viernes, 18 de marzo de 2016

PRESENTACIÓN DEL VÍA CRUCIS

El piadoso ejercicio del Vía Crucis es una de las devociones más arraigadas en el pueblo cristiano. En él se recuerdan y se reviven con devoción los misterios de la Pasión de Cristo. 
La Iglesia ha venerado, contemplado, meditado desde siempre los pasos dolorosos que Jesús vivió al final de su vida terrena, y muy pronto la Iglesia de Jerusalén prestó devota atención a los lugares en que tales acontecimientos se habían desarrollado. A partir de la libertad de la Iglesia el año 313 y de la posterior estancia de santa Elena, madre de Constantino, en los Santos Lugares, con el hallazgo de la Santa Cruz, se incrementó en Jerusalén el culto en torno a la pasión y cruz del Señor, y en toda la cristiandad el deseo de peregrinar a Tierra Santa. Deseo que avivó el entusiasmo despertado por las cruzadas, suscitando un florecimiento de las peregrinaciones. Algunos peregrinos, al regresar de Jerusalén, trataban de reproducir en sus pueblos o ciudades, de la mejor manera posible, los santuarios visitados, el santo calvario.
En los siglos XII y XIII, san Bernardo, san Francisco y san Buenaventura fomentaron grandemente la devoción afectuosa a la humanidad de Jesucristo y a los misterios de su vida, en particular a los que giran en torno a Belén y al Calvario. Esto fue preparando el terreno en el que se iría configurando el Vía Crucis y en el que concurrirían, a parir del siglo XV, diversas devociones nacidas en los siglos siguientes: la devoción a las «caídas de Jesús» bajo el peso de la cruz, no atestiguadas por los evangelios, pero más que verosímiles y cargadas de sentido; la devoción a «los caminos dolorosos» de Cristo, que consistían e ir procesionalmente de una iglesia a otra en recuerdo de los recorridos que hizo Jesús de un lugar a otro: Pilato, Anás, Caifás, Herodes...; la devoción a las "paradas de Jesús», que recuerdan los momentos en que Cristo, camino del Calvario, se detiene, sea por imposición de sus verdugos, sea porque la fatiga lo paraliza, y que son momentos aprovechados por Jesús para dialogar con las mujeres y los hombres que participan en su pasión.
En el largo proceso de formación del Vía Crucis, hasta llegar a la forma en que hoy lo practicamos, hay que destacar dos elementos: la fluctuación del episodio contemplado en la primera estación y la variedad en el conjunto de las estaciones seleccionadas.
Así, a veces, aunque no fue la forma más difundida, el Vía Crucis empezaba con la escena en que «Jesús se despide de su Madre»; con mayor frecuencia el piadoso ejercicio tomaba como punto de partida «el lavatorio de los pies», hecho que se encuadra en la Última Cena, o «la agonía de Getsemaní», o «la condena a muerte de Jesús» en el pretorio de Pilato. Por otra parte, el temario de las estaciones era variable.
El Vía Crucis tradicional, en la forma en que ha llegado hasta nosotros, con las mismas catorce estaciones dispuestas en el mismo orden, se configuró en España, en la primera mitad del siglo XVII, sobre todo en ambientes franciscanos. De la Península Ibérica pasó a los dominios de la corona española y luego a diversos países de Europa. El franciscano san Leonardo de Porto Maurizio ( 1751), gran apóstol y misionero italiano, fue el eficaz propagador del Vía Crucis; él personalmente erigió casi seiscientos, de los que el más famoso es el que erigió en el Coliseo de Roma el 27 de diciembre de 1750, a petición del papa Benedicto XIV, como recuerdo de aquel Año Santo.
El Vía Crucis bíblico, que ha venido introduciéndose en la Iglesia desde el último cuarto del siglo XX, no pretende abolir el tradicional, sino enriquecerlo y ampliar su contenido con estaciones que en otro tiempo ya formaron parte del mismo. Su nota característica es la sustitución de las estaciones que no constan expresamente en los evangelios por otras que sí constan. Así, se suprimen las tres caídas del Señor, el encuentro de Jesús con su Madre y la escena de la Verónica, y se introducen la agonía de Jesús en el Huerto de los Olivos, la traición de Judas y el arresto de Jesús, la condena por el Sanedrín, la negación de Pedro, la flagelación y la coronación de espinas, la promesa del Reino al buen ladrón, María y Juan al pie de la cruz, u otros pasos semejantes.
Aquí ofrecemos los textos de algunos de los Vía Crucis celebrados el Viernes Santo de cada año en el Coliseo de Roma y presididos por el Papa, con imágenes que ayuden a meditar y contemplar «los excesos del amor de Cristo». Los fieles y las comunidades sabrán escoger y adaptar lo que les sea más útil en sus circunstancias y lo que mejor les ayude a seguir a Cristo, acompañando a María y acompañados de ella.
[Fuentes generales de material y de información:
Servicios informáticos de la Santa Sede
L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española]
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Viernes de la quinta semana de Cuaresma

