domingo, 8 de mayo de 2016

EL AÑO QUE DESCUBRÍ A DIOS.

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Hoy me di cuenta lo poco que conozco a Dios. 
¿Acaso hay alguien que pueda conocerlo a plenitud?
Si lo conociera en verdad, siempre estaría feliz, jamás tendría miedo. Pasaría tranquilo mis días sabiéndome un hijo amado del Padre eterno. Nada me desconcertaría. Estaría en paz.
Creo que lo conozco sólo en teoría. Como un alumno de secundaria que se prepara para un examen de matemáticas y usa la lógica.
 La teoría te desconcierta, no te brinda serenidad, ni un conocimiento pleno.
Suelo pensar:
“Sé que Dios existe.
Sé que es mi Padre.
Sé que es todo poderoso.
 Entonces, ¿por qué este temor? 
¿Por qué mis dudas?
 Y le digo:
“Señor, que yo te vea”.
Es que a Dios no sólo hay que conocerlo, debes amarlo,  y tener la certeza de su cercanía.
La teoría de Dios no basta. Para conocer a Dios hay que experimentar su presencia. Y esto se logra con la oración.
Vuelvo a decirle:
“Señor, que yo te vea”.
Hace un año quise conocer más a Dios. Aprender de Él. Tenía una gran sed de conocimiento. Y pensé que podría lograrlo a través de la oración.
Los salmos son oraciones preciosas. Vienen en nuestra ayuda cuando quieres rezar y tener cercanía de Dios.
Seguí rezando:
“Señor que yo te vea”.
Me he aprendido fragmentos de salmos como éste:
“Mi alma tiene sed de ti señor”. (63)
Los uso durante el día como jaculatorias para decirle a Dios que lo amo, lo feliz que me siento por ser su hijo.
En un principio pensé que la oración era el lenguaje para hablar con Dios. No importaba el idioma,  su lenguaje era universal y Él siempre escucharía y respondería.
Luego reflexioné y me dije: “Orar es estar en la presencia de Dios”.  Cuando rezas, pasas ratos en su presencia amorosa.  Puedes estar en silencio, ante Él y estarás orando. Es lo que hago cuando visito a Jesús en el sagrario. A veces rezo, otras veces conversamos y en ocasiones sencillamente le hago compañía en silencio.
Hay momentos en que las palabras sobran. Basta el silencio para comprendernos.
Por último concluí que orar es permanecer unidos a Dios.  Qué momentos más hermosos. Es una gracia inmerecida que te llena el alma de dulzura.
Unidos a Dios recibimos gracias innumerables, de acuerdo a nuestra capacidad para recibirlas.
Esto es un misterio que no termino de descifrar.  Dios sigue siendo un gran misterio para mí. Un padre tierno y amoroso, por descubrir.
¿Cómo hacerlo? ¿Cómo lograr la plenitud de este conocimiento? Tendría que verlo, estar en Su presencia para pedirle esta sabiduría.
Al final me di cuenta que las claves para encontrar mi camino se encontraban en unas palabras de Jesús.  Tanto buscar y reflexionar para descubrir que la respuesta siempre la tuve frente a mí.  La encontré en la santa Biblia.  Es increíble, Jesús siempre tiene las respuestas a mis preguntas:
“Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8)
Me di cuenta lo que esto implicaba. Custodiar la gracia como un tesoro, quitar la mirada cuando me apetece  mirar lo que no debo, elevar mi corazón a Dios, sólo a Él.
Entonces cambié mi oración por esta bella invocación:
“Señor, dame un corazón puro”.


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