sábado, 30 de julio de 2016

¿Cómo pueden los católicos responder a los actos de terrorismo? Esta es una guerra que debe ser peleada con las armas espirituales y no meramente con las armas militares


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Robert Fastiggi, profesor de teología en el Seminario Mayor del Sagrado Corazón en Detroit, ha escrito en la edición de esta semana de The Sunday Visitor una oportunísima reflexión sobre lo que deben hacer los católicos –siguiendo las reacciones inmediatas de sus líderes espirituales, como el Papa Francisco—tras los acontecimientos de horror y barbarie que se vivieron el pasado 13 de noviembre en cafés, restaurantes, salas de conciertos y en las inmediaciones de un estadio de futbol en París.
Oración y cercanía con las víctimas
Para Fastiggi la primera de todas las reacciones de los católicos ha sido y debe ser la solidaridad y la oración. “La primerísima respuesta debería ser una expresión de solidaridad y cercanía con las víctimas de la violencia”, dice el profesor estadunidense, y cita al Papa Francisco que apenas enterarse de los acontecimientos de París expresó su cercanía con las familias de las víctimas y aseguró su oración por todos ellos.
Después, en noviembre 15, en el rezo del Ángelus, el Papa, dice Fastiggi, pidió a todos los que estaban en la Plaza San Pedro y a quienes lo siguen a través de los medios en todos el mundo que se unieran a él para construir una defensa de las víctimas de la tragedia e implorar sobre ellas la misericordia de Dios, haciendo un especial llamado a la Virgen María para proteger y velar sobre la bienamada Francia, la hija de la Iglesia, y sobre toda Europa y el mundo.
Condenar el mal
La siguiente conducta que deberían observar los católicos, según los ejemplos y la doctrina analizados por el articulista de The Sunday Visitor es condenar el mal. “Matar personas inocentes, cualquiera que sea la motivación, debe ser absoluta e incondicionalmente condenado”.
El Papa Francisco describió el terrorismo en París como un “inefable ataque a la dignidad de la persona humana”. Tras recordar que el camino de la violencia no resuelve nada, el Pontífice usó el lenguaje fuerte del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia católica (2004) en el que se señalaba que “es una profanación y una blasfemia usar el nombre de Dios para llevar a cabo un atentado terrorista”.
El Papa san Juan Pablo II usó un lenguaje similar cuando, en el Mensaje Mundial de la Paz de 2002, aseveró que “ningún líder religioso puede contribuir a la condonación del terrorismo y mucho menos orar por él”.
Moderación, temperancia, control
Otra de las acciones que los católicos podrían proponer frente a este tipo de ataques a la persona inocente, de crímenes gratuitos, de terror infundado e inexplicable, es evitar la extensión del odio y de la venganza como una actitud lógica ante los extremistas.
Lo que pasó en París –dice Fastiggi—y otros actos de terrorismo pueden llevarnos, fácilmente, a la ira y a la venganza contra quienes lo cometieron o contra sus comunidades de origen. El teólogo del Seminario Mayor de Detroit recuerda que el día siguiente de los ataques, el arzobispo de París, monseñor André Vingt-Trois oró por que los franceses tuvieran la gracia de un corazón firme, alejado del odio.
El arzobispo parisino pidió seguir en la senda de la “moderación, la temperancia y el control”, para resistir la posibilidad de caer en la tentación de medir a los musulmanes con la misma vara que se mide a los terroristas.
Para finalizar su reflexión, Robert Fastiggi subrayó la idea de que los católicos deberían estar dispuestos a reforzar el trabajo de quienes se dedican a buscar la paz en el mundo y desechar la idea de que solamente se les puede resistir (a los terroristas) con mayor dosis de violencia. Pero, lo más importante, es confiar en Cristo.
“Nosotros entendemos –como católicos—que esta es una guerra que debe ser peleada con las armas espirituales y no meramente con las arma militares” Y, finalmente, señala que deberíamos estar pidiendo siempre la poderosa intercesión de la Virgen María, la Reina de la Paz, y encontrar esperanza en las palabras de Cristo en el sentido de que en el mundo tendremos problemas, pero que no desesperemos, pues Él ha conquistado al mundo.

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