martes, 26 de abril de 2016

El Papa Francisco y la confesión

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Me encontré ayer una imagen que me encantó y me recordó la experiencia que llevo viviendo durante años alrededor del sacramento de la Reconciliación. La imagen muestra al Papa Francisco confesando, en la misma Plaza de San Pedro, a un joven. Ambos están rodeados de otros sacerdotes confesando a otros jóvenes. Lo que me llamó la atención fue, sin duda, la alegría captada por la cámara, la sonrisa abierta y franca del Papa.
Me gustaría acercarme con mayor frecuencia al sacramento de la Reconciliación. De niño y de joven, mientras todavía vivía en Coruña, solía confesarme cada 15 días o tres semanas a lo sumo. Era parte importante de mi vida espiritual. Siempre tuve un buen confesor, el bueno de D. Nicolás, que con suma ternura, me escuchaba y luego me animaba a volver y a ser mejor. Estando en Madrid, me costó mucho encontrar a alguien con quién frecuentar el sacramento. Lo encontré los últimos años, cerca de casa. El bueno de Pedro también hizo gala siempre de acogerme, escucharme y, de manera muy sencilla pero con gran profundidad, llevarme por caminos de reflexión que me emocionaban y me movilizaban para ser mejor.
Siempre he experimentado alegría al acercarme al sacramento y eso fue lo que me hizo conectar rápidamente con la imagen que comento. Si no hay escucha, respeto, acogida, abrazo y alegría… difícil volver a desnudarse delante de un hombre. Hubo personas en mi familia con experiencia de confesión llenas de juicios, ¡incluso de gritos y regañinas! La consecuencia dura hasta hoy: no han vuelto a acercarse a un confesionario.
  • Creo que es bueno confesarse siempre con la misma persona. El confesor, si hay “feeling”, puede ser escuchador, acompañante, terapeuta, amigo, guía… La situación lo requiere. Uno no se pone ante él a contar pecados sino a contarse a sí mismo. O hay confianza y conocimiento o si no… uno se queda templado.
  • Creo que es bueno no ceñirse a un confesionario y propiciar lugares que favorezcan el encuentro, la conversación, la cercanía. ¿Es imprescindible? No, por supuesto que no. Pero ayuda. Hay confesionarios antiguos que parecen cuevas, entradas a un túnel donde uno no sabe si quiere adentrarse.
  • Creo que es bueno que la confesión se haga sin prisa, por parte de ambos. Recuerdo una de mis últimas confesiones… duró escasamente 3 minutos. Me sentí estafado… Yo buscaba la escucha y el abrazo del Padre, no simplemente una fórmula, un expendedor de perdón.
  • Por último, creo que es bueno que la penitencia ayude a provocar un cambio en la persona, lo abra a otras realidades, lo lleve al núcleo de su vivencia, lo vuelva a acercar a Dios. ¡Cuántas penitencias parecen penas, castigos o sencillamente oracioncillas para cubrir el expediente!
Tengo que volver a confesarme. Lo necesito. Un corazón no puede vivir arrugado por mucho tiempo. La sed y el hambre lo ahogan y lo acostumbran a un amor mediocre que, ni Dios, ni el prójimo, ni uno mismo, nos merecemos.


Un abrazo fraterno – @scasanovam

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