La vida es profundamente compleja. Está compuesta por eventos y situaciones muchas veces ajenas a nosotros, que nos cuesta perdonar y que nos mantiene en una lejanía cómoda de quien otea la realidad a lo lejos, sin implicarse más allá de una expresión de desaliento. Otras veces, inevitablemente, estos acontecimientos se hacen más próximos afectando con cierta vehemencia lo que somos, lo que pensamos y lo que vivimos.
Pero cuando estos eventos tocan nuestra realidad en lo más profundo, cuando nos llevan a replantearnos lo que somos y lo que hacemos, y cuando dejan una huella imborrable, es cuando constatamos la necesidad profunda de una respuesta que calme nuestra intranquilidad, nuestro sufrimiento y que nos de una luz en medio de nuestra miseria. Perdonarse a uno mismo no es nada fácil.
Miremos a lo profundo de lo que somos: ¿Cuántas veces hemos hecho o vivido una situación en la que todo se nos viene abajo?¿Cuántas vivencias profundas creemos que nunca nadie ni nada va a poder perdonar, ni siquiera nosotros mismos? ¿Cuántas veces el fracaso, el dolor, el sufrimiento se han instalado en nuestra vida dejándonos con un perplejo mal sabor de boca? Así es nuestra vida, ¡cada uno lleva en su consciencia secretos que son imposibles de contar por lo que suponen para nosotros! Sin embargo,hay alguien que si los conoce todos: Dios, nuestro Padre amoroso.
El cortometraje que les traemos a continuación es fuerte, pero en su crudeza nos habla de una realidad que no es para nada ajena a nuestras vidas.
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