martes, 13 de septiembre de 2016

Cuando mi padre anciano vino a vivir a casa: un testimonio La familia es donde lo valemos todo, despojados de todo


Walking alone
This old man was walking alone down this road, slowly. He had his walking stick to support himself and was on a course to his chosen destination. The street was so empty and quiet except for his movements. I saw the opportunity of capturing him with my NEX-6 and so I took it. One snap was all that was needed to freeze him in time. Snap! He never new I was even there.



Como en muchas familias, acogimos a mi anciano padre que al enviudar, se rehusó durante unos años a abandonar su casa: “para salvar lo que me resta de  autonomía”, nos decía, aunque nosotros sabíamos que el verdadero motivo era que la casa conservaba el intimo recuerdo de su más grande amor en la tierra, por lo que se dedicaba a cuidarla y conservarla tal como a mi madre le gustaba. Finalmente, al abandonarlo las fuerzas, se rindió, pero para no darnos preocupaciones,  con la certeza de que sería acogido con inmenso amor en las casas de sus hijos, aceptó pasar un tiempo con cada uno, de acuerdo a un programa.
Fui el primero en recibirlo. Llegó con un pequeño bagaje personal después de repartir entre nosotros lo que había en la casa paterna: entre muebles, utensilios, y todo lo materialmente útil, encargándonos escrupulosamente lo que consideraba de un innegable valor estimativo.
El tenerlo en  casa, nos acercó  la sublime realidad de que es el hogar el ámbito, el espacio y tiempo de la intimidad originaria de las personas. Fue así que tuvimos la oportunidad de acercarnos a su ser, para acompañarlo en esta etapa de su vida, un dulce y corto tiempo.
Mi padre se levanta temprano y procura estar siempre ocupado. El jardín en sus manos florece como nunca, lava los coches, da mantenimiento a la pintura, se encarga de la mascota, entre muchas cosas, para luego darse una escapada a visitar los viejos amigos. En este estar ocupado se le nota crecer en la esperanza, pues sobre una vida interior apacible, muestra siempre el dinamismo de quien sin olvidar  lo que queda atrás,  busca hacia adelante la meta, el premio de la soberana vocación de Dios en Cristo Jesús. Su apacible mirada convive con el carácter recio de una gran determinación por vivir con gran dignidad hasta el último instante, con la responsabilidad de dar ejemplo.
Paradójicamente, su mirada ya no se enciende prontamente ante los intereses de la vida. Para mi padre, el hacer, tener, saber, han cedido definitivamente espacio a lo esencial, desprendiéndose de lo mundano sin dejar de amar al mundo. En su tranquila amabilidad ha aprendido a comprender a las personas, a disculpar errores, a perdonar y olvidar como una de las cosas más difíciles de la vida. Para él, más que nunca, el yugo es suave y la carga ligera.  
Sigue cultivando su fino intelecto, haciendo nuevos amigos, incansable en el dar y darse, alegre optimista. Reza, hace lagos ratos e oración y se nota en él empeño y anhelo por abrir su intimidad a la trascendencia dando gloria Dios por cada día. Alguna vez habla con naturalidad de la muerte que se acerca inexorable, amándola y aceptándola cualquiera que sea su género, con la certeza de quien se sabe que se encuentra a las puertas de una nueva vida, de un cambio de casa, de un paso en el que deja el mundo y de momento a los que en él le han acompañado, con la esperanza de quien sabe que solo Dios puede llevarlo de la mano a esa nueva vida. Una sólida esperanza a lo san Pablo: está muy próximo el día de mi partida, he luchado el buen combate.
Esto años, mi amor filial es incondicional y se dirige al ser de mi padre solo por ser quien es, más allá de toda utilidad y provecho. Brotan en mis sentimientos amorosos de agradecimiento, respeto, obediencia y protección solidaria en su progresiva invalidez. Amores hechos vida como elemental don de justicia, a través  del trato personal íntimo y atenciones gustosas que jamás delegaría a nadie.
Los hijos cuanto más profundamente comprendemos el significado del ser personas, más valoramos la excelencia de existir a una vida, a una vida personal. Y en cuanto más valor le damos a esta, más comprendemos lo justo de un amor de veneración hacia quienes vivieron congruentes con las exigencias de las vidas procreadas, con un amor incondicional al formarnos como tales.
Es justo porque nuestros padres nos dieron “como nuestro” la vida biológica, la educación de nuestras personas y ellos mismos.  Mejorar  y restaurar su amorosa donación fue su ser y hacer mientras vivieron. En este profundo sentido para nosotros los hermanos, nuestros padres son verdaderamente nuestros.
Tan es justo el amor debido entre padres e hijos, que Dios lo asume en su relación con nosotros.
Mi padre ya no puede conducir, esta mañana como todas hemos ido a visitar al santísimo, es una hermosa y soleada mañana. Con su voz  un poco apagada  sostiene una charla amena, vibrante. Se acerca la primavera y me señala las flores y las aves anidando, las enredaderas de viejos muros, el  fresco verdor del césped, la elegancia de añosos y majestuosos árboles. Busca y descubre una imagen de la virgen tallada en piedra en lo alto de una vieja casa que no podría pasar desapercibida para un corazón enamorado, y la saluda cariñosamente con  entrañable familiaridad. Luego al doblar una esquina exclama: –¡ve ese hermoso árbol reverdecido, a tu madre le encantaba! Observo el árbol y comprendo con la misma claridad de la mañana, que el amor entre esposos es eterno, que clama al infinito… porque viene de Dios y a él nos lleva.
Al doblar una esquina podemos ver  el edificio de nuestra parroquia, mi padre guarda silencio y se recoge con su corazón trasportado ya ante el sagrario. Yo hago lo mismo y le doy gracias  a Dios por este privilegio… en un dulce y corto tiempo.
La familia es donde lo valemos todo, despojados de todo
Recordemos lo escenarios sociales por donde discurren nuestras vidas: la empresa en  la que trabajamos, el club deportivo, el banco, el partido político, nuestros círculos sociales. En todas estas relaciones existe algo de condicional, de utilidad y conveniencia: por ser inteligentes, competentes, ricos, simpáticos, atractivos, productivos, rentables, influyentes y mil otras formas de utilidad y conveniencia. Esto en sí mismo cumple una importante función  en la vida, en sociedad, pero por estas mismas causas en todas las relaciones somos radicalmente sustituibles por otros en nuestros mismos papeles, rol o función.
Bajo esta perspectiva de comparación, la familia aparece como aquel lugar en donde no importamos por la utilidad sino por el valor incondicional de ser únicamente, este hijo, este hermano, este padre, este esposo o esposa.
Los vínculos familiares anclan directamente en la persona despojada de todo como la mayor prueba de amor.

Artículo ofrecido por la revista Ser Persona

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