Libro de Jeremías 20,10-13. 
Oía los rumores de la gente: "¡Terror por todas partes! ¡Denúncienlo! ¡Sí, lo denunciaremos!". Hasta mis amigos más íntimos acechaban mi caída: "Tal vez se lo pueda seducir; prevaleceremos sobre él y nos tomaremos nuestra venganza".
Pero el Señor está conmigo como un guerrero temible: por eso mis perseguidores tropezarán y no podrán prevalecer; se avergonzarán de su fracaso, será una confusión eterna, inolvidable.
Señor de los ejércitos, que examinas al justo, que ves las entrañas y el corazón, ¡que yo vea tu venganza sobre ellos!, porque a ti he encomendado mi causa.
¡Canten al Señor, alaben al Señor, porque él libró la vida del indigente del poder de los malhechores!



Salmo 18(17),2-3a.3bc-4.5-6.7. 
Yo te amo, Señor, mi fuerza,
Señor, mi Roca, mi fortaleza y mi libertador.
Mi Dios, el peñasco en que me refugio,
mi escudo, mi fuerza salvadora, mi baluarte.

Invoqué al Señor, que es digno de alabanza
y quedé a salvo de mis enemigos.
Las olas de la Muerte me envolvieron,
me aterraron los torrentes devastadores,

me cercaron los lazos del Abismo,
las redes de la Muerte llegaron hasta mí.
Pero en mi angustia invoqué al Señor,
grité a mi Dios pidiendo auxilio,

y él escuchó mi voz desde su Templo,
mi grito llegó hasta sus oídos.



Evangelio según San Juan 10,31-42. 
Los judíos tomaron piedras para apedrearlo.
Entonces Jesús dijo: "Les hice ver muchas obras buenas que vienen del Padre; ¿Por cuál de ellas me quieren apedrear?".
Los judíos le respondieron: "No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino porque blasfemas, ya que, siendo hombre, te haces Dios".
Jesús les respondió: "¿No está escrito en la Ley: Yo dije: Ustedes son dioses?
Si la Ley llama dioses a los que Dios dirigió su Palabra -y la Escritura no puede ser anulada-
¿Cómo dicen: 'Tú blasfemas', a quien el Padre santificó y envió al mundo, porque dijo: "Yo soy Hijo de Dios"?
Si no hago las obras de mi Padre, no me crean;
pero si las hago, crean en las obras, aunque no me crean a mí. Así reconocerán y sabrán que el Padre está en mí y yo en el Padre".
Ellos intentaron nuevamente detenerlo, pero él se les escapó de las manos.
Jesús volvió a ir al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había bautizado, y se quedó allí.
Muchos fueron a verlo, y la gente decía: "Juan no ha hecho ningún signo, pero todo lo que dijo de este hombre era verdad".
Y en ese lugar muchos creyeron en él.