercarse la Cuaresma y una nueva edición de “24 horas con el Señor”, a la que invita el Pontífice los días 9 y 10 de marzo para que los católicos, especialmente los más alejados de la Iglesia, se reconcilien con Dios en preparación para la Pascua.
A la pregunta ¿por qué confesarse?, el folleto contesta: “¡porque somos pecadores! Es decir, pensamos y actuamos de modo contrario al Evangelio. Quien dice estar sin pecado es un mentiroso o un ciego. En el sacramento Dios Padre perdona a quienes, habiendo negado su condición de hijos, se confiesan de sus pecados y reconocen la misericordia de Dios”.
Para confesarse, prosigue el texto, es necesario comenzar “por la escucha de la voz de Dios” seguido del “examen de conciencia, el arrepentimiento y el propósito de la enmienda, la invocación de la misericordia divina que se nos concede gratuitamente mediante la absolución, la confesión de los pecados al sacerdote, la satisfacción o cumplimiento de la penitencia impuesta, y finalmente, con la alabanza a Dios por medio de una vida renovada”.
El examen de conciencia
A continuación las 30 preguntas propuestas por el Papa Francisco para hacer una buena confesión:
En relación a Dios
¿Solo me dirijo a Dios en caso de necesidad? ¿Participo regularmente en la Misa los domingos y días de fiesta? ¿Comienzo y termino mi jornada con la oración? ¿Blasfemo en vano el nombre de Dios, de la Virgen, de los santos? ¿Me he avergonzado de manifestarme como católico? ¿Qué hago para crecer espiritualmente, cómo lo hago, cuándo lo hago? ¿Me rebelo contra los designios de Dios? ¿Pretendo que Él haga mi voluntad?
En relación al prójimo
¿Sé perdonar, tengo comprensión, ayudo a mi prójimo? ¿Juzgo sin piedad tanto de pensamiento como con palabras? ¿He calumniado, robado, despreciado a los humildes y a los indefensos? ¿Soy envidioso, colérico, o parcial? ¿Me avergüenzo de la carne de mis hermanos, me preocupo de los pobres y de los enfermos?
¿Soy honesto y justo con todos o alimento la cultura del descarte? ¿Incito a otros a hacer el mal? ¿Observo la moral conyugal y familiar enseñada por el Evangelio? ¿Cómo cumplo mi responsabilidad de la educación de mis hijos? ¿Honro a mis padres? ¿He rechazado la vida recién concebida? ¿He colaborado a hacerlo? ¿Respeto el medio ambiente?
En relación a mí mismo
¿Soy un poco mundano y un poco creyente? ¿Cómo, bebo, fumo o me divierto en exceso? ¿Me preocupo demasiado de mi salud física, de mis bienes? ¿Cómo utilizo mi tiempo? ¿Soy perezoso? ¿Me gusta ser servido? ¿Amo y cultivo la pureza de corazón, de pensamientos, de acciones? ¿Nutro venganzas, alimento rencores? ¿Soy misericordioso, humilde, y constructor de paz?
Para descargar “Custodia el Corazón”, ingresa AQUÍ.

¿Por qué me cuesta tanto escuchar de verdad a Dios?


No escucho el discurso que creo conocer. No me dejo sorprender porque ya he prejuzgado en mi corazón

