jueves, 29 de junio de 2017

El día que Jesús Sacramentado cambió mi vida (un Testimonio bellísimo)




¿Por qué escribes tanto de Jesús sacramentado, Claudio?
“Porque me siento agradecido. Él ha renovado mi vida. Le ha dado un sentido”.
Su presencia real en cada hostia consagrada, es un tesoro para la humanidad. ¿Cómo callar?
Recuerdo una joven emocionada por su “presencia viva” en los sagrarios, se me acercó a la salida del oratorio y me dijo:
“Si tuviera un megáfono, me pararía en una esquina a gritarle a todos: “Aquí está Jesús”.
Jesús es maravilloso. El mejor amigo que he tenido. Cada vez que he tenido un problema serio, he contado con Él. Me escucha, consuela, me abraza y me ayuda a encontrar una solución.
“Señor, no me avergüenzo de ti. Quiero gritarle al mundo que habitas en los sagrarios de cada iglesia. Que estás “VIVO”. Eres un gran amigo, y nos esperas ilusionado. Te abro la puerta de mi corazón. Entra y habita en mí”.
Si alguna vez se me presentara Jesús y me dijera:
“Claudio, ¿qué deseas de mí? ¿Qué puedo darte?”
Le respondería sin dudarlo:
“Señor, ya me los has dado todo. Te tengo a ti Jesús. No necesito más”. 
No imaginas lo feliz que soy cuando escribo de Jesús. A veces algo un alto y me imagino en su presencia, en alguna iglesia del mundo. Entro y me arrodillo frente al sagrario. Le digo:
 “Aquí estoy Jesús, no quiero que te sientas solo. Te amo”.
En cierta ocasión fui a verlo con un gran problema. Era un asunto muy serio y me tenía inquieto. Recuerdo que no hallaba una salida y me sentía muy preocupado.
A la salida del trabajo me dije resuelto: “iré a ver a Jesús”.
Conduje el auto y cuando pasé por la Iglesia, me percaté que no había un solo estacionamiento disponible. Después de un par de vueltas me detuve un segundo frente a la puerta de iglesia, bajé la ventana del auto y le grité:
“Ayúdame Jesús. Te dejo este problema. Ahora es tuyo”.
Pisé el acelerador y me marché hacia mi casa.
Experimenté una gran paz. De alguna manera sabía que todo se solucionaría. Fue estupendo.  Y así fue. De una forma inexplicable, al día siguiente todo estaba resuelto. No me lo podía creer. Yo no había intervenido en nada y como un globo que se desinfla, así mismo lo que enfrentaba desapareció. Salí feliz del trabajo y fui a verlo en el sagrario de aquella iglesia.
“Gracias. Gracias. Gracias”, le repetía de rodillas, profundamente agradecido. “Eres un gran amigo. El mejor de los amigos”.
Me enseñó que podía confiar en Él, siempre, en todo momento. Y así lo he hecho.
Confío y lo amo.
¡Anímate! ¡Confía!
¡Él NUNCA TE VA A DEFRAUDAR!
¡Qué bueno eres jesús!

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