lunes, 29 de mayo de 2017

El Rosario es la oración para nuestros tiempos

Rezo del Rosario / Foto: José Castro (ACI Prensa)

Recientemente, el Wall Street Journal publicó un artículo interesante acerca de una investigación del cerebro.
Los investigadores están descubriendo que las personas que usan una “mantra personal” —es decir, que repiten mentalmente una y otra vez una palabra o frase positiva que refuerza sus valores— tienden a ser más tranquilas, a sentirse más en control y a tener menos probabilidades de estresarse.
Este hábito de repetición, al parecer, crea nuevos caminos entre las neuronas que producen cambios en las áreas del cerebro que regulan nuestros sentimientos acerca de nosotros mismos.
Parece que el “pensamiento positivo” tiene un poder real.
No hace falta decir que no soy un investigador del cerebro. Pero me parece fascinante que los científicos estén confirmando algo que los cristianos han sabido desde el principio.
Pienso en la antigua práctica de repetir el nombre del Señor: Jesús. Desde hace mucho, los católicos orientales y los ortodoxos han usado la oración de Jesús: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, que soy un pecador”, recitando con frecuencia estas palabras mentalmente acoplándolas a los ritmos de su respiración.
Muchos cristianos prefieren simplemente invocar al Nombre divino, pronunciando suavemente la palabra “Jesús” o pensándola en silencio. Al repetir a menudo el santo nombre en nuestros corazones, oramos siempre y sin cesar, como Jesús y San Pablo nos enseñaron a hacer.
Pero no podemos confundir la invocación del nombre de Jesús con el uso de “mantras” como las que están siendo estudiadas por los científicos.
Una cosa es usar una palabra o una frase para darse uno valor; por ejemplo, los investigadores estudiaron a personas que usaron palabras como “respira” o “brilla” o “ama” o “esto pasará” o “nunca te des por vencido”. Pero el nombre de Jesús, como lo enseñan los apóstoles, es el nombre que está por encima de todo nombre y no hay otro nombre bajo el cielo por el cual podamos ser salvados.
Como lo dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “El nombre de ‘Jesús’ lo contiene todo: Dios y el hombre y toda la economía de la creación y de la salvación. Orar diciendo ‘Jesús’ es invocarlo y llamarlo dentro de nosotros mismos. Su nombre es el único que contiene la presencia que significa”.
Lo que esto significa es que cuando decimos el Santo Nombre de Jesús, Él está con nosotros. No puede haber un nombre más poderoso que ése.
Y aunque a veces podemos dar por hecho esto, el nombre de Jesús es lo que está en el corazón del rosario: “Bendito es el fruto de tu vientre, Jesús”.
Estuve pensando en eso durante la peregrinación que el Papa hizo a Fátima el fin de semana pasado, con el fin de celebrar el 100 aniversario de las apariciones de nuestra Santísima Madre, el 13 de mayo de 1917. En sus apariciones de Fátima, la Santísima Virgen se presentó como “Nuestra Señora del Rosario” y allí, ella dio instrucciones para que se construyera una capilla en ese sitio.
El Papa Francisco oró en esa capilla el pasado fin de semana. También canonizó a dos de los tres niños que recibieron las visiones de Nuestra Señora de Fátima.
A Santa Jacinta, una de los dos nuevos santos, se le preguntó en una ocasión cuál fue para ellos el mensaje más importante de nuestra Santísima Madre. Ella respondió: “Que debemos rezar el rosario todos los días”.
Esa no era una enseñanza nueva. Los santos e innumerables cristianos ordinarios han estado rezando el rosario diariamente durante siglos. Pero el rosario parece ser justo la oración que necesitamos para nuestros tiempos tan llenos de distracción y turbulencia.
En Fátima, María dijo que debíamos rezar el rosario todos los días por la paz, por la paz de nuestro mundo violento, pero también por la paz de nuestros corazones. Cuando rezamos el rosario, nos unimos a María y, con ella, volvemos los ojos a Jesús, recordando los misterios de su vida. Misterios en los que vemos cómo se va desplegando ante nuestros ojos la obra de nuestra salvación.
El rosario es una oración de quietud y de contemplación. Y necesitamos esto en nuestra cultura, que es tan inquieta y ruidosa, en esta cultura que siempre parece estar “en movimiento” y que parece entrometerse en cada uno de nuestros momentos de vigilia, sin dejarnos jamás estar solos con nuestros pensamientos.
El rosario nos pide que nos “desconectemos” y “permanezcamos quietos” para pasar tiempo con María, tan sólo pensando en Jesús. Aprendiendo a amarlo, como ella lo ama.
El corazón del Rosario es Jesús, hecho presente en su santo Nombre, mientras oramos, diciendo, “Bendito es el fruto de tu vientre, Jesús”.
Conforme vamos meditando en la sucesión de misterios, es esos momentos alegres, luminosos, dolorosos y gloriosos de su vida, vamos entrando más profundamente en ésta. Los misterios de su vida se convierten en nuestros propios misterios.
“Cada vez que recitamos el rosario, en este lugar sagrado o en cualquier otro lugar, el Evangelio entra nuevamente en la vida de los individuos, de las familias, de los pueblos y del mundo entero”, dijo el Papa en Fátima.
Oren por mí esta semana; yo estaré orando por ustedes. Y renovemos nuestra devoción a María y al rosario, para tratar de rezar el rosario todos los días.
Y pidámosle a Nuestra Santa Madre, a Nuestra Señora de Fátima, que abra nuestros corazones y que nos lleve a Jesús, en cuyo nombre encontramos la esperanza y la redención.

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