Hoy Jesús me invita a darle mi sí a Dios. Me habla y yo le escucho: ¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: – Hijo, ve hoy a trabajar en la viña. Quiere que trabaje en la viña, como en la parábola de la semana pasada. Me busca. Me pregunta. Se acerca. Soy su hijo y quiere que esté con Él. Y yo quiero seguir sus pasos. Lo quiero. Pero no escucho.
Comenta San Benito en la regla: Escucha, hijo, los preceptos del Maestro, e inclina el oído de tu corazón. Jesús me invita a ir a la viña. Pero yo no lo escucho. Vivo centrado en mí mismo, en lo que necesito, en lo que me va bien. Y me pierdo en lo que sucede a mi alrededor.
Quiero escuchar con el oído del corazón. Es lo más importante. Lo que no siempre hago. A veces intento hacer dos cosas al mismo tiempo. Digo que escucho pero pienso en mis cosas. Digo que estoy atento, pero sólo a medias, intento hacer más cosas.
En ocasiones necesito que me repitan varias veces la misma idea. Para entenderla. Se me olvida lo que alguien me dijo. No estoy atento del todo. Y eso me cuesta con aquellos que me hablan con palabras humanas.
Me dicen cosas. Me preguntan. Me piden. Y yo no oigo. O voy a lo mío. O interpreto lo que me dicen antes de que pronuncien una sola palabra. Creo que ya sé lo que piensan antes de que hablen. Y no les dejo hablar porque sé lo que van a decirme. Tal vez me equivoco. Pero lo sigo haciendo.
No escucho el discurso que creo conocer. No me dejo sorprender porque ya he prejuzgado en mi corazón. No me asombro. No me abro a lo nuevo. Tengo un juicio ya hecho en mi alma. Y no dejo que entre la sospecha.
¡Qué mal escucho tantas veces! Llegan ante mí y yo no escucho. Pienso en mis cosas. Está endurecido mi corazón. No logro escuchar a los hombres. Menos aun los silencios de Dios.
Leía el otro día: El silencio no es una ausencia; al contrario, se trata de la manifestación de una presencia, la presencia más intensa que existe. En esta vida lo verdaderamente importante ocurre en el silencio. La sangre corre por nuestras venas sin hacer ruido y sólo en el silencio somos capaces de escuchar los latidos del corazón [1]
Me gusta ese silencio en el que me habla Dios. Es ahí donde puedo escuchar su voz. Entender su pregunta. ¿Qué quiere Dios de mí? Muchas veces no lo sé. Me dejo llevar por la corriente. Por lo que otros hacen. Por lo que el mundo espera de mí.
Pero no estoy atento a Dios. No sé cómo habla en mi corazón. Me duele su aparente silencio. Es como si callara cuando realmente habla. Es como si su voz estuviera rota cuando pronuncia palabras profundas. Y yo no soy capaz de hacer silencio para oír su voz.
Me gustaría poder hacerlo. Me pongo en camino cada mañana y el ruido, y el móvil, y los requerimientos del mundo, me sacan de mi hondura. De mi mar. Me llevan afuera a la orilla, allí donde no oigo a Dios.
¿Cuántos minutos de silencio soy capaz de guardar durante el día? El bullicio se me mete dentro del alma. Palabras. Tantas palabras. No encuentro la paz. No lo consigo. No escucho su pregunta. ¿Qué quiere Dios de mí? Quiere que vaya a trabajar a la viña. Pero me cuesta oírlo.

Martes de la sexta semana del tiempo ordinario


Epístola de Santiago 1,12-18. 

Feliz el hombre que soporta la prueba, porque después de haberla superado, recibirá la corona de Vida que el Señor prometió a los que lo aman.
Nadie, al ser tentado, diga que Dios lo tienta: Dios no puede ser tentado por el mal, ni tienta a nadie,
sino que cada uno es tentado por sus malos deseos, que lo atraen y lo seducen.
De ellos nace el pecado, y este, una vez cometido, engendra la muerte.
No se engañen, queridos hermanos.
Todo lo que es bueno y perfecto es un don de lo alto y desciende del Padre de los astros luminosos, en quien no hay cambio ni sombra de declinación.
El ha querido engendrarnos por su Palabra de verdad, para que seamos como las primicias de su creación.

Salmo 94(93),12-13a.14-15.18-19. 
Feliz el que es educado por ti, Señor,
aquel a quien instruyes con tu ley,
para darle un descanso
después de la adversidad,

Porque el Señor no abandona a su pueblo
ni deja desamparada a su herencia:
la justicia volverá a los tribunales
y los rectos de corazón la seguirán.

Cuando pienso que voy a resbalar,
tu misericordia, Señor, me sostiene;
cuando estoy cargado de preocupaciones,
tus consuelos me llenan de alegría.


Evangelio según San Marcos 8,14-21. 
Los discípulos se habían olvidado de llevar pan y no tenían más que un pan en la barca.
Jesús les hacía esta recomendación: "Estén atentos, cuídense de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes".
Ellos discutían entre sí, porque no habían traído pan.
Jesús se dio cuenta y les dijo: "¿A qué viene esa discusión porque no tienen pan? ¿Todavía no comprenden ni entienden? Ustedes tienen la mente enceguecida.
Tienen ojos y no ven, oídos y no oyen. ¿No recuerdan
cuántas canastas llenas de sobras recogieron, cuando repartí cinco panes entre cinco mil personas?". Ellos le respondieron: "Doce".
"Y cuando repartí siete panes entre cuatro mil personas, ¿cuántas canastas llenas de trozos recogieron?". Ellos le respondieron: "Siete".
Entonces Jesús les dijo: "¿Todavía no comprenden?".